Protrepsis, Año 11, Número 21 (noviembre 2021 - abril 2022). www.protrepsis.cucsh.udg.mx
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ISSN: 2007-9273
Protrepsis, Año 11, Número 21 (noviembre 2021 - abril 2022) 223 - 242
Recibido: 13/10/2021
Revisado: 17/10/2021
Aceptado: 01/11/2021
Ciencias naturales y ciencias culturales: una mirada desde
el pluralismo
Beatriz Elizabeth Molina Gómez 1
1 Universidad Michoacana de San Nicolás Hidalgo
Morelia, Michoacán, México
E-mail: beatrizmolg@gmail.com
https://orcid.org/0000-0003-2146-001
Resumen: Este artículo aborda, desde una perspectiva crítica, el carácter modélico de las ciencias
naturales con respecto a otras ciencias. Son dos los objetivos principales que se persiguen en el
texto: por un lado, acercarnos al problema de las relaciones entre las ciencias siguiendo el hilo
conductor que va de la dicotomía ciencia natural/ciencia cultural, propuesta por Rickert, hasta el
pluralismo científico, haciendo énfasis en el reconocimiento de zonas intermedias y de límites
difusos entre las distintas disciplinas científicas. Por otro lado, el segundo objetivo es cuestionar
tanto la pertinencia de la dicotomía antes mencionada como del modelo de cientificidad basado en
las ciencias naturales. En su lugar, se propone partir de un modelo plural y flexible que permitiría
enriquecer nuestro conocimiento y llegar a una relación equilibrada entre las ciencias naturales y
las ciencias culturales. Además, se presentan ejemplos de ciencia particulares (con énfasis en la
lingüística), con el fin de ilustrar los puntos centrales de la discusión.
Palabras clave: Unidad de la ciencia, pluralismo, Rickert, zonas intermedias.
Abstract: This paper addresses from a critical perspective the exemplary role of the natural
sciences with respect to the rest of the sciences. There are two main objectives that are pursued in
this paper: on the one hand, we aim to approach the problem of the relationship between sciences
by following the common thread that goes from the dichotomy natural science/cultural science,
proposed by Rickert, to scientific pluralism, with special focus on the recognition of the
intermediate zones and fuzzy boundaries between the different scientific disciplines. On the other
hand, the second objective will be both to question the relevance of the aforementioned dichotomy,
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as well as the scientific model based on natural sciences. Instead, it is proposed to start from a plural
and more flexible model that would allow us to enrich our knowledge and reach a balanced
relationship between the natural sciences and cultural sciences. Additionally, some examples from
particular sciences (with an emphasis on linguistics) are presented to illustrate the central points of
the discussion.
Keywords: Unity of science, pluralism, Rickert, intermediate zones.
Agradecimientos: Agradezco al Dr. Bernardo Enrique Pérez Álvarez sus
valiosos comentarios para el borrador de este artículo. Cualquier falta u
omisión, aclaro, es mi entera responsabilidad.
Introducción
La unidad de la ciencia bajo el método de las ciencias naturales fue uno de los objetivos del
positivismo y del empirismo lógico. Como muchos otros de sus postulados, este también fue
perdiendo fuerza a partir de los años sesenta del siglo pasado y actualmente está, aparentemente,
desterrado. Sin embargo, su influencia indirecta se ha mantenido durante décadas y es
especialmente notable en las relaciones de subordinación que han tenido las ciencias sociales y las
humanidades con respecto a las ciencias naturales que siguen, aún en estos días, presentándose
como modelo de cientificidad.
Son dos los objetivos principales de este artículo: el primero es abordar esta problemática siguiendo
el hilo conductor que va desde Rickert (1926/1965) y su propuesta para fundamentar las ciencias
de la cultura, hasta las nuevas tendencias de pluralismo e interdisciplina en la ciencia, con lo que
llegaremos a un nuevo marco de interpretación para las áreas del conocimiento en las que las
fronteras entre naturaleza y cultura son difíciles de definir. El segundo objetivo es cuestionar, por
un lado, la pertinencia de la dicotomía ciencias naturales/ciencias culturales y, por otro, el papel
de modelo de cientificidad que tradicionalmente se adjudica a las ciencias naturales.
El punto de partida será, como ya se mencionó, la propuesta de Rickert (1926/1965), centrándonos
especialmente en su concepto de zonas intermedias. La revisión de este concepto servirá para
mostrar que, más que como una oposición dicotómica natural/cultural, la relación entre las ciencias
puede ser vista como un continuum y que las fronteras entre distintas disciplinas carecen de límites
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precisos. Una vez establecido el tipo de relación entre las ciencias, podemos abordar el problema
con nuevos ojos desde la perspectiva del pluralismo científico, con el fin de cuestionar las
relaciones entre las ciencias naturales y otras ciencias, especialmente las sociales y las
humanidades, a las que tradicionalmente aquellas se han impuesto como modelo. Esta imposición,
si carece de una justificación desde el interior de cada ciencia particular, puede generar conflictos
relacionados con la validez de los métodos utilizados o, incluso, de su propio estatus científico.
Con el fin de ilustrar los orígenes del problema, se presentarán, en un primer apartado, las
principales características del monismo y del carácter modélico de las ciencias naturales. Enseguida
se presentarán los conceptos claves de Rickert y se expondrán las posibilidades que ofrecen como
una base para la reinterpretación de la relación entre las ciencias. En el siguiente apartado, esta
interpretación de Rickert será integrada con la perspectiva del pluralismo científico para tener un
panorama más completo de la complejidad de la relación natural/cultural. Esto nos conducirá a un
nuevo apartado en el cual se presentará la discusión en los siguientes términos: por un lado, se hará
una valoración de la crisis del monismo/dualismo y de una nueva relación entre las ciencias; por
otro lado, con el fin de ilustrar esta problemática en los casos de ciencias particulares, se presentarán
ejemplos de tres ciencias: la lingüística, la biología y la arqueología. Finalmente, en las
conclusiones, se presentauna breve valoración de los puntos centrales del pluralismo y de su
aporte a la reconfiguración de las relaciones entre las ciencias.
Unidad de la ciencia, monismo metodológico y reduccionismo
Para comprender los orígenes de este problema, es necesario recordar que, según los clásicos de la
historia de la ciencia, hay dos momentos clave para el surgimiento de la ciencia moderna (hecho
también conocido como la Revolución Científica): la explicación matemática de la naturaleza y la
implementación del método experimental (Butterfield, 1957; Koyré, 1957/2008, 1977).
Estos dos hitos marcaron el inicio de la ciencia natural y han sido determinantes para la
subordinación de las ciencias de lo humano con respecto a las ciencias de lo natural. Ya desde el
siglo XVII existía una estrecha relación entre la filosofía y las ciencias de lo natural, misma que se
pone de manifiesto en la reflexión filosófica al interior de estas ciencias, con ilustres representantes
como Descartes y Leibniz. Dicha reflexión a su vez deriva en una unidad y conexión (al menos así
se creía hasta hace relativamente poco) de todas las ramas del conocimiento de lo natural. Rickert
reconoce que el desarrollo histórico de las ciencias de la naturaleza estuvo además ligado desde sus
inicios a la reflexión filosófica: "podremos decir que las ciencias naturales gozan de una tradición
firme y, sobre todo, tienen un propósito común, a cuya consecución contribuye por su parte cada
rama" (Rickert, 1926/1965: 31).
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Así, la continua reflexión filosófica, aunada al auge de las matemáticas (que parecían contener la
clave para explicar todos los misterios del universo) hace que en el siglo XVII se siembre la semilla
de una ciencia unificada: "con esto parecía haberse cerrado ya el ciclo: el anillo del pensamiento
matemático abarca por igual el mundo espiritual y el mundo físico, el ser de la naturaleza y el ser
de la historia" (Cassirer, 1942/2014: 21).
Esta concepción del mundo ha provocado que, en lugar de tratar de entender las diferencias entre,
digamos, un hecho histórico y un electrón, se trate de encontrar aquello que los unifica bajo la
operación de leyes y modelos explicativos, como en las ciencias naturales.
Una muestra de este afán unificador se encuentra en la llamada expresión estándar del modelo
explicativo, tal como fue formulada por Hempel (1965) en un capítulo dedicado ni más ni menos
que a la explicación en la historia, titulado precisamente “La función de las leyes generales en la
historia”
1
. Como bien apunta Georg von Wright:
En retrospectiva, parece casi una ironía del destino que la formulación más completa y lúcida
de la teoría positivista de la explicación haya sido declarada en relación con el tema para el
cual, de manera obvia, la teoría es menos apropiada, a saber, la historia (von
Wright,1971/2004: 10-11)
2
.
Para esta discusión resulta clave entender cómo es que, a pesar de que los hechos sociales e
históricos, así como los objetos culturales han sido un problema para la anhelada unificación, no se
ha dejado de insistir, una y otra vez, en esa posibilidad. Esa insistencia va desde los planes de la
ciencia unificada de los positivistas, hasta los frecuentes intentos de asimilación de las ciencias
sociales y humanas a los métodos, objetivos e incluso terminologías de las ciencias naturales.
Pero, si bien no de manera sistemática, pronto esta hegemonía de las matemáticas y del modelo
naturalista empezó a ser cuestionada (desde Vico hasta Dilthey, pasando por el propio Rickert):
¿Era válido (y posible) supeditar las manifestaciones de lo humano (la historia, el arte, el lenguaje)
a las matemáticas y al método experimental? ¿Realmente existía una única clave para todos los
misterios, la humanidad incluida?
En la segunda mitad del siglo XX el giro historicista en la filosofía de la ciencia cuestiona
nuevamente muchos de los rasgos que se consideraban propios de la ciencia y que estaban basados
1
"The function of general laws in history" (Traducción propia).
2
"In retrospect, it seems almost an irony of fate that the fullest and most lucid formulation of the positivist theory of
explanation should have been stated in connection with the subject matter for which, obviously, the theory is least
suited, viz. history" (Traducción propia).
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principalmente en las ciencias naturales: progreso, racionalidad metódica, una demarcación
absoluta entre ciencia y otras formas de conocimiento y la exclusión de los elementos históricos en
la reconstrucción del método científico. Este cuestionamiento pone en crisis el concepto de
cientificidad y abre la puerta a nuevas posibilidades de relación entre las ciencias naturales y las
ciencias sociales y de la cultura, aunque este aspecto no constituyó un punto central de la
reconfiguración del concepto de ciencia, por lo que es necesario ir tejiendo los hilos sueltos que
permitan tener un panorama coherente de las ciencias en conjunto.
Las claves de Rickert: cultura, valor y zonas intermedias
La propuesta de Rickert para fundamentar las ciencias de la cultura y su deslinde de las ciencias
naturales resulta relevante para esta discusión porque ofrece un enfoque un tanto más flexible que
las de sus antecesores y sus contemporáneos. Veremos entonces a continuación los aspectos
centrales de su propuesta.
Para Rickert, el problema filosófico que se deriva de la clasificación de las ciencias está en
determinar qué constituye una exposición científica de determinados materiales,
independientemente de la manera en la que se haya llegado a ellos. Para hacerlo, advierte el autor,
debe partirse de una distinción esquemática y un tanto forzada, pero necesaria, pues es algo que no
está dado de antemano en la realidad: "el globus intellectualis de la investigación particular no es
una esfera en la cual los polos y el ecuador se ofrezcan, por así decirlo, de suyo, sino que para
determinarlos hace falta una investigación especial" (Rickert, 1926/1965: 26).
En este sentido, Rickert pretende deslindarse de otras denominaciones acerca de las ciencias de lo
humano y su argumentación está específicamente en oposición a la propuesta de ciencias del
espíritu. Para Dilthey el gran sistematizador de las ciencias del espíritu
3
esta etiqueta contiene
o refleja la dualidad del ser humano, limitado como está, al ser él mismo parte de la naturaleza, pero
consciente de sus propias creaciones y de sí mismo como algo distinto a lo natural:
Sin estar alertado todavía por las investigaciones acerca del origen de lo espiritual, el hombre
encuentra en esta autoconciencia una soberanía de la voluntad, una responsabilidad de las
acciones, una capacidad de someterlo todo al pensamiento y de resistir a todo dentro del
castillo de la persona, con lo cual se diferencia de la naturaleza toda. De hecho, se encuentra
3
La obra de Wilhelm Dilthey, Introducción a las ciencias del espíritu. En la que se trata de fundamentar el estudio de
la sociedad y de la historia publicada en 1883, deja claro desde su título el esfuerzo del autor por dar a estas ciencias
una fundamentación propia.
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dentro de ésta, para emplear una expresión de Spinoza, como un imperium in imperio
(Dilthey, 1883/1980: 14).
Es aquí donde Rickert muestra su desacuerdo, pues considera inadecuada la oposición entre vida
psíquica y mundo físico, que es en la que descansa la propuesta de Dilthey, ya que implica una
escisión de la realidad y crea una dicotomía basada en la materia del objeto, lo cual carece de
justificación, pues: "No se explica claramente la diferencia de principio que existe entre las dos
especies distintas del interés científico, diferencia que corresponde a las diferencias materiales de
los objetos" (Rickert 1926/1965: 38-39). Es decir, debemos responder a la cuestión de dónde radica
la necesidad de distinguir o separar lo espiritual de lo natural y, sobre todo, de estudiarlo de una
manera especial.
En su propuesta, Rickert aborda la distinción entre lo natural y lo cultural no como si se tratara de
dos mundos, uno espiritual y uno natural, sino de distintas maneras de ver un mismo mundo. El
principal argumento de Rickert para sustentar su postura es la propia unidad entre los reinos físico
y material que constituyen al ser humano. El punto clave para Rickert es que esta unidad exige una
justificación para el estudio separado de lo psíquico, pues en principio forma un todo con lo natural.
Visto así, admite Rickert, tendríamos un argumento para la unificación: "no hay nada, al menos en
la realidad inmediatamente accesible, que pueda sustraerse en principio a una investigación de
carácter formal que emplea la ciencia natural" (Rickert, 1926/1964: 40). Sin embargo, intuimos
que hay algo más en lo humano que es inaccesible a las explicaciones de lo natural.
Para Rickert, acceder a eso que caracteriza a lo humano implica: "que de la realidad total se
destaquen un cierto número de cosas y procesos que posean para nosotros una especial
significación o importancia, y en los cuales, por ende, veamos nosotros algo más que mera
naturaleza" (Rickert, 1926/1965: 41). Esa significación especial es para el autor el valor que
asignamos a ciertos hechos de la realidad.
Rickert considera entonces que, al entrar en juego el concepto de valor, los métodos y preguntas de
las ciencias de la naturaleza se vuelven inadecuados e insuficientes, pues se ha añadido un
elemento nuevo ajeno a la naturaleza. Las preguntas que surgen entonces deberán ser referidas a
lo que llamamos cultura.
La distinción pertinente es para Rickert aquella que se da entre naturaleza y cultura. Dicha
distinción se fundamenta en la referencia a valores: la humanidad no crea sus productos porque sí,
sino porque los dota de valor:
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Por medio de esta referencia a valores, referencia que existe o no existe, podemos distinguir
con seguridad dos especies de objetos; y sólo por ese medio podemos hacer la distinción,
porque todo proceso cultural si prescindimos del valor que en él resida, tendrá que
considerarse como relacionado con la naturaleza y, por ende, como naturaleza (Rickert,
1926/1965: 47).
Al situar este concepto como eje de la distinción, el modelo está dotado de una flexibilidad que la
dicotomía espíritu/naturaleza no puede ofrecer, lo que da a Rickert un argumento más a su favor:
Es cierto que los inventos técnicos se hacen en su mayoría con la ayuda de la ciencia natural.
Pero ellos mismos no pertenecen a los objetos de la investigación naturalista, ni pueden
tampoco figurar en las ciencias del espíritu. Sólo, pues, en una ciencia cultural halla lugar la
exposición de su desenvolvimiento, y no hace falta demostrar la importancia que pueden
tener para la cultura «espiritual» (Rickert, 1926/1965: 49).
No es la materia de que están hechos, ni características internas las que sitúan a los productos de la
tecnología en la cultura, sino su valor para el ser humano, que es, a final de cuentas, el mismo que
lo lleva a producirlos.
Así, la importancia del valor está no sólo en que permite distinguir entre los objetos naturales y los
culturales, sino que es también fundamental para la definición de cultura en Rickert: "La totalidad
de los objetos reales en que residen valores universalmente reconocidos y que por esos mismos
valores son cultivados" (Rickert, 1926/1965: 55).
Esta manera de encarar el problema permite a Rickert reconocer la existencia de zonas difusas, en
las que se entrelazan elementos tanto de naturaleza como de cultura y que pueden ser abordados
desde uno u otro punto de vista, según las características que se destaquen en ellos, es decir, el valor
que se les reconozca. Esto es lo que Rickert llama zonas intermedias, de importancia central para
esta discusión y cuya caracterización se presentará a continuación.
Las zonas intermedias
El concepto de zonas intermedias hace referencia a los casos en que la investigación de objetos
tradicionalmente considerados como naturales se lleva a cabo desde un punto de vista histórico, y
viceversa, cuando elementos de la cultura son abordados desde una metodología naturalista.
Rickert menciona algunos ejemplos de elementos históricos en las ciencias naturales, como la
biología filogenética; y elementos naturalistas en las ciencias culturales, por ejemplo, cuando se
conceptualiza a partir de grupos y no de individuos:
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Las ciencias culturales tienen en cuenta no sólo la peculiaridad individual, que posee lo
singular y particular en el sentido propio de la palabra, sino también cuando se trata de
partes del todo histórico por concebir la peculiaridad que se encuentra en un grupo de
objetos (Rickert, 1926/1965: 161).
Esta doble posibilidad, como señala el propio Rickert, es fundamental para ciencias como la
economía o la ciencia del lenguaje, pues los fenómenos a los que se enfrentan dichas ciencias no
pueden entenderse como propiedades del individuo, sino que sólo se desarrollan en sociedad, pero
esto a su vez no implica que se puedan establecer como fenómenos universales sin más, pues el
peso de lo individual sigue siendo indispensable para su correcta interpretación. Gracias a esta
interdependencia entre lo universal y lo individual "origínanse conceptos que tienen a un mismo
tiempo significación naturalista y significación culturalista" (Rickert, 1926/1965: 162).
Un aspecto que se escapa a la argumentación de Rickert, y que es el punto central de este artículo,
es que la existencia de dichas zonas de conocimiento es el resultado de las perspectivas
monista/dualista de la ciencia: más que zonas de excepción, son puntos en los que se agudizan las
carencias de dichas perspectivas. Si bien Rickert supera en parte la rigidez de los modelos
dicotómicos basados en la distinción espíritu/naturaleza, es apenas un primer paso hacia otras
maneras de entender el conocimiento científico y la relación entre las ciencias.
Sin embargo, si cambiamos el enfoque y reconocemos que el conjunto de conocimientos que
llamamos ciencia está constituido por un continuum y una pluralidad en los que metodologías
rígidas conviven con heurísticas, intuición e introspección, veremos que las zonas intermedias no
son excepciones, sino precisamente áreas en las que se agudiza el pluralismo y la variedad
metodológica, pero que estos están presentes de manera fundamental, con mayor o menor fuerza,
en la ciencia en general, incluidas las ciencias naturales. Además, este enfoque permite aceptar la
posibilidad de diálogo entre la ciencia y otros tipos de conocimiento, como la propia filosofía, los
saberes tradicionales, etc. De esta manera, la relevancia de la imaginación, la intuición, los roles
sociales de los participantes, los métodos heurísticos, etc., que suelen considerarse fuera del proceso
científico, pasan de la periferia a ser parte integral de este.
De las zonas intermedias al pluralismo científico
El pluralismo científico se caracteriza principalmente por sustentar que la variedad de enfoques,
metodologías, representaciones y modelos en las distintas disciplinas científicas son parte inherente
de la ciencia y de la obtención de conocimiento. En este sentido, la variedad en los acercamientos
epistemológicos y metodológicos es consecuencia no del error o de una práctica científica
deficiente, como se ha considerado en numerosas ocasiones, sino de la propia naturaleza de la
ciencia y de sus objetos de estudio: la composición del mundo es, ante los ojos del ser humano,
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diversa, compleja, con zonas que se traslapan; por tanto, no podemos esperar que de ahí
obtengamos una representación científica única, capaz de homologar todo ese conglomerado.
Desde estas nuevas perspectivas, un criterio de demarcación como el propuesto por Popper, que se
perfilaba a mediados del siglo pasado como la mejor opción para deslindar a la ciencia de la
pseudociencia y de otros tipos de conocimiento (Popper, 1985), deja de ser relevante, pues ahí la
delimitación se hace a costa de elementos cuyo peso específico ahora comienza a ser valorado: los
aspectos creativos del proceso científico, la influencia de contextos históricos y sociales, así como
las motivaciones personales que intervienen en decisiones tan importantes para la ciencia como la
elección de la mejor teoría, entre otros.
Una vez que se reconoce la insuficiencia de los criterios restrictivos, se amplía el radio de acción al
incorporar la noción de tradiciones científicas, pues cada una de ellas incluye: “no sólo los
conceptos y teorías, sino también los métodos y criterios de evaluación, negando la existencia de
criterios universales o transtradicionales” (Velasco Gómez, 2000: 225).
Una tradición de investigación es, para Laudan, un conjunto de creencias y perspectivas acerca del
mundo que tienen un carácter fundamental para el científico y de las cuales las teorías científicas
son representaciones concretas. Cada tradición de investigación define aquello que constituye su
objeto de conocimiento con base en un conjunto particular de creencias y tiene su propio conjunto
de normas metodológicas y epistémicas (Laudan, 1996).
El paulatino reconocimiento de, por un lado, la existencia de múltiples tradiciones de investigación
científica, y por otro, la ruptura o revoluciones entre tales tradiciones aleja a la ciencia cada vez más
del ideal monista-unificador, al tiempo que debilita la concepción de la ciencia como la máxima
expresión del pensamiento al ponerla a la par de otras empresas intelectuales: este comportamiento
de las tradiciones no es exclusivo de la ciencia, sino de cualquier disciplina intelectual (Laudan,
1978: 78) y, podemos añadir, de cualquier actividad humana organizada.
Sin embargo, esto no significa que haya una total incomprensión entre distintas tradiciones, como
inicialmente fue recibido el concepto de inconmensurabilidad de Kuhn (que él mismo se encargó
de ir matizando); más bien, como apunta Laudan, la racionalidad se garantiza a partir del diálogo
entre tradiciones, producto de la comparación indispensable que acarrea la competencia entre
estas:
Todas las evaluaciones de las tradiciones de investigación y las teorías deben ser hechas
dentro de un contexto comparativo. Lo que importa no es, en un sentido absoluto, qué tan
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efectiva o progresiva es una tradición o una teoría, sino más bien, cómo se compara su
efectividad o progresividad con la de sus competidores
4
(Laudan, 1978: 120).
Entonces, no hablamos de tradiciones aisladas, sino de una red comunicativa entre tradiciones de
investigación.
Otro aspecto que contribuye a la fragmentación de la ciencia unificada es que por primera vez se
reconoce la relevancia de los aspectos históricos en el quehacer científico:
De esta manera se le quita fuerza a la importancia que tenía la metodología y se le da la mayor
atención a los aspectos históricos de la actividad de las comunidades científicas. Con este giro
las diferencias tajantes entre ciencias naturales, ciencias sociales y humanidades empiezan a
desvanecerse (Velasco Gómez, 2000: 226).
Así, se empieza a vislumbrar que no hay progresión en una sola línea sino, si acaso, en la línea de
cada tradición; de igual forma, no hay comunicación ininterrumpida y, finalmente, se puede decir
que no podemos ver y entender el mundo como uno, sino como fragmentos delimitados por cada
tradición. El avance de la ciencia no es progresivo, en el sentido de acumulación de conocimientos,
sino que tiene su origen, de acuerdo con Kuhn (1982), en el choque entre tradición e innovación,
que crea lo que llama una tensión esencial. Aceptar estos procesos como parte fundamental de la
ciencia, nos deja ver que no es radicalmente distinta de otras actividades humanas, dejando en
entredicho el carácter especial (y superior) de la ciencia en general y de la ciencia natural en
particular.
Hacia una reinterpretación de las relaciones entre las ciencias
Es a partir de todo este contexto que empieza a hacerse claro cómo es que las zonas intermedias de
Rickert esto es, las ciencias como la lingüística, la ecología, la arqueología, la economía, etc. no
son la excepción, sino la regla. Los conceptos de ciencia y de cientificidad y el carácter modélico
de las ciencias naturales han ido modificándose y haciéndose cada vez más abiertos y flexibles.
Cabe entonces preguntarse cómo se han de reinterpretar las relaciones tradicionales entre ciencia
natural y ciencia cultural.
Una de las razones que justifican el abandono de la unificación es que las consecuencias de este
ideal son especialmente perjudiciales para aquellas ciencias que no se ajustan al modelo sobre el
4
All evaluations of research traditions and theories must be made within a comparative context. What matters is not,
in some absolute sense, how effective or progressive a tradition or theory is, but rather, how its effectiveness or progres-
siveness compares with its competitors” (Traducción propia).
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que está elaborado, es decir, entre más lejos se esté de las ciencias naturales, más difíciles y sin
sentido serán los intentos por acoplarse a la idea de unificación, pues esta implica un reduccionismo
que despoja a tales ciencias de algunos de sus rasgos esenciales, como la variabilidad, la
dependencia contextual de los fenómenos, la imposibilidad (o inutilidad) de la experimentación
controlada, etc.
Una consecuencia importante de romper con el ideal de unidad en la ciencia es aceptar la
imposibilidad de la explicación total y modelos únicos. Es así como podemos abordar toda la
problemática anterior desde la perspectiva del pluralismo científico, entendido este, según la
definición de Cat (2021), como un enfoque que se puede aplicar a todos los aspectos centrales de
la ciencia (desde conceptos hasta formas de representación) y que se opone el ideal de consenso en
materia cognitiva, valorativa y práctica, que frecuentemente se asocia a la buena ciencia.
El pluralismo científico se caracteriza principalmente por sustentar que la variedad de enfoques,
metodologías, representaciones y modelos en las distintas disciplinas científicas son parte inherente
de la ciencia y de la obtención de conocimiento. En este sentido, la variedad en los acercamientos
epistemológicos y metodológicos es consecuencia no del error o de una práctica científica
deficiente, como se ha considerado en numerosas ocasiones, sino de la propia naturaleza de la
ciencia y de sus objetos de estudio: la composición del mundo es, ante los ojos del ser humano,
diversa, compleja, con zonas que se traslapan; por tanto, no podemos esperar que de ahí
obtengamos una representación científica única, capaz de homologar todo ese conglomerado.
Para entender estos enfoques es indispensable reconocer que su origen está en la oposición al
monismo epistemológico y metodológico en la ciencia. Recordemos que desde el monismo se acepta
que existen diferencias entre los distintos elementos que componen el mundo, pero lo relevante es
que para sus defensores el objetivo último de la ciencia es llegar a una única representación, a un
solo modelo capaz de explicarlo todo. Aun cuando llegue a ser reconocido como una quimera, un
ideal, para el monismo el avance de la ciencia significa estar un paso más cerca de esta unificación
que lleva en última instancia a la explicación total y, en ese sentido, el conocimiento es considerado
como acumulativo, un aspecto que ha sido ampliamente debatido desde la segunda mitad del siglo
XX.
Las distintas manifestaciones del pluralismo podrían acomodarse en una escala que va desde las
posturas más moderadas hasta las más radicales. Lo que aquí defendemos se encuentra más bien
en el centro y podemos afirmar que ambos extremos, el moderado y el radical, no pueden
considerarse pluralismos por las razones que se expondrán a continuación.
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Una postura a veces considerada como pluralismo moderado o como “interpretaciones pluralistas
moderadas” (Keller, Longino y Waters, 2006: xi) es aquella que acepta la multiplicidad de
enfoques teóricos y metodológicos como algo inevitable en la ciencia, pero la considera como una
etapa de transición en la búsqueda de la unidad metodológica y epistemológica. Así, desde este
punto de vista se admitirían varias explicaciones para un mismo fenómeno, pero como
competidoras entre sí, no como complementarias, de manera que la meta seguiría siendo monista:
la explicación única y abarcadora. Es en este último punto en el que se hace evidente que no se
trata de pluralismo porque en realidad parte de los mismos ideales que el monismo. Bien podríamos
revertir la etiqueta y en lugar de pluralismo moderado considerar estas posturas como monismo
tolerante”, que acepta la pluralidad, pero todavía espera llegar a la respuesta unificadora.
Este ideal tiene como consecuencia que en algunas disciplinas en las que es indispensable pensar
el objeto de estudio desde diversos ángulos que bien pueden complementarse, se promueva más
bien de la competencia entre modelos, o bien, ni siquiera se considere como científicamente posible
una perspectiva distinta. Es caso de la lingüística, que abordaremos con cierto detalle más adelante.
Otra forma a veces confundida con pluralismo es el anarquismo epistemológico, en el que “todo
vale” y en el que se anula cualquier caractestica que permita distinguir el conocimiento científico
de otras formas de conocimiento. En este caso, aunque sí se comparte cierta libertad metodológica
con el pluralismo, la diferencia es que en este el fundamento epistemológico está en las
posibilidades de acercamiento dentro de los límites de la ciencia a un mismo fenómeno, además de
que se mantiene (e incluso, se insiste) en la conexión necesaria entre los distintos enfoques y la
necesidad de diálogo entre ellos, mientras que en las posturas más radicales las diferencias entre los
distintos acercamientos pueden ser tales que la comunicación, comparación y traducción entre
ellos es imposible (inconmensurabilidad).
Esta pluralidad en todos los aspectos de la ciencia puede ofrecer, frente al reduccionismo, una
mejor opción ante la complejidad de la realidad, como se destaca en la introducción a una de las
obras de referencia del pluralismo:
Pensamos que algunos fenómenos pueden ser tales (por ejemplo, muy complicados o
nebulosos) que no puede haber nunca una representación única y abarcadora de todo aquello
que vale la pena conocer, o incluso de todo lo causal (o fundamental) acerca del mundo.
(Keller, Longino y Waters, 2006: xi)
5
.
5
“We think that some phenomena may be such (e.g., so complicated or nebulous) that there can never be a single,
comprehensive representation of everything worth knowing, or even of everything causal (or fundamental), about the
world”. (Traducción propia).
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De esta manera, reconocer las limitaciones de nuestro acceso a la realidad y a la comprensión total
subraya la necesidad de aceptar representaciones alternas y complementarias para un mismo
fenómeno.
En este punto podemos destacar los rasgos del pluralismo que nos permiten considerarlo como una
opción que va más allá del rechazo al monismo. Estos rasgos pueden resumirse como sigue: 1)
consonancia con la pluralidad ontológica; 2) el reconocimiento de los límites de la ciencia como
empresa humana; 3) la valoración/validación de las diferencias entre los distintos tipos de
racionalidad y su dependencia de los contextos; 4) el reconocimiento de una cientificidad flexible,
abierta y de alcance limitado o local.
Para ilustrar el punto anterior, puede ser de utilidad retomar la metáfora que usa Alan Richardson
en su crítica a Carnap y que se puede aplicar a cualquier modelo rígido en la ciencia:
Un pluralista podría anhelar un punto de vista más práctico, sugiriendo que las decisiones
prácticas de Carnap eran más bien como si a un carpintero se le pidiera escoger exactamente
una herramienta al inicio del trabajo y que se mantuviera fiel a ella. Los carpinteros pluralistas
preferian tener sierras, martillos, desarmadores y todo lo demás según se necesitara y a
veces se necesita usar tanto desarmador como pinzas para un mismo trabajo. (Richardson,
2006: 8-9)
6
.
Aquellas zonas que Rickert definió como intermedias, pueden enseñarnos mucho acerca de esta
flexibilidad y pluralismo. Hay varios ejemplos en las ciencias particulares que sirven para ilustrar
este problema.
Ciencias particulares: el caso de la lingüística y en ejemplo de la biología
La problemática abordada en los apartados anteriores puede ilustrarse con el caso de la lingüística,
una ciencia en la que metodologías plurales y las subdisciplinas como psicolingüística,
sociolingüística, etc. han ido abriendo su propio camino a pesar de muchas veces tener como
obstáculo ideas de cientificidad y prestigio cienfico basados en las ciencias naturales, lo que
algunas veces ha detenido o, en el mejor de los casos, retrasado el avance de ciertas áreas o del
6
A pluralist might hanker after a more practical point of view, suggesting that Carnap’s practical decisions were
rather like a carpenter being asked to choose exactly one tool at the start of a job and to stick with it. Pluralist carpenters
would rather have saws, hammers, screwdrivers, and the rest, as neededand sometimes one needs to use both a
screwdriver and pliers for one and the same job. (Traducción propia).
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estudio de aspectos centrales para el lenguaje, como pueden ser los elementos contextuales y
socioculturales, precisamente.
En la lingüística podemos distinguir, grosso modo, dos acercamientos distintos al objeto de estudio:
por un lado, tenemos los enfoques socioculturales, que consideran como su objeto de estudio el uso
real del lenguaje y, en consecuencia, sus fenómenos primarios son producciones reales emitidas
por usuarios concretos de las lenguas.
Por otra parte, encontramos los enfoques naturalistas del lenguaje, donde el objeto de estudio está
conformado por principios universales de carácter abstracto verificados en el lenguaje, por lo que
su fenómeno primario es la intuición gramatical del hablante.
Los acercamientos mencionados engloban distintas posturas teórico-metodológicas a partir de
ciertas coincidencias atendiendo, por un lado, a principios constituyentes de toda ciencia, como su
objeto de estudio, los objetivos que se persiguen y qué se considera como sus fenómenos primarios;
y, por otro lado, aspectos que competen específicamente a la lingüística, como su caracterización
de la estructura lingüística; su postura acerca de la adquisición de la lengua o de los universales
lingüísticos, etc. Vemos aquí, como hemos mencionado antes, un ejemplo de zonas intermedia, en
la que conviven aspectos de significación naturalista y significación culturalista (Rickert,
1926/1965: 162).
Dentro de lo que hemos llamado enfoques naturalistas, podemos encontrar concepciones tanto
biologistas como psicologistas acerca del lenguaje. Ambas concepciones comparten la idea de que
el lenguaje posee un carácter innato, lo que deja fuera del interés a las lenguas particulares. Una
concepción naturalista, en su versión biologista considera al lenguaje como una realidad biológica
(Carr, 2006: 564).
Por su parte, en una concepción mentalista o psicologista del objeto de estudio, se privilegia el
carácter mental de las entidades lingüísticas. Esta concepción tiene su principal representante en
Chomsky, quien ha sido el lingüista más influyente (tanto para sus seguidores como para sus
detractores) de la segunda mitad del siglo XX.
Ahora bien, biologismo y psicologismo comparten varios principios: descartan la relevancia
científica de los aspectos culturales o comunicativos; buscan principios generales a la manera de
las ciencias naturales y, lo que resulta crítico para una ciencia del lenguaje, asumen la investigación
como una rama de otra disciplina (biología o psicología), dejando así de lado la posibilidad de una
ciencia del lenguaje autónoma.
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El peso de una concepción reduccionista de la ciencia puede notarse en propuestas como la de
Noam Chomsky, en la que todo apunta a un naturalismo que parece sustentarse más que en la
descripción del objeto, en el afán de acercar a la lingüística a las ciencias naturales. Para Chomsky,
el lenguaje es un objeto mental
7
y por tanto, la lingüística, tal como la concibe este autor constituye
una parte de la psicología, en última instancia, de la biología” (Chomsky, 1989: 42). Y abunda en
la posible incorporación de la lingüística a las ciencias naturales, una vez que se logre el grado de
abstracción necesario para conocer los mecanismos metales/universales que conforman en único
punto de interés en su teoría.
Las críticas principales que pueden hacerse al generativismo pueden resumirse como sigue:
1) En la delimitación del objeto queda fuera la semántica y se le otorga un papel central a la
sintaxis.
2) El uso exclusivo de la introspección y con esto, la falta de pluralismo o representatividad
lingüística, pues para Chomsky, dado que toda lengua comparte una misma estructura
profunda, no hay necesidad de contrastar o estudiar distintas lenguas, por lo que, en pocas
palabras, su lengua materna, el inglés, sirve como modelo.
3) El papel central de la adquisición en la fundamentación de la teoría sin recurrir en ningún
momento a datos reales del habla infantil (Givón, 2013: 17).
4) La desestimación sistemática de los contraejemplos: el entrenamiento del lingüista
generativo se centra a tal grado en la notación gramatical aprobada por la teoría, que acaba
por ser lo único que ve: “lo entrena para ver instancias confirmadoras de la teoría universal
e ignorar la contra-evidencia” (Sampson, 1980: 146)
8
.
Con respecto a este ultimo punto, Chomsky recurre nuevamente al prestigio de las ciencias
naturales, específicamente el ‘estilo galileano de ciencia’:
De acuerdo con Chomsky es legítimo ignorar ciertos datos con el fin de ganar un
entendimiento más profundo de los principicios que gobiernan el sistema que está bajo
7
Para Chomsky la facultad del lenguaje es innata, con poca o nula participación del entorno; así, el lenguaje se equi-
para a otros tipos de fenómenos biológicos: es una facultad que “crece” a la manera de otras partes del organismo. Este
es el principio que permite a Chomsky afirmar que el lenguaje es un objeto natural y no cultural (Carr, 2006).
8
“It trains him to see confirming instances of the theory of universal and to ignore counter-evidence” (Traducción
propia).
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investigación […] Chomsky refiere aquí al llamado ‘estilo galileano’ de la ciencia, un término
acuñado por el físico nuclar Steven Weinberg (Penke y Rosenbach, 2007: 6)
9
.
En resumen, podemos ver que el enfoque chomskiano no solo ofrece suficientes ejemplos de la
intersección entre la concepción de ciencia y las elecciones teórico-metodológicas de sus
representantes, sino que hay además un posicionamiento explícito al respecto y una búsqueda de
respaldo en modelos epistemológicos y científicos que gozan de prestigio, como el racionalismo o
el modelo galileano de las ciencias naturales.
Es en este punto que podemos preguntarnos: ¿qué hacemos con lo que “sobra” de un modelo
perfectamente delimitado y que está en consonancia con el ideal de ciencia? ¿Es posible (y
deseable) ignorar la variación, los aspectos socioculturales y contextuales del lenguaje? ¿Hay
cabida para estos aspectos en desde una perspectiva científica? Los enfoques que hemos llamado
socioculturales efectivamente se centran en estos aspectos y, en muchos casos, se han enfrentado
de manera explícita a la postura chomskiana (v. Itkonen 2016; Devitt 2003). En oposición a las
concepciones naturalistas, estos consideran al lenguaje como una entidad cultural, opuesta al
carácter individual postulado por el innatismo, de manera que las entidades lingüísticas son
consideradas intersubjetivas por naturaleza.
Es especialmente importante resaltar que este énfasis en el lenguaje como una actividad humana
sitúa el objeto de estudio en el ámbito de la cultura y no en el de la naturaleza. Este aspecto además
redimensiona el carácter social del lenguaje como objeto de estudio, manteniendo su distancia de
los enfoques psicologistas. Podemos ilustrar lo anterior con el caso de la lingüística sistémico-
funcional, por citar solo uno de los varios enfoques que coinciden en este aspecto. En palabras de
Halliday:
La teoría sistémica está orientada hacia el lenguaje como proceso social; el individuo se
construye intersubjetivamente, a través de la participación en actos sociales de significado.
Esto no es incompatible con una perspectiva cognitiva […] pero descarta cualquier
afirmación de una «realidad psicológica» (Halliday, 1995: 273)
10
.
El punto crítico en lingüística es que esta interdepencia entre lo social y lo individual, que
constituye el rasgo determinante de las zonas intermedias, no ha logrado acoplarse de manera
9
“According to Chomsky it is legitimate to ignore certain data to gain a deeper understanding of the principles gover-
ning the system under investigation […] Chomsky here refers to the so-called ‘Galilean style’ of science, a term coined
by the nuclear physicist Steven Weinberg”.
10
“Systemic theory is oriented towards language as social process; the individual is construed intersubjectively,
through engagement in social acts of meaning. This is not incompatible with a cognitive perspective […] but it does
rule out any claim for ‘psychological reality’” (Traducción propia).
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efectiva, sino que ambos enfoques se encuentran enfrentados, en buena medida debido a
concepciones de ciencia rígidas (monistas o dualistas), que dejan poco o nulo espacio a la
comunicación y a la cooperación. Es aquí donde la ruptura con esos modelos y la aceptación de
distintas parcelas de conocimiento complementarias, propuestas desde el pluralismo, podría
aportar una mejor compresión del los fenómenos lingüísticos.
En el caso de la biología, el carácter complejo de sus objetos de estudio también implica la
aceptación de modelos fragmentados y la renuncia al modelo único, que pueda abarcar todos los
aspectos de un fenómeno dado. En su artículo acerca del pluralismo en la biología, John Dupré
(2016) ofrece un ejemplo de este tipo con respecto a las representaciones del genoma, que pasaron
de ser modelos puramente instrumentales a entidades cuya existencia real no se cuestiona. Lo
interesante, y es lo que destaca Dupré, es que no se llegó a un modelo único, sino que coexisten
distintos modelos y todos son considerados válidos: dado que el genoma es una entidad altamente
dinámica cuya forma y comportamiento están en cambio constante, la multiplicidad de modelos
parece ser la más adecuada para un objeto de estas características. Y añade que esta posibilidad de
convivencia entre distintos modelos independientes, pero al mismo tiempo consistentes, en la
descripción del genoma es lo que ahora permite poner lejos de toda duda su existencia (Dupré,
2016: 5). Con este ejemplo se refuerza la pertinencia del pluralismo para lograr una mejor
compresión de un objeto de estudio complejo: ganancia que nos da el renunciar a la explicación
total.
Estos breves ejemplos de ciencias particulares nos muestran que los modelos rígidos y unitarios son
ya de poca utilidad si queremos conocer, en la medida de lo posible, el mundo complejo (y muchas
veces desconcertante) al que nos enfrentamos desde cualquier ciencia.
Conclusiones
A lo largo de este artículo hemos visto cómo las relaciones entre las ciencias naturales y las ciencias
de la cultura han tendido al desequilibrio en detrimento de las segundas. El concepto de Rickert de
zonas intermedias, aun cuando no es la intención del autor, es en realidad una primera alerta de la
rigidez de los criterios en los que se basa la dicotomía natural/cultural en la clasificación de las
ciencias. La explosión del pluralismo y de los trabajos interdisciplinares en la ciencia claramente
apunta hacia una reconfiguración de dicha clasificación. Al mismo tiempo, y esto es lo más
importante, una mayor flexibilidad puede redundar en una relación más equilibrada entre las
ciencias, evitando así imposiciones epistemológicas y metodológicas desde las ciencias naturales,
sustentadas sólo en su prestigio.
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Así, al reconocer, por un lado, que los aspectos históricos, las motivaciones sociales y los métodos
no algorítmicos tienen el mismo peso que los procesos puramente racionales en la ciencia (incluida
la natural), y por otro, al abandonar el ideal de la explicación total y el método único, se desmantela
el mito que sostiene la superioridad de las ciencias naturales y se puede crear un acercamiento
mucho más enriquecedor entre las distintas áreas del conocimiento e, incluso, entre la ciencia y
otras formas de conocimiento.
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