Protrepsis, Año 12, Número 23 (noviembre 2022 - abril 2023). www.protrepsis.cucsh.udg.mx
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Así, lo primero que hacemos cuando contamos una historia es volver nuestra mirada hacia el pa-
sado. Lo segundo, seguir sus huellas; no recopilamos la totalidad del pasado, elegimos aquellos su-
cesos que consideramos relevantes con relación al acontecimiento. Siguiendo a López, “[…] la ma-
teria prima de esa narración no son los hechos ni la realidad viva, sino los fragmentos que dejó bajo
la forma de despojos de un pasado ya muerto” (López, 2010: 5).
Todo relato implica una interpretación del pasado en la que el historiador/narrador encuentra ele-
mentos ocultos y los selecciona para reconstruir una historia con sentido. Si bien, estos elementos
podrían ser los testimonios recopilados por el historiador, el testimonio mismo, la actividad de na-
rrar nuestros recuerdos, cumple con ambas características: la mirada retrospectiva y la elección de
los sucesos que consideramos relevantes. Fonnegra (2017) argumenta que la narración contribuye
al juicio en tanto permite ordenar las vivencias temporales. Este sería el tercer momento de la acti-
vidad narrativa, pues, aunque el pasado tiene su propio orden inalterable, es el narrador el que
decide cómo cuenta la historia. Este momento haría, también, parte del testimonio en tanto consti-
tuye una condición para la narración. Por último, cuando contamos algo damos un sentido a ese
pasado a partir de la acomodación de ciertos eventos en forma de un relato coherente.
Este último momento, el de la significación, permite señalar la proximidad entre testimonio y relato
histórico. Es cierto que el historiador/narrador puede tener en cuenta otras perspectivas, que pue-
den encontrarse en los testimonios, pero el relato final resultante de distintos esfuerzos de reflexión
y recopilación de la información responderá a su visión sobre determinado fenómeno. Por lo tanto,
al acceder a las historias narradas estamos accediendo a otros puntos de vista, nos estamos aproxi-
mando al pasado desde otras perspectivas. En otras palabras, tanto el relato testimonial como la
narración sobre un acontecimiento histórico, contendría la perspectiva del testigo y del narrador,
respectivamente. El primero sería, por definición, parcial. El segundo lograría un mayor grado de
imparcialidad. No obstante, ambos tipos de relato serían, para quien los lee o escucha, una posibi-
lidad de situarse desde la perspectiva de quien cuenta.
Y esto ocurre especialmente en el caso de los testimonios. Arendt se refiere a quien da un testimonio
como “el narrador de la verdad de hecho” (Arendt, 2016: 363). Afirma que éste tipo de verdad se
refiere a acontecimientos y circunstancias en las que hay muchos implicados y que se establece por
testimonio directo. Los testimonios y declaraciones son “verdades vistas y presenciadas con los ojos
de cuerpo y no con los ojos de la mente” (Arendt, 2016: 363) y, en este sentido, se les puede enten-
der como una fuente de toma de perspectiva. Aquello que fue presenciado por los actores de un
fenómeno es descrito en su relato testimonial. Estas descripciones configuran una representación
detallada que permite un acercamiento al fenómeno desde la posición ocupada por el testigo-na-
rrador. En otras palabras, los relatos testimoniales nos sitúan justo en el lugar de los que estuvieron
ahí y nos muestran lo que vieron sus ojos.