Protrepsis, Año 12, Número 23 (noviembre 2022 - abril 2023). www.protrepsis.cucsh.udg.mx
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Hannah Arendt es, hoy en día, una de las filósofas indispensables en la lectura de los eventos geo-
políticos y culturales de los últimos cien años. Testigo privilegiado y atento de la convulsa primera
mitad del siglo XX, supo hilar con agudeza los acontecimientos con sus motivaciones más profun-
das, escapando de la explicación fácil y propagandística que se ofrecía, incluso, en las esferas aca-
démicas más prestigiadas.
Después de pasar épocas de olvido y desatención a su obra, algunas veces intencionalmente y otras
no, la extensa producción de Arendt se encuentra ahora en una etapa de redescubrimiento. La
volvemos a leer y nos percatamos de que su voz no ha envejecido con el tiempo, al contrario, el
contexto histórico en que vivió se vuelve, a través de su mirada, en un presente continuo que nos
interpela con la misma fuerza y señala cualquier apatía o conformismo ante los nuevos ropajes de
capitalismo y libre mercado con que se viste hoy en día el totalitarismo que ella en su momento
condenara.
Hannah Arendt fue muy consciente de los hilos conductores que guiaban su reflexión. Para ella
era indispensable asumir que su visión descansaba en los hechos de ser mujer y judía en primer
lugar y apátrida, como consecuencia del ascenso del totalitarismo bajo su disfraz de fascismo. En
consecuencia, esas condiciones basales atravesaban sus concepciones de libertad, derecho, huma-
nidad, estado, amor, bien y mal, entre otros. Es quizá esa congruencia lo que resultó tanto molesto
como novedoso para muchos de sus contemporáneos, acostumbrados al sesgo masculino o franca-
mente machista del estudio de la política, la historia, la economía y la filosofía.
Famoso y ejemplar es el episodio del juicio a Adolf Eichmann, al que Arendt acude en calidad de
corresponsal. El juicio está dispuesto para escenificar la eterna lucha del bien contra el mal, este
último encarnado, por supuesto, en Eichmann. El resultado está escrito de antemano, el bien de-
berá triunfar y la causa judía se revelará como sinónimo de lo correcto. Pero Arendt no logra ver en
Eichmann la personificación de la maldad, lo que ve es un personaje eficiente desde el punto de
vista de la burocracia totalitaria, alguien que sigue órdenes de forma precisa sin lograr evaluar mo-
ralmente las consecuencias de sus actos. Así, el mal termina disuelto, o banalizado. Y sumado a todo
esto, por si fuera poco, Arendt llama la atención sobre un hecho que era bien conocido, pero todo
mundo prefería no ver: el colaboracionismo de los mismos judíos en el holocausto, que sin la acción
u omisión de algunos de ellos el balance final del genocidio hubiera sido, por lo menos, diferente a
como finalmente fue.