Protrepsis, Año 11, Número 22 (mayo - octubre 2022). www.protrepsis.cucsh.udg.mx
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principio, sin fin, lo que lo excluye de una imaginería consciente, lo cual implicaría ideas, y, por
tanto, limitaciones" (García Calvo, 1988: 45). Que la mujer goce sin fin es algo terrible para un
varón; por eso, según García Calvo, existe la dominación del macho: por miedo a ser hecho a un
lado. El filólogo defiende su tesis: eso de "hacer el amor" se halla lejos de ser un eufemismo inocente:
significa -como yo mismo escuché decir presuntuosamente a un macehual- que la experiencia se-
xual se ha convertido en un "trabajo". A una belleza de mujer brasileña le hizo el interfecto, según
declaró, "un muy buen trabajito". Obviamente, eso se lo dijo a un amigo para que todos los circun-
dantes nos enteráramos. Vulgaridades aparte, lo que discute García Calvo es sumamente serio: en
el sexo se pone en juego lo más profundo y verdadero de un ser humano, por eso tenemos que
reírnos. Yo mismo lo he destacado en innumerables ocasiones: tener un orgasmo es análogo a mo-
rirse y a pensar. No es "yo" el sujeto agente; hay orgasmo, muerte y pensamiento cuando "yo" se
quita de en medio. "Pienso, luego existo", ego cogito, ego sum, es tan abusivo y mentiroso como decir
"yo soñé", "yo morí", "yo tuve un orgasmo"... Las cosas, o los acontecimientos más importantes de la
vida nunca las hace "yo" o, peor, su correspondiente "nosotros". De ahí que todo, en relación al sexo,
se halle invertido: es el varón quien tiene envidia de un cuerpo intensamente sexualizado como el
que tienen las mujeres. El placer no conoce límites, decía antes, y no los conoce porque su deseo es
perderse, desligarse, liberarse: pero gracias al cuerpo, no contra él. El idealismo es un invento de
machos, que quisieran gozar sin cuerpo, sin rozaduras, sin sudores ni calambres ni espasmos. El
sexo sin fin, en todos los sentidos de la palabra, es el de las mujeres, y a eso le temen como al diablo,
nunca mejor dicho, la mayoría de los hombres. Sexo sin fin... Aunque lo cierto es que también le
teme la gran mayoría de las mujeres. Y esto es así porque se han "apropiado" de su sexo, se ha con-
vertido en el falo lacaniano, en una posesión, en una pertenencia, en un efecto personal. Sea como
sea, el sexo, despojado de su función, es una amenaza de plenitud para el sistema, para cualquier
sistema que, precisamente, le tenga terror al infinito. A lo sin nombre. Que puede haber un sistema
sin ese miedo, la naturaleza entera lo prueba. Sin miedo, pues.
II
El seminario del que forma parte la charla de Agustín García Calvo, celebrado en Santander en
agosto de 1986, incluye otras conferencias, más o menos amenas y más o menos especializadas.
Hay tres que no dicen gran cosa: la de Fernando Savater, totalmente schopenhaueriana, la de Héc-
tor Subirats, totalmente prescindible, y la de Julia Varela, totalmente foucaultiana. Esta última es,
con todo, relativamente útil porque, en conformidad con el francés, describe la formación histórica
de un dispositivo de sexualidad que no sólo dice cómo y para qué gozar, sino que involucra un
elaborado discurso de conversión del sexo en objeto de un saber para toda una panoplia de ciencias
y técnicas. Ya se sabe: desde Foucault la idea de represión sexual pasa a mejor vida. Hay otras
formas de esclavización que son menos condenables... Y más eficaces. Mérito de Foucault es haber
mostrado que la ciencia y sus métodos, la técnica y sus mecanismos, forman sistema con una estra-
tegia de normalización general (subjetivación o domesticación) propia de la modernidad. En suma: