Protrepsis, Año 12, Número 24 (mayo - octubre 2023). www.protrepsis.cucsh.udg.mx
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ISSN: 2007-9273
Protrepsis, Año 12, Número 24 (mayo - octubre 2023) 9 - 24
Recibido: 02/03/2023
Revisado: 27/05/2023
Aceptado: 30/05/2023
Tensiones y problemas aparentes en el Tractatus
Alejandro Tomasini Bassols 1
1Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM)
Instituto de Investigaciones Filosóficas (IIF)
Ciudad de México, México
E-mail: altoba52@gmail.com
https://orcid.org/0000-0002-3828-6118
Resumen: Mi objetivo en este ensayo es distinguir entre auténticos problemas que se le
plantean al
Tractatus Logico-Philosophicus
y dificultades que son más aparentes que
reales. Una limitación intrínseca a la filosofía del
Tractatus
es que su enfoque del
lenguaje, la proposición y el pensamiento es puramente sintáctico y no basta para dar
cuenta de diversos temas como el funcionamiento de los nombres, la cuantificación y la
teoría del juicio. Sutilmente, Wittgenstein mismo se ve forzado a adentrarse en los
dominios de la semántica. Con base en ello intenta mostrar que la teoría russelliana del
juicio es errada, si bien la misma crítica se le puede aplicar a él mismo. Por último, recojo
los importantes temas del silencio y los límites de la significatividad como ejemplos
típicos de pseudo-dificultades que dejan al libro de Wittgenstein intacto.
Palabras clave: Lógica, teoría pictórica, lenguaje, sintaxis, semántica, nombres,
cuantificación, silencio.
Abstract: My aim in this essay is to distinguish between genuine problems facing the
Tractatus Logico-Philosophicus and difficulties that are more apparent than real. An
intrinsic limitation of the philosophy of the Tractatus is that its approach to language,
proposition, and thought is purely syntactic and does not suffice to account for various
topics such as the functioning of names, quantification, and the theory of judgment.
Subtly, Wittgenstein himself is forced into the realms of semantics. On this basis he tries
to show that the Russellian theory of judgment is wrong, although the same criticism
can be applied to himself. Finally, I take up the important issues of silence and the limits
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of meaningfulness as typical examples of pseudo-difficulties that leave Wittgenstein's
book intact.
Keywords: Logic, pictorial theory, language, syntax, semantics, names, quantification,
silence.
I) El problema
Como es bien sabido,
Tractatus Logico-Philosophicus
significa básicamente ‘Tratado de
Filosofía que tiene como base a la Lógica’. Así lo caracterizó por primera vez Max Black
en su pionera y siempre útil obra
A Companion to Wittgenstein’s Tractatus
(Black,
1964: 23). Yo pienso que esta caracterización abre las puertas para la lectura correcta
de la obra, por cuanto establece el marco correcto más general dentro del cual habrán
de proporcionarse todas las aclaraciones que haya que hacer. El tema vertebral del libro
es, evidentemente, la naturaleza de la lógica, la verdad lógica, las relaciones de la lógica
con el lenguaje, la realidad, los números y temas conectados con estos o derivados de
ellos. Yo creo que podríamos presentar el núcleo de la filosofía del
Tractatus
mediante
un simple esquema, que sería el siguiente:
Desde la perspectiva del
Tractatus
, lo que tiene prioridad por encima de todo es la
lógica. La lógica rige al mundo, en el sentido de que lo permea o lo llena proporcionando
su armazón o andamiaje, y fija, por así decirlo, la estructura del lenguaje (Wittgenstein,
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1976: 5.61(a)
1
, 6.124). Lo que tienen en común la realidad y el lenguaje es la lógica, lo
cual se manifiesta en que comparten sus formas. Sin embargo, aunque la lógica
ciertamente tiene en algún sentido prioridad sobre el mundo y el lenguaje, sería un
error pensar que la lógica es independiente de ellos. Wittgenstein no es un platonista,
como lo eran G. Frege y B. Russell. Una de las posiciones más importantes del libro es
precisamente el punto de vista de que la lógica es siempre la lógica del mundo y la lógica
del lenguaje. No hay un universo gico existiendo o subsistiendo al margen de su
instanciación en la realidad y en el lenguaje (y por ende en el pensamiento). El mundo
es descriptible únicamente porque podemos representarnos sus componentes, que son
los hechos simples, por medio de retratos lingüísticos que comparten con ellos sus
formas lógicas. Aunque Wittgenstein no dice prácticamente nada sobre el carácter
lógico del mundo, éste se manifiesta en el hecho de que es inteligible y no caótico. Es
porque el mundo es “lógico” que es inteligible, representable, descriptible. Por su parte,
el lenguaje está claramente estructurado por la lógica. De hecho, la así llamada ‘Teoría
Pictórica’ no es otra cosa que la “teoría” lógica del lenguaje. Estrictamente hablando, la
palabra ‘teoría’ está siendo aquí mal empleada puesto que la Teoría Pictórica no es una
teoría en lo absoluto, sino que es más bien el conglomerado de observaciones
concernientes a los rasgos lógicos de todo lenguaje posible. La “teoría” proporciona los
lineamientos a los que todo sistema de signos y reglas que pretenda hacerse pasar por
un lenguaje tiene que someterse. De hecho, el enfoque “lógico” típico de la filosofía
tractariana es lo que da la pauta para entender en general el programa del libro:
situando a la lógica por encima de todo, a lo que aspira Wittgenstein es a darnos la lógica
de todo aquello de lo que se ocupa, es decir, no sólo la lógica del lenguaje y la lógica de
la realidad, sino también la lógica de los números, la lógica de la probabilidad, la lógica
del pronombre personal ‘yo’, la lógica de las teorías científicas, la lógica del lenguaje
evaluativo y así indefinidamente. ¿Por qué es la perspectiva lógica, en el sentido
expuesto, la que prevalece en el
Tractatus
? Porque lo que Wittgenstein proporciona son
no tesis metafísicas (¿cómo podría él articular tesis metafísicas cuando a lo que más
aspira es a aniquilar la metafísica de una vez por todas?) sino elucidaciones. Las
elucidaciones son aclaraciones referentes a la lógica del tema que se examine y es
porque son de carácter “lógico” que los pronunciamientos de Wittgenstein son
a priori
.
No hay en el
Tractatus
afirmaciones empíricas, por ejemplo de carácter introspectivo,
generalizaciones de alguna índole y mucho menos tesis metafísicas. Todo lo que es
a
posteriori
está excluido
ab initio
del proyecto filosófico del primer Wittgenstein. En
parte por eso Wittgenstein desecha la teoría del conocimiento:
1
El uso del abecedario dentro de las referencias al
Tractatus Logico-Philosophicus
refiere al párrafo
específico dentro de la proposición citada. En este caso, la letra (a) indica el primer párrafo de la
proposición 5.61. (Nota del editor)
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“La teoría del conocimiento es filosofía de la psicología”
2
(Wittgenstein, 1976:
4.1121(b)).
Examinar la visión, el recuerdo, los estados internos y demás inevitablemente
requieren del recurso a la experiencia establecer los puntos de vista que se quiera. Eso
ya no es una investigación
a priori
y es por ello que esos y muchos otros temas parecidos
simplemente caen fuera del alcance del libro. Todas las proposiciones del sistema del
Tractatus
pretenden tener un carácter lógico y
a priori
y, por consiguiente, necesario.
Como ya se dijo, las proposiciones tractarianas son elucidaciones y el error craso que
hay que evitar es el de confundir elucidaciones con tesis metafísicas. Espero que esto se
aclare a medida que avancemos.
Así, pues, siendo el enfoque del
Tractatus
enteramente
a priori
, era de esperarse que al
examinar la naturaleza del lenguaje Wittgenstein se centrará exclusivamente en su
sintaxis, esto es, en la sintaxis lógica. Desde su perspectiva, aclaraciones de carácter
puramente sintáctico deberían bastar. Es precisamente porque Russell tuvo que hacer
aclaraciones de orden semántico que Wittgenstein lo critica duramente. Dice:
A partir de esta observación vemos la otra cara de la ‘Teoría de los Tipos’ de
Russell: el error de Russell se muestra en que para presentar las reglas de los
signos tuvo que hablar de los significados de los signos. (Wittgenstein, 1976:
3.331)
Y un poco más abajo enuncia claramente su posición:
En la sintaxis lógica el significado de un signo no debería nunca jugar ningún rol;
ésta tiene que poder establecerse sin que para ello tenga que hablarse del
significado
de los signos, sino
únicamente
de la descripción de las expresiones.
(Wittgenstein, 1976: 3.33; negritas del autor)
Sin duda alguna, el ideal filosófico del
Tractatus
es atractivo y convincente. El único
problema es que Wittgenstein no logra instanciarlo o implementarlo. Dicho de manera
escueta: el tratamiento del lenguaje por parte del propio Wittgenstein hace ver de
manera irrefragable que la sintaxis lógica no es suficiente para dar cuenta del lenguaje
y que para dar cuenta de su funcionamiento las consideraciones semánticas son
indispensables. De hecho, y no es posible pensar que se deba a un descuido,
Wittgenstein mismo lo reconoce explícitamente, como en breve veremos. Ahora bien,
si eso en efecto es así, ello significaría que el proyecto filosófico del
Tractatus
estaba
ab
2
Las citas textuales a partir del
Tractatus logico-philosophicus
y de los
Diarios Filosóficos (1914-1916)
son traducciones propias del autor. (Nota del editor)
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initio
destinado al fracaso. Es, pues, de este problema que pasaremos ahora a
ocuparnos.
II)
Sintaxis, semántica y lenguaje coloquial
Es razonable pensar
a priori
que todo tratamiento del lenguaje que deje fuera
consideraciones sobre las relaciones entre las palabras y los objetos, por una parte, y
su empleo y utilidad, por la otra, forzosamente será incompleto. Es exactamente igual
que si se quisiera explicar el cuerpo humano describiendo de manera exhaustiva
exclusivamente el esqueleto. Por excelente que sea la descripción, algo en ella estará
faltando. Lo interesante en este caso es que Wittgenstein mismo da indicaciones en ese
sentido. En lo que sigue, trataré de hacer que ver que en por lo menos tres casos
Wittgenstein apela a algo que su propia doctrina proscribe.
A)
Nombres y proposiciones
.
El
Tractatus
, como afirmamos, es una obra esencialmente anti-metafísica, por lo que
difícilmente podríamos encontrar en ella aseveraciones, tesis o postulados metafísicos.
Nada más ajeno al libro que ello. Lo que Wittgenstein tiene que decir sobre el lenguaje,
por lo tanto, no tiene nada que ver con todo aquello que es empíricamente relevante
para su conocimiento y comprensión. La Teoría Pictórica, por lo tanto, no puede ser
vista más que como un sistema puramente formal de categorías y reglas válido para
todo lenguaje posible. En este sistema las categorías esenciales son “retrato” (
Bild
), de
la cual se derivan las de pensamiento y proposición, “nombre” y “objeto”. De las
múltiples clases posibles de retratos la que nos interesa a nosotros es la de los “signos
proposicionales”, esto es, las oraciones y de éstas de las que estaremos hablando será
de las oraciones lógicamente simples, es decir, las oraciones elementales. Lógicamente,
una oración se compone de “nombres”.
Ahora bien, en el
Tractatus Logico-Philosophicus
tanto lo que en el lenguaje coloquial
son nombres propios como descripciones (en el sentido de Russell), expresiones
predicativas y expresiones relacionales caen bajo la categoría lógica de “nombres”. Así,
un signo proposicional es un retrato de un hecho simple y es una concatenación de
“nombres”. El que sean nombres, sin embargo, no hace que los nombres de objetos y los
nombres de relaciones, por ejemplo, signifiquen del mismo modo. Lógicamente, en
ambos casos los significados son los “objetos” referidos o nombrados, pero los modos
de significación son diferentes. Tanto las cosas como las relaciones son “nombradas”,
pero el modo como sus respectivos signos contribuyen al sentido del signo
proposicional es diferente en cada caso. Por ejemplo, en la expresión ‘Juan es primo de
Luis’, simbolizada como
aRb
’,
a
y
b
significan designando objetos y nada más, en tanto
que
R
designa una relación, pero su modo de significación es diferente porque es su
ubicación dentro de la oración lo que genera el sentido de la relación: es porque ‘
a
’ está
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antes que
b
en relación con
R
que la expresión dice que Juan es primo de Luis.
Asimismo, dado el peculiar modo como las expresiones relacionales contribuyen al
sentido de la oración, no colocarlas en su lugar, como si dijéramos
Rba
’, daría como
resultado un sinsentido (dadas ciertas convenciones, evidentemente), aunque tanto ‘
R
como ‘
a
’ y ‘
b
’ sean nombres.
Esto último, sin embargo, apunta al primer problema que quiero señalar. Permítaseme
primero recordar rápidamente un problema que se plantea en el marco de la teoría
Frege. Al igual que el
Tractatus
, Frege ofrece una caracterización puramente formal de
‘nombre propio’, de ‘función’, de ‘objeto’ y de ‘concepto’. Los nombres propios son
expresiones completas o saturadas, en tanto que las funciones son expresiones
instauradas, es decir, requieren ser completadas. Los nombres nos remiten a objetos y
las funciones a conceptos. Así, si tenemos ‘el número cuatro’ y
x
es un número par’
podemos formar la expresión ‘el número cuatro es un número par’. El problema es que
también podemos construir la oración ‘Julios sar es el número 8’ o ‘el amarillo es
cuadrado’, que son absurdos declarados. El problema es que no hay nada en la teoría de
Frege que impida esta clase de construcciones gramaticales. La razón es, obviamente,
que una caracterización puramente formal no puede garantizar la significatividad de las
oraciones. Se necesita algo más que mera sintaxis lógica para ello.
Deseo sostener que exactamente el mismo problema se le plantea a Wittgenstein, un
problema que él mismo detecta y del cual intenta escapar, sólo que su escapatoria es
más ficticia que real. Es obvio que si todas las expresiones semánticamente relevantes
son "nombres" van a surgir problemas respecto a sus potenciales aplicaciones. ¿Cómo
evitar esas potenciales equivocaciones? ¿Qué podría ayudarnos a prevenir el sinsentido
sistemático y, por ende, el caos lingüístico? Intuitivamente, la respuesta obvia es que lo
único que puede ayudarnos a evitar confusiones es la aplicación de las palabras. En
relación con esto, Wittgenstein hace dos afirmaciones importantes. Dice primero:
Para reconocer el símbolo en el signo se tiene que tomar en cuenta cómo se le
usa en forma significativa” (Wittgenstein, 1976: 3.326).
E inmediatamente después, añade:
Un signo determina una forma lógica sólo junto con su aplicación lógica
sintáctica”
(Wittgenstein, 1976: 3.327).
Esto suena muy bien, pero ¿qué es la “aplicación lógico-sintáctica” de una palabra? Es
básicamente una faceta del significado de un “nombre” que no es el significado
meramente lógico o sintáctico. En otras palabras: para poder construir oraciones bien
formadas y con un sentido transparente necesitamos saber no sólo a qué clase de
expresiones pertenece una palabra determinada, bajo qué categoría cae, sino
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concretamente qué designa, cuál su denotación o significado. El problema es que este
requerimiento es precisamente lo que nos hace rebasar el ámbito de lo puramente
formal y lo que Wittgenstein afirma es justamente que si no conocemos la “aplicación
lógico-sintáctica” de una palabra, entonces no conocemos la forma lógica de las
oraciones en las que aparece. Si no me equivoco, lo que esto significa es, dicho de la
manera más general posible, que la semántica es indispensable y que consideraciones
puramente formales (lógicas, sintácticas) para dar cuenta del sentido de un signo
proposicional no bastan.
B)
Cuantificación, prototipos y constantes
La lógica del lenguaje es algo acerca de lo cual no podemos hablar, no podemos decir
nada. Dicho de otro modo: no podemos usar el simbolismo (
i.e.
, el lenguaje) regido por
la lógica para hablar de la lógica, puesto que ella estará sistemáticamente presupuesta
en todo lo que decimos. Por consiguiente, cada vez que quisiéramos decir algo acerca
de ella la estaríamos implícitamente usando, por lo que todo intento de descripción de
la lógica es inevitablemente circular y está destinado al fracaso. Lo que puede
afirmarse es que la lógica se muestra y eso lo hace tanto en la realidad como en el
lenguaje (y en el pensamiento, puesto que no pensamos ilógicamente, es decir, no
podemos o no sabemos pensar ilógicamente) (Wittgenstein, 1976: 3.03). Esta situación
abre súbitamente un panorama de ideas y reflexiones tremendamente interesante,
porque nos permite entender mejor tanto la relación entre la lógica y el lenguaje como
el
modus operandi
lógico de éste. O sea, si las aclaraciones que Wittgenstein, en un
esfuerzo supremo de abstracción, proporciona nos resultan convincentes es porque
reconocemos en lo que él enuncia el modo como de hecho nosotros, los hablantes,
procedemos. El caso de la generalidad, esto es, de la cuantificación, es importante en
este sentido y es además relevante para nuestro tema, como veremos en un momento.
Una elucidación importante del
Tractatus
es la número 5, de acuerdo con la cual todas
las proposiciones son funciones de verdad de proposiciones elementales. Afirma
Wittgenstein:
“Una proposición es una función de verdad de proposiciones elementales”
(Wittgenstein, 1976: 5).
De seguro que la tesis es controvertible, pero es igualmente evidente que es lo que una
filosofía basada en la lógica tendría que sostener. La lógica tiene un carácter
constructivo: parte de lo simple y va construyendo todo lo que tenga complejidad a
partir de ello. Ahora bien, desde un punto de vista proposicional, no hay nada más
básico o simple que las proposiciones elementales. Es con base en ellas, por lo tanto,
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que se tiene que dar cuenta de todas las demás. En el
Tractatus
Wittgenstein de
inmediato identifica tres potenciales contra-ejemplos a su punto de vista sobre el
carácter veritativo-funcional de todas las proposiciones, a saber, la negación, las
actitudes proposicionales y la generalidad (cuantificación). Pienso que en relación con
los dos primeros candidatos el
Tractatus
sale bien librado y sin mayores problemas: en
ambos casos seguimos teniendo retratos (
Bilder
) y éstos son de carácter veritativo-
funcional: si
p
es verdadera, entonces ‘~
p
es falsa y
A
dice que
p
es de la forma “‘
p
dice p” y eso tampoco es una contra-ejemplo. Queda, sin embargo, el caso de las
expresiones generalizadas. Veamos rápidamente en qué consiste el problema.
La “teoría” lógica del lenguaje, es decir, la Teoría Pictórica, pretende aplicarse a
expresiones de la forma ‘todos los mexicanos’ y expresiones más complejas, como
‘todos los mexicanos son trabajadores’. Pero ¿no es fantasioso pensar que una
expresión como ‘(
x
)
Fx
es un retrato? ¿De qclase de retrato podría tratarse? ¿De uno
colosal? Eso no tiene sentido. Wittgenstein entonces tiene que convencernos de que a
pesar de que no parece ser un retrato lingüístico, expresiones de la forma ‘(
x
)
Fx
lo
son. Huelga decir que la posición de Wittgenstein vale por igual para la cuantificación
universal como para la existencial.
Tenemos primero que traer a la memoria que no se llega a una generalidad enumerando
casos particulares. O sea, una conjunción verdadera de proposiciones elementales no
garantiza la verdad de un enunciado general. Supóngase que decimos que Juanito es
mortal, Luisito es mortal, Pedrito es mortal y así sucesivamente y que, como cuestión
de hecho, enumeramos a todos los seres humanos. De todos modos no podemos
concluir que todos los hombres son mortales. ¿Por qué? Porque para que la inferencia
sea válida se necesita una proposición general, como ‘Estos son todos los hombres’. El
problema es que con ésta volvemos a introducir la generalidad. Sucede lo mismo desde
luego,
mutatis mutandis
, con las disyunciones y la cuantificación existencial, sólo que
en este caso lo que importa es que todos los disyuntos sean falsos. Supongamos en todo
caso que decimos que Juanito es simpático o que Luisito es simpático o que Pedrito es
simpático y así sucesivamente. Supongamos que la disyunción es falsa y, por lo tanto,
que ningún disyunto es verdadero. De todos modos no podemos concluir que no hay
alguien que sea simpático. Para concluir eso tendríamos de nuevo que apelar a un
enunciado general como ‘Y estos son todos los seres humanos’. Así, estaríamos
explicando la generalidad por la generalidad y entonces no podríamos explicar por qué
un enunciado general es también un retrato y, por consiguiente, una función de verdad
de retratos elementales.
Wittgenstein acusa a Frege y a Russell de no haber explicado debidamente la
generalidad, porque aunque es obvio que ésta está de algún modo vinculada con la
disyunción y la conjunción, la relación de implicación entre ellas no es simple: funciona
en un sentido pero no en el otro. Es claro, por ejemplo, que
fa
&
fb
& ….. &
fn
no implica
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‘(
x
)
Fx
’, pero la inversa vale, puesto que ‘(
x
)
fx
fa
)’ es una tautología. Dice
Wittgenstein:
Yo separo el concepto
todo
de las funciones de verdad.
Frege y Russell introdujeron la generalidad en conexión con el producto o con la
suma lógica. Ello hace difícil comprender las proposiciones ‘(Ǝx) . fx y (x) . fx, en
las que ambas ideas están inmersas. (Wittgenstein, 1976: 5.521)
Falta, sin embargo, la elucidación tractariana, la cual viene inmediatamente después.
Dice Wittgenstein:
“Lo peculiar del signo de generalidad es, en primer lugar, que remite a un
prototipo lógico y, en segundo lugar, que realza las constantes” (Wittgenstein,
1976: 5.522).
Es este pronunciamiento que a nosotros nos corresponde explicar. Intentemos hacerlo.
Aclaremos primero lo que explícitamente se nos dice. Consideremos una expresión
como ‘(
x
)
fx
’. Lo peculiar de esta expresión, de acuerdo con Wittgenstein, es que con
ella subrepticiamente se utiliza un prototipo. ¿Cuál es ese prototipo? Éste está dado por
el conjunto (abierto o cerrado) de expresiones que de hecho satisfacen la función
proposicional
fx
’. En otras palabras: es por medio de sustituciones de la variable por
constantes como podemos reconocer o identificar dicho prototipo. Supongamos que
decimos ‘todos los mexicanos’. ¿Cuál es el prototipo? Viene dado a través de la totalidad
de las oraciones como
Juan
es mexicano,
Pedro
es mexicano’ y así sucesivamente. Queda
claro entonces que efectivamente lo que se realza son las constantes. Pero es
precisamente aquí que surge el problema, porque de seguro que podemos escribir
Iván
es mexicano’,
Pierre
es mexicano’, ‘
Ludwig
es mexicano’, etc. Ahora bien, aunque falsas
todas estas expresiones son significativas. Lo que eso quiere decir es simplemente que
“prototipo” y “función proposicional” no son equivalentes y no aluden a lo mismo.
“Prototipo” es, por así decirlo, una sub-noción de función proposicional”, una noción
de mucho menor alcance y está vinculada más bien a la aplicación del lenguaje.
Supongamos que los hablantes quieren hablar única y exclusivamente de todos los
mexicanos. No les interesa entonces hablar de Jean, de Jacek, de Jimmy o de Piero,
porque ellos de entrada ya saben que quieren referirse única y exclusivamente a
mexicanos. Por consiguiente, el prototipo conforma un subconjunto del conjunto de los
valores de la función proposicional que alude a una forma lógica. Ahora bien, quien usa
el lenguaje presupone la forma lógica en cuestión, aunque no sea siempre ella lo que le
interesa. Lo que el prototipo pone de relieve es que saber hablar presupone algo más
que el mero manejo de funciones proposicionales, es decir, presupone que uno sabe
discernir entre potenciales valores de la variable y se concentra en un determinado
grupo, esto es, en el relevante. Pero ¿cómo logra semejante hazaña? ¿Por intuición?
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¿Adivinando? Claro que no. Es simplemente porque el hablante sabe discernir, es decir,
conoce algo más que los meros significados lógicos de los nombres, es decir, sabe cómo
aplicarlos. El punto es que este conocimiento no es ni puede ser puramente formal y
tiene por lo tanto que ser un conocimiento
a posteriori
, un conocimiento extraído de la
experiencia. Un rasgo interesante de la aclaración wittgensteiniana es que nos permite
entender que de hecho es así como se comportan los hablantes. Por ejemplo, si dos
personas hablan de autos, en general, usan la expresión ‘(
x
)
fx
’, pero saben que la
x
’ no
puede ser reemplazada por ‘Juan’, ‘María’, ‘el número 8’ etc., inclusive si tuviéramos la
misma forma lógica para expresiones como ‘Juan es feo’, ‘María es fatua’, ‘el número 8
es finito’, etc. Ahora bien, la implicación más importante de estas aclaraciones es que
muestran que los enunciados generales no constituyen contraejemplos ni a la Teoría
Pictórica ni a la tesis del carácter veritativo-funcional de las genuinas proposiciones.
Para nuestros objetivos, sin embargo, la conclusión importante del punto de vista
desarrollado por Wittgenstein es que su propia explicación de la generalidad deja en
claro que no puede haber una teoría puramente sintáctica de las oraciones generales
del lenguaje real y que en la medida en que la aplicación del lenguaje es indispensable
para su comprensión, la semántica resulta imposible de eludir. El ideal tractariano de
pureza total queda, pues, en entredicho.
C)
La teoría del juicio
Como todos sabemos, las filosofías de Russell y del primer Wittgenstein están
entrelazadas y es justamente gracias a la compleja interacción que se dio entre ellos que
pudieron pudieron pulir sus respectivos puntos de vista. En general, el esquema era el
siguiente: Russell proporcionaba el trabajo técnico y ofrecía tentativamente diversas
tesis filosóficas para dar cuenta de él. Wittgenstein a menudo se inconformaba con las
posiciones russellianas y generaba un punto de vista más radical y por ende, así lo veía
él, más coherente. El problema es que en ocasiones la crítica podía ser excesivamente
ruda y en todo caso era, como siempre, expuesta sin contemplaciones de ninguna clase.
Ese es precisamente el caso de la crítica de Wittgenstein a la teoría russelliana del juicio.
Curiosamente, sin embargo, es justamente la crítica de Wittgenstein a Russell, a primera
vista demoledora, lo que pone de relieve la falla en el programa de Wittgenstein de la
que nos hemos venido ocupando. Antes de reconstruir su punto de vista, sin embargo,
tenemos naturalmente que presentar la posición de Russell.
El problema de Russell era originalmente el de dar cuenta de la verdad y la falsedad de
proposiciones que incorporan actitudes proposicionales, es decir, expresiones de la
forma ‘yo juzgo que
p
’. La primera teoría de Russell consistía en decir que cuando uno
juzga una proposición
p
el sujeto que juzga entra en contacto con una “entidad”
determinada, a la que conoce
by acquaintance
”, esto es, en forma directa, sin
intermediarios. Dada la concepción russelliana de las proposiciones, las cuales de uno
u otro modo se asemejan a los hechos, lo que Russell sostenía resultaba si no
convincente al menos comprensible: afirmo que México está en América y hay una
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proposición, a saber,
que México está en América
, que conozco directamente y en virtud
de la cual la oración es verdadera. Asumiendo sin conceder que ese punto de vista es
defendible, el problema que de inmediato se plantea es el de explicar la verdad de
proposiciones negativas. Por ejemplo, supongamos que alguien afirma que Sócrates no
vive en México. Esa proposición, por estrafalaria que sea, es verdadera. Casi dan ganas
de decir: es un hecho que Sócrates no vive en México. Pero ¿en virtud de qué hecho es
esa proposición verdadera si el que sea verdadera se debe precisamente a que no hay
tal hecho? Tendríamos que admitir monstruosidades incomprensibles como hechos
negativos”, por lo que la solución al problema original sería más costosa filosóficamente
que el problema mismo. Russell, por consiguiente, abandona esa propuesta y se
desprende de la tesis de que cuando se juzga se entra en contacto con una proposición,
esto es, con una “entidad” completa.
Russell, sin embargo, no se amilana y, muy en su estilo, de inmediato propone una nueva
teoría. Esta nueva teoría se haría famosa y pasaría a la historia como ‘teoría múltiple
del juicio’. La posición de Russell es ahora la siguiente: de acuerdo con él, cuando un
sujeto (un hablante, una mente, etc.) juzga algo, el sujeto no entra en contacto con una
entidad completa, sino con sus componentes. Supongamos, por ejemplo, que
A
juzga
que
aRb
; digamos que
A
juzga que Juan es primo de Luis. Lo que sucede entonces, según
Russell, es que
A conoce directamente
los significados de ‘Juan’, ‘la relación ser primo
de’ y de ‘Luis. Él entonces acomoda los nombres de los objetos y la expresión relacional
de manera tal que podemos decir que efectivamente él juzga algo. Ahora podemos
explicar la verdad y la falsedad de oraciones, tanto afirmativas como negativas. Por
ejemplo, si
A
juzga algo equivocadamente, no es que haya una entidad que no es una
entidad y que hace que su juicio sea falso, sino simplemente que los elementos del juicio
no están relacionados entre sí como los elementos del hecho descrito.
A primera vista al menos la posición de Russell es inatacable, pero es precisamente en
relación con su teoría que Wittgenstein eleva una objeción que parece no sólo
destructiva, sino también imposible de eludir. Veamos rápidamente que dice
Wittgenstein en el
Tractatus
. Afirma:
“La explicación correcta de la forma de la proposición ‘A juzga p’ tiene que mostrar
que es imposible juzgar un sinsentido. (La teoría de Russell no cumple esta
condición)” (Wittgenstein, 1976: 5.5422).
Creo que la objeción (si lo es) es clara, pero me parece que para que no haya la menor
duda respecto a lo que está afirmando Wittgenstein será conveniente retomar la crítica
que ya estaba presente en los
Notebooks
. Así, en el
Appendix III
, en el cual se recogen
extractos de las cartas entre Russell y Wittgenstein este último, en junio de 1913,
afirma:
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Puedo ahora expresar exactamente mi objeción a tu teoría del juicio: creo que es
obvio que de la proposición ‘A juzga que (sigamos) a está en una relación R con b’,
si se le analiza correctamente, la proposición ‘aRb .˅. ~aRb tiene que seguirse
directamente sin el uso de cualquier otra premisa. Esta condición no es satisfecha
por tu teoría. (Wittgenstein, 1979: 122; negritas del autor)
A primera vista, lo que Wittgenstein afirma es una trivialidad, pero es claro que bien
vistas las cosas ello no es así. Sabemos que
p
(
p
˅
~ p
)’, puesto que cualquier
argumento que tiene como conclusión una tautología, como el Principio del Tercero
Excluido, es un argumento válido. Así, si juzgamos una proposición
p
, entonces se sigue
que
p
˅
~ p
. En palabras: si llueve, entonces llueve o no llueve. Pero la inferencia
presupone que
p
tiene que ser una expresión significativa, puesto que lo que está
implicado en la lógica bipolar que Wittgenstein hace suya es que o bien se da el hecho
enunciado por
p
o bien se da el indicado por ‘~
p
’. Pero, naturalmente, eso no sucede
cuando ‘
p
’ es un absurdo, puesto que no podemos decir que la negación de un absurdo
es una proposición legítima. Por lo tanto, si
p
’ es un absurdo, no se sigue que
p
˅
~ p
.
Dicho sea de paso, constatamos que al adoptar incondicionalmente el principio de
bipolaridad de las proposiciones (toda proposición es o verdadera o falsa) y el Principio
del Tercero Excluido (o una proposición es verdadera o su negación lo es), el
Tractatus
es totalmente “realista” en el sentido en el que M. Dummett hizo famosa la discusión en
torno al realismo (Cf. Dummett, 1978: 146).
Regresemos a nuestras citas textuales: lo que en su carta Wittgenstein hace es
simplemente hacer explícito el argumento condensado en el
Tractatus
: si ‘
p
’ denota un
absurdo, ya no se puede deducir
p
˅
~ p
’, puesto que es falso que si una situación
absurda no se da, entonces la situación contraria se , puesto que en ambos casos
estamos hablando de absurdos, esto es, de lo enunciado o denotado por sinsentidos y,
obviamente, un sinsentido no se convierte en una expresión significativa sólo porque
se le anteponga el signo de negación. Ahora sí, el argumento del
Tractatus
resulta
perfectamente inteligible: el que la teoría de Russell no garantice
a priori
que se puede
en todos los supuestos casos de juicio de cualquier proposición ‘
p
’ extraer la tautología
p
˅
~ p
’, es decir, no garantiza que no se puede juzgar un sinsentido, muestra que la
teoría es errónea.
Es bien sabido que la objeción de Wittgenstein, por razones que ya expusimos, hizo
titubear a Russell pero ello es comprensible, porque por una parte éste había sostenido
primero que al juzgar el sujeto entra en un contacto cognoscitivo con una proposición
considerada como un todo y posteriormente había defendido la idea de que no era con
una proposición como un todo sin con sus componentes con los que el sujeto entraba
en dicha relación de conocimiento directo. En esas condiciones ¿qué otra cosa se podía
hacer? En lo que ahora es una bien conocida sección de una carta, Wittgenstein le dice
a Russell:
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“Siento mucho oír que mi objeción a tu teoría del juicio te paraliza. Pienso que sólo
se le puede eliminar mediante una teoría correcta de las proposiciones”
(Wittgenstein, 1979: 122).
Yo pienso que la crítica de Wittgenstein es desmedida, injustificada y, lo peor del caso,
se aplica a su propia teoría. Es desmedida porque se está exigiendo de una teoría del
juicio, que en algún sentido, por amplio, vago o laxo que sea, tiene que tener un carácter
empírico, que satisfaga una condición de una especie que sólo la lógica y las
matemáticas podrían satisfacer. Por principio, una teoría empírica no puede satisfacer
requerimientos enteramente
a priori
. Wittgenstein no se siente amenazado en este
sentido, porque su teoría del lenguaje es de entrada una teoría puramente lógica y
porque él no se ocupa de cuestiones de experiencia. Como veremos, sin embargo, esto
no impide que su crítica a Russell de todos modos se le pueda aplicar a él también. En
segundo lugar, la crítica no está justificada, porque simplemente ignora hechos básicos
y obvios. Todos tácitamente asumimos que los usuarios del lenguaje saben construir
oraciones que no son sinsentidos (dejando de lado, desde luego, las oraciones
filosóficas, que son engañosas para cualquier hablante). En esas condiciones, no se
entiende por qué se exige de una teoría del juicio que garantice que los usuarios del
lenguaje nunca juzguen absurdos. La exigencia parece completamente superflua. Y lo
peor parecería ser que si se intentara aplicar la Teoría Pictórica, de inmediato se vería
que no sólo no podría satisfacer sus propios niveles de exigencia, sino que su aplicación
de inmediato mostraría que para evitar la objeción el hablante tendría no sólo que saber
que tal o cual expresión es un nombre, sino también conocer el significado concreto de
los nombres de la oración de que se trate. Obviamente, si el sujeto conoce los
significados, entonces ya no estará expuesto al peligro de construir oraciones
defectuosas, pero precisamente porque sabe algo más, de carácter semántico, que una
teoría puramente formal como la Teoría Pictórica por si sola no podría proporcionar.
Wittgenstein se encuentra entonces ante una encrucijada: o se desentiende por
completo de la aplicación de la lógica, pero entonces su crítica a Russell es totalmente
artificial y desmotivada, o bien se interesa en la aplicación de la lógica pero entonces
tiene que aceptar datos que no son puramente formales y auto-aplicarse su propia
crítica.
En síntesis: tenemos por lo menos tres temas en relación con los cuales puede hacerse
ver que, para quedar debidamente redondeada, la concepción del lenguaje del
Tractatus
tendría que incorporar factores o elementos que no caen dentro de su rango.
Estos son, en mi opinión, casos auténticos de tensiones en el libro. Hay, sin embargo,
otros casos de tensiones que, en mi opinión, no son genuinas. En lo que sigue me
ocuparé brevemente de sólo un caso, a saber, el concerniente al tema del silencio al que
supuestamente nos condena el
Tractatus
.
III)
Un falso problema
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Hay dos nociones empleadas en el
Tractatus
de manera peculiar que desde que se
publicara el libro han dado lugar a acaloradas controversias. Me refiero a las nociones
de límite y de silencio. Tenemos además en relación con ellas la extraordinaria
aseveración de 6.522, de acuerdo con la cual:
“Hay en verdad lo que no se puede poner en palabras; ello se
muestra
, es lo
místico” (Wittgenstein, 1976: 6.522).
El problema en parte surge porque hemos sido adiestrados a usar la expresión ‘hay’
como la usan los lógicos, cuando en realidad ellos la tomaron del lenguaje natural y la
adaptaron a sus requerimientos formales, que obviamente no necesariamente
coinciden con todos los usos de la expresión por parte de los hablantes. Por mi parte,
diría que es innegable que en el lenguaje natural ‘hay’ tiene muy variados significados
y contribuye al sentido de las oraciones en las que se le emplea de muy diverso modo.
En este caso, lo absurdo consiste en interpretar lo que Wittgenstein asevera como si
estuviera haciendo una afirmación de existencia común y corriente. Es claro, sin
embargo, que aquí el lenguaje nos engaña, porque
de facto
no tenemos otra forma de
expresarnos. Así, si decimos por ejemplo que hay hechos que no se produjeron o que
no se dieron, de seguro que no queremos decir que hubo ciertos hechos que primero se
dieron y luego, por así decirlo, se desvanecieron o se desintegraron. Lo que hay que
entender en este caso es que el lenguaje incorpora formas de hablar que no son de
carácter referencial (o puramente lógico). Si afirmamos que hay cosas que no se pueden
enunciar o expresar mediante palabras no queremos decir que hay cosas a las que de
algún modo podemos referirnos, mentalmente por ejemplo, pero de las cuales
posteriormente nos percatamos que no podemos hablar. Puntos de vista así son
claramente contradictorios. No es esa, por lo tanto, la clase de explicación que nosotros
haremos nuestra.
Mi punto de vista es el siguiente: en ningún lugar en el
Tractatus
afirma Wittgenstein
que no hay más que un modo de hablar, que sería el encarnado en lo que podemos
llamar el ‘modo proposicional. Si lo que queremos hacer es enunciar hechos, decir
verdades y falsedades, entonces tenemos que elaborar retratos lingüísticos, es decir,
construir oraciones y emplearlas. Pero esto sólo vale para el lenguaje factual y el
lenguaje natural contiene múltiples otras formas de expresarnos. Lo que nos confunde
es el hecho de que, factual o no factual, las expresiones del lenguaje natural tienen que
venir arropadas, por así decirlo, en concordancia con la gramática del lenguaje natural
(sujeto, predicado, complemento, adverbios, etc.). Así, decimos por igual ‘Esta es la casa
de Juan’ que ‘Este es el chocolate que más me gusta’. Superficialmente son semejantes,
pero lógicamente no. Lo primero es un retrato lingüístico, lo segundo no. Cuando
empleamos el lenguaje moral, estético, religioso, de preferencias, etc., no estamos
construyendo retratos de nada. Podríamos quizá expresar el dato de esta manera: la
lógica de los lenguajes moral, estético y demás es diferente de la lógica del lenguaje
descriptivo. Lo que no tenemos es la correspondiente “teoría pictórica” o por lo menos
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ésta no está en el
Tractatus
. Así, pues, cuando se dice que “hay algo que no se puede
poner en palabras” lo que se está implicando es que no hay en lo que se dice hechos
involucrados en lo absoluto. Esto es importante tenerlo presente.
Consideremos ahora la noción de límite. Puesto que no estamos hablando de hechos y
menos aún de hechos de diversa índole, la idea de límite como frontera es en este caso
inservible. En ningún momento se plantla posibilidad de transitar de un reino de
hechos a un reino diferente de hechos, a un reino de hechos fantasma. En relación con
la ética, la religión, etc., simplemente no hay hechos de qué hablar. En esos casos, el
lenguaje no sirve para construir retratos, sino que tiene una función diferente, todavía
por descubrir, o que por lo menos no es tema en el
Tractatus
. En este caso, por lo tanto,
no percibimos tensión alguna en el pensamiento de Wittgenstein.
Si pasamos ahora a la noción de silencio, el mensaje de Wittgenstein queda
perfectamente claro: el silencio de la proposición 7 no es un silencio de admiración
inefable frente a un mundo desconocido. Nada más absurdo que una hipótesis como
esa. El silencio al que nos conmina el
Tractatus
es como la exhortación (por no decir la
orden) a (de) no emitir sinsentidos y menos aún sobre temas importantes. El silencio
no es el de ser incapaces de decir algo, sino el de que no hay nada que decir. Y esta
posición tampoco significa o representa tensión alguna en la filosofía tractariana.
Las fisuras del
Tractatus
son muy específicas, precisas, nítidas e inclusive, podemos
decir, decisivas, pero no debemos confundirlas con pseudo-debilidades, fallas
meramente aparentes y otra clase de acusaciones de lo que podríamos denominar
‘errores espejismo’, es decir, aclaraciones que a primera vista son erradas pero que un
análisis más minucioso muestra que son inatacables. Después de todo, no todo en el
Tractatus
es erróneo!
IV)
Conclusiones
Estoy convencido de que no tiene el menor sentido intentar inconformarse con la
afirmación de que el modo de pensar del segundo Wittgenstein acabó definitivamente
con la filosofía del
Tractatus
, con todo lo que ello implica. Ahora bien, en su demoledora
crítica de su primera “forma de pensar” Wittgenstein se ocupó sobre todo de errores
esenciales, errores de implicaciones importantes por no decir grandiosas pero no
volvió a ocuparse de todas y cada una de las proposiciones de su libro. Lo que aquí
ofrecimos fue un modesto ejercicio de análisis un poco más puntual con miras a ratificar
el diagnóstico general del Wittgenstein maduro respecto a su propia primera gran obra.
En realidad, por lo menos para quien intenta adentrarse en el universo del
Tractatus
lo
interesante de las discusiones a las que éste da lugar (y que a pesar de haber pasado ya
un siglo lo sigue haciendo) es que, eludiendo vericuetos y desviaciones, Wittgenstein
de inmediato lleva al lector al núcleo de las cuestiones filosóficas importantes y hace
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del debate una actividad apasionante. La filosofía, nos dice en el
Tractatus
, más que un
conjunto de proposiciones es la actividad de aclaración lógica del pensamiento
(Wittgenstein, 1976: 4.112). Por eso, independientemente de si en última instancia la
filosofía del
Tractatus Logico-Philosophicus
es una filosofía fallida, las tareas que le
impone al lector hacen que, inclusive la demostración de que tal o cual elucidación, tal
o cual posicionamiento son errados, se convierta en una genuina y gratificante
experiencia filosófica.
BIBLIOGRAFÍA
BLACK, Max. (1964).
A companion to Wittgenstein´s Tractatus
[Una guía al Tractatus
de Wittgenstein]. University Press.
DUMMETT, Michael. (1978). “Realism” [Realismo]. En Dummett, Michael.
Truth and
other enigmas
[La verdad y otros enigmas]. Duckworth.
WITTGENSTEIN, Ludwig. (1976).
Tractatus Logico-Philosophicus
. Pears, David y
McGuinness, Brian (Trads.). Routledge & Kegan Paul.
WITTGENSTEIN, Ludwig. (1979).
Notebooks 1914-1916
[Diario filosófico (1914-
1916)]. Anscombe, Elizabeth (Trad.). Basil Blackwell.
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