Protrepsis, Año 11, Número 22 (mayo - octubre 2022). www.protrepsis.cucsh.udg.mx
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desconoce” (Klossowski, 1947/1970: 73). Entonces, el vicio y el mal, en Sade, corresponden a
como lo definió Weil (2001: 109): “con la licencia”, es decir, se trata de asimiliarse y acomodarse a
las modulaciones convencionales del movimiento natural del cosmos. Puesto que las pendulacio-
nes perpetuas del cosmos se cristalizan en sus formaciones materiales, motivaciones internas y, por
ende, demandas sociales, en tanto que la materia termina adquiriendo una multiplicidad de con-
venciones, despedazándose, componiéndose y sosteniéndose ‒en un ciclo indeterminado‒, como
si se tratara de una danza en el vacío de las diferentes manifestaciones de la voluntad de vida (Scho-
penhauer, 1818/2004: 475). Movimiento perpetuo que posee parecidos de familia con el sistema
del Samsara hindú o con la rueda de Ixión de los trabajos forzados (Klossowski, 1947/1970: 97).
En este sentido, la consciencia sadista, en su reflexión, describe el movimiento perenne de la natu-
raleza, que crea una serie de andamiajes y estructuras en el que la libertad, paradójicamente,
apunta allende de dicho armazón de automatismos físicos. En cierto sentido, implica un quiebre
del mundo de la necesidad mecánica. Sin embargo, tanto en Sade como en Schopenhauer, la liber-
tad cobra una dimensión negativa, es decir, se trata de una inversión de la voluntad de vida, acon-
tecimiento contrario al devenir de la naturaleza en condiciones ordinarias (Schopenhauer,
1818/2004: 423). Los valores de la virtud, en este sentido, corresponden a lo negativo, aquello que
contraviene a las reglas de toda dinámica natural, de modo que su práctica condesciende un ejerci-
cio ulterior a las formas de toda determinación positiva. Es así que sucede la superación del escollo
determinismo-libertad, en el que se encuentra anclado el eje del mundo fenoménico, lo cual con-
duce, en ambos autores, a un ascenso hacia la indeterminación, hacia la muerte fenoménica (Scho-
penhauer, 1818/2004: 468). Así, las virtudes cristianas, con un cierto acento nietzscheano, para
Sade ‒a través de las diferentes desavenencias de Justine‒ representan una ilusión que engaña a
los individuos y los conduce a no plegarse eficientemente a las demandas fenoménicas del mundo.
Así que tales virtudes como el amor, la compasión, la fe, la beneficencia, etc., operan como fantas-
mas que rondan allende de los hechos de la mecánica natural del universo. De modo que la inocen-
cia de Justine prevarica contra su propio perjuicio, puesto que, al anteponerse al flujo perpetuo del
devenir y su necesidad mecánica, esta aparece en forma de naturaleza abrupta que desgarra su
frágil piel (Le Brun, 2008: 189). Es así que el mal se manifiesta como el correlato natural del
mundo, un signo o “el único elemento del Dios ausente’” (Klossowski, 1947/1970: 88). Es decir, el
mal ‒para Sade‒ es la forma de la necesidad causal en su desnudez plena. En este sentido, si-
guiendo a Klossowski, la actitud de Sade –de ir más allá de la necesidad‒ se trata de una esperanza
que abandona la concepción de rebelión esgrimida eminentemente en términos antropocéntricos
(Klossowski, 1947/1970: 88).
Así, los personajes del corpus sadiano, ‒como sucede con las viciosas Juliette o Dubois en Los in-
fortunios de la virtud (1791) o el libertino banquero Durcet, personaje de Los 120 días de Sodoma
(1785), por mencionar algunos ejemplos‒ atienden adecuadamente los signos de la materia y, por
tanto, actúan en consonancia con su sabiduría interna, en términos de causalidad, ya que los vicio-
sos gestionan sus motivaciones y actuaciones más allá del horizonte de interpretación, validez y