Protrepsis, Año 14, Número 27 (noviembre 2024 - abril 2025). www.protrepsis.cucsh.udg.mx
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su general interés humano” (Freud, 1927/2013b: 2962). El ser humano siente un profundo resen-
timiento al tener que ingresar en la sociedad, puesto que esto le impide poder cumplir sus deseos
sin ninguna limitación. No obstante, le es imposible vivir en aislamiento. En ambos casos se pre-
senta un antagonismo del desarrollo del individuo con el proyecto de Estado. A pesar de esto, exis-
ten algunas diferencias clave a la hora de ver la conformación de la civilización.
En primer lugar, para Kant, en la sociedad “[el humano] se siente más como hombre, es decir, que
siente el desarrollo de sus disposiciones naturales” (Kant, 1784/1978a: 46). Se trata de un proceso
tortuoso, pero en el que al fin y al cabo el hombre logra desarrollarse plenamente, y por medio de
la educación de la razón y el acallamiento de las pasiones, se sentirá finalmente libre. Por su parte,
Freud también le apuesta en cierto punto a la educación como forma de soportar esta renuncia,
pero siempre se cargará la herida de la imposibilidad de satisfacción. El hombre, al ser un ser más
pulsional que racional, siempre llevará el resentimiento de no poder cumplir con sus deseos. Efec-
tivamente los individuos neuróticos son aquellos que menos pueden tolerar esto, y por medio de la
educación se encontrarán nuevas maneras de descarga que permitirán la satisfacción de los impul-
sos, por lo tanto, mayor felicidad. Pero nunca se tratará de un proceso de liberación, sino todo lo
contrario, de aprender a vivir con las cadenas (e incluso, si se quiere, disfrutarlas al resignarse a
ellas). En este sentido vuelve a aparecer el énfasis que, para Freud, tiene el Estado como entidad
de coacción que promoverá la estabilidad de la sociedad, pues de lo contrario el hombre no podrá
garantizarla por su propia autonomía.
En segundo lugar, para Kant el Estado permite la liberación del individuo de su aspecto animal, y
deriva en el triunfo de la razón sobre las otras disposiciones. Estas otras disposiciones son plantea-
das como vicios, y es algo de lo que el hombre se puede deshacer gracias a la sociedad. Entonces,
para Kant no se trata de llegar a un jardín de rosas sino del perfeccionamiento del hombre. Por su
lado, el psicoanálisis no cree que la sociedad nos despoja solo de aquellas pasiones bajas o despre-
ciables, empezando por que de entrada no hace una valoración moral de las pasiones. Pero, más
allá de esto último, la misma pulsión que causa el sufrimiento al entrar en la sociedad es una de las
que puede ayudar a la construcción de esta misma; la pulsión erótica.
En el IV apartado de El malestar en la cultura (1932) Freud muestra cómo Eros y Ananké, es decir
amor y necesidad, son los padres de la cultura. Sin embargo, el amor sexual se convierte en el primer
antagonista de la cultura, pues “cuanto más íntimos sean los vínculos entre los miembros de la fa-
milia, tanto mayor será muchas veces su inclinación para aislarse” (Freud, 1932/2013a: 3042). Es
así como la cultura busca suprimir el amor sexual, pero para lograrlo intenta transformarlo en un
amor sublimado, es decir, de fines inhibidos. Así, el individuo ya no busca una completa descarga
de la pulsión, lo que en términos kantianos sería paralelo a dominar dicha pasión, pero tampoco