Protrepsis, Año 11, Número 22 (mayo - octubre 2022). www.protrepsis.cucsh.udg.mx
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ISSN: 2007-9273
Protrepsis, Año 11, Número 22 (mayo - octubre 2022) 273 - 304
Recibido: 25/02/2022
Revisado: 15/05/2022
Aceptado: 25/05/2022
Creencias conspirativas. Aspectos formales y generales de
un fenómeno antiguo
Pietro Montanari 1
1Universidad de Guadalajara
Guadalajara, Jalisco, México
E-mail: pietro.montanari@academicos.udg.mx
https://orcid.org/0000-0003-4888-1719
Resumen: El artículo describe las creencias conspirativas y proporciona una comprensión de su
relevancia cultural. Por un lado, evidencia sus caractesticas formales específicas y, por otro lado,
y esto constituye su mayor originalidad en el estado del arte, las coloca en el marco de un género
más amplio, las creencias conceptuales generales, cuyos rasgos son debilidad argumentativa, con-
dicionamientos afectivos, cierre cognitivo, y cuya finalidad es principalmente práctica y auto-re-
presentativa (no epistémica). Se sugiere, además, que teoría política y ciencias sociales tuvieron
influencia en legitimar ciertas nociones y estereotipos que se encuentran, exasperados, en las creen-
cias conspirativas, mientras algunas nociones te(le)ológicas, como finalismo y providencia, parecen
estar al origen de conceptos que se han vuelto comunes en la ctica contemporánea de dichas
creencias
Palabras clave: Creencias generales, pseudoracionalidad, cierre epistémico, falacias narrativas
Abstract: The paper provides both a description of conspiracy beliefs and an insight into their cul-
tural significance. On one side, it highlights their specific formal features, on the other, and this
constitutes its peculiarity in the recent literature on the topic, it considers them within the broader
genre of general conceptual beliefs, whose main characteristics are weak methodology and logical
structure, strong affective and dispositional constraints, epistemic closure and mauvaise foi, and
whose main function is practical and self-representative (not epistemic). The paper also claims that
political theory and social sciences had some influence in legitimizing certain ideas and stereo-
typies that are exacerbated in conspiracy beliefs, while other te(le)ological conceptions, such as
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finalism and providence, may be an important source of ideas that turn out to be widely spread in
contemporary criticism towards those same beliefs.
Keywords: General beliefs, pseudorationality, epistemic closure, narrative fallacies.
1. La opacidad del fenómeno en cuestión
Las creencias conspirativas (de aquí en adelante CC) son un flujo más o menos constante de fan-
tasías, especulaciones y exageraciones que se produce en amplia medida como respuesta ante la
percepción de incerteza y amenazas sociales, reales o imaginarias. Los ejemplos en la sola época
actual son innumerables. Durante la última pandemia de SARS-COV2 -el cual es un caso entre
otros- han circulado una amplia variedad de historias sobre los riesgos del virus, su origen, las causas
de su difusión, que van desde el negacionismo hasta la activa producción del mismo por parte de
científicos o tycoons sin escrúpulos (Ichino y Bortolotti, 2021).
Se trata de reacciones normales. Quien considere la cosa desde un punto de vista histórico observa
incluso patrones y repeticiones. Esta conciencia de una cierta continuidad, que por supuesto no
excluye la originalidad que caracteriza cada fenómeno histórico específico, constituye el trasfondo
de varias obras de historiografía recientemente dedicadas a eventos pandémicos del pasado, como,
por ejemplo, la grande peste negra de la mitad del siglo XIV (Bergdolt, 2020) o a la epidemia de
cólera en Nápoles, durante la primera mitad del siglo XIX (Di Fiore, 2020).
Más allá de estos ejemplos, las CC están generalmente conectadas con las dimensiones sociales del
miedo (ansiedad, incerteza, frustración, falta de control), que implican la interpretación de ciertos
fenómenos como signos preocupantes o peligrosos. El miedo al cual nos referimos no es simple-
mente una emoción (por lo menos, no lo es primariamente), sino un texto, un discurso, que, en cier-
tas situaciones, logra presentarse como legítimo y racional.
1
Es posible llegar a temer algo aun
cuando, diversamente de lo que ocurre con una pandemia o una guerra, no existe una amenaza real
o directa. La mayoría de las CC, de hecho, se alimenta de un tipo de ansiedad genérica, intelectual,
1
El miedo es producido por la percepción de un peligro ante el cual reaccionamos impulsivamente. El discurso del
miedo, al contrario, es un constructo simbólico, un lenguaje, del cual, por consecuencia, es posible un análisis semiótico
(Lotman, 1998, como se citó en Leone, Madisson y Ventsel, 2020; Gherlone, 2019). Otros autores hablan de “suffe-
ring” y “attribution of blamecomo factores que empujan al individuo hacia CC en busca de una compensación (Groh,
1987; Locke, 2009).
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que no es el producto de un miedo real, sino de un discurso del miedo, donde los protagonistas
pueden ser capitalistas sin escrúpulos, masas de migrantes violentos, hebreos que maniobran la fi-
nanza mundial, potencias imperialistas, brujas y alienígenas. Un enfoque semiótico a las conspira-
ciones puede entonces resolverse en una semiótica del miedo (Leone, Madisson y Ventsel, 2020:
45).
Sin duda existe hoy un problema de información contaminada (polluted information) o desorden
informativo (information desorder), que ha determinado una difusión acelerada de creencias absur-
das en un contexto mediático “tan inundado que puede ser difícil distinguir lo que es verdadero de
lo que es falso” (Phillips y Milner, 2021: 4; traducción propia). Se trata de un proceso con varias
caras, cuya comprensión requiere una terminología diferenciada.
2
Esto puede generar la impresión
de que nunca como hoy, o incluso hoy por primera vez, las CC han circulado con tanta abundancia
y han llegado a ser potencialmente peligrosas.
La conexión entre modernidad y CC, además, es clásica. Karl Popper las relacionaba estrictamente
con los procesos de modernización y secularización (Popper, 2002b: 459). Fredric Jameson las con-
sideraba como el mapeo cognitivo de la persona común en época posmoderna” (Jameson, 1988:
356). Varios autores han subrayado el papel de las CC en ofrecer una respuesta sencilla y rápida
ante la incerteza generada por la complejidad de la época global.
3
Las sociedades abiertas, además,
caracterizadas por una liberalización del mercado cognitivo, expondrían el individuo a un bombar-
deo sin filtros de información. La abundancia de la información disponible, en ausencia de esque-
mas ideológicos estables que actúen como mediadores, determinaría así la difusión endémica de
CC (Nefes y Romero-Reche, 2020: 102).
Sin embargo, los intentos de hacer de este fenómeno algo exclusivo de nuestra época o de las socie-
dades liberales, eventualmente amplificado por los medios de comunicación masiva y en particular
por los medios sociales, parecen poco persuasivos (Uscinski, 2020: 120-6). Las CC son un fenó-
2
En el universo de las fake news, por ejemplo, se habla de dis-información” (difusión intencional de información
falsa), “mis-información” (difusión no intencional de información falsa) y “mal-información” (difusión de información
no necesariamente falsa, pero proporcionada de manera incorrecta y parcial, con la intención de denigrar, ocasionar
daño, etcétera).
3
Ver, por ejemplo, Melley (2000) y Knight (2000), que se enfocan en la cultura de Estados Unidos. Sobre la influencia
del milenarismo, ver Barkun (2013).
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meno antiguo (Van Prooijen y Douglas, 2017), que abarca épocas y culturas diversas, aunque exis-
tan características históricas específicas.
4
Es incluso posible verlas como una constante antropoló-
gica, un dato de la naturaleza humana (Groh, 1987; Raab et al., 2017).
Además, incluso si las consideráramos como un fenómeno específicamente contemporáneo o post-
moderno, seguirían resultando borrosas las fronteras entre las CC y otros tipos de creencias, igual-
mente populares, como, por ejemplo, ideologías, post-ideologías radicales, relativismo (post-ver-
dad), populismos, o las que podríamos llamar, por comodidad, creencias no-convencionales
(CNC): pseudociencias, paranormal, ocultismo, criptozoología, espiritualidad new age, religiosida-
des postmodernas, entre otras. La literatura científica insiste a menudo sobre la afinidad entre CC,
ideologías y CNC, aun sin lograr explicarla teóricamente.
Se ha hablado recientemente de “ideologías líquidas”, capaces de juntar elementos conceptuales
incompatibles.
5
Las CC, en efecto, parecen capaz de combinar sus propios aspectos formales no
solo con las CNC, sino también con nociones derivadas de ideologías tradicionales o recientes (au-
toritarismo de derecha, movimientos identitarios, radicalismo de izquierda, movimientos anti-glo-
balización, entre otras). A nivel psicológico, se ha enfatizado la importancia que tiene un estilo cog-
nitivo intuitivo (vs. analítico) en predecir la adhesión en algunas de las creencias mencionadas (Die-
guez, 2018; Lantian et al., 2020).
Todas estas dificultades determinan una cierta inevitable opacidad del fenómeno que estamos dis-
cutiendo, de la cual quizás es posible liberarse únicamente viéndolo desde un punto de vista más
amplio, que relaciona las CC con las que llamaremos creencias conceptuales generales. Pese a la
magnitud y a la opacidad del fenómeno es posible discernir en las CC ciertos tipos.
6
En las últimas
4
En los últimos años se han publicado varias monografías sobre las CC en varias épocas (antigüedad clásica, Europa
moderna, Revolución francesa, periodo postrevolucionario, etc.) y en varios contextos (Norteamérica, Europa occiden-
tal, países nórdicos, Rusia, Balcanes, Europa oriental, Turquía, Oriente medio, Asia sudoriental). Una amplia reseña
de estudios historiográficos recientes es recordada en Butter y Knight (Butter y Knight, 2020b: 30-31). Sobre CC y
Revolución francesa, ver también Campbell et al. (2007). Una amplia reseña de épocas y contextos se encuentra en
Butter y Knight (Butter y Knight, 2020a: 531-673). Sobre las CC en los países nórdicos, ver Astapova et al. (2021).
Los estudios más recientes se caracterizan por no connotar negativamente la noción de CT, según una tendencia que,
sobre todo en E.U.A., se había vuelto dominante después de la monografía de Richard Hofstadter, publicada en 1964
(Hofstadter, 2008).
5
La expresión es empleada por Les Back (2002) a propósito de la asimilación del lenguaje de la igualdad y de los
derechos en el lenguaje de la derecha particularista y racista.
6
Las tipologías tienden a ser distintas según la perspectiva disciplinar. Desde un punto de vista pragmático (utilidad
pública, veracidad, etc.), algunos autores consideran por lo menos importante distinguir entre grandes y pequeñas
conspiraciones (“small scale y “grand conspiracies”), considerando que entre las primeras se encontrarían algunas
útiles y aceptables (Locke, 2009: 569). Según Wagner-Egger (2019), al contrario, todo intento de distinguir entre CC
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dos décadas, de hecho, se han ido multiplicando los estudios sectoriales dedicados al tema por his-
toriadores, semiólogos, sociólogos, politólogos y psicólogos, estudios que en muchos casos son real-
mente notables.
2. ¿Creencias o teorías conspirativas?
A pesar de la antigua presencia del concepto de creencia (δξα, del verbo δοξζω) en filosofía
tan antigua que convendría hablar de noción fundacional,
7
actualmente no es claro qué es una
creencia y qué se quiere denotar exactamente mediante el término.
8
En general, se tiende a consi-
derar la creencia como un estado intencional, a saber, inseparable del objeto intencionado, o tam-
bién como una actitud proposicional, es decir, el estado mental según el cual un cierto sujeto se
inclina a considerar que una cierta proposición es verdadera. En este caso es común distinguir en
las creencias entre actitud y contenido. Pero ¿de qué naturaleza es este estado mental?, ¿es una
racionalización (que existe solo para el intérprete) o es algo real (una propiedad de la mente-cere-
bro)?,
9
¿es irracional o racional?, ¿involuntario o voluntario?,
10
¿consciente o inconsciente? No es
fácil contestar a estas preguntas en un sentido o en otro: una ambigüedad fundamental parece cons-
tituir al objeto ‘creencia’.
Es posible pensar las creencias, más que como representaciones, como disposiciones a actuar, sentir
o pensar de cierta manera, reduciendo al mínimo la referencia a un contenido intrínseco de la
creencia.
11
Se puede incluso argumentar que existen creencias “intermedias” (in-between), situa-
ciones en que un individuo cree y, al mismo tiempo, no cree que p (Schwitzgebel, 2001). Es final-
mente posible negar que exista algo como una “creencia”
12
y hasta dudar que la intencionalidad en
general sea la propiedad característica de lo mental.
13
Desde un punto de vista ya sea eliminativista
o comportamentista, por ejemplo, decir “creencia” (“deseo”, etc.) es usar otra “etiqueta lingüística
saludables y no-saludables (“healthy” y “unhealthy”) es inútil, siendo que estas son inevitablemente falsas, delirantes,
y socialmente dañinas.
7
La oposición conceptual entre sentido común y ciencia verdadera la encontramos ya en Heráclito (46-47, 70, 107
DK). El término δοξσματα (70 DK) es probablemente espurio. La oposición con la δξα es explícita en Parménides
(fr. 1, 30-2, y relativa sección del poema), aunque el rmino no tiene la connotación ontológica y negativa que adquiere
posteriormente en Platón. Ver Untersteiner (1956); Turnbull (1983); Cordero (2010).
8
Para una presentación de los enfoques actuales, ver Schwitzgebel (2019).
9
Ver, por ejemplo, Dennett (1991).
10
Engel (2000).
11
Un enfoque disposicional (no reduccionista) lo propone Schwitzgebel (2002).
12
Véase la crítica de Floyd (2017) a los enfoques “reificatorios”.
13
Se trata de los enfoques conductistas y eliminativistas (generalmente reduccionistas) clásicos. Ver, por ejemplo, Ryle
(2009).
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vacía y sin referente”, sin una correlación exactamente identificable con algún estado neuronal y
tampoco capaz de designar algún tipo de experiencia interna (Paternoster, 2010: cap. 1)
14
. La in-
certeza acerca de qes una creencia refleja dudas más amplias y radicales relacionadas con el
problema de la introspección, es decir, nuestra efectiva capacidad de acceder a estados internos
determinables mediante nuestro lenguaje ordinario (Schwitzgebel, 2008).
Por creencias conceptuales generales (de aquí en adelante CG) se entiende historias mediante las
cuales el individuo expresa su opinión acerca de mismo, de los demás y del mundo en general
(Montanari, 2022b). Más que “ideas no fundamentadas objetivamente” (Boudon, 1990; traduc-
ción propia), se trata de happenstance knowledge, nociones que no cuesta mucho trabajo adquirir
y que adquirimos simplemente como “subproducto de actividades emprendidas con fines distintos
a la adquisición de conocimientos”, es decir, como resultado de acciones cuyo propósito no es la
adquisición de conocimiento (Hardin, 2002: 6; traducción propia). Son débilmente justificadas,
formuladas de manera más o menos extemporáneas, según heurísticas de tipo how-do-I-feel(Sch-
wartz, 1990; Lodge y Taber, 2000) y “falacias narrativas” (Kahneman, 2011).
La circulación de estas creencias se debe en amplia medida a la inserción de los sujetos en grupos
y redes sociales, reales o virtuales, donde predominan ciertas preferencias, visiones del mundo e
interpretaciones de los eventos. Se trata, con mayor frecuencia, de estructuras excluyentes, más o
menos fluidas u ocasionales, que han sido denominadas epistemic bubbles o echo chambers (Ngu-
yen, 2020).
15
En estas, el sujeto es llamado a definirse y pronunciarse mediante la adopción de
historias (impropiamente, teorías), posturas o simples expresiones (jargon) que encajan o por lo me-
nos resultan aceptables en su nicho de identificación. Dichas historias y posturas adquieren enton-
ces una valencia prevalente o exclusivamente práctico-expresiva (no epistémica) y se propagan de
manera circular en el contexto de pertenencia. Su adopción por parte del sujeto es ampliamente
predecible debido a la influencia del grupo y de las reglas de la interacción.
Grupos y contextos ideológicos, especialmente los más radicales y extremos, proporcionan ejem-
plos abundantes de estas dinámicas, pero no son los únicos. La dinámica es muy ordinaria y común.
Bastaría pensar en un fenómeno relativamente banal, como la formación de divisiones en la opinión
pública, por ejemplo, de escándalos, crisis sociales y políticas, eventos nacionales o internacionales.
Hasta la fecha, por ejemplo, el debate público sobre la reciente invasión rusa de Ucrania ha sido
14
De aquí en adelante, cuando se mencione el capítulo, en lugar del número de página, es debido al formato electrónico
del libro (EPUB) que no permite la paginación.
15
Según el autor, ambas son estructuras sociales problemáticas que llevan sus miembros a creencias irracionales, re-
fuerzan la separación ideológica entre grupos e inflan la auto-confianza, pero mientras una “epistemic bubble” excluye
mediante omisión, una “echo chamber” lo hace mediante una activa desinformación.
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condicionado, por lo menos en Italia,
16
por una exasperada división entre frentes pro y contra las
políticas de apoyo militar decididas por la OTAN bajo la leadership de los Estados Unidos. Con
pocas excepciones, la comunicación entre estos frentes se ha caracterizado como un conflicto ver-
bal entre estructuras sociales que parecen mucho a echo chambers,
17
en un contexto general de
misinformación o disinformación. Es un hecho relativamente común en toda situación bélica que
la disponibilidad de informaciones fidedignas resulte drásticamente limitada y alterada por los me-
canismos de propaganda. Y, sin embargo, nunca como en estas coyunturas, donde dominan la ig-
norancia, incerteza y contingencia, aparece evidente que los sujetos involucrados en el debate pú-
blico, incluso la mayoría de los “expertos”, se expresan públicamente de manera híper-asertiva,
como si sus historias tuviesen una valencia epistémica fuerte, reflejaran competencias y capacidad
de análisis objetivo.
El ejemplo anterior nos muestra que, debido a su valencia práctica y expresiva, las CG no van
juzgadas según el criterio epistémico (a menos de no emplear el rmino lato sensu) y, sin embargo,
no por eso hay que considerarlas irracionales (Ichino y Bortolotti, 2021: 151). La racionalidad del
sujeto que las utiliza y contribuye a su propagación puede y debe entonces medirse no solo objeti-
vamente, con referencia al valor epistémico absoluto de su creencia (que, en estos casos, es prácti-
camente nulo), sino subjetivamente, con respeto al nicho al cual este pertenece y que condiciona
en amplia medida sus respuestas, disposiciones y actitudes.
18
Resulta con evidencia, además, cómo las CG nacen de nuestra ignorancia irremediable ante la ma-
yoría de los hechos que nos rodean y, al mismo tiempo, de la exigencia que la vida social nos pone
de hablar también de cosas que no conocemos como si fuéramos perfectamente competentes. Las
CG se arman fácilmente y, una vez armadas, estas historias no nos hacen realmente competentes,
19
pero nos permiten tener la impresión de conocer algo o mucho, participar en el gran juego de la
16
Es posible que estas observaciones, desarrolladas con base en la observación del debate público italiano (principales
periódicos y talk shows) en los primeros dos meses y medio de conflicto, sean generalizables también a otros países. El
caso italiano, de todas formas, había manifestado la misma tendencia divisiva en el período de crisis pandémica ante la
gestión del premier Mario Draghi.
17
Nguyen define epistemic chamber como una comunidad epistémica excluyente capaz de generar una amplia dispa-
ridad de confianza entre miembros y no-miembros (Nguyen, 2020: 19).
18
Sobre la distinción entre racionalidad objetiva y subjetiva, véase Levy (2019). Una atención análoga al aspecto con-
textual de las creencias puede encontrarse en el enfoque boudoniano a la racionalidad de la acción social (Boudon,
1990).
19
Kahneman habla de “narrative fallacies” (Kahneman, 2011: cap. 19). Naturalmente, estas narrativas cambian cons-
tantemente a lo largo del tiempo, dependiendo de los eventos que nos ocurren, y nosotros nos limitamos a ajustar la
historia, según las necesidades, conservando la percepción de nuestra identidad como sujetos narradores.
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comunicación social y, finalmente, exhibirnos, para eventualmente lucir en el juego (Montanari,
2022b).
Sin estas creencias nuestra comunicación tendría que limitarse a las pocas cosas que conocemos
efectivamente, ya sea por sentido común, experiencia directa o competencia. Mediante las CG,
tenemos y damos la impresión de conocer algo más, eventualmente incluso de ser competentes o
profundos,
20
pero la función real de estas creencias no es ni teórica ni epistémica, sino práctica y
auto-representativa: nos permiten actuar en sociedad, expresar preferencias y valores, comunicar,
y finalmente exhibir lo que llamamos nuestra identidad
21
ante el mundo que nos rodea.
Desde la perspectiva adoptada en este escrito, CC y CNC no son más que un subgrupo de CG
caracterizado por ciertos elementos formales específicos, que se presentarán en seguida. ¿Por qué
se habla en este caso de creencias conspirativas y no de teorías conspirativas (de aquí en adelante
TC), como habitualmente ocurre? Por cuatro razones. En primer lugar, porque, propiamente ha-
blando, no existen teorías conspirativas (Dieguez, 2018: cap. 5). Las TC son generalmente historias
y especulaciones fantasiosas, hechas no para ser desmentidas o verificadas, sino para reproducirse
a sí mismas independientemente de todo control empírico y formal.
22
Otra razón es que en buena
parte de la literatura actual sobre el tema, la expresión TC tiene una connotación fuertemente ne-
gativa, y este uso despectivo del término, en lugar de resolver las dificultades y las confusiones
20
No es siempre fácil discernir entre lo que es profundo y algo que parece profundo por ser simplemente ambiguo o
incluso sin sentido. Se ha hablado por eso de “deepeties” (Dennett) o “pseudo-profound bullshit”, a saber, proposicio-
nes sin sentido (generadas automáticamente) pero recibidas como profundas (ver los recientes experimentos de Penny-
cook et al., 2015). La recepción de simples sinsentidos como perlas de sabiduría invita a considerar con mucha seriedad
el fenómeno que Dan Sperber ha denominado “efecto gurú” (Sperber, 2009). Pero habría que evitar caer en el extremo
opuesto de denunciar como estupideces pseudo-profundas las filosofías contemporáneas no-analíticas (Dieguez, 2018:
cap. 3).
21
Sobre la noción de identidad, ver Aguiar (2014), que la define como “a set of collective beliefs (positive and norma-
tive) individual have about themselves; beliefs that give social actors reasons for action” (Aguiar, 2014: 580-581). No
hay que entender la identidad como “algo” que exista objetivamente (si fuera así no tendría sentido hablar de indivi-
duos, puesto que estos no serían otra cosa que una función de prototipos y estereotipos), sino como un constante es-
fuerzo creativo que cada individuo lleva adelante para lidiar con múltiples roles, creencias generales y afiliaciones
sociales, que intenta poner de acuerdo, lo más posible, con las efectivas situaciones en que se encuentra involucrado a
lo largo de toda su vida. Mediante este esfuerzo los individuos garantizan ante sí mismos una especie de imagen, o
cuento, cuya función es la de proporcionar un sentido general de sus propias trayectorias, aunque sea nimo, incierto,
en amplia medida (o quizás incluso por completo) ficticio, construido cada vez con base en las necesidades del mo-
mento.
22
La mayoría de la literatura tiende a negar un estatuto epistemológico a las CC. Las CC inventan historias de cons-
piraciones, que de buena o mala fe pasan por verdaderas, pero nunca llevan a descubrir conspiraciones y no son equi-
parables a encuestas e investigaciones serias (ikkä y Ritola, 2020: 58).
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existentes, ade nuevas.
23
La tercera razón es que la expresión remanda a un contexto histórico
reciente,
24
en el cual es incluso posible hablar de una conspiracy culture, de un mercado de las CT,
o de las conspiracies como género.
La razón más importante de la preferencia terminológica que se adopta en este escrito, sin embargo,
es que, para estudiar este fenómeno en todo su alcance, consideramos que es más importante en-
tender la forma de las CC, junto con las condiciones psicológicas y sociopolíticas que favorecen su
prominencia política ocasional (saliency), en vez de ponerse a desglosar sus contenidos ‘teóricos’.
En otra ocasión, sin embargo, aclaramos que privilegiar una consideración formal de las CC no
implica ninguna expresión de desprecio y no significa pensar que los contenidos de las CC sean
siempre y necesariamente irrelevantes, ni que sea siempre superfluo distinguir entre ellas.
3. Definiciones de las CC: aspectos formales mínimos
Una definición previa de las CC puede ser de alguna utilidad, aunque las TC pongan problemas
específicos a quienes intenten definirlas (Nefes y Romero-Reche 2020: 96-7).
25
Se consideren dos
definiciones: (1) “Una [TC] es la idea de que alguien, o un grupo formado por algunas personas,
actúa en secreto con la finalidad de alcanzar poder, riqueza, influencia u otros beneficios” (Hodapp
y Von Kennon, 2008; la traducción es propia). (2) “[TC] se refiere a una percepción acusatoria no
respaldada por autoridad [también: una acusación sin fundamento
26
] de que un pequeño grupo de
individuos poderosos han actuado, actúan o actuarán en secreto por su propio beneficio y contra el
bien común” (Uscinski, 2020: 23; la traducción es propia).
Como puede verse, el contenido de las CC se caracteriza generalmente por ciertos elementos for-
males explícitos recurrentes: (i) hay un grupo más o menos pequeños de personas muy poderosas,
(ii) que actúan en secreto y de manera coordenada con la intención de llevar a cabo un cierto plan
23
El uso despectivo del término es relativamente reciente. Según Butter (2014), en la primera mitad del siglo XIX, en
Estados Unidos, las TC eran consideradas una forma de conocimiento aceptable, incluso “ortodoxa”. Después de este
periodo empieza su estigmatización (Thalmann, 2019), inaugurado por el trabajo de Richard Hofstadter, de 1964,
sobre el “estilo paranoide” en la política americana (Hofstadter, 2008), que influyó en muchos trabajos posteriores
(Davis, 1971; Pipes, 1996; Melley, 2000; Taguieff, 2013).
24
Antes de Thedor Adorno, Harold Lasswell, Karl Popper, Leo Strauss y Richard Hofstadter (de los años cuarenta a
los sesenta) no es fácil encontrar críticas explícitas de las TC, aunque bajo el empleo de distintas terminologías. Esto
no significa que el fenómeno no existiera, sino que no era percibido como un problema cultural relevante. Entre las
varias excepciones destacan dos historiadores, Augustin Cochin, francés, y Charles Beard, americano (Butter y Knight,
2020b: 29). En literatura se recuerdan a veces también pasajes de Maquiavelo (Discorsi, 1531) y François Guizot (Des
Conspirations et de la justice politique, 1821).
25
Otros motivos de escepticismo son bien individuados por McKenzie (McKenzie 2021: 16).
26
Unauthoritative accusatory perception”, o también: “unsubstantiated allegation (Uscinski 2020: 23, 93).
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(lo llamaremos gran plan), (iii) en defensa de sus propios intereses y contra los intereses de la colec-
tividad, (iv) a lo largo de una extensión temporal variable. Existe también por lo menos un aspecto
formal implícito, que es imprescindible: (v) la no-falsabilidad.
Sobre este último punto, la no-falsabilidad (v), es necesario insistir un poco más. Las expresiones
“percepción acusatoria no respaldada por autoridad” o “acusación sin fundamento” (def. 2) pueden
parecer denigraciones injustificadas, pero son necesarias para distinguir la fantasía de las CC de
las conspiraciones, que son siempre posibles y reales. De esta manera se traza una línea de demar-
cación necesaria entre CC y conjeturas bien planteadas o incluso auténticas encuestas. Es perfec-
tamente plausible pensar que una CC represente conexiones que se revelan reales, pero esto ocurre
solo accidentalmente. La no-falsabilidad es, no solo la ratio essendi de las CC, sino la condición de
su existencia y prosperidad. Las CC son concebidas como inatacables, “a prueba de balas”: son
capaces de reproducirse y difundirse no solo independientemente de, sino gracias a cualquier ata-
que y desmentida factual.
27
Los elementos formales explícitos no son más que el reflejo exasperado de esta cualidad dogmática
y autoreferencial implícita. La extensión temporal (iv), que en las CC puede presentarse como vir-
tualmente ilimitada, no es que una manifestación de la indefinida reproducibilidad formal de una
creencia cuando refleja un estado de cierre cognitivo. La duración de ciertas conspiraciones es muy
larga, en algunos casos incluso milenaria. El punto (iii) evidencia la connotación política de las CC,
justamente enfatizada por Uscinski (2020). Sin embargo, mientras en política los intereses son
siempre negociables, en las CC se transforman en un juego a suma cero: los intereses de los cons-
piradores son por definición no solo contrarios, sino irremediablemente antitéticos al interés pú-
blico. Su connotación es exclusivamente negativa, criminal: constituyen una amenaza para la vida,
la propiedad, la libertad, la seguridad, o los derechos fundamentales de la gente.
El segundo aspecto (ii) presenta los rasgos imprescindibles del plot: un gran plan, una intención
adamantina de llevarlo a cabo y, sobre todo, la dimensión del secreto. Plan, intenciones, recursos:
todo adquiere en este caso una dimensión exasperada, irreal, a veces incluso sobrenatural. El se-
creto, finalmente, es esencial. Dentith sostiene que hablar de secrecy no implica necesariamente
que nadie sepa nada de lo que está pasando (Dentith, 2014: 110). Puede ser, pero esto no es lo
esencial de la cuestión. En las CC, el secreto tiene una connotación absoluta: garantiza “la inmor-
talidad” de la creencia misma (Dieguez, 2018: cap. 5), su ilimitada reproducibilidad. Finalmente,
en el primer aspecto (i) se menciona la existencia de un grupo, más o menos pequeño, animado por
27
La circularidad, la repetición y autoreferencialidad de las CC son enfatizadas por Goertzel (Goertzel, 1994: 740),
que por eso las define como sistema monológico de creencia (“monological belief system”). Esta misma característica
la comporte con ideologías políticas y fundamentalismos religiosos. La reproducibilidad virtualmente ilimitada de las
CC ha sido interpretada, en el surco de Lacan, como un infinito reenvío (“deferring”) del resultado de la búsqueda: “a
kind of manic will to seek rather than to know” (Fenster, 2008: 103).
Protrepsis, Año 11, Número 22 (mayo - octubre 2022). www.protrepsis.cucsh.udg.mx
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una capacidad (irreal) de mantener unidad de intenciones, coordinación y determinación por pe-
riodos de tiempo prolongados. El grupo de conspiradores es construido mediante estereotipación y
estigmatización como “el enemigo”.
Otras cinco “definiciones seminales” del fenómeno proporcionadas en Giry y Tika (Giry y Tika,
2020: 113-114) confirman los mismos elementos formales de nuestro interés, pero nos permiten
añadir uno, de carácter explícito: (vi) la presencia de una historia (o versión) oficial a la cual la CC
se contrapone. La historia oficial es a menudo presentada como una intención de ocultamiento del
gran plan por parte de las autoridades, de los conspiradores o de un público que se deja manipu-
lar.
28
Es posible, en fin, evidenciar otro aspecto formal (vii), que a menudo es explícito: las CC
adoptan generalmente un estilo de exposición científico (datos, gráficos, pruebas, deducciones,
etc.), a saber, se expresan mediante el lenguaje que nuestra época considera el único capaz de co-
nocimiento. Esta adopción, en realidad, no es tendencialmente más que una simulación, un camu-
flaje: donde hay dogmatismo y cierre cognitivo no es posible descubrir nada y el empleo del len-
guaje científico queda necesariamente como una fachada.
4. Problemas teóricos mayores de las CC
Las CC se topan con varios dilemas y problemas. Por ejemplo, si el grupo es demasiado pequeño
es difícil pensar que la acción conspirativa pueda resultar eficaz en escalas muy amplias (y en tiem-
pos demasiado largos), mientras, si es demasiado grande (y su acción demasiado prolongada en el
tiempo), es difícil pensar que el grupo logre mantener el secreto y conservar unidad de intentos-
acción: en ambos casos, la acción difícilmente podría ser llevada a cabo con éxito.
En segundo lugar, tarde o temprano, conspiraciones y secretos vienen a la luz: está en su naturaleza.
¿Cómo es posible, al revés, que las conspiraciones y secretos denunciados en las CC permanezcan
siempre en la sombra? En la vida diaria, escribe Umberto Eco, no hay nada más transparente que
las conspiraciones y los secretos (Eco, 2014; Eco, 2015).
Además, las CC ignoran totalmente cuestiones que son fundamentales a la hora de interpretar la
concreta acción social de individuos y grupos: ¿qué es una intención? ¿Hasta qué punto el término
describe de manera eficaz la acción humana orientada hacia un propósito? ¿Y cómo se modifican
los propósitos humanos en el tiempo? ¿En qué sentido exacto y hasta qué punto tiene sentido hablar
de intenciones y propósitos cuando ya ni siquiera los referimos a un individuo particular en una
28
Dentith presenta definiciones de autores que manifiestan una actitud más neutral o positiva hacia las CC (Dentith,
2014: 18-20). Las de David Coady y Susan Feldman añaden la característica que estamos mencionando (Dentith,
2014: 19, 106).
Protrepsis, Año 11, Número 22 (mayo - octubre 2022). www.protrepsis.cucsh.udg.mx
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situación específica, sino a la acción de un grupo prolongada en el tiempo? Las CC utilizan el con-
cepto de “intencionalidad” de manera trivial, sin percatarse de la complejidad de la acción social y
de los procesos psíquicos que la substancian (Dieguez, 2018: cap. 5).
Quizás las ciencias sociales tengan parte de la responsabilidad en la legitimación de estas simplifi-
caciones, derivadas en amplia medida de una psicología de sentido común (folk psichology). Bastará
pensar en el énfasis que varios enfoques mainstream en varias áreas de las ciencias sociales han
otorgado al papel de la intencionalidad, de los intereses y de la racionalidad instrumental en la
acción de grupos e individuos. Nos referimos, entre otros, a ciertas versiones del contractualismo,
del utilitarismo y al de las teoas de la elección racional (en particular sus versiones más ortodo-
xas).
29
Las simplificaciones postuladas por estos enfoques son a veces excesivas, especialmente
cuando parten de la premisa de que los individuos actúen siempre (o sean racionales solo cuando
actúan) para maximizar sus propios intereses.
Hay que observar, además, que los conspiradores no son representados como personas cuales-
quiera, sino como monstruos, es decir, seres humanos que poseen características inhumanas. En
este sentido actúa ya la construcción de estereotipos, que el individuo produce naturalmente bajo
la influencia de los grupos a los cuales pertenece o en los cuales se identifica y cuenta por su reco-
nocimiento social (Biddlestone et al., 2020). En la representación de los más poderosos (económica
y socialmente) actúa además ya de por sí el prejuicio de una distancia cualitativa que los separa de
todos los demás, de la gente común.
Representaciones de la mencionada distancia son populares en teoría social y política. Se encuen-
tran, por ejemplo, en las oposiciones entre Grandes y Pueblo, ricos y pobres, opresores y oprimidos,
que son muy antiguas en teoría política e incluso han plasmado en amplia medida la teoría republi-
cana del Estado moderno. Grandi y Popolo son términos empleados por Maquiavelo (Machiavelli,
1984: I, 4; Machiavelli, 1992: IX, 1-5). El Pueblo representa a los débiles, los muchos, la gente
común, mientras que los Grandes son siempre los pocos que tienen las riendas, que tiran los hilos,
y por eso conspiran para prevaricar, al mismo tiempo, entre ellos y contra el Pueblo. Aristóteles
decía que los muchos son “pobres” y los pocos son “ricos”, aunque asociaba ambas categorías con
el poder, dependiendo del tipo de régimen (Aristotele, trad. en 2014: IV, 1290b 18-20). En la vul-
gata marxista se ha generalizado el uso de términos como opresores y oprimidos. Los Grandes (po-
cos, ricos, opresores) parecen libres de actuar como quieren, dispensados de las drásticas limitacio-
nes que afectan la acción del Pueblo (muchos, pobres, oprimidos). En muchas TC norteamericanas
29
Estas versiones no son hoy necesariamente implícitas en los análisis de los economistas. Ver los desafíos a la raciona-
lidad instrumental lanzados por Anthony Down (Economic theory of democracy, 1957) y, sobre todo, por Herbert Si-
mon.
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a los Grandes se les llama también the Government. De manera alternativa, puede usarse alusiva-
mente la tercera persona plural (they), opuesta a we, the people.
El sentido común, animado por curiosidad, envidia, admiración o resentimiento, capta general-
mente esta distancia con base en rasgos puramente exteriores y a veces los lleva al extremo. Los
ricos y poderosos acaban por ser representados fácilmente como gente sin escrúpulos, una amena-
zadora camarilla de sociópatas.
30
Se menciona también una tendencia psicológica a considerar las
buenas intenciones de los poderosos como sospechosas.
31
El análisis semióticos sugieren que, en las
CC (pero también en otras creencias radicales, como ideologías y fundamentalismos), la percep-
ción de esta distancia se transforma en la creación de un antagonista, un personaje antitético, el
enemigo, el villano,
32
derivado mediante una mirror projection, que perfila una situación ideal en
la cual, neutralizado el enemigo, desaparece el problema (Leone, Madisson y Ventsel, 2020: 50).
La percepción de esta antítesis es a menudo tan radicalmente afirmada y distorsionada que, en su
forma extrema, llega a concebir a los enemigos no solo como peligrosos conspiradores, sino incluso
como seres de otra raza, de otra especie, literalmente de otro mundo: reptiles de otro sistema solar.
33
La representación de esta antítesis, por supuesto, resultará particularmente eficaz cuando pone la
amenaza en un enemigo interno, una tendencia que aumenta en periodos de crisis social (Lotman,
2009).
Por debajo de estas derivas ideológicas, o incluso de ciencia ficción, hay otro elemento supuesta-
mente realista fuertemente anclado en el sentido común: la representación del espacio político
como lucha de poder entre actores y grupos político-sociales animados por un cínico egoísmo.
34
Estas representaciones, ya de por discutibles cuando pretenden tener valor teórico paradigmá-
tico, lo son aun más cuando se reducen a oposiciones binarias (ricos-pobres, grandes-pueblo, elites-
30
Ver, por ejemplo, los estudios de Fiske sobre downward y upward comparison. En particular, el modelo explicativo
propuesto por Fiske (2010) indica que el blanco de las CC de un cierto grupo tiende a ser otro grupo que es percibido
como competente pero frío, generando aresentimiento (envious stereotype), mientras el grupo percibido como incom-
petente y cálido tiende a producir piedad (paternalistic stereotype).
31
Dieguez (2018) lo presenta como “efecto Knobe”. En realidad, Knobe presenta una tendencia más general a asociar
la intencionalidad con las conductas que juzgamos reprochables (Knobe, 2003).
32
Como figura actancial opuesta al héroe, el villano aparece en la Semántica estructural de Algirdas Greimas (1966),
basada en la morfología del cuento de Vladimir Propp. La construcción narrativa refleja una tendencia psicológica
insuperable. Umberto Eco recuerda varias construcciones del enemigo, desde Tersites (Homero), Catilina (Cicerón)
y los paganos (Agustín) hasta el extranjero, el judío, el sarraceno, la bruja, y considera que el hombre es un ser que
necesita el enemigo (Eco, 2011).
33
De ahí el interés objetivo de las fantasías conspirativas extremas de David Icke y sus adeptos.
34
El nexo entre CC y visiones del mundo (por ejemplo, la representación del mundo como un lugar peligroso o como
una jungla) ha sido enfatizado por Lantian et al. (Lantian et al. 2020: 161-2).
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masa, etc.), que generalmente son analíticamente inútiles por ser demasiado vagas. Es fácil ver
cómo, llevadas más allá de ciertos límites, estas representaciones cesen de significar algo y se re-
suelvan en el medio para exhibir una identidad, para expresar una manera de sentir.
Cabe preguntarse si filosofía clásica y ciencias sociales
35
no tienen una parte de la responsabilidad
en la difusión y legitimación de estas representaciones, en amplia medida derivadas por una psico-
logía de sentido común. Una vez más será suficiente pensar en las vulgarizaciones de enfoques
influyentes (como marxismo, realismo, teoría de las elites),
36
que se han caracterizado a veces por
sobrestimar el papel de los grupos socio-económicos dominantes y de la lucha para el poder hasta
llegar a lo grotesco y lo caricatural. ¿Hasta qué punto aquellos mismos enfoques han reflejado una
comprensión adecuada de los procesos reales de toma de decisión, lobbying y negociación?
La literatura es un buen antídoto contra las simplificaciones dogmáticas sobre egoísmo y racionali-
dad calculadora. Considérese, por ejemplo, la representación dramática de un proceso deliberativo
interior que ofrece Victor Hugo, en Los miserables (1862), cuando Jean Valjean, ahora conocido
como Monsieur Madeleine, tras una deliberación espasmódica que se prolonga por más de un día
de intenso conflicto interior, decide finalmente revelar su identidad ante el salón de audiencia de
Montreuil-sur-mer (Hugo, 2010).
37
La literatura puede también desmitificar la intencionalidad.
Lev Tolstoi, en Guerra y paz, publicado entre 1867 y 1869, así como en otras obras, insiste repeti-
das veces que los jefes militares “no solamente no provocan, sino que ni siquiera prevén, ni dirigen,
ni comprenden” (Tolstoj, trad en 2002), los eventos bélicos. En el campo de batalla reina la irra-
cionalidad: ni los soldados ni los jefes saben qué sucede. En todos los fenómenos, escribe en otra
parte de la obra, hay leyes de las cuales los eventos son dominados, pero nos será posible descubrir-
35
Parece ser la tesis de Simon Locke, que, a propósito de las CC, concluye: “es un resultado de la misma lógica que
produce las ciencias del análisis social general [general social analysis], las cuales muestran la misma tendencia a inter-
pretar la realidad en términos de procesos sociales colectivos a menudo finalmente atribuidos a la acción de un grupo
social específico por consecuencia, sobre “ellos” recae el reproche. La cultura conspirativa, entonces, es una condi-
ción del mundo moderno tan ‘normal’ como lo son estas ciencias” (Locke, 2009: 582-3; traducción propia).
36
La referencia al marxismo, en realidad, tiene que ser cuidadosamente verificada. Como reconocieron por primera
vez sus críticos liberales, Marx y los grandes intelectuales marxistas del siglo XX tienen una aguda conciencia de la
irrelevancia de las “intenciones, aún fueran las de los Grandes, en la sociedad y en la historia (Popper, 2002a: cap. 14;
Aron 1976: cap. 3). Quizás corren el riesgo opuesto, excediendo en la subestimación de la intencionalidad, como ha
sido planteado por Boudon (Boudon, 1990: cap. 1).
37
La narración abarca varios capítulos (III-XI) del libro séptimo (L’affaire Champmathieu), que concluye la primera
parte de la obra (Fantine).
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las “solamente cuando renunciaremos por completo a buscar las causas en la voluntad de un indi-
viduo(Tolstoj, trad. en 2002), exactamente como encontramos las leyes del movimiento de los
planetas cuando abandonamos la creencia en la tierra inmóvil.
38
Todo esto, por supuesto, no implica que las conspiraciones no existan, sino que no se asemejan en
nada a la manera en que se las pinta como una mentalidad paranoide.
39
Lo más cierto, en otras
palabras, es que las conspiraciones fracasen, sean descubiertas, o, si logran en sus intentos, produz-
can efectos totalmente imprevistos por sus autores. Pero se nos permita insistir un poco más en los
clásicos, donde parecen coexistir representaciones a veces contrastantes, puesto que implican, al
mismo tiempo, el rechazo de la intencionalidad humana y la aceptación de una finalidad trascen-
dente a la humana.
5. Un breve recorrido entre clásicos
Autores ideológica y filosóficamente muy diferentes (como Maquiavelo, Hegel, Marx, Durkheim,
Popper, entre muchos otros) han enfatizado la irreductibilidad de los eventos histórico-sociales a
las intenciones individuales. Se trata de una inclinación casi banal para los historiadores, así como
para escritores, filósofos y teóricos sociales: las CC chocan casi inmediatamente no solo con toda
auténtica comprensión de los hechos, sino con el gusto desarrollado por quienes, independiente-
mente de sus preferencias político-ideológicas, tengan una idea mínimamente sofisticada de los
procesos históricos y de la complejidad social.
Maquiavelo argumentó que buenas leyes y buen gobierno no dependen de las buenas intenciones
de líderes y políticos, sino que son el efecto imprevisto de la desunión entre fuerzas sociales y de
un conflicto político relativamente institucionalizado (Machiavelli, 1992: IX, 2; Machiavelli, 1984:
I, 3-7). Según Marx, la realidad histórico-social determina la consciencia de los individuos y estos
38
Tolstoj, trad. en 2002: libro IV, parte II, cap. 1. Ver también, libro III: parte III, cap. 1, y parte I, cap. 1.
39
El estilo paranoide, según Hofstadter, no consiste en creer en conspiraciones de vez en cuando, sino en concebir la
historia misma como el escenario donde actúa una enorme conspiración: “La historia es una conspiración, puesta en
movimiento por fuerzas demoniacas cuyo poder es casi trascendente” (Hofstadter, 2008; traducción propia). El tér-
mino paranoide deja a muchos insatisfechos, sobre todo por las connotaciones negativas (no analíticas) que adquiere
fácilmente en el uso común. Cabe recordar que el concepto en Freud y Lacan no indica un aspecto excepcional de la
psique, sino al contrario un fenómeno relativamente normal que empieza en la infancia (Blanuša y Hristov, 2020: 70,
76). En el concepto de paranoia es central la proyección, un mecanismo de defensa que consiste en expulsar y localizar
en algo externo (cosas, personas) el origen de un desplacer y de un reproche. Las conexiones entre fenómenos políticos
(radicalismo, autoritarismo, capitalismo) y fenómenos psíquicos (fobias, manías persecutorias, represión, proyección)
están al centro de trabajos clásicos, como los de Harold Lasswell, Theodor Adorno, Franz Neumann y Richard
Hofstadter.
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últimos no pueden literalmente hacer nada si las condiciones sociales no lo permiten.
40
Karl Popper
argumentaba que “solo una minoría de instituciones sociales son conscientemente diseñadas, mien-
tras la vasta mayoa simplemente ‘crece’, como resultado imprevisto de las acciones humanas”
(Popper, 2002a; Popper, 2018; traducción propia).
No hay nada banal en este rechazo transversal de la intencionalidad individual. Y, sobre todo, no
hay nada que excluya necesariamente la idea del gran plan. A menudo, en efecto, la negación del
valor de las intenciones individuales (sean estas conspirativas o no) ha coexistido con una u otra
representación de la providencia y del sentido de la historia (que es otra cara del gran plan). De
estas representaciones está literalmente inervada la historia de la filosofía. En época moderna, per-
sonalidades intelectuales tan distintas como René Descartes, Alexis de Tocqueville y Walter Ben-
jamin, sintieron, cada uno a su manera, su atractivo. Karl Löwith dedicó un libro famoso a las re-
presentaciones modernas (iluministas, idealistas, marxistas) del progreso y del fin de la historia, que
el estudioso alemán hacía derivar del milenarismo medieval joaquinita, y finalmente, pasando por
Agustín, hacía remontar a sus raíces en el mesianismo y profetismo judeocristianos (Löwith, 1957).
No es tan fácil liberarse de la idea del gran plan, de un fin (aun si inefable) de todos los eventos
humanos, que por siglos ha sido concebido como una especie de gran conspiración para el bien.
Amplia parte de la filosofía clásica,
41
medieval y moderna se ha plasmado sobre estas representa-
ciones. En la conclusión de la Ciencia nueva (1744), cuyo título es “Sobre una eterna república
natural […] ordenada por la providencia divina”, Giambattista Vico planteaba el principio que
luego pasó a ser conocido como heterogénesis de los fines (según la expresión de Wilhelm Wundt),
a saber, el concepto que más habitualmente se opone a las CC y a toda ingenua creencia en el poder
de las intenciones individuales:
Sin embargo, este mundo, sin duda, ha salido de una mente muy distinta, a veces del todo
contraria y siempre superior a los fines particulares que los mismos hombres de habían pro-
puesto; estos fines restringidos que, convertidos en medios para servir a fines más amplios, ha
40
He aquí, entre otros, el famoso pasaje de la prefación a Zur Kritik der politischen Ökonomie (1859): “No es la con-
ciencia de los hombres lo que determina su ser, sino, por el contrario, es su existencia social lo que determina su con-
ciencia. […] Así como no se juzga a un individuo de acuerdo a lo que éste cree ser, tampoco es posible juzgar una época
semejante de revolución a partir de su propia conciencia” (Marx, trad. en 1980: 5).
41
Nos limitamos a mencionar dos obras de Platón, el Timeo y el libro X de Las leyes, donde se sientan las bases filosó-
ficas de la presciencia (πρνοια) divina. En época clásica, como bien indicaba Löwith, no se encuentra la representa-
ción de un fin de la historia, pero sí la idea de una cíclica palingenesia, que de todas formas orienta la historia según un
cierto sentido: corrupción > intervención de la divinidad > regeneración (como ejemplo pueden verse de Platón, el
mito del Político y el libro III de las Leyes). Las influencias milenaristas en las CC contemporáneas han sido reciente-
mente enfatizadas por Barkun (2013).
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obrado siempre para conservar la generación humana en esta tierra. (Vico, trad. en 1995:
527)
42
En varios pasajes de su obra, Immanuel Kant representó de manera no muy distinta las astucias de
la providencia, entre otros en su famoso pamphlet sobre la Paz perpetua (1795), donde leemos:
Lo que proporciona esta garantía [de la paz perpetua, nda] no es más que ese gran artista lla-
mado Naturaleza (Natura daedala rerum),
43
en cuyo curso mecánico se hace visible la finali-
dad de hacer surgir la concordia de las discordias de los seres humanos, incluso contra su vo-
luntad (Kant, 2005: 55; traducción propia).
44
El ya mencionado Tolstoi enfatizaba la relación inversamente proporcional que subsiste entre po-
der y libertad, considerando a Napoleón (y con él todos los Grandes: Alejandro I, el comandante
Kutúzov, etc.) como el hombre al mismo tiempo más poderoso y menos libre de la Tierra: el títere
de la providencia. Este es el destino de todos los ejecutores del gran plan, “que son tanto menos
libres cuanto más en alto están en la jerarquía humana” (Tolstoj, 2002: libro III, parte II, cap. 1). Y
escribe, a propósito de la campaña napoleónica en Rusia:
La providencia hizo que todos aquellos individuos, persiguiendo sus propios fines personales,
contribuyeran a la realización de una empresa colosal, de la cual ni uno de ellos (ni Napoleón,
ni Alejandro, y aun menos los demás que participaron directamente a la guerra) tenía la más
remota idea (Tolstoj, 2002: libro III, parte II, cap. 1).
45
Tolstoi cita un pasaje de los Proverbios (“Como los os de agua, así está el corazón del rey en la
mano de Dios”, XXI, 1) y lo interpreta de esta manera: “El rey es el esclavo de la historia” (Tolstoj,
2002: libro III, parte I, cap. 1). Como bien puede verse, su negación del poder de la intencionalidad
individual (el poder humano de conspirar) no implica en absoluto una renuncia a la idea de un gran
plan inaccesible que gobierna la historia.
42
“[…] ma egli è questo mondo [di nazioni], senza dubbio, uscito da una mente spesso diversa ed alle volte tutta con-
traria sempre superiore ad essi fini particolari ch'essi uomini avevan proposti; i quali fini ristretti, fatti mezzi per
servire a fini più ampi, gli ha sempre adoperati per conservare l'umana generazione in questa terra.
43
Lucrecio, De rerum natura, V, 24.
44
Ver en particular el “Suplemento primero: de la garantía de la paz perpetua(Kant, trad. en 2005: 55-64). Esta
garantía la proporciona una idea, llamada con varios nombres: providencia, azar, destino, natura, según el punto de
vista. Por supuesto, en Kant la providencia no es más que una noción teleológica, cuyo valor es puramente regulativo.
Sin embargo, en la perspectiva kantiana, este género de ideas es, no solo compatible con el uso de la razón, sino indis-
pensable en la acción moral y funcional del progreso de las ciencias.
45
Ver igualmente, libro IV: parte I, cap. IV.
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6. Qué son las CC: enfoques psicológicos y sociopolíticos
Dejando por un lado las conexiones entre CC y rasgos de la personalidad, que hasta la fecha no
parecen haber logrado resultados satisfactorios (Lantian et al. 2020: 156-8), presentaré brevemente
algunos aspectos cognitivos que son implicados en este tipo de creencia. En primer lugar, las CC
son generalmente asociadas con la influencia de un determinado estilo cognitivo: el razonamiento
intuitivo. La expresión se refiere al dual-processes model (Wason y Evans, 1974; Evans, 2008),
según el cual es posible individuar dos estilos cognitivos fundamentalmente opuestos: el analytical
reasoning (AR), donde la creencia se define mediante una evaluación cuidadosa de un cierto caso
o fenómeno, y el intuitive reasoning (IR), donde la creencia emerge bajo el condicionamiento de
una reacción más o menos visceral y emotiva.
La literatura sobre el tema afirma que, debido a su estilo cognitivo, las CC presentan varios aspectos
característicos, entre otros: falacias comunes, como la conclusión precipitada (jumping to conclu-
sion), mayor inclinación al cierre cognitivo en condiciones de incerteza (need for cognition), ten-
dencias, e.g. a creer por inercia (truth bias) o por exceso de confianza (hindsight bias), recurso a
atajos mentales (heuristics) comunes, pero usados en forma tendenciosa y abusiva, como, por ejem-
plo, stereotyping (estereotipación) y representativeness,
46
del cual deriva la falacia de la conjunción
(juzgar más probable que se verifiquen dos eventos concomitantes en lugar que uno solo de ellos).
47
El conocimiento producido por estas y otras tendencias cognitivas ordinarias es definido a veces
como epistemología truncada (crippled epistemology) o falsa (false epistemology).
48
Otros aspectos son a menudo mencionados como precondiciones psicológicas que favorecen la
adopción de CC. En primer lugar, se reconoce que subsiste una tendencia a la credulidad (propen-
sión a creer), que varios autores motivan de diferentes maneras, entre otras: presión del tiempo,
falta de competencia, proceso de socialización, influencia del grupo social, e incluso con razones
evolutivas (Shermer, 2011). Esto significa que, ya sea por razones naturales o culturalmente adqui-
ridas, estamos predispuestos a creer de primer impulso en algo que aprendemos y luego nos cuesta
mucho trabajo cuestionar esta primera creencia (Gilbert, Tafarodi y Malone, 1993).
46
Sobre las heuristics, ver Kahneman (Kahneman, 2011: cap. 10-18). Sobre la estereotipación, ver el modelo propuesto
por Fiske (2002). Sobre CC y estereotipación, ver Biddlestone et al. (Biddlestone et al. 2020: 219-21).
47
Sobre la falacia de conjunción y el Linda-problem”, ver Tversky y Kahneman (1983); Kahneman (2011).
48
Las expresiones son usadas, respectivamente, por Sunstein y Vermeule (2009) y Popper (2002b). Ver también,
Hardin (2002); Dentith (2014: 13-17). Los mismos mecanismos explican en gran parte la estabilidad de las creencias
de la opinión pública. Sobre las teorías de la opinion formation”, ver Uscinski (2020: 86-91).
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291
En segundo lugar, nuestra disposición natural a percibir patrones, intenciones y agencia ante los
estímulos externos (podríamos decir, a psicologizar o antropomorfizar eventos y circunstancias) re-
fleja la existencia de dispositivos cognitivos comunes y ordinarios, continuamente activados en
nuestra interpretación del mundo.
49
Se argumenta a menudo que las CC resultarían de una espe-
cie de hipersensibilidad de estos mecanismos fundamentales (Van Prooijen et al. 2020: 171).
En tercer lugar, no hay duda que las personas tienden normalmente a fijar de manera subjetiva los
estándares de su propio juicio. Los hechos externos son filtrados mediante un control aparente,
donde en realidad la interpretación de los hechos queda en amplia medida expuesta a los rasgos de
la personalidad, a las preferencias y a los estilos cognitivos de cada uno (motivated bias, motivated
reasoning). Los resultados de nuestra interpretación del mundo están ampliamente condicionados
por tendencias psicológicas individuales, que actúan de manera más o menos consciente y sobe-
rana, pre-seleccionando lo que es de nuestro interés y lo que al revés nos resulta inaceptable.
Habrá en fin que recordar la acción de una fuerte tendencia psicológica hacia la auto-justificación
y el autoengaño. Los individuos tienden a darse a sí mismos la razón y, aun cuando se percatan de
estar equivocados, tienden a justificar, redimensionar o negar sus propios errores. La mente hu-
mana es programada por ser self-deceptive, atribuirse la razón y justificarse, de una manera u otra
(Fine, 2006). De la misma manera, los individuos tienden a dar la razón y a justificar a los suyos, es
decir, a los miembros de los grupos, reales o virtuales, con los cuales se identifican y en los cuales
ven una especie de extensión de sí mismos.
Se han presentado en otra ocasión algunas dudas acerca de esta conceptualización (Montanari,
2022a). Nos limitaremos a mencionar dos problemas generales. En primer lugar, con respecto a la
vertiente intuitiva de las CC, hay que recordar que se encuentra siempre entremezclada con la
vertiente analítico-racional, así como ocurre en cualquier otra CNC. No hay creencias de este tipo
que no estén fuertemente condicionadas por disposiciones afectivas, estamos de acuerdo, pero tam-
poco hay que no estén acompañadas por algún esfuerzo de racionalización y se reduzcan a la mera
expresión de un impulso. Así que identificar estas creencias con un estilo puramente intuitivo nos
parece unilateral y analíticamente injustificado (Van Prooijen et al. 2020: 173-6). El mismo Evans,
además, ha recientemente afirmado que la dual-system theory es actualmente híper-simplificada y
despistante (oversimplified and misleading) (Evans, 2008: 270).
Las dudas, sin embargo, van más allá de estas constataciones y acaban por cuestionar la misma po-
sibilidad de separar de manera tajante lo analítico de lo intuitivo, las habilidades lógico-argumen-
tativas de las disposiciones afectivas (Schwarz, 1990). Por supuesto, existen métodos para controlar
49
Conviene distinguir, por lo menos analíticamente, tres cosas: la percepción de patrones causales, la percepción de
una finalidad, la atribución de intencionalidad (o Theory Of Mind, TOM).
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y limitar las influencias irracionales sobre nuestras investigaciones (algo que ocurre ordinariamente
en discusiones filosóficas sofisticadas y, por supuesto, en las ciencias), pero estos métodos tienen
sentido en las pocas ocasiones en las cuales nuestro efectivo interés es conocer. En todas las demás
circunstancias, no solo no controlamos estos elementos, sino que dicho control no parece ser nece-
sariamente deseable (Damasio, 1994; Nussbaum, 2001).
Desde mi punto de vista, las CC, más allá de sus aspectos formales específicos que ya presentamos,
se caracterizan por tres simples aspectos generales: (i) presentan fallas lógicas y metodológicas evi-
dentes, (ii) son fuertemente condicionadas por disposiciones afectivas subyacentes, (iii) implican lo
que llamamos mauvaise foi (mala fe): presentan historias que son, cuando mucho, conjeturas fan-
tasiosas, como si fueran certezas. Este último aspecto requiere inevitablemente una buena mezcla
de mentira y autoengaño.
50
La segunda razón de nuestras dudas, estriba justamente en el ámbito de aplicación de estas tres
características: (i) inferencias incorrectas, (ii) pseudoracionalidad, (iii) autoengaño (self-decep-
tion).
51
En efecto, se trata de rasgos que no solamente definen CC y CNC, sino que caracterizan
el ámbito mucho más amplio de las CG, las creencias conceptuales generales que definimos ante-
riormente. De ser así, no hay ninguna necesidad, creemos, de interpretar las CC como estupideces
(bullshit), reutilizando una noción de muy dudosa virtud analítica, sobre la cual su mismo iniciador,
Harry Frankfurt, hizo autocrítica.
52
La epistemología truncada (crippled epistemology), con los
condicionamientos cognitivos antes mencionados, no es una característica peculiar de las CC, sino
un sesgo que adquiere toda CG.
Si el sujeto cae en este juego no es porque no controla plenamente su discurso (algo que ocurre en
toda honesta conjetura y beneficia enormemente al conocimiento), sino porque no quiere contro-
larlo, y no quiere controlarlo porque su prioridad no es conocer, sino hacer algo con las palabras, por
ejemplo: exhibir preferencias, valores, identidades. En casos como estos, para emplear los términos
de Descartes, la voluntad agarra vuelo sobre el intelecto: por alguna razón, el sujeto, en lugar de
abstenerse del juicio, presenta sus conjeturas, que son únicamente probables, como si fueran algo
50
Un texto clásico sobre la mala fe es de Sartre (Sartre, 1976: 95-6). Las ginas sartrianas van leídas junto con las
famosas páginas que Heidegger dedica a la condición normal de deyección y anonimidad que caracteriza la existencia
inauténtica (Sein und Zeit, 1927).
51
Pseudorationality y self-deception son nociones centrales en la propuesta de Adrian Piper, que puede resumirse en
la feliz expresión epistemic audacity (Piper, 1988). Contra el autoengaño y mala fe, Piper enfatiza la importancia de
una autoconciencia reflexiva que por lo menos limite el continuo (y en cierto modo inevitable) repliegue del sujeto
sobre identidades postizas y falsas certezas.
52
Sobre el tema, en los últimos años, se ha venido acumulando una cierta literatura. Ver, por ejemplo, el libro de
Sebastian Dieguez (2018), que, después de los escritos de Harry Frankfurt (On bullshit, 2005) y Gerald Cohen, repre-
senta la contribución de mayor alcance.
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evidente y acertado.
53
Todos lo hacemos cuando hablamos de cosas que no conocemos como si la
conociéramos e incluso como si no tuviéramos ninguna duda al respecto.
7. Conclusiones
En esta contribución se ha proporcionado una descripción formal de las CC, una ilustración de sus
principales características definitorias y de sus limitaciones epistémicas más relevantes. Nuestra
propuesta, en particular, hizo hincapen la presencia de algunos elementos formales mínimos que
parecen estructurar el contenido de la mayoría de las historias complotistas (puntos i-iv, vi). Se trata
de elementos que, de por sí, pueden ser razonables y, sin embargo, en las CC adquieren caracterís-
ticas fantásticas debido a la no-falsabilidad, o pseudo-racionalidad, y camuflaje, o mimetismo cien-
tífico (puntos v, vii). Estos últimos aspectos, sin embargo, las CC los comparten en general con toda
creencia no-convencional (CNC) y, más aún, con una clase mucho más amplia de creencias que
definimos creencias conceptuales generales (CG).
El aspecto de mayor relevancia de nuestra contribución, en efecto, estriba en la inserción de las CC
y otras CNC en las CG. Mientras el grueso de la literatura reciente sobre el tema tiende a estigma-
tizar dichas creencias debido a la irracionalidad de sus contenidos específicos y de los mecanismos
psicológicos y cognitivos que las producen, desde nuestro punto de vista, las CC constituyen solo
la punta de un iceberg, compuesto por creencias que se forman y circulan masivamente en un gé-
nero de comunicación común y normal, caracterizado esencialmente por cierre cognitivo, disimu-
lación de la ignorancia, personalización y mala fe. Las CG son la moneda circulante en este tipo de
comunicación social, del cual se alimenta constantemente lo que poda llamarse opinión general.
Consideradas en el marco de este tipo de comunicación, CC y CNC, aun siendo reconocidas como
distorsiones de la realidad, pierden el carácter patológico que se les atribuye generalmente en la
literatura y adquieren por lo menos una racionalidad específica y contextual, es decir, subjetiva,
que la mayoría de los trabajos de las últimas décadas tienden a subestimar sistemáticamente.
Las CG se caracterizan, aunque de manera menos evidente y descarada, por la presencia de los
mismos rasgos esenciales (inferencias incorrectas, pseudorracionalidad, autoengaño) que se en-
cuentran en las CC. Como las CC, las CG en general emergen debido a de nuestra ignorancia
radical ante la mayoría de los hechos que nos rodean y, al mismo tiempo, a la exigencia que la vida
social nos pone de ocultar dicha ignorancia, manifestando conocimientos, identidades y una capa-
cidad asertiva de los cuales el sujeto no es realmente capaz. Su funcionalidad se debe a que se ar-
man fácilmente y, una vez armadas, permiten tener y dar la impresión de una competencia que en
53
Meditationes de prima philosophia (1641-42), cuarta meditación. Creemos sea posible defender esta comprensión
del error (teorético), aun compartiendo ciertas críticas al dualismo cartesiano (Damasio, 2004) y dudas más amplias
acerca del método introspectivo (Schwitzgebel, 2008).
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realidad el sujeto no tiene, pero que le resulta ventajoso aparentar en varios contextos de la acción
social.
La generación y circulación de las CG no parece explicarse de manera satisfactoria refiriéndolas a
ciertas características psicológicas y cognitivas de los individuos como tales, sino considerando la
inserción del sujeto en grupos e interacciones sociales concretas, reales o virtuales. En el marco de
estas estructuras, actúan sobre el individuo presiones a interpretar el mundo según ciertos patrones
y orientaciones, o, por lo menos, a manifestar ciertas genéricas disposiciones en lugar de otras. Bajo
estos condicionamientos, el sujeto, independientemente de los que pueden ser sus rasgos psicoló-
gicos y cognitivos específicos, tiene motivaciones suficientes para considerar justificado su asenti-
miento a historias (impropiamente: teorías) que circulan en su nicho cognitivo de referencia. Di-
chas historias adquieren entonces una valencia prevalente o exclusivamente práctico-expresiva
(aunque el sujeto les atribuye en mala fe una validez epistémica que con toda evidencia no tienen)
y se propagan de esta forma en el respectivo contexto público de circulación. Las CC no son más
que un producto exasperado de esta misma dinámica general.
Finalmente, nuestro ensayo ha planteado un doble problema, cuyo análisis debería ser objeto de
investigaciones mucho más detalladas: por un lado, cabe preguntarse si es posible hablar de una
influencia de la teoría política moderna y de las ciencias sociales en la producción o legitimación
de categorías conceptuales o esquemas interpretativos que se han revelado centrales en los meca-
nismos de estereotipación, simplificación y deshumanización que caracterizan CC, TC y otras
CG. Por otro lado, se ha evidenciado cómo la idea de un gran plan, es decir, uno de los elementos
formales que definen las CC, ha jugado un papel central en larga parte de la historia intelectual y
especulativa de Occidente, a través de la idea de providencia, aunque dicha noción fue por lo co-
mún planteada bajo la forma de una conspiración para el bien. Se ha observado también, sin em-
bargo, que, de esta idea, en sus versiones teológicas o secularizadas, parecen también haberse deri-
vado los conceptos de heterogénesis de los fines e irrelevancia de las intenciones individuales, las
cuales, por lo menos formalmente, contradicen un aspecto formal esencial de las CC, que es el
intencionalismo.
Para saber más concretamente qué son las CC es preciso individuar más exactamente las condicio-
nes de su producción y prominencia ocasional en el marco de grupos, interacciones y contextos
sociales determinados. Es entonces necesario abandonar el terreno puramente psicológico, para
considerar la cuestión desde una perspectiva que incluye la consideración del nivel sociopolítico,
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así como proponen algunos de los mejores estudios recientes (por ejemplo, Uscinski, 2020; Us-
cinski y Parent, 2014). La ilustración de estos intentos de explicación teórica, que desde mi punto
de vista son más prometedores, no puede ser objeto de la presente contribución.
54
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