Protrepsis, Año 11, Número 21 (noviembre 2021 - abril 2022). www.protrepsis.cucsh.udg.mx
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dición que podemos remontar al propio Kant vuelve bajo la consideración de la crítica como acti-
vidad reflexiva que se pregunta por los límites de lo inteligible, de lo que podemos conocer y cómo,
actividad inherente a la filosofía y reencarnada por los feminismos desde una perspectiva diferente.
Butler recupera la pregunta de Michel Foucault, plasmada en su conferencia ¿Qué es la crítica?
(1978/1995): allí Foucault releva este carácter de la crítica que siempre existe en relación a otra
cosa que no es ella misma; siempre, dirá Butler, moldeada por su objeto. Foucault sitúa la crítica en
tanto actitud en los siglos XV y XVI, en tanto acto de indocilidad reflexiva o, parafraseando a La
Boétie, de inservidumbre voluntaria. Tanto en el ámbito de la religión, como en el derecho y el
conocimiento, el filósofo francés presenta a la crítica como el arte de no ser gobernado, no como
sentencia absoluta, sino como una constante atenuada por la aclaración “no de esta manera, por
éstos, y a este precio” (Foucault, 1995:21). Evidenciando la herencia kantiana, el francés advierte
que nuestra libertad se juega en la idea que nos hacemos de nuestro conocimiento y de sus límites.
Más tarde, será Butler quien retome la consideración de la crítica atada a su objeto, un objeto que
moldea el trabajo crítico en cuanto pone en cuestión las preguntas mismas que somos capaces de
formularnos sobre la violencia. Ya desde la década de los noventa con sus aportes sobre el género
en tanto performativo, la autora situaba la tarea feminista en el seno de una disputa filosófica.
Butler toma un ejercicio de la crítica (2002, 2012) que permite desandar el concepto en cuestión,
y que a nosotras nos invita, con Foucault, a “soñar con una crítica que no trate de juzgar sino de dar
vida a una oeuvre, un libro, una frase, una idea. (…) Que no multiplique los juicios sino las señales
de vida” (Foucault, 1999:119). Unas modulaciones feministas de la crítica pueden reavivar la pro-
mesa de una crítica como la que deseamos con Foucault, para habilitar espacios de vida y reconocer
aquellos que existen pero resultan ininteligibles bajo los modos actuales del conocimiento.
Los feminismos han enseñado que el trabajo sobre la teoría es inseparable de la práctica crítica.
Precisamente se trata de amalgamar las tareas de un pensamiento en tanto práctica e intervención.
En su conferencia Cuerpos que aún importan (2015), Butler defiende que toda argumentación po-
lítica descansa sobre definiciones que representan modos abreviados de la teoría. En ese sentido, la
teoría debe volver críticamente sobre sí misma, tomarse el tiempo –disminuir la velocidad– a pesar
de las urgencias y preguntarse sobre los supuestos de sus reivindicaciones y argumentos. La teoría
ha de considerarse siempre constituida históricamente, y esa historia está a su vez atravesada por
batallas –batallas que, por otra parte, están cifradas en una lucha por la hegemonía. Teoría, historia
y hegemonía están entonces entrelazados en un mismo campo de fuerzas que actúan conjunta-
mente en el terreno de la política. Allí han de disputarse los sentidos a los marcos hegemónicos que
de modo violento marcan y excluyen ciertos cuerpos (dolorosos de encarnar, desposeídos doble-
mente y privados de reconocimiento). En un mundo donde apura la vorágine de los sucesos, los
medios de comunicación, las redes sociales, etc. ¿Por qué disminuir la velocidad del debate pregun-
tándose por la teoría? Los argumentos de las discusiones (políticas, en sentido amplio) suponen
definiciones que resultan ser formas abreviadas de teoría. Esas definiciones también condensan
procesos históricos. En ese marco, podemos decir con Butler, que la reflexión crítica es también una