Protrepsis, Año 13, Número 25 (noviembre 2023 - abril 2024). www.protrepsis.cucsh.udg.mx
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El sentido del mundo tiene que residir fuera de él. En el mundo todo es como es y todo sucede
como sucede; en él no hay valor alguno, y si lo hubiera carecería de valor.
Si hay un valor que tenga valor ha de residir fuera de todo suceder y ser-así. Porque todo
suceder y ser-así son casuales. (Wittgenstein, trad. en 1987: 6.41).
La proposición 6.4 traza una línea entre valor relativo y valor absoluto, entendiendo por valor ab-
soluto el sentido del mundo. Decir que todas las proposiciones que describen los hechos tienen un
mismo valor es lo mismo que decir que no tienen ningún valor, esto es, que lo importante de la vida
está fuera de las proposiciones. Las proposiciones representan estados de cosas y las relaciones en-
tre aquellas; por eso, es ajeno a las proposiciones decir que algo vale más que lo otro, pues todo se
reduce a hechos. En cambio, el sentido del mundo, a saber, que el mundo sea, se encuentra fuera
de los hechos puesto que el valor absoluto del mundo no es un acaecimiento; más bien, el sentido
del mundo es que el mundo existe, sea como sea. De esta manera, el cómo sea el mundo —lo que
hace la ciencia al describir los hechos— no es lo que preocupa al Wittgenstein del Tractatus; sino
que el mundo sea: “No cómo sea el mundo es lo místico sino que sea” (Wittgenstein, trad. en 1987:
6.44).
Desde esta postura, la ética no es aquella disciplina de la filosofía que estudia las acciones dentro
del mundo y que establece leyes que posibilitan vivir en tranquilidad con los otros; más bien, la
ética es el sentido del mundo, el valor absoluto del mundo, que consiste precisamente en que el
mundo sea como es. Y el sentido del mundo no es expresable en el lenguaje ya que el sentido está
fuera del mundo, quebranta los límites del lenguaje, es inexpresable, sólo se muestra.
Ahora bien, la ética que Wittgenstein esboza en el Tractatus se estructura con los conceptos de yo
y voluntad. La voluntad es algo que pertenece al yo, es la actitud del yo frente a la vida, al mundo
en cuanto totalidad, en cuanto valor absoluto; pero el yo es un límite del mundo, y por ende del
lenguaje, que es inexpresable. De este modo la voluntad no es respecto a los hechos sino a la vida.
La voluntad del yo es lo que define lo bueno y lo malo, lo feliz y lo infeliz, puesto que consiste en
afrontar el mundo tal como es, ya que lo bueno es que el mundo sea y que el yo tenga por objeto no
a los hechos, sino al mundo en su totalidad. Respecto a lo anterior, Sádaba comenta:
Ahora bien, y esto es decisivo, la diferencia entre lo bueno y lo malo tiene lugar en lo que
atañe a los límites del mundo y no –lo venimos repitiendo ad nauseam– respecto a alguna de
sus partes. Y es que si el yo limita con el mundo como un todo, es en relación a ese todo como
se puede ser bueno o malo […] Mi acción buena o mala, por tanto, hace que el mundo, como
un todo, signifique algo para mí. Soy, en suma, bueno cuando estoy a la altura del mundo
como un todo, a la altura, sencillamente, del mundo, sea este lo que sea. Y quien a esa altura
llega es feliz. (Sádaba, 1984: 37).