Protrepsis, Año 14, Número 27 (noviembre 2024 - abril 2025). www.protrepsis.cucsh.udg.mx
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ISSN: 2007-9273
Protrepsis, Año 14, Número 27 (noviembre 2024 - abril 2025) 89 - 114
Recibido: 01/10/2024
Revisado: 31/10/2024
Aceptado: 28/11/2024
Kant y la construcción del significado: Una revisión de la
relación entre lenguaje, significado y comprensión
Lauro Gutiérrez Castro 1
1 Comunidad Terapéutica Under The Tree
Jalisco, México
E-mail: saraqael_sefer@hotmail.com
Resumen:
El estudio propuesto aborda la relación entre el lenguaje, el significado y la comprensión
en la obra de Immanuel Kant. Actualmente, este tema ha ganado relevancia debido a los desarrollos
en la filosofía del lenguaje, la semántica y la psicología cognitiva, donde las ideas kantianas ofrecen
un marco fundamental para comprender cómo el sujeto organiza su experiencia y construye
significado. La filosofía crítica de Kant no solo influye en la epistemología, sino también en las
formas en que concebimos la estructura del lenguaje y su papel en la constitución del
conocimiento. Por ello, es crucial realizar un análisis que recorra las contribuciones kantianas en
torno a estos conceptos, dado que filósofos contemporáneos han elaborado, a partir de estas ideas,
sus propias teorías.
El argumento central del estudio se basa en la concepción kantiana de que espacio y tiempo son
formas a priori de la intuición sensible, lo que implica que las percepciones y, por extensión, el
lenguaje, se organizan bajo estas condiciones trascendentales. A partir de esto, Kant introduce la
síntesis trascendental, un proceso mediante el cual la mente organiza las percepciones en una
unidad coherente, afectando también la construcción del significado lingüístico. De este modo, el
lenguaje no es una simple representación del mundo externo, sino una proyección activa de la
mente que organiza y da coherencia a la experiencia.
El estudio argumenta que la filosofía de Kant nos invita a reconsiderar el lenguaje como una
manifestación de las estructuras trascendentales que conforman la experiencia humana, sin llegar
a ser la causa de la existencia en misma. Para Kant, el concepto es una representación mediada
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que organiza los objetos en la experiencia bajo categorías trascendentales. A través de esta
mediación, el lenguaje refleja las condiciones que hacen posible la experiencia fenoménica, sin
construir la realidad en misma. Aunque Kant no resuelve de forma definitiva la cuestión del
significado lingüístico, su obra establece las bases para comprender la relación entre pensamiento,
lenguaje y realidad, abriendo espacio para futuras investigaciones sobre cómo se construye y
comparte el significado en contextos intersubjetivos.
Palabras clave
: Síntesis trascendental, formas a priori, epistemología, percepción, construcción del
significado, filosofía del lenguaje.
Abstract:
The proposed study addresses the relationship between language, meaning, and under-
standing in the work of Immanuel Kant. Currently, this topic has gained relevance due to devel-
opments in philosophy of language, semantics, and cognitive psychology, where Kantian ideas of-
fer a fundamental framework for understanding how the subject organizes experience and con-
structs meaning. Kant's critical philosophy not only influences epistemology but also the ways we
conceive the structure of language and its role in the constitution of knowledge. Therefore, it is
essential to undertake an analysis that explores Kantian contributions to these concepts, as contem-
porary philosophers have built upon these ideas to develop their own theories.
The central argument of the study is based on Kant's conception that space and time are a priori
forms of sensible intuition, which implies that perceptions, and by extension, language, are orga-
nized under these transcendental conditions. From this basis, Kant introduces transcendental syn-
thesis, a process through which the mind organizes perceptions into a coherent unity, thereby in-
fluencing the construction of linguistic meaning. In this sense, language is not merely a represen-
tation of the external world but an active projection of the mind that organizes and gives coherence
to experience.
The study argues that Kant's philosophy invites us to reconsider language as a manifestation of the
transcendental structures that shape human experience, without being the cause of existence itself.
For Kant, the concept is a mediated representation that organizes objects in experience under tran-
scendental categories. Through this mediation, language reflects the conditions that make phenom-
enal experience possible, without constructing reality itself. Although Kant does not definitively
resolve the issue of linguistic meaning, his work establishes the groundwork for understanding the
relationship between thought, language, and reality, opening up space for future inquiries into how
meaning is constructed and shared in intersubjective contexts.
Keywords:
Transcendental synthesis, a priori forms, epistemology, perception, meaning construc-
tion, philosophy of language.
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Introducción
La relación entre el lenguaje, el significado y la comprensión ha sido un tema central en la filosofía
contemporánea, con un énfasis destacado en el ámbito de la semántica cognitiva y la filosofía del
lenguaje. No obstante, para abordar este problema de manera integral, es decir, cómo el lenguaje
influye en la construcción de la percepción que se tiene del mundo, resulta necesario retroceder y
examinar ciertos fundamentos establecidos en obras anteriores, que han sido adoptados y
desarrollados por filósofos contemporáneos para estructurar sus propias teorías. Este trabajo,
propone explorar algunos de los principios fundamentales de Crítica de la razón pura (1781) de
Immanuel Kant, donde se puede identificar una concepción del significado a través del análisis de
los conceptos.
En la filosofía crítica de Kant, el término de significado (Bedeutung) no se estudia de manera
explícita y tampoco se aborda de forma sistemática como objeto de estudio autónomo. No obstante,
su relación con el término concepto permite explorar cómo se estructura el conocimiento desde su
filosofía. Para Kant, el término concepto, es una representación mediada que organiza los objetos
de la experiencia mediante las categorías trascendentales, las cuales constituyen las condiciones de
posibilidad para cualquier conocimiento. En este sentido, el significado podría interpretarse como
un elemento de la estructura, donde el lenguaje actúa como una extensión de las representaciones
conceptuales, proyectando las estructuras trascendentales en la experiencia.
A diferencia de otras cuestiones fundamentales que Kant aborda sistemáticamente, no se
encuentra en su obra una teoría del significado tratada como un tema independiente. En Kant, el
concepto actúa como una base implícita para una teoría del significado, pues establece cómo la
mente humana organiza y comprende la realidad a partir de categorías trascendentales que
estructuran la experiencia. Los conceptos son representaciones mediadas que permiten pensar y
clasificar objetos en la experiencia sensible, otorgando coherencia y estructura a la realidad
percibida. Desde esta perspectiva, el lenguaje podría concebirse como una expresión de estas
categorías: un vehículo por el cual los conceptos y las categorías organizan y proyectan significados.
Este enfoque kantiano ofrece una base conceptual sólida que permite abordar cómo el lenguaje y
el significado se interrelacionan con las condiciones de posibilidad del conocimiento humano. En
consecuencia, los estudios de Kant sobre los conceptos y la síntesis trascendental han influido en
desarrollos filosóficos posteriores en el ámbito de la filosofía del lenguaje y la semántica,
proporcionando una estructura conceptual que otros pensadores han expandido o cuestionado al
abordar problemas de significado y comprensión. De esta manera, Kant introduce el problema del
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significado y establece una base conceptual desde la cual se podría construir una teoría del lenguaje
en relación con el conocimiento y la realidad.
Si bien Kant no presenta una teoría del lenguaje plenamente desarrollada, sus análisis sobre las
condiciones de posibilidad del conocimiento constituyen una base fundamental para entender de
qué manera los conceptos y categorías estructuran la comprensión y generan significado. Esta
estructura ha influido decisivamente en el pensamiento posterior, donde se considera al lenguaje
como un mediador entre experiencia y entendimiento. Por lo tanto, en su filosofía teórica y
práctica, las elaboraciones kantianas sugieren que el lenguaje puede integrarse en un marco
trascendental, lo cual abre caminos para investigar el rol del lenguaje en la forma en que se
estructura y expresa activamente la percepción humana.
La revolución copernicana que introduce Kant cambia de manera fundamental la concepción del
sujeto, situándolo como el agente principal de la construcción de la realidad. Según su idealismo
trascendental, no es el mundo exterior el que impone su estructura sobre la mente, sino que es esta
la que, mediante sus estructuras cognitivas, configura la realidad y le da una forma concreta en la
percepción y la experiencia (Peláez Cedres, 2009). Este proceso se lleva a cabo a través de las
intuiciones puras (espacio y tiempo) y las categorías del entendimiento. Las intuiciones puras,
como formas a priori de la percepción, pertenecen a la constitución interna del sujeto y permiten
que las intenciones sensibles (Anschauungen) adquieran una estructura coherente y ordenada. Por
otro lado, las categorías del entendimiento, son conceptos a priori que determinan las condiciones
de posibilidad de un objeto en general, permiten que estas impresiones sensibles, ya organizadas
por las intuiciones se articulen como conceptos coherentes. Las formas a priori (espacio y tiempo)
organizan la experiencia sensible, mientras que las categorías conceptualizan dicha experiencia.
Así, el sujeto contribuye de manera activa a la construcción de la percepción del objeto conocido,
desafiando la visión tradicional que considera al objeto como el determinante exclusivo del
conocimiento. Esta reconfiguración implica que el conocimiento es una síntesis activa entre lo que
el sujeto aporta a través de sus formas a priori y sus categorías, y lo que se presenta en la experiencia.
El desafío surge al considerar cómo estas estructuras trascendentales, esenciales para la
organización del conocimiento, pueden aplicarse al lenguaje y al proceso de significación. Si el
conocimiento se origina en la estructura mental del sujeto, entonces el lenguaje, como medio de
articulación y comunicación de este conocimiento, también debería estar sujeto a las mismas
condiciones trascendentales. Aquí se plantean preguntas cruciales: ¿Cómo intervienen las
intuiciones puras y las categorías del entendimiento en la estructura del lenguaje? ¿De qué manera
contribuyen al proceso por el cual el lenguaje genera y transmite significado? ¿Cómo puede
integrarse el marco kantiano, concebido originalmente para explicar la estructura del
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conocimiento, en una teoría que explique el lenguaje como fenómeno mediador entre la
experiencia y el entendimiento?
Este problema no es trivial. La estructura trascendental kantiana, que organiza tanto la sensibilidad
como el entendimiento, parece sugerir que el lenguaje no es meramente un instrumento
descriptivo del mundo externo, sino un fenómeno que comparte las mismas condiciones formales
que hacen posible toda experiencia. Al igual que el espacio, el tiempo y las categorías son
condiciones previas para que podamos experimentar el mundo, es plausible pensar que el lenguaje,
en su función mediadora, también responde a estas mismas exigencias trascendentales.
Así, el lenguaje podría entenderse como una extensión de las categorías del entendimiento y las
intuiciones puras. Este enfoque sugiere que las estructuras a priori de la mente no solo limitan y
configuran la percepción del mundo, también participan de manera activa en la organización del
lenguaje utilizado para comunicar las experiencias. En este sentido, esta articulación de conceptos
no sólo se limita a una organización interna de la mente; al mismo tiempo se refleja en los usos
sociales del lenguaje, que, al integrarse en diversos contextos validan y consolidan su sentido. Se
podría pensar que estas categorías kantianas actúan como un marco descriptivo en el cual se
construyen significados lingüísticos específicos. Al mismo tiempo que el sentido de estos
significados se completa y verifica en el uso práctico del lenguaje en contextos sociales, subrayando
que el lenguaje no solo organiza, sino que también fundamenta las interacciones significativas con
el mundo. Esto lleva a considerar que el lenguaje tiene una función activa, modelando y
organizando las percepciones y, por ende, la comprensión de la realidad. Por ejemplo, si las
categorías de cantidad, cualidad, relación y modalidad organizan la manera en que se experimenta
el mundo, estas mismas categorías podrían estar funcionando como principios estructurales en la
construcción de oraciones y significados en el lenguaje.
La relación entre el lenguaje y las estructuras a priori se vuelve aún más compleja cuando se
considera el papel de la práctica y la acción. El lenguaje no se limita a ser un medio pasivo que
refleja las experiencias internas del sujeto; también juega un papel activo en la formación de esas
experiencias. En este sentido, el lenguaje puede ser entendido como un sistema de signos que no
solo designa objetos o experiencias, sino que también permite la creación de nuevas formas de
comprensión y acción.
Este fenómeno se puede comprender desde una perspectiva en la que el lenguaje opera como un
mediador dinámico entre el sujeto y el mundo, integrando formas de comprensión que no solo
representan, sino que estructuran activamente la experiencia. Desde el concepto de juegos del
lenguaje de Wittgenstein (1953/2017), el significado se desentraña en la práctica social y los
contextos donde se aplica el lenguaje, reflejando un entramado de reglas que estructuran la
interacción humana y, con ella, la percepción del mundo. De esta manera se podría señalar cómo
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el uso del lenguaje moldea la comprensión de la realidad, integrando implícitamente las categorías
que Kant denomina como condiciones a priori. En una línea similar, John L. Austin (2018) y John
R. Searle (2017) muestran cómo los actos del habla no solo comunican, sino que ejercen acciones,
subrayando la capacidad del lenguaje para construir la realidad. Así, el lenguaje deviene en un
espacio de juego entre lo social y lo individual, donde las estructuras previas de la comprensión se
reflejan en la acción lingüística y operan de manera táctica en la configuración de la realidad
percibida y compartida.
La aplicación del marco kantiano al estudio del lenguaje revela un horizonte complejo en el que
las formas a priori de la sensibilidad y las categorías del entendimiento no solo organizan la
experiencia sensible, sino que también pueden estructurar los procesos de significación. De este
modo, el lenguaje se convierte en una extensión del aparato trascendental kantiano, planteando
nuevas preguntas sobre cómo las condiciones que posibilitan el conocimiento median la
comunicación y el entendimiento intersubjetivo.
El lenguaje como tal no se trata de manera directa y organizada en la obra de Kant, pero los
conceptos, en cambio, sí tienen un rol esencial en su filosofía crítica, especialmente en la Crítica de
la razón pura (1781/2006). En esta obra, Kant no desarrolla una teoría explícita del lenguaje, pero
su tratamiento de los conceptos y del significado muestran que, en su esquema trascendental, el
conocimiento es posible a través de la síntesis entre lo dado (la experiencia) y las formas a priori
que lo organizan (las categorías del entendimiento). Los conceptos, en este contexto, son
determinantes en la manera en que el sujeto estructura la experiencia, y aunque Kant no usa el
término lenguaje como eje central, su teoría del conocimiento ofrece una base fundamental para
interpretar el papel que el lenguaje podría tener en la articulación de estos conceptos.
Este enfoque permite ver que Kant no guarda un silencio absoluto sobre cuestiones relacionadas
con el significado; más bien, su filosofía sugiere una conexión intrínseca entre los conceptos, el
significado y las categorías del entendimiento. Los pasajes en los que Kant se refiere al
significado, aunque no directamente referidos al lenguaje, proporcionan una comprensión crítica-
trascendental de cómo los conceptos funcionan como vehículos de sentido, enmarcados en la
Analítica Trascendental (Leserre, 2017) y orientados por el mismo dualismo entre intuición
sensible y categorías. Esta relación entre la experiencia y las categorías plantea desafíos, pero
también abre posibilidades para interpretar cómo el lenguaje podría participar en la estructura del
conocimiento dentro del marco kantiano.
De este modo, el lenguaje parece operar en dos niveles simultáneos: como una herramienta de
mediación empírica que conecta con el mundo y como una expresión de las categorías cognitivas
que organizan esa experiencia. Sin embargo, no solo actúa como un reflejo pasivo de la experiencia,
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sino que también desempeña un papel activo en la praxis (Kant, 1798/2010). De este modo, se
puede afirmar que el lenguaje, como facultad específica, no se limita a describir el mundo tal como
se experimenta, sino que está intrínsecamente ligado a las estructuras a priori, lo que permite la
anticipación y organización de la experiencia futura. En este sentido, el lenguaje no se limita a
reflejar el mundo, sino que configura y proyecta acciones en función de las categorías del
entendimiento, facilitando así una proyección temporal y estratégica de la acción. Esta capacidad
de designación permite operar con signos, caracterizándose como una forma de praxis en la que el
uso de signos corresponde a la estructura temporal de la acción. Más allá de su función descriptiva,
el lenguaje juega un papel activo en la praxis humana, al estructurar la realidad mediante la
facultad de designación. Sin embargo, surge un interrogante fundamental: si las formas del
entendimiento organizan la experiencia, ¿cómo interactúan estas estructuras a priori con el
lenguaje en el proceso de significación y comprensión? Este punto de tensión es crucial para una
reevaluación del marco trascendental de Kant en relación con el lenguaje, sugiriendo que el
lenguaje no solo refleja la estructura cognitiva del sujeto, sino que podría influir activamente en la
construcción de la realidad y el significado. El lenguaje no solo desempeña un papel en la
construcción de significados, sino que también es clave para la capacidad humana de proyectar y
estructurar la realidad a través de la acción. Esta facultad de designación, que permite que se opere
con signos, se caracteriza desde un enfoque práctico en el cual el uso de signos sigue la lógica
temporal de las acciones. Así, el lenguaje se comprende no solo como una representación, sino
como un elemento fundamental que configura y proyecta el curso de las acciones, enraizado en las
condiciones trascendentales que posibilitan la experiencia. Al postular las categorías del
entendimiento como estructuras que organizan la percepción sensible, Kant va a establecer una
base donde la actividad sintética del entendimiento no se agota en la representación, sino que
también permite la articulación y proyección de significados en la práctica. De esta manera, el
lenguaje opera en la praxis como una extensión de esa síntesis, configurando el mundo en términos
comprensibles y compatibles, lo cual dota a las acciones de coherencia temporal y secuencia lógica.
El lenguaje, por tanto, funciona como una herramienta que, en lugar de simplemente reflejar el
mundo, interviene activamente en su estructuración. Al permitir que los sujetos utilicen signos que
responden a las categorías, el lenguaje se convierte en un mecanismo organizador que proyecta
significados en la realidad práctica, reflejando y sustentando la continuidad que las categorías
kantianas imprimen sobre la experiencia. De este modo, el lenguaje cumple una función
trascendental, orientando el curso de las acciones dentro del marco de condiciones identificadas
como fundamentales para la posibilidad del conocimiento y experiencia humana: las formas puras
de intuición (espacio y tiempo) y las categorías del entendimiento (cantidad, cualidad, relación y
modalidad).
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Así, el lenguaje va más allá de su función descriptiva y asume un papel activo en la praxis humana,
estructurando la realidad a través de la facultad de designación y su inscripción en la temporalidad
de la acción. Sin embargo, esta capacidad de anticipar y organizar el mundo mediante signos
plantea un interrogante fundamental dentro del pensamiento kantiano: si las formas del
entendimiento son las que organizan la experiencia, surge la pregunta de cómo estas estructuras a
priori interactúan con el lenguaje en el proceso de significación y comprensión. Este punto de
tensión es crucial para una reevaluación crítica del marco trascendental de Kant (1781/2006) en
relación con el lenguaje, pues sugiere que el lenguaje no solo refleja la estructura cognitiva del
sujeto, sino que también podría influir activamente en la construcción de la realidad y el
significado. Esto lleva a la cuestión siguiente: ¿Es el lenguaje un mero reflejo de estas categorías
cognitivas, o tiene una función más activa en la configuración de la realidad tal como se presenta al
sujeto? Dado que el ser humano es, por naturaleza, un ser de comunicación, su desarrollo y
existencia están intrínsecamente ligados a un entorno social específico. En este contexto, surge la
imperiosa necesidad de comprender cómo adquiere conocimiento, entendiendo que el lenguaje
juega un papel fundamental en ese cómo (Vivas Herrera, 2016). El lenguaje no solo es el medio a
través del cual el ser humano interactúa con el mundo y los demás, sino también la estructura
mediante la cual organiza, articula y hace inteligible su experiencia, lo que subraya su rol central
en el proceso de conocer y construir significado. Esta concepción del lenguaje como elemento
estructurador del conocimiento está relacionada con las investigaciones de Saussure, quien
considera el lenguaje como una "facultad de construir una lengua, es decir un sistema de signos
distintos que corresponden a ideas distintas" (Saussure, 1916/1998: 36), destacando su carácter
único como propiedad de la especie humana. Desde esta perspectiva, el lenguaje no es únicamente
un instrumento de comunicación, sino también una facultad esencial para la organización cognitiva
y social del ser humano. La capacidad de operar con signos se manifiesta de diversas maneras,
siendo el lenguaje una de sus expresiones más fundamentales (Leserre, 2019). Esta relación entre
lenguaje y pensamiento queda claramente expresada en la afirmación siguiente: "toda lengua es
designación de los pensamientos, e inversamente, la manera óptima de denominar los
pensamientos es mediante el lenguaje" (Kant, 1798/2010: 127) lo que subraya su papel como el
medio primordial tanto para la comprensión personal como para la comunicación con los demás.
Desde esta perspectiva, tanto Saussure como Kant, aunque desde enfoques diferentes, coinciden
en un punto crucial: el lenguaje no es simplemente un vehículo de intercambio, sino una facultad
estructuradora esencial del conocimiento y la experiencia. Mientras que Saussure enfatiza el
carácter social y estructural del lenguaje como una facultad que es específica de la especie humana
(Arrivé, 2017), Kant, a través de su idealismo trascendental, establece los fundamentos necesarios
para comprender cómo las estructuras a priori de la mente —el espacio, el tiempo y las categorías
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del entendimiento1— son las condiciones trascendentales que organizan y estructuran la realidad
tal como es percibida por el sujeto. Estas formas a priori no solo determinan cómo se experimenta
el mundo sensible, sino que también configuran las condiciones mismas bajo las cuales es posible
cualquier conocimiento, al mediar entre lo dado y lo inteligible (Kant, 1781/2006). La
convergencia entre ambos enfoques indica que el lenguaje, lejos de ser un mero reflejo pasivo de
las estructuras cognitivas, ejerce una función activa en la configuración de la realidad tal como es
percibida y comprendida por el sujeto.
En este sentido, resulta fundamental vincular las estructuras trascendentales kantianas con el
análisis del lenguaje. Esto permite examinar cómo el lenguaje no solo refleja la organización del
conocimiento según las categorías cognitivas, sino también cómo participa en la construcción activa
del significado. En el marco de la filosofía kantiana, el lenguaje no se va a limitar a ser una
herramienta pasiva que se utiliza para describir el mundo; sino que es un mediador esencial en la
experiencia, un modo de articular y organizar lo dado a través de las formas a priori. Al considerar
cómo el lenguaje articula las categorías trascendentales con los procesos lingüísticos, se abre un
campo de estudio que permite explorar la manera en que el lenguaje no solo comunica, sino
también condiciona y estructura la experiencia del mundo.
Este enfoque invita a una reevaluación del papel del lenguaje en la formación del conocimiento
humano, planteando cómo interviene en la comprensión y la comunicación intersubjetiva, y
sugiriendo nuevas posibilidades para analizar su función dentro del marco filosófico planteado por
Kant. La interacción entre las estructuras trascendentales y el lenguaje revela que este último no
es simplemente un reflejo pasivo de la mente, sino una extensión activa de los principios que hacen
posible la formación del conocimiento, la realidad y la comunicación. Estas estructuras, que
1 En la filosofía kantiana, el espacio y el tiempo no tienen existencia ontológica independiente, sino que representan
configuraciones inherentes al aparato cognitivo del sujeto, posibilitando la intuición sensible, funcionando como
marcos universales y necesarios en los que se sitúan y organizan los fenómenos. Estas formas operan en interacción
con las categorías del entendimiento conceptos puros como causalidad, sustancia y unidad, principios
trascendentales que sintetizan y estructuran las representaciones fenoménicas bajo reglas que unifican una pluralidad
temporal de intuiciones en una representación coherente. Esta cooperación entre las formas a priori y las categorías es
lo que hace posible la construcción de un conocimiento. De este modo, lo que el sujeto percibe no es el noúmeno, o la
cosa en sí misma, sino el fenómeno, es decir, la realidad tal como es configurada y estructurada por estas condiciones
trascendentales de la cognición (Nakano, 2008).
Para Kant, el concepto de un objeto no es una entidad fija, sino una función de síntesis operada por el entendimiento
según las reglas de las categorías. Este proceso de síntesis objetiva no solo organiza las intuiciones en el espacio y el
tiempo, sino que también constituye la base para la conciencia de la identidad del sujeto. Según Kant, dicha conciencia
sería impensable sin la mediación de las categorías que, al actuar sobre las intuiciones, garantizan su coherencia bajo
una unidad trascendental de apercepción. En este sentido, la aplicación de las categorías a la experiencia no es
contingente, sino una condición necesaria para la posibilidad del conocimiento y para que el sujeto pueda reconocerse
como él mismo ante la multiplicidad de lo dado en la intuición (Stepanenko, 2008: 166-167).
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organizan la percepción y comprensión del mundo, permiten que el lenguaje no solo articule y
medie la experiencia, sino que también juegue un papel clave en otorgar coherencia y significado
a la realidad compartida.
La interacción entre las estructuras trascendentales y el lenguaje revela que este último no es
simplemente un reflejo pasivo de la mente, sino una extensión activa de los principios que hacen
posible la formación del conocimiento, la realidad y la comunicación. Estas estructuras, que
organizan la percepción y comprensión del mundo, permiten que el lenguaje no solo articule y
medie la experiencia, sino que también juegue un papel clave en otorgar coherencia y significado
a la realidad compartida. En este sentido, el análisis cobra aún más relevancia al situarlo en el
contexto de los desarrollos filosóficos de los siglos XX y XXI, donde pensadores como Ernst
Cassirer, Ludwig Wittgenstein y Jürgen Habermas han retomado y reformulado las ideas
kantianas.
Cassirer (1923/2016), en su obra Filosofía de las formas simbólicas, aborda el lenguaje desde una
perspectiva neokantiana, considerándolo una de las manifestaciones simbólicas fundamentales a
través de las cuales se configura la realidad. Para Cassirer, el lenguaje no solo actúa como un
vehículo de comunicación, sino que desempeña un papel crucial en la construcción y organización
de la experiencia del mundo. Esta concepción resalta cómo los símbolos, en general, y el lenguaje,
en particular, son esenciales para la interpretación y comprensión de la realidad, evidenciando la
interrelación entre pensamiento, cultura y el entorno que rodea a los sujetos.
Wittgenstein, a lo largo de sus obras fundamentales, como las Investigaciones Filosóficas
(1953/2017) y el Zettel (1967/1979), explora en profundidad la relación entre lenguaje,
significado y uso, desafiando la noción kantiana de las categorías fijas del entendimiento. A
diferencia de Kant, quien plantea que el conocimiento se estructura a partir de categorías a priori
inmutables, Wittgenstein sugiere que el significado no reside en estructuras fijas, Wittgenstein
sostiene que el significado no surge de una correspondencia fija entre palabras y objetos o de
estructuras cognitivas inmutables, sino que emerge del uso práctico del lenguaje en contextos
específicos, una idea que él denomina juegos del lenguaje. Estos juegos representan las diversas
formas en que el lenguaje se utiliza en diferentes situaciones cotidianas, donde el contexto
determina el significado. En sustancia, esto implica que lo fundamental en el lenguaje no es la
significación en abstracto o las reglas rígidas para asignar significado a los términos, sino el uso que
se le da en las prácticas concretas de comunicación (García, 2021). El valor de las palabras se
construye y modifica en función de los fines y actividades humanas, mostrando cómo el lenguaje
es un fenómeno dinámico y dependiente de las interacciones sociales, en lugar de una estructura
fija o predeterminada. Al proponer este enfoque más flexible y dinámico, Wittgenstein abre un
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nuevo horizonte para comprender la comunicación, enfatizando la fluidez del significado y su
dependencia de la interacción social, en lugar de cualquier marco categorial rígido.
A través de su teoría de la acción comunicativa Habermas (1995; 2008; 2023), a su vez, va a
identificar en la obra de Kant un fundamento crucial para su propio análisis de la racionalidad y el
lenguaje. Esta conexión le permitirá el desarrollo de una concepción del lenguaje que no solo actúa
como un medio de intercambio, sino como un elemento esencial en la construcción de la
comprensión mutua y el consenso en la comunicación. Al integrar la noción kantiana de la
racionalidad con la práctica comunicativa, Habermas va a enfatizar cómo el lenguaje no solo
transmite información, sino que también crea las condiciones para la deliberación y el
entendimiento, jugando un papel vital en la creación de un espacio deliberativo donde los
individuos pueden intercambiar ideas, negociar significados y alcanzar acuerdos, resaltando su
papel fundamental en la constitución de una sociedad democrática y participativa. De este modo,
el lenguaje se convierte en un instrumento que no solo informa, sino que también facilita el
entendimiento profundo y cooperativo entre los participantes en un diálogo. Así, su enfoque
complementa las visiones de Cassirer y Wittgenstein, creando un marco más amplio para entender
la función del lenguaje en la experiencia humana y su impacto en la construcción del conocimiento
y la realidad.
Este diálogo con pensadores contemporáneos enriquece y problematiza el papel del lenguaje en la
construcción del conocimiento y la realidad, permitiendo una reflexión más profunda sobre las
implicaciones de la obra de Kant en la filosofía del lenguaje. Al situar la concepción kantiana del
significado en esta red de relaciones filosóficas, se abre un nuevo horizonte de investigación que
puede contribuir a un entendimiento más completo de la intersección entre el lenguaje, el
conocimiento y la acción en el pensamiento humano.
Kant y la construcción activa del significado
La concepción kantiana de la razón pura sigue la tradición filosófica originada en Grecia, donde el
ser humano es entendido como un ser racional, aunque finito, que no siempre actúa conforme a la
razón, cuya acción ideal debería estar siempre en conformidad con la razón. Este énfasis en la
racionalidad, aunque limitado por las restricciones de la existencia humana finita, refleja de
manera clara la influencia de Platón y Aristóteles (Pareles, 2005), para quienes la razón constituía
igualmente un atributo esencial y definitorio de la naturaleza del ser humano. Ambos pensadores
griegos consideraban que la racionalidad no solo distinguía al ser humano de otras formas de vida,
sino que también orientaba su capacidad de conocer y comprender el mundo. Kant reelabora estas
ideas al situar la razón en el centro de su filosofía trascendental, donde la misma no solo es un
instrumento para conocer el mundo, sino la facultad que establece las condiciones mismas para que
el conocimiento y la comprensión sean posibles.
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Para comprender cabalmente el aporte de Kant a la interrelación entre el lenguaje, el significado y
la comprensión, es necesario situar su pensamiento en el contexto de los filósofos que lo
precedieron. En la medida en que Kant establece que las estructuras trascendentales de la mente
condicionan la experiencia, también puede interpretarse que el lenguaje, como medio a través del
cual se expresan y articulan esas experiencias, está igualmente sujeto a estas estructuras. Por lo
tanto, el análisis kantiano de la razón y el entendimiento facilita una comprensión de la relación
entre lenguaje y significado desde una perspectiva que trasciende el mero empirismo y sitúa al
sujeto cognoscente en el centro del proceso de construcción del conocimiento. En este sentido,
resulta fundamental subrayar la influencia de pensadores griegos como Platón y Aristóteles, cuyas
ideas Kant reelaboró dentro de su propio sistema trascendental. Esta reconfiguración no solo
examina de manera crítica el legado de estos filósofos, además ofrece una transformación de sus
postulados en el marco de la crítica del conocimiento.
Durante el siglo XX, los estudiosos de Kant mostraron un renovado interés en la influencia de
Platón sobre la filosofía kantiana, especialmente a través de una reconsideración de la teoría
platónica de las Ideas. Platón (trad. en 2011) postulaba la existencia de formas ideales, inmutables
y trascendentes que trascienden el mundo sensible, una concepción que, reinterpretada dentro del
marco del kantismo, facilitó lo que algunos han descrito como un
“cambio profundo desde una metafísica teológicamente determinada”, cuyo punto de partida
es Dios [sic.] “a una filosofía que procede fundamentalmente de la conciencia finita [...] de la
experiencia y del esfuerzo y comprensión humanos”. (Heimsoeth, cit. en Costa, 2024: 20)
No obstante, Kant va a tomar una clara distancia respecto al componente místico que se encuentra
presente en la filosofía de Platón, considerando imprescindible su eliminación para una correcta
fundamentación filosófica (Heimsoeth, 1965). Cabe destacar que la interpretación kantiana de
este elemento del pensamiento platónico está profundamente influida por tradiciones tardo-
antiguas, medievales y modernas, que con frecuencia se desvían de la literalidad de los diálogos
originales, presentando una visión que no siempre refleja con exactitud las intenciones originales
de Platón. Además, es relevante señalar que Kant no tuvo un contacto directo con los diálogos de
Platón. Según Gerhard Mollowitz (1935), Kant había extraído prácticamente todas sus referencias
sobre Platón y su filosofía de la Historia crítica de Johann Jakob Brucker, lo que evidencia que su
comprensión del pensamiento platónico se basaba más en fuentes secundarias que en un estudio
exhaustivo de los textos originales. Este distanciamiento se refleja en su reformulación
trascendental: mientras que Platón concibió las Ideas como entidades trascendentes,
independientes del mundo sensible, Kant las reinterpretó como condiciones a priori que
estructuran la experiencia del mundo. La trascendencia platónica, bajo esta perspectiva kantiana,
deja de ser una realidad objetiva separada y se transforma en principios formales internos al sujeto
cognoscente. Así, lo que en Platón era una verdad ontológica externa, en Kant se convierte en una
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función trascendental que determina cómo se organiza y comprende el conocimiento humano. Esta
transformación es central para entender el giro copernicano de Kant, en el cual el conocimiento ya
no es una mera recepción de realidades exteriores, sino una construcción activa que se basa en los
marcos a priori de la razón humana.
La noción platónica de estructuras universales influyó profundamente en Kant, aunque con
diferencias fundamentales que marcan una ruptura epistemológica significativa. Mientras que en
Platón (trad. en 2011) las Ideas existen en un dominio independiente, objetivo y eterno, Kant
(1781/2006) reinterpreta estas estructuras como categorías trascendentales, es decir, formas a
priori del entendimiento que no tienen una existencia extramental, sino que constituyen
condiciones necesarias para organizar y estructurar la experiencia del mundo sensible. Esta
transformación kantiana implica una crítica radical al idealismo ontológico de Platón, donde las
Ideas eran entidades a las que el alma accedía mediante un conocimiento que trascendía lo sensible.
En Kant, por el contrario, el conocimiento no surge de una experiencia inmediata con realidades
trascendentes, sino que es el resultado de la interacción entre las impresiones sensibles y las
estructuras a priori de la mente.
Esta reelaboración es clave para entender el llamado giro copernicano en la epistemología kantiana:
el sujeto no es simplemente un receptor pasivo de información del mundo externo, sino un agente
activo que configura y organiza la realidad percibida a través de las categorías trascendentales. A
diferencia del realismo metafísico de Platón, Kant afirma que estos principios universales no son
entidades independientes, sino marcos cognitivos que hacen posible y condicionan el conocimiento
humano. Así, la mente humana se presenta no como una ventana hacia un mundo de Ideas
inmutables, sino como la estructura activa que determina cómo se presenta y se comprende la
realidad fenoménica.
En este contexto, Kant desplaza la trascendencia platónica desde el ámbito ontológico hacia el
epistemológico, situando los principios formales no en un mundo trascendente de Ideas, sino
dentro del propio sujeto cognoscente. Esta transformación tiene implicaciones profundas no solo
para la naturaleza del conocimiento, sino también para la relación entre lenguaje, significado y
comprensión. Al reinterpretar los principios universales como categorías trascendentales, Kant
(1781/2006) introduce un marco donde la mente humana no simplemente refleja o accede a una
realidad externa preexistente, sino que constituye activamente la estructura de esa realidad a través
de sus propias condiciones internas.
Es así como el lenguaje, en este esquema que se presenta reformulado, ya no es un simple medio
para describir un mundo objetivo, sino una herramienta que refleja la manera en que la mente
organiza y da forma a la experiencia sensible. El significado, por tanto, no se basa en una
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correspondencia directa entre las palabras y las Ideas trascendentes platónicas, sino que surge
dentro del marco estructural que la mente impone sobre el mundo. El lenguaje es, entonces, una
representación de cómo el sujeto cognoscente articula su comprensión de la realidad, condicionado
por las categorías que hacen posible el conocimiento.
De este modo, Kant redefine la comprensión como un proceso en el que el sujeto juega un papel
constitutivo, y el lenguaje se convierte en el reflejo de esa actividad estructurante (Chaves
Montero, 2018). La relación entre el lenguaje y el significado no es estática, sino dinámica, en tanto
ambos dependen de las categorías trascendentales que organizan la experiencia. De esta manera,
Kant no solo elimina la separación entre el mundo de las Ideas y la experiencia sensible, sino que
también ofrece un nuevo marco conceptual para entender cómo el lenguaje no solo refleja, sino
que articula y expresa las condiciones necesarias para que el conocimiento sea posible. Esta
reformulación sitúa al lenguaje como una herramienta fundamental que revela las estructuras a
priori de la mente, permitiendo una comprensión más profunda de cómo el significado se genera
en el proceso de conocimiento humano (Labrador Montero, 2018).
Por su parte, Aristóteles proporcionó un marco lógico y categorial que influyó profundamente en
Kant. Para Aristóteles, lo dado eran los entes reales que, al ser presentados a la receptividad de los
sentidos, permitían al ser humano percibir sus imágenes. El intelecto (nous) actuaba sobre estas
imágenes, despojándolas de sus particulares caracteres sensibles y permitiendo intuir la esencia de
los objetos, lo que generaba el concepto (Filippi, 2022). Esta actividad intelectual no añadía
información externa, sino que desentrañaba la estructura inteligible inherente a lo real a partir de
lo sensible, revelando su esencia.
Kant, sin embargo, dio un giro radical a esta concepción. Mientras que las categorías aristotélicas
describen propiedades inherentes a los objetos del mundo, Kant las reinterpretó como condiciones
a priori del entendimiento. Es decir, para Kant, las categorías no describen lo que los objetos son
en mismos, sino cómo la mente humana organiza la experiencia sensible de dichos objetos. De
este modo, lo que Aristóteles entendía como una actividad que extraía la esencia de lo real, Kant lo
reformuló como un proceso estructurante del sujeto cognoscente. El foco se desplaza, entonces, del
objeto hacia el sujeto, quien, a través de las formas a priori del entendimiento, hace posible
cualquier experiencia de conocimiento.
La determinación teórica del concepto de lenguaje en Kant surge de esta misma estructura
epistemológica, ya que el lenguaje, al igual que los conceptos, se configura en la interrelación entre
concepto e intuición. La cuestión central es cómo los conceptos, que son categorías generales,
pueden adquirir significado. Desde una perspectiva trascendental, esto se logra a través de dos
mecanismos: el esquematismo, que relaciona las categorías puras con las intuiciones sensibles
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mediante imágenes, y el simbolismo, que permite el uso de conceptos en contextos más abstractos
o metafóricos.
En este sentido, la Analítica propuesta por Kant (1781/2006) muestra que no hay significado
trascendental más allá de la posibilidad humana de comprender el mundo a través de sus propias
limitaciones perceptivas. En este contexto lo que se denomina significado objetivo puede
entenderse más apropiadamente como un significado relativo a la percepción humana, es decir, la
manera en que la realidad es organizada por el sujeto para que sea cognoscible. De este modo, el
lenguaje, refleja esta estructuración, ya que no se limita a describir una realidad externa, sino que
expresa cómo el sujeto se relaciona con el mundo o percibe su entorno.
Cuando Kant aborda el juicio estético en la Crítica del juicio (Kant, 1790/2007: 127-307), amplía
esta visión, mostrando que, además de los significados objetivos establecidos en la Crítica de la
razón pura (1781/2006), existen otras formas alternativas de referirse a los objetos desde una
perspectiva subjetiva, especialmente a través del juicio del gusto. Sin embargo, esta subjetividad
no es arbitraria; al contrario, se fundamenta en la aspiración a un acuerdo común sobre los juicios
estéticos, donde el lenguaje del arte y el gusto comunica perspectivas que aspiran a una validación
compartida entre diferentes sujetos. La Analítica de lo bello en Kant ofrece un marco útil para
entender la diversidad lingüística no desde una lógica rígida, sino desde un enfoque reflexivo, que
no impone conceptos de manera fija, sino que permite una contemplación en la que el
entendimiento asume un rol evaluativo y exploratorio, en lugar de imponer normas, es decir, no
opera de manera reguladora, sino evaluativa (crítica) y exploratoria (experimental) (Leserre, 2005).
En este contexto, el lenguaje, entendido como símbolo, invita a la reflexión. Desde la visión
kantiana sobre el idealismo trascendental, el lenguaje no se limita a expresar significados fijos del
mundo objetivo, sino que deja abierta la oportunidad de ir más allá de sus limitaciones. Es decir, el
lenguaje también puede funcionar como un símbolo que apunta hacia lo inexpresable, lo que
sugiere que su función no se agota en la simple descripción de la realidad fenoménica, sino que
también testimonia aquello que está más allá del significado ordinario, evocando una dimensión de
lo trascendental que no puede ser plenamente capturada por las categorías del entendimiento.
Estas categorías kantianas no describen el ser de las cosas en mismas, sino que organizan la
experiencia, configurando el modo en que los fenómenos se presentan. Según lo que Kant
denomina su giro copernicano en la filosofía (Kant, 1781/2006: 20), la pregunta por la validez del
conocimiento y la moralidad no puede remitirse a una realidad externa o independiente, sino que
se ancla en la estructura a priori de la conciencia del sujeto. Esta estructura, que Kant califica de
trascendental, es la que permite distinguir entre lo correcto e incorrecto, no solo en el ámbito del
conocimiento, sino también en el ámbito moral. La validez de las afirmaciones, por tanto, no radica
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en la correspondencia directa con el mundo externo, sino en la coherencia con las condiciones a
priori que posibilitan cualquier conocimiento (Torralba, 2011).
Este giro copernicano desplaza la fuente del orden cognitivo desde el mundo externo hacia la
estructura de la mente, implicando que la experiencia no es un proceso pasivo de recepción de
datos, sino una actividad dinámica de construcción por parte del entendimiento humano. Kant
cuestionó la figura tradicional del sujeto como espectador pasivo de experiencias y lo reposicionó
más bien como agente que contribuye activamente en la estructuración y formulación del
conocimiento. En continuidad con la metáfora astronómica, podría decirse que, con su nuevo plano
cósmico del saber (Charpenel, 2024). En este marco, el lenguaje juega un papel crucial, ya que no
se limita a describir lo dado, sino que actúa como un medio para articular y expresar estas
condiciones trascendentales. El significado, por lo tanto, no se encuentra en el objeto en sí, sino en
la forma en que la mente organiza la experiencia y la expresa a través del lenguaje. Esto subraya
cómo el lenguaje no solo transmite conocimiento, sino que también participa en la construcción
del mismo, reflejando las estructuras a priori que permiten la comprensión.
La relación entre el lenguaje y la experiencia, en este marco kantiano, adquiere una relevancia
crucial. Kant no considera al lenguaje como un simple espejo del mundo exterior, sino como una
expresión directa de las estructuras a priori que organizan la percepción. De esta manera, y
tomando en cuenta lo anterior mencionado, se puede decir que el lenguaje no solo comunica
pensamientos, sino que también interviene de manera activa en la configuración de la experiencia
misma, actuando como una herramienta cognitiva que mediatiza la comprensión del mundo (Benzi
Zenteno y Soto Herrera, 2006). Esta afirmación sugiere que el lenguaje, al igual que las categorías
trascendentales, no describe lo dado en sí mismo, sino que articula las condiciones de posibilidad
para que el conocimiento y la comprensión sean posibles. Así, el lenguaje, lejos de ser un mero
vehículo de transmisión, se convierte en una manifestación de las formas trascendentales de la
mente humana, permitiendo que el sujeto cognoscente estructure y comprenda su relación con la
realidad.
Este desarrollo del lenguaje como una herramienta constitutiva del conocimiento se integra con el
giro copernicano de Kant, donde la experiencia no es un proceso pasivo de recepción de datos, sino
una construcción activa por parte de la mente. En este sentido, el lenguaje no solo refleja el mundo,
sino que lo constituye dentro de los límites de la capacidad de entendimiento, conectando así la
experiencia sensible con los principios universales que permiten la comunicación y la comprensión
intersubjetiva.
Este enfoque reitera cómo el lenguaje y el significado son, para Kant, piezas clave en el proceso de
comprender no solo el mundo, sino también las estructuras que posibilitan dicha comprensión.
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La obra de David Hume representa un hito fundamental en la historia de la filosofía moderna, en
este contexto, representó una influencia decisiva para Kant, particularmente debido a su
escepticismo empírico (Calvente, 2022). Este enfoque marca un punto de inflexión en la
comprensión del conocimiento y su relación con la experiencia. Hume sostenía que todo
conocimiento humano tiene su origen en las impresiones sensibles y que conceptos como la
causalidad no pueden ser extraídos directamente de la experiencia, sino que son el resultado de
hábitos mentales formados a partir de ella (Martínez Zepeda, 2019). En sus escritos, Hume enfatiza
la necesidad de reevaluar el proceso intelectual desde una perspectiva empírica, siguiendo una
línea de pensamiento inspirada por su contemporáneo Francis Hutcheson, quien había realizado
importantes contribuciones en el ámbito de la moral y la estética. La investigación de Hume del
conocimiento tiene como objetivo desarrollar una teoría coherente con los avances científicos de
su tiempo, planteando que la principal finalidad de su obra es examinar las causas que subyacen a
la percepciones e ideas.
La influencia de Hume en Kant es innegable, ya que el filósofo alemán toma en consideración la
relación entre las impresiones sensoriales y el conocimiento, integrando elementos del empirismo
planteado por Hume en su propia reflexión sobre el lenguaje, el significado y la comprensión. Al
desarrollar su filosofía crítica, Kant (1781/2006) se enfrenta a las preguntas planteadas por Hume,
reformulando la noción de conocimiento al argumentar que, aunque las impresiones son la base del
conocimiento, la mente desempeña un papel activo en la organización y estructuración de esas
impresiones a través de categorías trascendentales. De este modo, Kant establece un marco donde
la experiencia sensible y la actividad cognitiva se entrelazan, enriqueciendo la comprensión del
lenguaje y su función en la constitución del significado. El escepticismo radical de Hume va a
despertar a Kant de su sueño dogmático, llevándolo a formular su giro copernicano: el sujeto no es
simplemente un receptor pasivo de las impresiones sensibles, sino que organiza activamente el
conocimiento mediante las categorías a priori del entendimiento. En este sentido, Hume no solo
desafió las nociones previas sobre la causalidad y la relación entre sujeto y objeto, sino que también
proporcionó a Kant la plataforma necesaria para establecer su propia teoría del conocimiento, que
reconoce la mediación activa del sujeto en la adquisición de la experiencia.
Kant, a diferencia de Hume, reconoce que hay una realidad empírica que actúa como causa
directa y exterior de nuestras percepciones sensibles, a pesar de que no podamos conocer la
realidad tal como es en sí, sino tal como se aparece a nuestras facultades cognoscitivas. Como
Kant lo señala en la cita, nuestras facultades construyen representaciones de esas cosas que
están fuera de nosotros. Por lo tanto, lo que conocemos no son las cosas mismas (realidad
trascendental) sino representaciones mentales de los fenómenos (realidad empírica). Estas
están, por ello, circunscriptas a lo que se nos manifiesta en la experiencia que es posible según
las condiciones a priori que tiene el sujeto trascendental. (Calvente, 2022: 237)
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René Descartes también desempeñó un papel fundamental en la formación del pensamiento
kantiano (Placencia, 2017), especialmente en su énfasis en la certeza de la existencia propia según
la fórmula pienso, luego existo y el método de la duda. Sin embargo, Kant se distanció de la idea
cartesiana de que el conocimiento podría obtenerse exclusivamente a través de ideas innatas, sin
referencia a la experiencia. En su lugar, propuso una síntesis entre el empirismo de Hume y el
racionalismo de Descartes, sosteniendo que el conocimiento solo es posible a través de la
interacción entre la experiencia empírica y las formas a priori del entendimiento (Peláez Cedrés,
2007). Esta perspectiva resalta no solo el papel de la mente en la creación del conocimiento y del
significado, sino que también ofrece un nuevo marco para explorar la relación entre lenguaje y
experiencia.
La genealogía filosófica que subyace al pensamiento kantiano no solo ilumina sus antecedentes,
sino que también revela la manera en que su reconfiguración de las categorías trascendentales
ofrece un marco innovador para abordar la interrelación entre lenguaje, significado y comprensión,
un tema de crucial relevancia en la filosofía contemporánea. Este análisis pone de manifiesto que,
si la mente estructura la experiencia, el lenguaje debería reflejar estas estructuras. De esta forma,
el lenguaje trasciende su rol como mera descripción de la realidad externa; se convierte en una
representación organizada que articula cómo la mente humana procesa el mundo.
Kant, al desarrollar esta relación, proporciona una base para entender el lenguaje como una
construcción activa, profundamente arraigada en las condiciones trascendentales que configuran
la experiencia. En este sentido, el lenguaje no solo actúa como un vehículo de comunicación, sino
que también se convierte en un medio a través del cual se revela la estructura misma del
pensamiento. Este enfoque plantea implicaciones importantes para el estudio del lenguaje en la
filosofía, sugiriendo que el significado no se limita a la referencia a objetos externos, sino que se
relaciona esencialmente con las estructuras mentales que configuran la percepción del mundo.
Por tanto, el estudio del lenguaje emerge como un campo de investigación fundamental para
desentrañar la naturaleza del conocimiento y la manera en que se articula la comprensión humana.
A través de esta reconstrucción del pensamiento kantiano, surge una oportunidad para la
interacción entre el pensamiento filosófico actual y los estudios del lenguaje. Este diálogo facilita
un análisis detallado de cómo se relacionan el lenguaje, el significado y la comprensión en la
experiencia humana, destacando la relevancia de la lingüística en la configuración del
entendimiento filosófico.
El significado como síntesis trascendental
En su obra fundamental Crítica de la razón pura (1781/2006), Kant introduce el concepto de la
síntesis trascendental, que constituye un proceso esencial mediante el cual la mente organiza la
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multiplicidad de percepciones en una unidad coherente. Esta noción es esencial para comprender
la naturaleza del conocimiento, ya que desafía la concepción tradicional del lenguaje como una
simple correspondencia entre signos y objetos. En lugar de ser meras etiquetas que representan
realidades externas, las palabras adquieren significado a través de una síntesis activa en la cual el
sujeto que conoce desempeña un rol fundamental.
Kant sostiene que esta actividad sintética es lo que permite a los individuos formar enunciados
coherentes a partir de elementos separados, configurando así una experiencia comprensible del
mundo. La síntesis trascendental, por ende, no solo organiza las percepciones sensoriales, sino que
también da forma al significado de las palabras, transformando el lenguaje en una herramienta
clave para construir el conocimiento. Este enfoque implica que el significado no es un atributo
inherente a los signos, sino el resultado de una relación activa entre las categorías mentales y las
experiencias percibidas.
Así, la obra de Kant, invita a reconsiderar el lenguaje como un fenómeno activo y constructivo,
donde la mente no es un mero receptáculo de información, sino un agente que participa en la
creación de significado (Álvarez Ramírez, 2015). Esta perspectiva kantiana ofrece un marco teórico
que no solo ilumina la estructura del lenguaje, sino que también enriquece el debate
contemporáneo sobre la relación entre significado, interpretación y la experiencia humana,
abriendo nuevas vías para la investigación en filosofía del lenguaje y epistemología.
En la semántica moderna, filósofos como Donald Davidson retoman la noción kantiana de que el
significado no es algo fijo o inherente a las palabras, sino que surge de la interacción activa entre
los usuarios del lenguaje (Curcó Cobos, 2006). Este enfoque permite explorar la relación entre
lenguaje, significado y comprensión, proponiendo que el significado se construye a partir de una
dinámica social y contextual. Davidson elabora una teoría constructiva del significado, articulada
en teoremas de la forma s es verdadera si y solo si p, donde s representa una descripción de la oración
en el lenguaje objeto cuyo significado se desea establecer, y p corresponde a una afirmación del
metalenguaje que proporciona las condiciones de verdad para s (Rojas Parada, 2008). Este
planteamiento se alinea con la tradición wittgensteiniana, que subraya la importancia de la práctica
lingüística en la determinación del significado, destacando que el uso del lenguaje en contextos
específicos moldea la comprensión del mundo.
Kant, en su obra Crítica de la razón pura (1781/2006), describe el espacio y el tiempo como las
condiciones trascendentales a priori de toda experiencia sensible. Esto implica que no son
propiedades del mundo exterior, sino modos en los que la mente organiza la percepción. Esta idea
tiene profundas implicaciones para el lenguaje, ya que muchas de las expresiones lingüísticas están
estructuradas en torno a estas dimensiones fundamentales. Filósofos posteriores, como Ernst
Cassirer, desarrollaron esta noción al proponer que el lenguaje y los símbolos son las formas en que
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la humanidad organiza la experiencia del mundo. Para Cassirer, quien se inspiró en el idealismo
trascendental de Kant, el lenguaje no solo refleja el mundo externo, sino que lo construye mediante
la mediación de formas simbólicas. Así, expresiones lingüísticas como en el futuro o por encima de
no solo describen posiciones o momentos; son proyecciones de cómo la mente organiza las
experiencias según estas formas a priori.
Además, esta concepción de la mente se inscribe en una visión de la racionalidad que, en principio,
no contradice las tesis causales de corte humeano, comprometidas con una fuerte concepción
materialista de la causalidad. Davidson, a pesar de su crítica a la noción de categorías universales,
se apoya en la idea kantiana de que el significado lingüístico es dinámico y depende de la capacidad
de los individuos para generar coherencia en sus experiencias lingüísticas (Crespo Ortiz, 2000).
Esta perspectiva también invita a reflexionar sobre el papel de la comunidad en la construcción del
significado, sugiriendo que el contexto social y cultural en el que se produce el lenguaje es crucial
para su interpretación. Así, la conexión entre lenguaje y pensamiento se hace evidente en la
manera en que las experiencias compartidas influyen en la capacidad humana para comunicar y
comprender significados.
Por lo tanto, el presente estudio ha buscado profundizar en esta interrelación entre lenguaje,
significado y comprensión, mostrando cómo la construcción del significado no solo se fundamenta
en estructuras fijas, sino que emerge de la interacción social y cognitiva en la que se inscriben los
sujetos. Este análisis pretende no solo contribuir a una comprensión más rica del significado
lingüístico, sino que también busca abrir un camino para futuras investigaciones sobre cómo estas
dinámicas pueden informar la comprensión del lenguaje en contextos contemporáneos. Al
explorar estas relaciones, se plantea la necesidad de reconsiderar las teorías semánticas actuales y
su aplicabilidad en el ámbito de la comunicación, la educación y otras áreas del conocimiento
donde el lenguaje juega un papel central en la construcción de la realidad.
Conclusión: Kant y la construcción del significado lingüístico
A lo largo de este estudio, se han explorado las ideas kantianas sobre la relación entre el lenguaje,
el significado y la comprensión, destacando la importancia del sujeto como un agente activo en la
construcción de la experiencia. Kant, al reformular las bases establecidas por filósofos como Platón
y Aristóteles, establece que el lenguaje no es meramente un reflejo del mundo externo; es, en
cambio, una manifestación de las estructuras cognitivas que organizan la percepción del entorno.
La noción de la síntesis trascendental es central en el argumento kantiano, indicando que el
significado lingüístico no es algo fijo, sino que emerge de la interacción activa de la mente que opera
bajo las formas a priori del espacio y el tiempo. Esta perspectiva invita a reconsiderar el lenguaje
no solo como un sistema de signos, sino como una herramienta fundamental para comprender la
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experiencia humana. A través de este enfoque, se revela que el lenguaje es un medio que estructura
y organiza las percepciones, otorgando sentido a la realidad experimentada. Además, el análisis
kantiano sugiere que el proceso de significación está intrínsecamente ligado a la capacidad humana
de sintetizar experiencias dispares, lo que subraya la importancia de la actividad cognitiva en la
construcción del significado. Este entendimiento abre un espacio para la exploración de cómo las
estructuras mentales configuran no solo el lenguaje, sino también la relación con el mundo en su
totalidad.
Si bien Kant no ofrece una solución definitiva al problema del significado lingüístico, su filosofía
establece un marco fundamental para entender cómo el lenguaje, el pensamiento y la realidad
están interrelacionados. La síntesis kantiana, aunque originalmente centrada en el ámbito del
conocimiento, se convierte aquí en una herramienta que permite al sujeto hacer inteligible el
lenguaje a través de su experiencia, integrando lo subjetivo con lo intersubjetivo en la práctica del
lenguaje. Esta articulación de premisas permite abrir un camino para futuras investigaciones sobre
cómo las categorías de la mente influyen en la capacidad para generar y compartir significado, lo
que invita a un análisis más profundo de la semántica y la pragmática del lenguaje. En este sentido
la importancia de los conceptos en la obra kantiana se revela crucial, ya que no solo definen la
estructura de la experiencia, sino que también posibilitan la configuración del significado. Además,
este enfoque kantiano invita a reconsiderar el papel del sujeto en la creación del significado,
situando al agente cognitivo como un actor activo en la construcción de la realidad lingüística. En
consecuencia, se genera un diálogo fértil con corrientes filosóficas contemporáneas, que abordan la
intersubjetividad y la comunicación como factores críticos en la configuración del significado,
también se conecta con concepciones centrales de en la filosofía del lenguaje, como las propuestas
por Wittgenstein, que destacan la función pragmática del lenguaje en la acción y en la construcción
de significados compartidos dentro de contextos sociales. Kant sugiere que el lenguaje, lejos de ser
un mero reflejo pasivo de una realidad externa, está profundamente entrelazado con las estructuras
cognitivas y con la forma en que los sujetos organizan el mundo. Así, el legado de Kant no solo
enriquece la teoría del lenguaje, sino que también proporciona un sustento teórico para explorar
cómo la comprensión se articula en el contexto de las dinámicas sociales y culturales.
Las contribuciones de filósofos posteriores, como Cassirer, Wittgenstein y Habermas, enriquecen
este diálogo al ofrecer perspectivas adicionales que complementan y amplían las ideas kantianas
sobre el significado. Cassirer, por ejemplo, argumenta que el lenguaje y los símbolos son esenciales
para organizar la experiencia del mundo, mientras que Wittgenstein enfatiza la naturaleza
contextual y dinámica del significado en su obra. Por su parte, Habermas pone énfasis en la
comunicación intersubjetiva, lo que resalta el papel crucial que juega el diálogo en la construcción
del significado, estas visiones amplían la evidencia de que el significado no se construye
únicamente a través de estructuras cognitivas, sino también mediante prácticas lingüísticas
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compartidas y contextos culturales, complementando así la concepción kantiana de un sujeto
activo en la construcción del significado.
En este marco, la integración entre lo subjetivo y lo intersubjetivo se vuelve crucial. No se trata
simplemente de un proceso unidireccional en el que el sujeto impone sus categorías al mundo, sino
de un proceso dialéctico en el que las categorías mentales se aplican y se reformulan
constantemente en función del contexto y de la práctica compartida. Este enfoque resuena con el
modelo filosófico de Wittgenstein y la teoría de los actos de habla de Austin, en los cuales el
significado se construye no solo a partir de las intenciones del hablante, sino también a través de
las convenciones sociales y los contextos comunicativos en los que se enmarca el lenguaje. Así, el
significado no se limita a un fenómeno aislado, sino que se encuentra profundamente entrelazado
con las dinámicas sociales y culturales, que juegan un papel fundamental en la creación de sentido.
Se puede considerar que las categorías kantianas funcionan como un marco descriptivo necesario
para la interpretación de la realidad, que permite el surgimiento de significados lingüísticos
específicos y estructurados. El significado de estos conceptos no es algo abstracto ni puramente
interno, sino que se valida en la práctica y el uso contextual del lenguaje en la vida cotidiana. Este
enfoque permite que el significado emerja no solo de las estructuras cognitivas, sino de su
aplicación en situaciones concretas de interacción entre los sujetos, lo que refuerza la importancia
de lo intersubjetivo en la construcción del sentido. Es en el uso del lenguaje, en la práctica
lingüística, donde las categorías kantianas cobran vida y adquieren su relevancia, funcionando
como herramientas dinámicas que el sujeto utiliza para organizar y compartir su experiencia.
En última instancia, las ideas de Kant proporcionan herramientas conceptuales valiosas para
analizar la compleja relación entre el lenguaje y la comprensión en el contexto de la filosofía
contemporánea. Al comprender el lenguaje no como un simple reflejo de la realidad, sino como un
medio que organiza y constituye la experiencia humana, Kant proporciona las herramientas
necesarias para abordar cuestiones fundamentales sobre la naturaleza del significado, la
interpretación y el papel del sujeto en la comunicación. Esta perspectiva abre nuevas vías para
reflexionar sobre cómo los seres humanos construyen el sentido en su interacción con el mundo y
con otros, invitando a futuras investigaciones que exploren cómo las estructuras mentales del sujeto
no solo configuran el lenguaje, sino que también dan forma a la realidad compartida.
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