Protrepsis, Año 13, Número 25 (noviembre 2023 - abril 2024). www.protrepsis.cucsh.udg.mx
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Entonces, para Nietzsche una cultura representa una ficción, un encubrimiento, una máscara
donde gravitan las pulsiones, pero que, no obstante, cuando es ascendente, se podría denominar,
como lo hace Vattimo, como una máscara buena, y la cultura decadente como una máscara mala
(Vattimo, 1989), aquella que no favorece a la vida, que la deprime, inhibe y limita. Nietzsche señala
un ímpetu doble de la metáfora, una dirección de movimiento que asciende y desciende, la forma
en que el instinto se hace presente. Lo ascendente correspondería con una fuerza vital que aspira
al fluir de la potencia creativa de la existencia. Mientras que el ánimo decadente se esclerotiza en
instituciones, dogmas, credos que olvidan su contraparte de provisionalidad, metáfora y contingen-
cia. Esto representa la decadencia de una cultura, cuando inhibe sus fuerzas vitales. Es el olvido de
la verdad como una mera ficción.
Empero, comprender el nacimiento de la apariencia como un mero mecanismo de defensa contra
el caos y lo informe de la existencia, implica reducir la existencia humana y lo real a un principio:
el de la conservación. Figura que no distaría demasiado de un eje rector de la historia que se en-
cuentra allende de la historia, es decir, equivaldría a un principio de cuño metafísico (Vattimo,
1989). De ahí la condición ficticia de la cultura y de la existencia en general. Conceptos como
máscara, metáfora e ilusión, ficción, etc., se deslindan de una consideración negativa. Más bien, el
aspecto negativo radica en que las ficciones se petrifiquen en verdades. “[…] la rehabilitación de la
máscara y la apariencia no implica negar la realidad de la existencia, sino más bien buscar liberarse
de la inmovilidad, la rigidez, la fijación y lo que está en-sí” (Zerpa, 2001: párr. 29). De ahí que no
tiene sentido plantear en Nietzsche un contexto en el que lo verdadero se opone a lo aparente,
allende de un juego de lenguaje o cultura en el que se encuentran inscritos dichos valores, como si
se tratara de una especie de dos órdenes de lo existente. Para Nietzsche, la existencia es movi-
miento, pulsión, performatividad, caos ya sea ascendente, o descendente, multiplicidad, máscara,
apariencia, oposición, pugna, etc., apunta a un plexo de vitalidad.
Para Nietzsche, la negación de los instintos está vinculada con la carencia de inteligencia, puesto
que esta –la inteligencia– se mueve en un plano en el que el saber crea discursos, metáforas, imá-
genes. Empero, los instintos –de esta forma‒ están ligados directamente con su función poiética,
fabuladora, debido a que se trata de un plexo de fuerzas, un dispositivo de resistencia, de ímpetu,
en tanto que su destino último obedece a la facultad de inaugurar metáforas (Nietzsche,
1873/2012). Entonces la gran distinción entre el conocimiento llano –por decirlo de algún modo–
y el saber en clave nietzscheana, es que este último no olvida su carácter efímero, provisional y
parcial. Es decir, que el primero olvida su condición, su carácter de símbolo, y termina colapsando
en un sistema de creencias verdaderas (Nietzsche, 1873/2012). “Creemos saber algo de las cosas
mismas cuando hablamos de árboles, colores, nieve y flores y no poseemos, sin embargo, más que
metáforas de las cosas que no corresponden en absoluto a las esencias primitivas” (Nietzsche,
1873/2012: 27). De ahí que, para el autor, el ser humano es un animal fabulador que construye
alegorías y los instrumentos más prístinos para entregarse a dicha actividad alegórica, tales como