Protrepsis, Año 13, Número 26 (mayo - octubre 2024). www.protrepsis.cucsh.udg.mx
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que esta puede ser mejorada mediante la tecnología. Dichos planteamientos representan explora-
ciones que difuminan las fronteras entre la condición humana y la posibilidad de trascender las
limitaciones biológicas a través de la optimización tecnológica, para alcanzar nuevas capacidades
hasta el grado de neutralizar el dolor, el malestar, e incluso algunos más arriesgados, la propia
muerte (Ferry, 2017).
Pretensiones de la tecnología contemporánea que recuerdan vívidamente, siguiendo la descripción
que hace Arendt (1951/1998), a los experimentos médicos llevados a cabo en los campos de con-
centración, “cuyos horrores se han detallado en los juicios contra los médicos del Tercer Reich”
(Arendt, 1951/1998:351). Experimentos que tenían una importancia primordial en la lógica del
totalitarismo, en el orden de la dominación total. Esto se debe a que el régimen totalitario, por su
propia naturaleza, aspira a organizar y gestionar la infinita pluralidad y alteridad de los seres hu-
manos como si el grueso de la humanidad fuera un único individuo (Marcuse, 1964/2006). Redu-
ciendo la identidad, la volición, el pensamiento, la acción, la reacción, la autonomía, el sistema ner-
vioso a un circuito de identidad unificado; como si se tratara de un individuo unidimensional. Ope-
raciones que asemejan a una taxonomía que mide haces de acción y reacción, como si de una ar-
quitectura que proyecta un juego de luces y sombras de una estructura virtual se tratara, cuya fina-
lidad estriba en devenir dispositivo de dominación total. Se trata de un mecanismo en el que se
disecciona al individuo hasta sus elementos más ínfimos para intentar establecer un ejercicio sobe-
rano de control. Sin embargo, la propia Arendt sostiene que estos experimentos pretendían crear
lo nuevo, una especie humana cuya libertad consiste en “preservar la especie” (Arendt,
1951/1998:464). El artefacto biológico resultante representa la encarnación de la alienación, la
medición, el control, la programación, no sólo mediante la intervención de la biomedicina, sino
también mediante el adoctrinamiento ideológico, amparado principalmente a través de los cuerpos
de élite y, a su vez, mediante el ejercicio del terror absoluto en los campos, como si pregonara la
concepción de que todo es posible, gracias al progreso tecnológico, condición que representa uno
de los signos más elocuentes de la denominada era del tecnoceno.
Tales cualidades del régimen totalitario delimitan la alteridad, pero también alude a una serie de
imperativos; lo despreciable, abyecto, es lo que debe permanecer oculto. Los enfermos mentales,
cardíacos o pulmonares, en el caso del régimen nazi, y los que se apartan de la ortodoxia, del pen-
samiento recto y de la opinión sana, en el caso soviético. O incluso el pobre, migrante, socialista en
el caso capitalista. Arendt (1951/1998) menciona que, en los regímenes autoritarios, la línea que
separa la culpabilidad de la inocencia se difumina hasta la arbitrariedad, pero también la libertad
se disuelve, lo que conlleva a la génesis del fenómeno de la banalidad del mal. Hay que vivir en un
mundo ficticio que se convierte en real, operar y vivir según sus reglas. De ahí que una de las ca-
racterísticas del régimen totalitario sea, paradójicamente, la fe en su “condición humanista”
(Arendt, 1951/1998:422), es decir, la fe en la omnipotencia humana y la convicción de que todo
puede realizarse, gestionarse, administrarse, funcionar e inventarse mediante la organización de los