Protrepsis, Año 11, Número 22 (mayo - octubre 2022). www.protrepsis.cucsh.udg.mx
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De cualquier manera, el fenomenólogo sí crea una categoría más. Se trata de la liturgia, término
griego que significa el ejercicio de un oficio gratuito que además termina en pérdida para quien lo
realiza (Lévinas, 2000: 56), y que, aunque provienen de tradiciones distintas, coincide con la inter-
pretación que hace Dussel de habodá, término hebreo que, de acuerdo con él, significa trabajo en
tanto que servicio para el Otro (Dussel, 1979/1991: 100-101). Se puede empezar a deducir el lugar
que tiene el amor en el análisis levinasiano, pero es apenas ahora que lo explica más detallada-
mente. Para Lévinas, la necesidad implica un retorno a lo Mismo. Por ejemplo, la necesidad de
comer es, en términos hegelianos y marxianos, la subjetivación del objeto, la destrucción (negación)
del pan a favor de la afirmación del cuerpo. Por eso es que la necesidad es retorno, ansiedad del Yo
por sí mismo, asimilación del mundo (la exterioridad) en la propia identidad del Yo, “felicidad”
(Lévinas, 2000: 57). Es curioso que utilice la palabra felicidad como sinónimo de egoísmo, ya que
utilizará Deseo como sinónimo de amor. Estas categorías requieren de explicación, pues el lituano-
francés entiende el Deseo como aspiración incondicionada, libre de alguna falta. Es decir, el Deseo
no es un ansia que retorna a lo Mismo, sino que es una necesidad de quien ya no tiene necesidades
y no concibe al Otro ni como enemigo ni como complemento.
El deseo del Otro [Autrui] nace en un ser al que no le falta nada o, más exactamente, nace
más allá de lo que pueda faltarle o satisfacerlo. Este Deseo del Otro [Autrui], que es nuestra
misma socialidad, no es una simple relación con el ser en el que, según las fórmulas de las que
partimos, el Otro se convierte en el Mismo. En el Deseo, el Yo se dirige hacia el Otro [Autrui]
de manera que compromete la soberana identificación del Yo consigo mismo, de la cual la
necesidad es solamente la nostalgia y que la conciencia de la necesidad anticipa. El movi-
miento hacia el otro [autrui], en vez de completarme o contentarme, me involucra en una
coyuntura que, por un lado, no me concernía y debía dejarme indiferente […] La relación con
el Otro [Autrui] me pone en cuestión, me vacía de mí mismo y no deja de vaciarme, descu-
briéndome en tal modo con recursos siempre nuevos. No me sabía tan rico, pero no tengo más
el derecho de conservar nada. (Lévinas, 2000: 57-58).
En este sentido, solo una persona plena y realizada es capaz de llevar a cabo una Obra. Y es así
porque, en efecto, la Obra es una inversión que resulta en pérdida para el Yo. Repasando ambas
posturas: Stirner se queja de que el amor como mandamiento es la ley de la religión, mientras que
Lévinas la acepta como mandamiento, o mejor dicho, como responsabilidad (una u otra, el prusiano
no la asumiría). ¿Cuál es el problema de concebir el acto de amar como un mandamiento o respon-
sabilidad? Paul Ricoeur advierte que, efectivamente, hacer del amor una especie de obligación re-
sulta escandaloso, y en este sentido no es sorprendente que los movimientos actuales, al igual que
Stirner, se desvíen hacia un amor que es sentimiento propio. Para el pensamiento liberal, que inevi-
tablemente cada persona reproduce en el estado actual de cosas, es inconcebible dar algo que ya
pertenece al Yo. Más aun, obedecer una orden que no esté fundada en la libertad individual es
hasta denigrante. Pero Ricoeur hace una importante distinción, la de mandamiento –u orden– y
ley.