Protrepsis, Año 12, Número 23 (noviembre 2022 - abril 2023). www.protrepsis.cucsh.udg.mx
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ISSN: 2007-9273
Protrepsis, Año 12, Número 23 (noviembre 2022- abril 2023) 255 - 264
Recibido: 07/12/2021
Aceptado: 03/05/2022
Ensayo: La deconstrucción explicada a los niños
Rodolfo González Morales 1 Alma Rosa González Morales 2
1 Universidad Autónoma de Querétaro
Querétaro, México
E-mail: rodolfo.morgon@gmail.com
2 Universidad Autónoma de Querétaro
Querétaro, México
E-mail: atenas_1489@gmail.com
Resumen: ¿Qué es la deconstrucción? Esta palabra que, en los días que corren es casi de uso co-
rriente, resulta casi indescifrable. La deconstrucción, aunque se ha entendido como un modo de
hacer crítica o teoría, no es para nada algo parecido a un método que muestre los pasos para abordar
determinados textos o narrativas literarias. A la deconstrucción se le ha intentado/querido dotar de
un seguro conceptual que sirva para apacentar la angustia de su extrañamiento. Para así poder ex-
plicarla y tal vez practicarla o bien, “usarla”. Sin embargo, lo más seguro es que de la deconstrucción
se puede hablar con mucha más certeza de lo que no es, que de lo que es. Por ello, este trabajo
pretende brindar tanto un acompañamiento en ese enfrentar a la deconstrucción como un acerca-
miento a eso que ella es. Para lo cual es necesario hacer un recorrido breve por el sendero que tuvo
que andar dicha palabra para llenarse de su significado. Por tal motivo es imposible dejar de lado a
uno de los pensadores más provocativos de la segunda mitad del siglo XX. Me refiero por supuesto
a Jacques Derrida. Un pensador y escritor francoargelino que con sus ideas cimbró el terreno de la
filosofía y el pensamiento occidental quien, desde su modo de habitar al mundo, brindó una nueva
significación a esta palabra para que así surgiera como ente subversivo y contestatario a todo orden
binario.
Palabras clave: Deconstrucción, Derrida, occidente, metafísica, estructura, poder, logos.
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Abstract: What is deconstruction? This Word in present days is more than common, but it is almost
indecipherable. Deconstruction has been understood as a way to do critic or theory but it is any-
thing but a method that shows steps to talk about texts or literary narratives. It has been
tried/wanted to give deconstruction conceptual insurance to appease the anguish of its strange-
ness. So in that way be able to explain it and maybe practice it or use” it. However, it is most
definite that it is easier to talk about what deconstruction is not than about what it is. For this rea-
son, this work tries to offer an accompaniment to confront deconstruction as much as it tries to
approach what it is. To do so, it is necessary to make a brief review of the history of the word that
gave it its meaning. For this motive, it is crucial to talk about one of the most provocative thinkers
of the 20th century. I am referring of course to Jaques Derrida. A French-Argelian philosopher and
writer that with his ideas shook the philosophical grounds and occidental thought, who, with his
way of living gave a new meaning to this word and made it emerge as a subversive being and as a
response to every binary order.
Keywords: Deconstruction, Derrida, occidental, metaphysics, structure, power, logos.
Introducción
Si la deconstrucción se pudiera explicar de una manera fácil o menos complicada de lo que resulta
hoy para los-expertos o para sus detractores, seguramente tomaría mucho más tiempo del que pasa-
remos discutiendo aquí. De tal manera que ahora intento, en la medida de lo posible, olvidar mis
prejuicios para así poder hablar desde la inocente curiosidad de un niño que ignora eso que de suyo
será.
Entonces si ha de haber un trabajo de niños vendría bien empezar por lo más fácil. Así pues, sobre
la deconstrucción es probablemente mucho menos complicado hablar de aquello que no es. Por el
contrario, afirmar eso que es, si fuera posible decirlo así, sería tanto como hacer un autogol en los
primeros minutos de un juego de fútbol. Por ahora es posible comenzar diciendo que esta no es una
teoría, dirán también los-que-saben, que no es un modo de hacer filosofía, tampoco es como que se
pueda decir de ella que su naturaleza habita en la crítica literaria. Sin embargo, si echamos un vis-
tazo menos distraído y superficial que aquel que han echado muchos de sus detractores, nuestra
confusión contrario a lo esperado será mayor al darnos cuenta que la existencia de la decons-
trucción surge en el margen de todas las disciplinas antes mencionadas. Como si la deconstrucción
habitara esa misma figura de la que en otro momento Alfonso Reyes se sirvió para explicar al en-
sayo, que, en este caso, no es otra que la del centauro.
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No debiera resultar extraño que al hablar de eso que hoy nos convoca, me valga de una criatura
fantástica. Pues para ninguno de los que están aquí debe resultar ajeno que, en algún momento de
la niñez, hubiéramos tenido que recurrir a la magia o a la fantasía para explicarnos algo que simple-
mente resultaba imposible. Como toda explicación eficiente dada a los niños, esta no puede pres-
cindir de alguna historia que sirva como un asidero, una suerte de Había-una-vez, que al mismo
tiempo arroje algunas pistas para así poder seguir un camino que resulte confiable. Entonces daré
aquí algunas coordenadas que permitan, no encontrar un origen ni un inicio, antes bien desvelen
una huella que ayude a rastrear un desde-aquí.
La primera huella de la deconstrucción aparece en el suelo de Ser y Tiempo (1926) de Martin Hei-
degger, ya desde ahí con la intención subversiva de enfrentar con fuerza al gigante más tiránico del
mundo occidental. Tiempo después Jacques Derrida retoma esta batalla en compañía de ese cen-
tauro, del que ya nunca se separaría. La deconstrucción se convirtió entonces en el modo de habitar
de Jackie; un filósofo que jamás hizo filosofía, y que sin ser crítico hizo crítica durante toda su vida.
El intruso
Jacques Derrida nacen 1930 en Argelia, que en ese momento era una colonia francesa, hijo de
padres judeoespañoles sefaradíes. Nació y crecen el Biar, un suburbio de Argel. A los 19 años
de Jackie, la familia viaja a Francia para instalarse en un barrio árabe, aunque ya desde la niñez
había sido educando en la tradición francesa. Es importante mencionar que después de su hermano
mayor René Abraham, nació Paul Moïse, el segundo hijo del matrimonio Derrida, quien desafor-
tunadamente murió tres meses después de nacido, este hecho habría de marcar a Derrida por el
resto de su vida como un intruso, un sustituto, un mortal de s, Élie amado en lugar de otro
(Peeters, 2013: 27).
Luego de abandonar su sueño temprano de ser futbolista se apasiona por la literatura siendo fre-
cuentemente el primero de su clase; aunque ya desde muy niño escribe de una manera inescrutable
su profesor, casi de manera profética, le advierte: “sube a reescribir esto, es ilegible. Cuando estés
en el Liceo, podrás permitirte escribir así, pero por ahora es inaceptable” (Peeters, 2013: 29). Esa
noción de sustituto, de representación, que apareció desde su nacimiento, habría de reafirmarse
con el tiempo pues aun viviendo en Argelia su-identidad es la de otro. Crece bajo la hegemonía de
otra lengua y de otra historia.
El árabe se considera una lengua extranjera, cuyo aprendizaje está permitido, pero no se lo
motiva. La realidad argelina, por su parte, se niega absolutamente: la historia de Francia que
se les enseña es “una disciplina increíble, una fábula y una biblia, pero también es una doc-
trina de adoctrinamiento casi imborrable”. (Peeters, 2013: 29)
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La deconstrucción
Con la intención de conocer de manera breve al pensador al que ahora nos acercamos, he dejado
estos puntos como sitio. Es preciso señalar que, en menor o mayor medida, cada uno de estos suce-
sos configuró el pensamiento del franco-argelino. Una vida atravesada por el infortunio y la inasible
identidad del autor de De la gramatología, el sentimiento de otredad con respecto a sí mismo, el no
saberse completamente de algún lugar en especial. Un eterno sentimiento de extranjería y la nece-
sidad de encontrar, aunque pasajero, un punto de anclaje al cual asirse. Todo aquello lo llevó a un
límite en el que era necesario pensar al mundo de un modo-otro, en el margen, en la periferia.
Esa manera alternativa de habitar el mundo la encontró en aquello que nosotros conocemos hoy
como deconstrucción. Como mencioné antes, existen también aquellas lecturas que, desde mi pers-
pectiva, resultan distraídas; éstas han declarado con resentimiento que la deconstrucción no es más
que ese juego postmoderno que cuestiona el sentido del lenguaje. Casi comparable al reclamo de
un niño pequeño con su padre cuando no comprende después de mil preguntas y dos mil explica-
ciones, por qué el color azul se llama así, y se muestra tal vez caprichoso, tal vez rebelde, al no
aceptar el pacto metafísico del pensamiento occidental que le brinda significado a las cosas. Haber-
mas comenta al respecto:
Pues el subversivo y rebelde trabajo de la deconstrucción tiene por meta la destrucción de
jerarquías categoriales que subrepticiamente lograron implantarse, el derrocamiento de ple-
xos de fundamentación y de relaciones conceptuales de dominio como son, por ejemplo, las
existentes entre el habla y la escritura, entre lo inteligible y lo sensible […]. Uno de estos pares
conceptuales es el que constituyen la lógica y la retórica. Derrida tiene un particular interés
en poner cabeza abajo la primacía, canonizada ya por Aristeles, de la lógica sobre la retórica.
(Habermas,1989: 227)
Si bien, sí existe la posibilidad de llevar la deconstrucción a un extremo en el que reine la relativi-
zación de las cosas, así como la de poner en juego la relación entre verosimilitud y verdad, también
puedo asegurarles que la deconstrucción es mucho más que eso, pues este modo-otro de ver las
cosas, no sólo se trata de proponer una nueva lectura de los clásicos o de cuestionar los sentidos
hasta ese momento inamovibles o absolutos en los textos. Por el contrario, esta propuesta fue sólo
el ejemplo del que Derrida se valió para mostrar cómo la comprensión occidental está cimentada
sobre un centro que escapa a la estructura, y que está ahí en tanto que no está, sólo para darle tran-
quilidad y apacentar la angustia. Es decir, que todas las verdades en las que descansa nuestra tran-
quilidad, funcionan sólo por la fe, una fe en la existencia de algo que es superior, y que da firmeza
al suelo que pisamos:
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Así, pues, siempre se ha pensado que el centro, que por definición es único, constituía dentro
de una estructura justo aquello que, rigiendo la estructura, escapa a la estructuralidad […]. El
concepto de estructura centrada es, efectivamente, el concepto de un juego fundado, consti-
tuido a partir de una inmovilidad fundadora y de una certeza tranquilizadora, que por su parte
se sustrae el juego. A partir de esa certidumbre se puede dominar la angustia. (Derrida, 1989:
384)
Con este antecedente me es posible decir que la deconstrucción, más que una forma postmoderna
de leer los textos, problematiza toda estructura de la realidad y al mismo tiempo se vuelve subver-
siva con respecto a cualquier cosa que podamos asegurar que conocemos. Es decir, toma una nota-
ción política al poner en crisis el orden binario de cualquier estructura o discurso, bien y mal, civi-
lización y barbarie, razón y locura, hombre y mujer, etc. Este precepto es con el que se ha construido
el pensamiento, el saber y el poder en occidente. Esa dualidad que ha permitido ejercer, entronizar
y normalizar la violencia a todo lo que resulte periférico. La deconstrucción, como había apuntado
antes, no es en sí una teoría, ni un modo de hacer crítica, más que eso, es un modo de estar situado
en el mundo. Nos ofrece un lugar otro para colocarnos frente a las estructuras de poder, llevando a
un estado de crisis el significado de las cosas, comenzando por la institución más grande en la so-
ciedad occidental, y que a su vez dota de sentido a todas las demás: el lenguaje.
Si esto es cierto, probablemente Umberto Eco tenía razón cuando “evidenció” en Los límites de la
interpretación cierta carta que alguna vez Derrida le escribió. En ese libro, se cuestiona la incon-
gruencia del pensamiento deconstructivista del autor de Espectros de Marx:
Es obvio que la carta de Derrida habría podido adoptar para mí otros significados, estimulán-
dome a hacer sospechosas conjeturas sobre lo que su autor quería “darme a entender”. Pero
cualquier otra inferencia interpretativa (aunque paranoica) habría estado basada en el reco-
nocimiento del primer nivel de significado del mensaje, el literal. (1992 :109)
Incluso hay una acusación implícita hacia el francés de ser un destripador del sentido de las cosas
y del significado mismo del lenguaje. Podríamos pensar que Derrida, en esta explicación a los niños
es, según Eco, el villano de esta historia. En dicho texto, Eco se burla de la desjerarquización que
Derrida hace de la interpretación de los textos, cuestionando la intención básica de comunicación
de aquella carta: ¿Cómo se puede estar seguro de que cuando alguien me está diciendo “buenos
días”, realmente me está saludando a y se está refiriendo al momento en el día en el que nos
estamos saludando? ¿Cómo puedo estar seguro de que realmente está queriendo decir eso, si el
sentido de las cosas se ha deslizado completamente? Pues bien, como ya se ha visto, hay una invec-
tiva hacia Derrida y su pensamiento.
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Aparentemente el franco-argelino es responsable de destruir el cimiento de toda verdad o todo cen-
tro, de haber dejado flotando toda la realidad sin dejar un sólo asidero del cual poder enganchar
algún sentido, alguna seguridad. Sin embargo, esta acusación termina por ser injusta y también
falsa pues Derrida jamás negó el sentido de las cosas, no es para nada su intención el crear un caos
irresoluble al pensamiento ni mucho menos una relativización radical de las verdades. Si bien, es
cierto que su intención es la de problematizar ese sentido a fin de dar una nueva lectura del mundo,
para ello, también son necesarios esos centros estructurales de los que hablábamos hace un mo-
mento. De tal manera que Eco no se equivocó del todo al llamar a Derrida “Jack el Destripador”, y
no porque éste fuera realmente el villano de la historia del pensamiento de occidente, sino porque
el autor de Espectros de Marx, destripó junto con la desconstrucción a ese gigante malvado lla-
mado… Metafísica.
Lo estratégico del sentido
Pero ¿cómo? ¿Derrida soluciona esto sin contradecirse? Pues bien, lo hace en virtud de lo pasajero,
de lo efímero, y propone un descifrado de las cosas el cual sea estratégico, es decir, no absoluto. Lo
que significa que cada uno de los objetos a los que nos acerquemos con la intención de conocer,
estudiar o controlar, será en virtud del tiempo y el espacio en que lo hagamos sin la necesidad de
pensar en un origen o sentido absoluto de dichos objetos, esto es, sin que precisen de un centro o
un dios inamovible para que tengan significado. De tal manera que Derrida y la deconstrucción no
están peleados con el sentido o la comprensión del mundo. Es la noción de absoluto, verdad, esencia
y totalidad contra lo que él y el postestructuralismo tienen su lucha:
Puesto que lo que se pone precisamente en tela de juicio, es el requerimiento de un comienzo
de derecho, de un punto de partida absoluto, de una responsabilidad de principio. La proble-
mática de la escritura se abre con la puesta en tela de juicio del valor de arkhé. (Derrida, 1994:
42)
Derrida propone advertir a la verdad y las certezas como un todo en diseminación, como lo men-
ciona en La Farmacia de Platón, el sentido es como un tejido del cual es posible tirar un incontable
número de hebras, y cada una aportará una verdad provisional que nos permita conocer al texto en
un tiempo y un espacio determinado.
Es la angustia de saber que no hay certezas absolutas, lo que hace que la deconstrucción y el pen-
samiento derridiano resulte tan incómodo para la manera en la que nuestro pensamiento está orde-
nado. El hecho de dar cabida a un huésped tan molesto como la deconstrucción nos obliga a poner
en duda cualquier conocimiento y cualquier verdad por mínima que sea. Derrumba así certezas
pre-existenciales pues causa escozor aun en el espacio más íntimo de aquello que concebimos como
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realidad. Derrida hace tambalear cualquier orden hegemónico establecido y propone un modo otro
de habitar.
Ese es el verdadero problema, el derrumbamiento de las hegemonías, la incomodidad de advertir-
nos equivocados y al mismo tiempo obligados a existir de otra forma. Dar cuenta de la violencia con
la que nos relacionamos con la otra, el otro y con lo otro. Darnos cuenta que hemos vivido históri-
camente bajo un orden establecido desde un poder logocéntrico que surge de las necesidades del
hombre blanco occidental y que relega a todo aquello que no es igual o no concuerda con sus están-
dares, condenando siempre al extranjero, al salvaje, al bárbaro al lugar del otro más otro, del inde-
seable. De tal manera que la aversión al pensamiento deconstructivista surge a partir del desvela-
miento que éste hace de la violencia y la arbitrariedad con la que los determinados órdenes logo-
céntricos jerarquizan las estructuras, siempre de acuerdo a la verdad que ellos manejan. Pues el
pensamiento postestructuralista ha puesto de manifiesto que la verdad no es del todo verdadera ya
que siempre obedece al tiempo y al espacio donde se dan dichas verdades. Eso que en una entre-
vista con Élisabeth Roudinesco, Derrida llamó “ficciones teóricas”:
Algunos elementos perduran, pero no convertiré al “inconsciente” y a las instancias de la se-
gunda tópica en conceptos científicos y científicamente seguros. Estoy de acuerdo en citarlos
y utilizarlos en situaciones estratégicamente definidas, pero no creo en su valor, en su alcance
más allá de este campo de batalla. En lo sucesivo se necesitan otras “ficciones teóricas. No se
trata de una respuesta relativista u oportunista de mi parte. Por el contrario, es una preocupa-
ción de verdad científica y una lección extraída de la historia de las ciencias, de la vida o el
progreso de las comunidades científicas que también son comunidades “productivas”, “per-
formativas”, interpretativas. (2009: 192)
Ante esto, ¿qué podemos hacer contra este orden establecido? ¿Es posible salir de él? ¿Qué opción
tenemos ante el violentamiento sistemático de la hegemonía logocéntrica que nos ordena? Decir
que Derrida propone que actuemos de tal o cual manera sería una mentira y una contradicción
hacia su manera de pensar, sería como si nos dijera qué es correcto y qué no, todo lo contrario a lo
que pudiera entenderse en la deconstrucción. Pero esto no es del todo desesperanzador pues la
deconstrucción en su ejercicio de “destrucción” construye al mismo tiempo algo otro. ¿Cómo es eso
otro? no es posible decirlo, pues eso sería como crear una nueva jerarquía, un modo por sobre todos
los otros. De tal forma que la manera de actuar dependerá siempre de los márgenes a los que nos
veamos enfrentados. Lo que resulta necesario es prestar atención a la noción de hospitalidad de la
que Derrida nos habla pues considero que ahí, en ese despliegue de ideas, existe una propuesta
importante para entender al pensador franco-argelino y también a la idea de deconstrucción. En la
noción de hospitalidad, Derrida desmonta nuestra idea de convivencia y al mismo tiempo se cons-
truye de manera subyacente una nueva conducta de convivencia o aceptación con lo otro que nos
rodea.
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La hospitalidad
¿Qué es la hospitalidad? Desde la perspectiva derridiana la hospitalidad es una condición que,
aunque le pertenece al género humano, no es exclusiva de éste. Esta posición es la que asume el
individuo (o casi cualquier suceso) en cuanto se convierte en anfitrión o en soberano de algo o de
alguien. La hospitalidad de Derrida es un modo de habitar que trasciende incluso a toda idea má-
xima de tolerancia, es el borramiento de mismo en tanto que soberano de algo. La hospitalidad
derridiana ocurre cuando el anfitrión o soberano abre las puertas de su casa y le permite a cual-
quiera entrar y habitarla.
Aunado a lo anterior, para que la hospitalidad ocurra por completo, el huésped debe habitar la casa
de su anfitrión en una condición límite de extranjería; un huésped que no habla la lengua del anfi-
trión, que lo incomoda, lo cuestiona y lo sitia, aun en su propia morada. A grosso modo esas son las
condiciones en las que se da un estado de hospitalidad, según Derrida. De tal manera que es posible
decir que, en esta relación hospitalaria, son claves las posiciones de huésped y anfitrión. Es impor-
tante destacar que dichas posiciones, como todo en la deconstrucción, no son definitivas ni absolu-
tas, pues en el caso del individuo (y también en los animales) la relación de huésped-anfitrión cam-
bia constantemente pudiendo invertirse en cualquier momento.
¿Cómo se relaciona la hospitalidad con la deconstrucción y el pensamiento postestructuralista?
Esto ocurre ya que la hospitalidad que Derrida propone es el resultado de la deconstrucción, esto
es, un suceso, cualquiera que sea, una vez deconstruido deviene en hospitalario pues cualquier ob-
jeto conocido cuando se le cuestiona acerca de su esencia o bien las certezas que lo hacen ser lo que
supone ser se convierte en anfitrión que a su vez recibe a la deconstrucción en condición de hués-
ped. Pero más allá del objeto conocido son los conceptos de “verdad”, “certeza” y “esencia” los que
se convierten en anfitriones, que en este caso y por sus características arbitrarias, tienen más una
condición de soberano pues la recepción que estos conceptos ofrecen a lo otro está siempre condi-
cionada y en calidad de hostil, de tal manera que lo que el pensamiento occidental le confiere al
pensamiento periférico es una suerte de hosti-pitalidad. Así es, me refiero a una hospitalidad con-
dicionada que violenta sistemáticamente a sus huéspedes mostrándose siempre controladora y
agresiva. Igual que si recordáramos la condición de anfitriona que habitó la Cenicienta al recibir a
la madrastra como huésped. Se quecon su casa y la obligó a habitar como servidumbre. Esa es la
condición máxima de la hospitalidad: ponerse en situación de sacrificio frente a su huésped.
De esta manera, cuando estos conceptos absolutos son puestos en crisis por Derrida y la decons-
trucción, al mismo tiempo son llevados a ese límite de la hospitalidad del que hablamos anterior-
mente. Pues el estado hospitalario consiste en eso, en habitar la incomodidad de convivir con lo
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otro, que más que coexistir con nosotros, nos invade y problematiza el sentido con el que nos ma-
nejamos, hace tambalear nuestra verdad y todo lo que damos como cierto, es aceptar a un huésped
parricida que atenta contra nosotros y nuestra tranquilidad. Ahí estriba realmente la incomodidad
que Derrida causa a sus detractores, los cuestiona, los sitia, los desestructura, forzándolos a buscar
otras formas de conocer, de expresar, de habitar. Peor aún, esa problematización se da desde la
advertencia de errores tan obvios que nos aplastan la cara, y que al mismo tiempo nos exhibe como
individuos acríticos que han andado por la vida sin reparar en su modo de conocer o acercarse a las
cosas, es decir, todo este tiempo hemos aceptado eso que nos dan como verdad sin detenernos a
pensar qué tan conveniente es esa verdad para nuestro tiempo y nuestro espacio.
Conclusiones provisionales
He decidido dejar aquí mis conclusiones como provisionales ya que del postestructuralismo y de la
deconstrucción, así como de Derrida, no es posible ni honesto decir algo definitivo. Realmente sólo
puedo reafirmar lo que ya he dicho antes: la deconstrucción no debe ser vista como una teoría lite-
raria o unos anteojos que sirvan para encontrar algún sentido; por el contrario, la deconstrucción
es la opción que tiene el individuo para cuestionar todo sentido. Es el reclamo al pensamiento oc-
cidental por el violentamiento de las libertades del individuo. Como muchas explicaciones a los
niños, esta no podía prescindir de una analogía con el fútbol. La deconstrucción es pues como el
gol de Maradona con la mano en México 86: un atentado contra las reglas de un deporte que se
juega con los pies mostrándonos, en su condición de extranjero y rebelde, que hay otras maneras
de jugar y de anotar.
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