Protrepsis, Año 12, Número 23 (noviembre 2022 - abril 2023). www.protrepsis.cucsh.udg.mx
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ateniense todo esto sucede de manera inversa, anormal: "el instinto se convierte en crítico, la con-
ciencia, en un creador —¡una verdadera monstruosidad per defectum!" (Nietzsche, 1872/2005:
123). No está de más subrayar este reconocimiento del carácter demónico del ateniense; su perso-
nalidad es atípica, incluso monstruosa. Esta misma apreciación resurge en Nietzsche cuando se
pregunta por la naturaleza de esa figura portentosa que tuvo la osadía de confrontar al dios Dioniso
y lograr expulsarlo de la tragedia griega antigua. "Dioniso había sido ahuyentado ya de la escena
trágica y lo había sido por un poder demónico que hablaba por boca de Eurípides" (Nietzsche,
1872/2005: 113). Sólo una potencia sobrehumana, demónica, como la de Sócrates, podría haber
hecho frente a lo dionisíaco y salir vencedor.
El genio interior socrático, su carácter demónico, bien puede ser apreciado desde la perspectiva del
padecer, del sufrimiento. En el diálogo Fedro se expone que el amor es pasión, deseo. (Platón, trad.
en 2015b: 331). El filósofo, en cuanto amante de la sabiduría, sufre la ausencia de aquello que no
tiene y que anhela fervientemente. Ya se ha señalado que el sufrimiento de Eros, y también el del
filósofo, acontece porque se ven privados de la perfección o plenitud de su propio ser. Sócrates-
Eros es para Hadot "una conciencia desdoblada que siente apasionadamente que no es lo que de-
bería de ser" (Hadot, 2004/2006: 70). El reconocimiento de esta privación o insuficiencia es preci-
samente el impulso que lleva al filósofo a buscar la realización de su ser. Sócrates sugiere que este
deseo que tiene prendido al amante es un tipo especial de locura, una theía manía. El amor es aquí
concebido como una potencia que trastoca el ser del poseído. El amante es un ser poseso o también
un ser démonico, como lo revela el carácter propio del maestro ateniense. Hadot propone que, con
la invención del mito del nacimiento de Eros, Platón reconoce la relevancia tanto del amor como
del ímpetu en el quehacer filosófico. Representa la toma de conciencia de que el deseo es "la fuerza
motriz para cualquier realización, es la dinámica ciega, pero inexorable, que hay que saber utilizar,
pero de la que es imposible sustrarse" (Hadot, 2004/2006: 75). Es también el reconocimiento de
que esta potencia extraña y fascinante es inherente al existir mismo, de manera que resulta inelu-
dible tratar con ella. Ésta parece ser una buena razón para que Sócrates afirme en el Fedro que esta
manía que sufre el amante, lejos de ser un defecto censurable, es una condición incluso más pre-
ciada que la sensatez (Platón, trad. en 2015b: 340-341). La cordura es una facultad que los mortales
pueden alcanzar por sí mismos, es algo propiamente humano, algo que les compete. La demencia,
por otro lado, es un estado suscitado por la presencia divina. La manía que padecen los enamorados
puede, en determinadas circunstancias, ser un don divino, una gracia donadora de bienes y favores.
Sócrates presenta cuatro ejemplos que parecen respaldar esta valoración positiva de la theía manía.
El primero de estos, lo encuentra en el arte adivinatorio que practican videntes, profetisas y sacer-
dotisas. Estas personas poseídas por la divinidad fungen como mediadoras entre lo celeste y lo te-
rrestre al interpretar y transmitir a los mortales los mensajes y designios de las deidades. La Pitia
del Oráculo de Delfos revela el malhadado destino del pobre Edipo, al igual que comunica a Que-
refonte que Sócrates es el hombre más sabio de Grecia. En segundo lugar, esta manía de origen