Protrepsis, Año 13, Número 25 (noviembre 2023 - abril 2024). www.protrepsis.cucsh.udg.mx
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ISSN: 2007-9273
Protrepsis, Año 13, Número 25 (noviembre 2023 - abril 2024) 43 - 56
Recibido: 05/09/2023
Revisado: 18/11/2023
Aceptado: 28/11/2023
Nietzsche y la crítica a la epistemología positivista
Ramón Bárcenas 1
1Universidad de Guanajuato
Guanajuato, México
E-mail: rbarcenas7@yahoo.com.mx
https://orcid.org/0000-0003-3433-9849
Resumen: El texto aborda la crítica de Nietzsche a la epistemología positivista. Esta crítica se pre-
senta y desarrolla en el planteamiento filosófico del perspectivismo. Este planteamiento defiende
el carácter perspectivista del modo en que nos relacionamos con el mundo, de manera que es facti-
ble una diversidad de formas de configurar las cosas, de interpretar el mundo. El perspectivismo
somete a revisión la epistemología positivista, la cual considera que el sujeto puede conocer el
mundo sobre la base de los hechos observados. Por un lado, cuestiona la existencia de los hechos
que constituyen la base objetiva del conocimiento positivo, señalando que no hay hechos sino solo
interpretaciones. Por otro, problematiza la supuesta consistencia ontológica del sujeto, mostrando
que éste no es un agente sustancial sino una hipótesis reguladora de la complejidad interior. La
revisión crítica del positivismo apunta a la necesidad de reconsiderar el modo en que se plantea la
epistemología moderna, particularmente formulada en términos de la relación entre sujeto y ob-
jeto.
Palabras clave: Epistemología, hechos, interpretación, sujeto, verdad.
Abstract: The text addresses Nietzsche’s criticism of positivist epistemology. This criticism is pre-
sented and developed in the philosophical approach of perspectivism. This approach defends the
perspectivist nature of the way we relate to the world, so that a diversity of ways of configuring
things, of interpreting the world, is feasible. Perspectivism revises positivist epistemology, which
considers that the subject knows the world based on observed facts. On the one hand, it questions
the existence of the facts that constitute the objective basis of positive knowledge, pointing out that
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there are no facts but only interpretations. On the other hand, it problematizes the supposed onto-
logical consistency of the subject, showing that the subject is not a substantial agent but rather a
regulatory hypothesis of inner complexity. The critical review of positivism points to the need to
reconsider the way in which modern epistemology is presented, particularly formulated in terms
of the relationship between subject and object.
Keywords: Epistemology, facts, interpretation, subject, truth.
Introducción
El perspectivismo es un neologismo acuñado por Nietzsche para referirse a un planteamiento filo-
sófico formulado en sus obras de madurez. Este planteamiento subraya el carácter perspectivista
de nuestra relación con el mundo. Para el perspectivismo existe una diversidad de modos de confi-
gurar las cosas, distintos modos de relacionarnos con ellas, de manera que admite múltiples inter-
pretaciones del mundo. El mundo no comporta un sentido en sí, un sentido único, sino que es sus-
ceptible de ser comprendido de maneras diferentes. Interpretar no es develar un sentido unitario
del mundo sino introducir un sentido en las cosas. El fragmento póstumo de 1886-1887, 6 [15]
1
propone: “¡No buscar el sentido en las cosas: sino introducirlo!” (Nietzsche, 1885-1889/2006:
182). Por este motivo, existe una pluralidad de interpretaciones, pues éstas dependen de la pers-
pectiva o el punto de vista desde la cual acontecen.
2
La tesis del perspectivismo es expuesta en
algunos parágrafos de su obra publicada, así como en fragmentos póstumos.
3
Particularmente im-
portante es el fragmento póstumo de 1886-1887, 7 [60], el cual expone las ideas centrales de este
planteamiento filosófico, y además lo presenta como una postura que somete a revisión ciertos prin-
cipios metafísicos aún latentes en el positivismo. Estos principios cuestionables son la convicción
en la existencia de hechos y la supuesta consistencia ontológica del sujeto del conocimiento. En
relación a la existencia de hechos, el fragmento referido sostiene lo siguiente: “Contra el positi-
vismo, que se queda en el fenómeno ‘sólo hay hechos’, yo diría, no, precisamente no hay hechos,
sólo interpretaciones” (Nietzsche, 1885-1889/2006: 222). Y en referencia al sujeto afirma: “[…] el
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La numeración de los fragmentos póstumos corresponde al año de su redacción, al número de cuaderno o folio de
hojas, y al fragmento en cuestión (el número entre corchetes). Esta clasificación es presentada en la edición en caste-
llano de los cuatro volúmenes de Los Fragmentos Póstumos de Nietzsche, dirigida por Diego Sánchez Meca.
2
Heidegger nos recuerda que la pretensión de un observar exento de perspectiva es un equívoco, pues incluso la in-
tención de investigar objetivamente (sin ideas preconcebidas) es un “[…] ver y tiene, en cuanto tal, su punto de vista”
(Heidegger, 1923/2008: 107).
3
Cf. Más allá del bien y del mal, § 108; Genealogía de la moral, III, 12; El crepúsculo de los ídolos, “Los ‘mejoradores’
de la humanidad”. Y los fragmentos póstumos: 1884, 26 [114]; 1886-1887, 7 [60]; 1887, 11 [113], y 1888, 14 [82].
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‘sujeto’ no es algo dado sino algo inventado y añadido, algo puesto por detrás” (Nietzsche, 1885-
1889/2006:222).
La filosofía positivista considera que el sujeto es capaz de conocer el mundo a partir del estudio de
los hechos observados. Los hechos son datos ciertos sobre la realidad empírica y son obtenidos me-
diante procesos metódicos y objetivos. Los hechos proporcionan información confiable sobre cómo
son las cosas del mundo, razón por la cual pueden fungir como base de las teorías científicas. El
perspectivismo se opone a esta convicción, argumentando que nuestra relación con el mundo ex-
terior no es directa ni neutral, sino que se encuentra mediada y condicionada por nuestras perspec-
tivas. Los hechos conllevan el descubrimiento del sentido unitario de las cosas, pero para el pers-
pectivismo hay una diversidad de modos de configurar las cosas; hay una multiplicidad de formas
de interpretarlas. Pero este señalamiento no implica caer en la tesis de que todo es subjetivo. Por
un lado, el sujeto mismo es puesto en revisión y no se concede la interpretación metafísica de con-
cebirlo como una entidad sustancial. Para el perspectivismo el sujeto no es una cosa dada, sino algo
inventado; es una ficción, una hipótesis añadida que tiene la función de regular la complejidad del
mundo interior. Por otro lado, las interpretaciones nuevas no se realizan arbitrariamente sino que
tienen como trasfondo y referente interpretaciones previas. Diego Sánchez Meca sostiene que “[…]
toda interpretación nueva supone la reelaboración de interpretaciones antiguas que han terminado
volviéndose incomprensibles, y que ahora ya no son, para el intérprete, más que signos (Zeichen)”
(Sánchez Meca, 2017: 14).
Hechos e interpretaciones
Auguste Comte es el autor de la filosofía positiva, con la cual caracteriza una manera especial de
filosofar, una forma que se diferencia del pensar teológico y metafísico. Esta diferenciación la traza
el pensador francés a partir de la ley de los tres estados. De acuerdo con esta ley, el desarrollo de
las diversas ramas del conocimiento y del espíritu humano pasan necesariamente por tres etapas o
estados, a saber: el teológico, el metafísico y el positivo. Cada uno de estos estados se caracteriza
por un modo específico de hacer filosofía. En el teológico domina el pensamiento ficticio; en el
metafísico, el abstracto; y, finalmente, en el positivo, el científico. Los estados teológico y metafísico
son etapas previas y necesarias para que el espíritu humano alcance su madurez, esto es, el estado
positivo. Mientras que en el estado teológico se investigan las causas primeras, suponiendo la exis-
tencia de agentes sobrenaturales, en el metafísico se indagan esas mismas causas pero sustituyendo
los seres sobrenaturales por entidades abstractas. El positivismo se distingue de los dos estados an-
teriores en su renuncia a descubrir las causas primeras; no se interesa por encontrar el principio de
todos los fenómenos; tampoco busca penetrar en la esencia del mundo ni alcanzar un conocimiento
absoluto de lo real. En lugar de esto, se enfoca en estudiar los fenómenos para “[…] descubrir -con
el uso bien combinado del razonamiento y la observación- sus leyes efectivas, es decir, sus relacio-
nes invariables de sucesión y de similitud” (Comte, 1830/2004: 22). El positivismo se limita al
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estudio de los fenómenos para encontrar las leyes que los regulan. Esta renuncia a perseguir el co-
nocimiento último de las cosas, esto es, el saber metafísico, exhibe el carácter propio del pensa-
miento científico.
La filosofía positiva delimita la investigación científica al estudio de los hechos, a las cuestiones de
hecho definidas por David Hume, para así identificar las leyes que los rigen (Hume, 1748/1988:
47-49). Las leyes descubiertas se corresponden con los hechos estudiados; no son el resultado de
ficciones o reflexiones abstractas. En el estado positivo las teorías cuentan con una base empírica;
tienen un respaldo concreto en la realidad. Comte señala que desde la época de Bacon el conoci-
miento efectivo es aquel que se deriva de los “hechos observados” (Comte, 1830/2004: 25). Los
hechos muestran la realidad como efectivamente es; ellos exhiben fragmentos auténticos del
mundo. Los hechos no son el resultado de especulaciones, sino que surgen a partir de la observación
rigurosa y sistemática de la realidad. Están determinados por la presencia y acción de lo existente
en la realidad, de manera que representan el modo objetivo y confiable de acceder al mundo. El
positivismo representa un notable esfuerzo por dejar atrás las pretensiones metafísicas de alcanzar
verdades absolutas y reconoce las limitaciones de la inteligencia y del conocimiento humano. Este
reconocimiento es un acto de madurez propio del estado positivo al que se ha llegado, motivo por
el cual se concibe como el grado de mayor desarrollo del espíritu humano. Comte afirma que in-
cluso en el plano individual se puede constatar que el crecimiento de la inteligencia hacia su ma-
durez también transita por estas tres etapas. En la infancia domina el pensamiento ficticio (teoló-
gico); en la juventud, el abstracto (metafísico); y en la madurez, el científico (positivo). La última
fase representa la plena realización de la inteligencia humana; el cumplimiento o la meta de su
desenvolvimiento (Comte, 1830/2004: 21).
A pesar del esfuerzo de la filosofía positiva por librarse de presupuestos metafísicos, buscando ceñir
la construcción de teorías a los hechos observados, aún persisten principios cuestionables en su
planteamiento. Esto es lo que el perspectivismo de Nietzsche busca exhibir y corregir. La convic-
ción en la existencia de los hechos es, paradójicamente, uno de ellos. Los hechos son datos seguros,
información auténtica sobre lo que existe y sucede en el mundo. Los hechos se obtienen a través de
un estudio objetivo y metódico de la realidad: observaciones cuidadosas, comparaciones y experi-
mentos. La confiabilidad de esta información está probada por el modo riguroso en que es obtenida.
La tesis del perspectivismo se opone a la existencia de datos seguros sobre el mundo; se opone a la
idea de que tenemos acceso objetivo a la realidad. El trato con el mundo no es directo ni neutral,
sino mediado y condicionado. El modo de relacionarnos con la realidad está mediado por una serie
de conversiones y apropiaciones que no dan como resultado hechos sino interpretaciones. El posi-
tivismo pasa por alto que la manera en que percibimos y comprendemos la realidad es de carácter
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perspectivista. Steven D. Hales subraya que para Nietzsche: “Nada es verdadero fuera o indepen-
dientemente de las perspectivas” (Hales, 2000: 25; traducción del autor).
4
De aquí la bien conocida
sentencia del fragmento póstumo de 1886-1887, 7 [60]: “[…] no hay hechos, sólo interpretaciones”
(Nietzsche, 1885-1889/2006: 222). No hay hechos porque nuestra relación con las cosas siempre
está mediada por el modo en que las percibimos y organizamos, de manera que la posibilidad de
aprehenderlas objetivamente no es factible. Y solo hay interpretaciones porque la investigación del
mundo tiene lugar sobre la base de una serie de apropiaciones y traducciones por parte del intér-
prete. El fragmento póstumo recién referido lo plantea de la siguiente forma: “No podemos cons-
tatar ningún factum ‘en sí’: quizá sea un absurdo querer algo así.” (Nietzsche, 1885-1889/2006:
222). El perspectivismo muestra el carácter mediado y condicionado de la experiencia humana y,
por ende, del conocimiento. El perspectivismo se opone a la existencia de hechos o cosas en sí por-
que éstos tendrían el carácter de lo incondicionado. Pero lo incondicionado no es algo susceptible
de ser conocido, pues conocer es entrar en relación con ello. El fragmento póstumo de 1885-1886,
2 [154] lo formula de la siguiente manera: “Algo incondicionado no puede ser conocido: ¡de lo
contrario precisamente no sería incondicionado! Pero conocer es siempre ‘ponerse-en-relación-con-
dicional-con algo’” (Nietzsche, 1885-1889/2006: 123).
En este punto cabe subrayar que, si bien el perspectivismo se opone a la existencia de los hechos,
no es una postura que rechace el positivismo en su conjunto, no es un planteamiento antipositivista.
Por el contrario, reconoce los méritos del positivismo con respecto a la filosofía tradicional y la crí-
tica ejercida contra él es para liberarlo de supuestos metafísicos aún presentes. Pietro Gori señala
que el perspectivismo es más bien un planteamiento post-positivista, afín a otra postura filosófica
del período que también busca librar al positivismo de presupuestos metafísicos. Dicha postura es
el fenomenalismo, un planteamiento que “[…] se presenta como el desarrollo del positivismo en un
sentido anti-metafísico” (Gori, 2017: 79). El fenomenalismo se propone formular un programa
epistemológico que evite pretensiones metafísicas mediante la exigencia de ceñirse rigurosamente
al ámbito de los fenómenos. No son los hechos sino los fenómenos el criterio para evitar caer en
seducciones metafísicas. La esfera de los fenómenos es el referente a considerar porque permite
determinar qué es cognoscible y qué es metafísica al rebasar ese límite. Para el fenomenalismo no
puede haber hechos universales, certezas indubitables o verdades absolutas, pues todo esto rebasa
la dimensión fenoménica. El fenomenalismo es post-positivista porque busca llevar a su plena rea-
lización al positivismo, liberándolo de los principios metafísicos aún latentes. Lo mismo cabe afir-
mar del perspectivismo de Nietzsche; no rechaza en su totalidad al positivismo, sino que busca
liberarlo de supuestos cuestionables.
4
En inglés en el original: “Nothing is true outside or independent of perspectives”.
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Interpretación, verdad y lenguaje
Desde sus ensayos tempranos Nietzsche pone en cuestión la supuesta objetividad con que se pro-
cede en la investigación de la realidad empírica. Los textos del período temprano aún no presentan
la tesis del perspectivismo en cuanto tal; ésta es articulada en la obra de madurez. Pero el análisis
que algunos de estos textos realizan en torno al concepto de verdad permite comprender con clari-
dad en qué sentido nuestra relación con el mundo es condicionada y mediada. La manera en que
nos relacionamos con el mundo exterior no es objetiva y neutral como asume el positivismo. Sobre
esta cuestión es particularmente importante el ensayo, de su obra temprana, Sobre verdad y mentira
en sentido extramoral (1873). En este texto el autor problematiza la concepción correspondentista
de la verdad. De acuerdo con esta concepción, una teoría es verdadera cuando refleja adecuada-
mente lo que existe y acontece en el mundo, cuando el lenguaje es expresión correcta de las cosas
(Nietzsche, 1873/2011: 611). Los procesos metódicos y objetivos empleados en la investigación
del mundo empírico posibilitarían el acceso a la verdad. El ensayo Sobre verdad y mentira se aleja
de esta concepción tradicional y formula una imagen de la verdad muy distinta. Propone que ésta
no es el resultado de procedimientos metódicos sino más bien interpretativos. La verdad es el re-
sultado de una serie de transposiciones realizadas tanto por el aparato sensoperceptual como por el
entendimiento, de manera que una teoría verdadera no es necesariamente el reflejo adecuado de
lo que existe y sucede en el mundo.
El ensayo Sobre verdad y mentira analiza los estímulos sensibles con el propósito de mostrar que la
relación con el mundo no es inmediata, sino más bien mediada y condicionada. Las impresiones
sensoriales pasan por un proceso de interpretación para poder ser aprehendidas. Las percepciones
son estímulos nerviosos que para ser llevados al nivel de la conciencia precisan de una conversión.
La excitación nerviosa es transformada en una instancia que tenga sentido para el entendimiento,
a saber, en una imagen mental. Aquí tiene lugar la primera metáfora, en la que un estímulo sensi-
tivo es traducido en una representación mental. Las impresiones sensibles no plasman su contenido
de manera directa y llana en la mente, cual si ésta fuera un papel en blanco como creía Locke
(1690/2005: 83). El aparato sensoperceptual y la mente no se limitan a recibir pasivamente el con-
tenido de los estímulos provenientes del exterior. Los sentidos y el entendimiento intervienen lo
recibido y lo reconfiguran. En este proceso se pasa de un ámbito a otro distinto, de un estímulo
nervioso a una imagen mental. Y este procedimiento no es gico, sino estético y hermenéutico,
pues conlleva una recreación.
La imagen mental también se ve sujeta a una transposición para poder ser comunicada. La repre-
sentación mental es transfigurada en una composición sonora al ser expresada en palabras. En este
proceso de conversión se pasa igualmente de un ámbito a otro distinto, de un contenido mental a
una articulación acústica. Aquí tiene lugar lo que Nietzsche denomina como la segunda metáfora,
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la cual también conlleva un proceso de recreación. El proceso metafórico que comienza con la con-
versión de un estímulo nervioso a una imagen mental, y la imagen en una expresión oral es lo que
posibilita la caracterización nietzscheana de la verdad como el resultado de traducciones y no de
procedimientos metódicos. ¿Qué es pues la verdad?, se pregunta Nietzsche. La verdad no puede
ser entendida como el reflejo fidedigno de las cosas existentes; no es la expresión adecuada del
mundo. El análisis realizado, a propósito de las conversiones operantes en las excitaciones nerviosas
y en la expresión oral de las mismas, revela que la formación de las palabras no sigue un proceso
lógico, sino uno metafórico. La verdad es entonces: “Un ejército de metáforas, metonimias, antro-
pomorfismos en movimiento, en una palabra, una suma de relaciones humanas que han sido real-
zadas, extrapoladas, adornadas poética y retóricamente y que, tras un prolongado uso, a un pueblo
le parecen fijas” (Nietzsche, 1873/2011: 613). La costumbre, el uso prolongado de estas metáforas
es lo que nos lleva a considerar que las verdades tienen un origen distinto, uno metódico y objetivo.
El hábito y también el olvido es lo que nos mueve a creer férreamente que la verdad es la concep-
ción adecuada de la realidad. Pero ella es más bien el resultado de una serie de transposiciones y
conversiones humanas.
Las palabras y el lenguaje no expresan apropiadamente el ser de las cosas, pues son el resultado de
un conjunto de transposiciones y metáforas. Nietzsche subraya que:
[…] la génesis del lenguaje no se da de una manera lógica, y todo el material en el que trabaja
y con el cual trabaja y después construye el ser humano de la verdad, el investigador, el filó-
sofo, si no procede de Jauja, tampoco procede en ningún caso de la esencia de las cosas.
(Nietzsche, 1873/2011: 612)
El lenguaje no revela entonces cómo es el mundo en cuanto tal, sino solo expresa las relaciones de
las cosas para con el hombre. Las palabras, ya se ha dicho, son la expresión sonora de los estímulos
sensoriales. Pero la percepción humana no tiene la capacidad de penetrar en el ser de las cosas, de
manera que podamos alcanzar un conocimiento objetivo de ellas. El ojo, por ejemplo, se limita a
deslizarse “[…] sobre la superficie de las cosas viendo ‘formas’, sus sentidos no conducen por nin-
guna parte a la verdad, sino que se contentan con recibir estímulos jugando, por así decirlo, a tan-
tear el dorso de las cosas” (Nietzsche, 1873/2011: 610). Si la percepción humana apenas roza la
superficie de las cosas, entonces no hay razón para pensar que nuestro lenguaje puede aprehender
el ser de las cosas. Las palabras no expresan la esencia de lo real sino que se limitan a exhibir el
entramado de las relaciones humanas con las cosas.
Las palabras devienen en conceptos cuando tienen la pretensión de valer no solo para una instancia
particular, sino para un número indefinido de casos que son parecidos hasta cierto punto. A través
de un proceso de abstracción se busca homogeneizar las diferencias de los casos particulares y se
les subsume bajo un término de alcances generales. El concepto tiene la intención de expresar las
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notas constitutivas de los casos a los que remite. Pero en este proceso de abstracción se pasan por
alto tantos aspectos distintivos de los particulares que el concepto se convierte en una clase de en-
tidad distinta y especial, en un tipo de modelo original. De esta manera, terminan existiendo en la
realidad, además de las instancias particulares, formas abstractas capaces de definirlas. El resultado
es que ningún caso concreto logra adecuarse plenamente a esta forma ideal. Ninguna de las hojas
existentes en la naturaleza, por ejemplo, llega a ser una reproducción apropiada y fidedigna del
modelo originario hoja. El concepto termina por ser valorado como lo verdaderamente real y las
instancias singulares como meras reproducciones de aquél. Las instancias particulares pierden así
densidad ontológica en virtud de su condición de copias.
Esta valoración metafísica del concepto da lugar a una separación de ámbitos de realidad; división
propuesta y propagada por la filosofía tradicional. Es la distinción entre un mundo ideal y pleno de
realidad y otro que sería apenas una pobre copia del modelo original; es la división entre un mundo
verdadero y un mundo de la apariencia. El interés del filósofo, el amante de la verdad, se centra
naturalmente en el mundo verdadero, la región de lo permanente y lo real. Lo transitorio y lo apa-
rente no pueden ser objeto del pensar filosófico debido a su inconsistencia. La sustancialización
del concepto es lo que posibilita esta división metafísica. ¿Pero qué sucedería con esta distinción si
el concepto no fuera el resultado de un procedimiento lógico sino de un proceso de traducción y
recreación? El concepto, al igual que la palabra, es “el residuo de una metáfora” (Nietzsche,
1873/2011: 614), subraya el autor de Zaratustra; es el efecto tardío de una serie de transposiciones.
El concepto no es la expresión directa de un estímulo nervioso como lo es la palabra, pero al ser
creado a partir de ésta es un producto tardío de procesos metafóricos. Nietzsche lo plantea de la
siguiente forma: “[…] la ilusión de la extrapolación artística de un estímulo nervioso en imágenes
es, si no la madre, en todo caso la abuela de todos y cada uno de los conceptos” (Nietzsche,
1873/2011: 614). Este señalamiento pone en entredicho la validez de la distinción misma entre
un mundo pleno de realidad y un mundo ilusorio.
En sus escritos de madurez Nietzsche retoma su crítica a la división metafísica de mundo verdadero
y mundo aparente. En Crepúsculo de los ídolos presenta de manera resumida el modo en que el
mundo verdadero deviene una fábula; expone una historia sintética de cómo la valoración metafí-
sica de lo real deja de ser relevante, de manera que la distinción misma pierde sentido. La historia
comienza con Platón, para quien la realidad verdadera es el mundo de las Ideas, el cual es asequible
solo al sabio y al virtuoso. Posteriormente, el mundo verdadero deviene en un más allá, un tras-
mundo inasequible pero prometido al piadoso (el cristianismo), y luego en una cosa en sí que es
igualmente inaccesible por ser incognoscible e indemostrable (Kant). Más adelante, con el positi-
vismo, el mundo verdadero ya no es inalcanzable sino inalcanzado; se vuelve desconocido y por lo
mismo deja de ser interesante, es indiferente. Recordemos aquí que la filosofía positiva no busca
descubrir las causas primeras de lo real, no tiene interés en el mundo verdadero del metafísico. Más
aún, el positivismo busca diferenciarse de la metafísica. Por este motivo, Nietzsche lo caracteriza
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como el primer bostezo de la razón, pues con él se da un paso importante en el abandono de la
filosofía tradicional. El siguiente momento es el rechazo de la idea misma de mundo verdadero por
ser una concepción errónea, fútil. El rechazo de esta idea no implica que se conserve la del mundo
aparente, pues cuando se abandona la idea de mundo verdadero, la idea del mundo aparente pierde
sentido. La distinción metafísica entre ambos mundos se revela como un error o una ilusión que
precisa ser descartado. Nietzsche cierra su relato indicando que a partir de entonces inicia el
tiempo de Zaratustra: INCIPIT ZARATUSTRA (Nietzsche 1888/2018a: 634-635).
La dimensión subjetiva
El señalamiento de que no hay hechos, sino solo interpretaciones, puede conducir a la idea de que
todo se reduce a una cuestión subjetiva. Si no existen los hechos que proporcionen una base obje-
tiva de lo real, entonces toda valoración se realiza desde la óptica del sujeto. Pero el señalamiento
de que todo es subjetivo no es una tesis libre de supuestos cuestionables. Este planteamiento pre-
supone un conocimiento del sujeto para poder indicar en qué sentido algo es subjetivo o no. Este
conocimiento precisa estar fundado en una investigación que arroje información segura y confiable
sobre la realidad interior. Estos datos seguros sobre el sujeto serían los hechos de la conciencia que
revelarían información precisa sobre la naturaleza del yo. La riqueza de la realidad interior se des-
pliega en una multiplicidad de operaciones: pensamientos, sentimientos, voliciones, emociones,
etc. La reflexión sobre esta actividad interior permite suponer la existencia de un agente subya-
cente a tales procesos. Se parte de la convicción de que hay un sujeto que es el centro unitario de
las múltiples operaciones de la vida interior. Pero esta creencia en la existencia de una entidad
subyacente a la actividad de la vida interior es también un presupuesto metafísico. El fragmento
póstumo de 1885-1886, 2 [83] subraya lo siguiente: El hombre se cree causa, agente — todo lo que
sucede se comporta predicativamente respecto de algún sujeto. En todo juicio se encuentra la
creencia total, plena, profunda, en el sujeto y el predicado […].” (Nietzsche, 1885-1889/2006:
101). La convicción de que existe un agente que otorga unidad y sentido a las operaciones de la
realidad interior se exhibe incluso en la gramática del lenguaje. La conjugación de los verbos al
igual que la construcción de los enunciados precisan de un sujeto de la acción y del padecer.
Descartes es uno de los filósofos modernos más importantes en cuanto a la investigación del espíritu
humano. Sus meditaciones en torno a la naturaleza de la realidad interior le permiten concluir que
el ser humano es fundamentalmente una cosa pensante. El punto de partida de su investigación
responde a la necesidad de encontrar una verdad sólida para sentar las bases del nuevo edificio del
saber. Para encontrarla decide someter toda creencia a una prueba radical: la duda metódica. Este
recurso le permite dudar de todo contenido del pensamiento; le permite poner en cuestión la exis-
tencia del objeto mismo. Así es como puede dudar de la existencia del mundo y del cuerpo. La
realidad de las cosas pensadas puede ser puesta en cuestión, pero no así la actividad misma del
pensar. Descartes puede poner en entredicho al objeto del pensamiento porque éste se presenta de
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manera mediata; el pensamiento en cambio se le da de forma evidente. La realidad efectiva de la
dimensión subjetiva no puede ser puesta en cuestión ni por la duda más radical. Cogito, ergo sum,
pienso luego soy, es la verdad inobjetable que Descartes tanto anhelaba. En las Meditaciones me-
tafísicas ofrece una explicitación adicional de la naturaleza del cogito:
¿Qué soy, pues? Una cosa que piensa. ¿Qué es una cosa que piensa? Es una cosa que duda,
entiende, concibe, afirma, niega, quiere, no quiere, y, también, imagina y siente. Ciertamente
no es poco, si todo eso pertenece a mi naturaleza. (Descartes, 1641/2007: 131)
Para obtener información segura sobre la dimensión del sujeto se precisa de un medio de acceso
eficiente, se requiere de una vía metodológica como la cartesiana. El perspectivismo sospecha de la
existencia de un método tal, de un modo de acceso directo y objetivo. No cree en las certezas in-
mediatas que posibilitarían un conocimiento pleno del ámbito subjetivo. La reflexión del pensa-
miento sobre sí, la autoobservación, no da como resultado certezas inmediatas porque el modo en
que es aprehendido es también mediato y condicionado. La comprensión de la actividad interior
no es directa, sino que pasa por una serie de transposiciones y modificaciones. Es la misma serie de
filtros por los que transitan las impresiones sensibles para ser identificadas en cuanto tal. La
aprehensión del mundo interior es posible en la medida en que es llevado al nivel de la conciencia.
Pero esta toma de conciencia conlleva una serie de modificaciones y conversiones del dato inicial.
La conciencia traduce a sus propios términos (o conceptos) aquello que recibe para poder apropiár-
selo. Y para lograr esto lleva a cabo un conjunto de transposiciones o conversiones. Nietzsche lo
plantea de la siguiente forma en el fragmento póstumo de 1884, 26 [114]: “¡No hay hechos inme-
diatos! Igualmente pasa con sentimientos y pensamientos: al hacerme consciente de ellos, hago un
extracto, una simplificación, un intento de configuración: esto es precisamente hacerse consciente:
un arreglar completamente ACTIVO” (Nietzsche, 1882-1885/2010: 560).
No solo los pensamientos pasan por este proceso de traducción, los sentimientos también. La iden-
tificación de un estímulo interno, como el dolor, precisa de un proceso de conversión, precisa que
dicho estímulo sea llevado al nivel de la conciencia. No se podría representar la sensación de dolor,
y menos aún expresarla si no se hace consciente. El estímulo nervioso precisa ser transformado en
una representación mental y ésta ser traducida a una expresión verbal: ‘me duele’. La actividad de
la realidad interior, como los sentimientos, solo es accesible a la conciencia a través de una serie de
transposiciones similares a lo que sucede con el mundo externo. En el fragmento póstumo de 1887-
1888, 11 [113] Nietzsche afirma:
Yo mantengo incluso la fenomenalidad del mundo interior: todo aquello de lo que llegamos a
ser conscientes, primero ha estado completamente arreglado, simplificado, esquematizado, in-
terpretado […]. Este ‘mundo interior aparente’ se halla tratado por entero con las mismas
formas y los mismos procedimientos que el mundo ‘exterior’. Jamás tropezamos con ‘hechos’:
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placer y displacer son fenómenos del intelecto tardíos y derivados… (Nietzsche, 1885-
1889/2006: 399)
La introspección no arroja certezas inmediatas sobre la realidad interior porque siempre está me-
diada por la conciencia, y lo que llega a ser consciente pasa necesariamente por una serie de trans-
posiciones.
El perspectivismo se opone a la idea de que tenemos acceso directo a la actividad del sujeto y, por
ende, a la existencia de datos seguros sobre la realidad interior. Pero al negar la existencia de los
hechos de la conciencia también rechaza la concepción metafísica del sujeto como una entidad
sustancial. Si no hay certezas inmediatas sobre la actividad del yo, entonces no tenemos conoci-
miento seguro sobre la realidad interior. El conocimiento al que podemos aspirar no puede rebasar
la dimensión fenoménica, esto es, no puede librarse de las interpretaciones. “El plano del fenómeno
es precisamente el plano de las interpretaciones, de lo condicionado y de lo mediato” (Gori, 2017:
59-60). Los estados interiores solo llegan a la conciencia a través de una serie de conversiones, de
manera que la aprehensión de la vida interior, al igual que la realidad exterior, es mediante traduc-
ciones. Así, no hay justificación para seguir afirmando la tesis metafísica del sujeto como entidad
sustancial y referencial de las operaciones interiores. El sujeto no tiene consistencia ontológica; no
es una cosa pensante ni un agente sustancial, sino una ficción reguladora de la actividad interior.
El yo es una hipótesis inventada y añadida para otorgar unidad y sentido a la complejidad de la
dinámica interior. La realidad interior se revela así como perteneciente al ámbito fenoménico, al
menos en la medida en que se le intenta comprender. El fragmento póstumo de 1888, 14 [152] lo
plantea en los siguientes términos: “No se ha de buscar el fenomenalismo en el sitio equivocado:
nada es más fenoménico, (o, con mayor claridad) nada es ilusión en tal medida, como ese mundo
interno que nosotros observamos con el famoso ‘sentido interno’” (Nietzsche, 1885-1889/2006:
580).
Por tanto, la tesis de que todo es subjetivo no es una afirmación probada, sino solo una interpreta-
ción. Una vez más el fragmento póstumo de 1886-1887, 7 [60] lo expresa así:
‘Todo es subjetivo’ decís vosotros, pero ya eso es interpretación, el ‘sujeto’ no es algo dado sino
algo inventado y añadido, algo puesto por detrás. ¿Es en última instancia necesario aún po-
ner al intérprete detrás de la interpretación? Ya eso es invención, hipótesis. (Nietzsche, 1885-
1889/2006: 222)
Para el perspectivismo el sujeto no es una sustancia, sino una hipótesis añadida. La concepción
metafísica de un sujeto dotado de ciertas facultades, como pensar, sentir o desear, es una invención
creada por los filósofos para dar unidad a la complejidad de la actividad interior. La convicción en
la existencia de un sujeto responsable del actuar es solo el resultado de la seducción del lenguaje
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que le atribuye un sustrato agente al hacer. “Más no hay un sustrato tal; no hay ningún ‘ser’ detrás
del hacer, del actuar, del llegar a ser; el ‘autor’ es algo que simplemente se añade al hacer, el hacer
lo es todo” (Nietzsche 1887/2018b: 475). El sujeto no antecede al acontecer, como si existiera
previo al hacer o como si subsistiera a la remoción de la acción. El hacer es todo; el acontecer es
anterior al esquema epistemológico moderno de sujeto y objeto. El sujeto y el objeto son nociones
derivadas, inventadas, añadidas. Por este motivo, el perspectivismo niega la existencia de los hechos
en porque ni la realidad interior ni la realidad exterior son accesibles de manera directa y neutral.
La manera de relacionarnos con tales realidades es mediada y condicionada por una serie de apro-
piaciones y conversiones, es decir, por múltiples interpretaciones.
A manera de conclusión
El perspectivismo subraya el carácter interpretativo inherente al modo de relacionarnos con las
cosas de la realidad externa. El mundo no comporta un sentido único en espera de ser descubierto
mediante procesos metódicos y objetivos. En contra de la filosofía positivista que considera posible
conocer la realidad empírica sobre la base de los hechos descubiertos, el perspectivismo subraya la
preponderancia de la interpretación. Existe una diversidad de modos en que nos relacionamos con
las cosas del mundo, una pluralidad de formas de interpretarlas. Interpretar no consiste en exhibir
un sentido unitario de las cosas, sino en introducir un sentido en ellas. Las cosas pueden ser confi-
guradas de diversas maneras, admiten diversos sentidos, según las perspectivas desde las que se
realizan. El perspectivismo se opone a la existencia de cosas y hechos en ; pues de existir éstos,
serían entidades incondicionadas. El problema con lo incondicionado es que no guarda ninguna
relación con los seres humanos y, por ende, sería algo incognoscible. Solo podemos acceder a aque-
llo con lo cual podemos entrar en relación; aquello que podemos configurar e introducirle un sen-
tido. El perspectivismo no pretende refutar la filosofía positivista en general, sino solo liberarla de
ciertos supuestos metafísicos aún presentes en su programa. Por un lado, la convicción de que exis-
ten hechos que nos proporcionan datos auténticos sobre el mundo. Estos datos confiables, los he-
chos, fungirían como base del conocimiento científico. Pero esta convicción es un supuesto cues-
tionable porque las cosas del mundo son susceptibles de ser configuradas de modos distintos, es
decir, admiten múltiples interpretaciones. Por otro lado, la convicción de que existe un sujeto que
precede la actividad de la vida interior; un agente responsable del actuar y padecer. Pero la revisión
crítica del sujeto, por parte del perspectivismo, muestra que éste no es una cosa dada, una entidad
sustancial, sino una invención, una hipótesis añadida para poder regular la riqueza y complejidad
del mundo interior. La revisión crítica de la filosofía positiva apunta a la necesidad de reconsiderar
el modo en que se comprende la epistemología moderna, particularmente en términos del esquema
de sujeto y objeto.
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