Protrepsis, Año 11, Número 21 (noviembre 2021 - abril 2022). www.protrepsis.cucsh.udg.mx
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ISSN: 2007-9273
Protrepsis, Año 11, Número 21 (noviembre 2021 - abril 2022) 111 - 125
Recibido: 03/11/2021
Revisado: 06/11/2021
Aceptado: 15/11/2021
Anotaciones sobre la voz femenina, nosotras frente a la
inquietud del mundo
Liliana García Rodríguez 1
1 Universidad de Guanajuato
Guanajuato, México
E-mail: l.garcia@ugto.mx
https://orcid.org/0000-0002-1382-3474
Resumen: El presente artículo aborda la situación de las mujeres en relación con la autonomía
intelectual, la educación, su presencia en la universidad y su participación en la guerra. Parte del
texto de Virginia Woolf, Tres guineas, y ensaya conexiones con documentos que se remontan a los
albores de la democracia moderna y las respuestas emitidas por las filósofas ilustradas. Asimismo,
traza una línea que apunta a la posición de las mujeres durante y después de la Segunda Guerra
Mundial, lo cual permite observar la singularidad del pensamiento feminista en torno a la
participación de las mujeres en la vida pública.
Palabras clave: Educación, guerra, réplica, vivencia.
Abstract: The present article addresses the situation of women regarding intellectual autonomy,
education, its presence in university and its participation in war. It has its starting point with
Virgina Woolf's Three guineas, and tries to establish connections with documents dating back to
the dawn of modern democracy and the answers given by women philosophers. Likewise, it traces
out the situation of women during and after the Second World War, allowing us to witness the
uniqueness of feminist thoughts around the participation of women in public life.
Keywords: Education, war, rejoinder, life experience.
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Abogo por mi sexo, no por mí misma.
Mary Wollstonecraft
El hombre hace la guerra en los grandes espacios
mientras que la mujer construye la felicidad en el hogar.
Geneviève Freisse
1
Sobre el escritorio de Virginia Woolf descansan algunas fotografías, tres cartas y tres guineas. Corre
la segunda mitad de la década de 1930. La guerra civil española acontece bajo la amenaza del
fascismo, que planea sobre Europa con las figuras de Mussolini, Franco y Hitler. El temor que se
expande mundialmente late en las publicaciones de la prensa internacional, los corresponsales
envían imágenes como evidencia de los horrores, los rostros azotados de combatientes llegan por
correspondencia hasta la escritora, junto con numerosas misivas sobre la situación bélica. Recortes
de fotografías y noticias se apilan al lado de cartas sin respuesta. Una de ellas llama la atención,
tiene al menos tres años sobre el escritorio y su contenido ha rondado por la mente de Woolf
durante al menos un año. Esta carta lanza una pregunta que revela un sentido del mundo, de un
mundo amenazado: ¿cómo podemos, en su opinión, evitar la guerra? La pregunta reposa sobre el
escritorio, seguramente se roza con escritos en proceso y más cartas. Surge la tentación de pensar
que, tras años de convivencia y ante la provocación de una pregunta tal, esos papeles inician una
conversación.
How in your opinion are we to prevent war? Toda pregunta es una guía de pensamiento, traza un
sentido que revela el vínculo de quienes participan en el diálogo, entre y con el mundo. La
pregunta lanza un desafío de comunión, abre una posibilidad de encuentro porque supone una
inquietud compartida. Y al marcar un punto común, descubre a quienes convoca. La interrogación
que se dirige a Virginia Woolf dice algo de quien la emite, confiesa una situación; esto es, una
postura política, preocupación por la paz y cierta angustia. Habla también de una creencia respecto
de la destinataria, una suposición o sospecha de que ella sabe algo sobre la guerra y está facultada
para delinear una ruta posible para evitarla, o al menos para emitir una opinión. Algunos de ellos
confirman esa puesta en común, como la coleccn de fotografías y noticias. Pero allí hay otras
cartas, también hay dinero, poco dinero: apenas tres guineas.
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Llaman la atención dos epístolas más. Una está escrita por la tesorera honoraria del fondo para la
reconstrucción de un college para mujeres. El cuantioso presupuesto de Cambridge no destina
recursos para esos campus. Los espacios académicos y habitacionales que albergan a las estudiantes
están en condiciones deplorables pues las generosas donaciones a la universidad están destinadas
exclusivamente a los campus de varones. Las pocas universitarias viven entre ratas y goteras. Ante
esta situación, la tesorera solicita donaciones a personas con interés y medios de apoyo, incluso si
no han egresado de Cambridge, como es el caso de Virginia Woolf. La tercera carta proviene de
otra tesorera honoraria, quien se dedica a respaldar a mujeres profesionistas en busca de empleos
en las ramas de su formación universitaria. A diferencia de la carta anterior, la presente no solicita
dinero, en su lugar acepta cualquier obsequio: libros, fruta, prendas para vender en una tómbola,
no importa si son medias rotas, ellas pueden remendarlas. Las dos últimas misivas también emiten
preguntas, ¿puede usted ayudarnos con una donación de dinero o en especie para contribuir con la
educación y el empleo de las mujeres? Y si seguimos la tentación de imaginar una conversación
sostenida entre estos documentos, cabe reparar en el significado que emerge de preguntas sobre
guerras, campus universitarios de mujeres, empleos de profesionistas, convocadas en el escritorio
de una mujer sin conocimientos teóricos o prácticos sobre procesos de pacificación, quien tampoco
asistió a la universidad y cuenta con una renta modesta para su manutención. Las tres monedas que
parecen tan sólidas entre papeles se aligeran y descubren su precariedad ante la urgencia de apoyo
económico para la educacn y la vida digna. En este escritorio, símbolo de una situación, las
preguntas lanzadas a la escritora no se dirigen a la experticia, no consultan a un conocimiento
adquirido y especializado. Se dirigen hacia otro sentido.
El inicio del ensayo Tres guineas delinea el mundo de sentido que se abre sobre aquel escritorio en
el momento decisivo de atender la carta que interroga por los medios para evitar la guerra. El ensayo
entero se configura como una respuesta, una correspondencia que se acerca a la reciprocidad, a una
concordancia dinámica. George Steiner, al abordar el complejo ejercicio del preguntar filosófico
en el pensamiento heideggeriano, repara en la acepción que guarda la contestación, la cual alude
tanto a una respuesta como a una disputa y, en última instancia, a un antagonismo. La distinción
entre respuesta y contestación es importante porque la respuesta es un eco vital, un responso,
comunión comprometida: hacerse responsable del llamado de la pregunta (Steiner, 2001: 87). La
escritora responde en este sentido de eco vital y comunión comprometida, aunque por momentos
parezca más una contestación. Sus palabras se emiten desde la reflexión de en el mundo, un
mundo amenazado y habitado por una diversidad de personas que, además de dividirse entre
aliados y enemigos, fascistas y republicanos, también se divide entre hombres y mujeres.
Salta a la vista el ejercicio reflexivo que inicia el ensayo en torno a la posibilidad del diálogo entre
remitente y destinataria. Quien escribe la pregunta sobre cómo podemos evitar la guerra es un
abogado respetable y respetuoso, se ha formado en una de las mejores universidades y su prestigio
queda de manifiesto en el membrete de la carta, proveniente de un despacho ubicado en el centro
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de Londres. Goza de una renta mensual prominente, tiene familia y propiedades. Representa a un
sector privilegiado capaz de pensar los grandes problemas de la humanidad, tales como la
inminencia de una guerra mundial. Su postura pacifista conecta con la receptora quien, por su
parte, es una escritora madura. Al momento de contestar la carta, ella ha publicado ocho novelas,
al menos seis ensayos teóricos y varias narraciones cortas. Se trata de una mujer cuya existencia
trasciende hasta ocupar un lugar indispensable en la historia de la literatura. Pero su copiosa
producción de pensamiento y literatura no la provee de la modesta renta mensual con la que se
mantiene. Su trabajo intelectual tiene valor, pero no alcanza el beneficio monetario ni material.
Por su parte, la escritora es reconocida con invitaciones para dictar conferencias en auditorios
universitarios, aunque ella misma carece de educación formal. Autodidacta, Virginia Woolf devoró
la biblioteca familiar. La única inversión económica en su formación se remite a las lecciones de
griego que tomaban ella y su hermana con profesores particulares. Sus hermanos asistieron a
Cambridge. Tenemos, así, una correspondencia entre dos personas cuyas situaciones se disparan
hacia sentidos distintos y distantes. Desde las primeras líneas del ensayo, la autora traza las
diferencias que distinguen a dos grupos de la humanidad. La diferencia que se abisma entre
quienes participan de este diálogo ilumina las disparidades entre la clase de los hombres y la clase
de las mujeres.
Las dos clases siguen siendo enormemente diferentes. Y para demostrarlo no necesitamos
recurrir a las inciertas y peligrosas doctrinas de psicólogos y biólogos; podemos apelar a los
hechos. Fijémonos en la educación. Su clase ha sido educada en escuelas privadas y en
universidades durante quinientos o seiscientos años; la nuestra, durante sesenta. Fijémonos
en la propiedad de bienes, su clase posee por derecho propio y no a través del matrimonio
prácticamente todo el capital, todas las tierras, todos los tesoros y todos los cargos de
Inglaterra. Nuestra clase no posee por derecho propio ni a través del matrimonio
prácticamente ningún capital, ninguna tierra, ningún tesoro ni ningún cargo en Inglaterra.
Que estas diferencias comportan diferencias muy considerables en la mente y en el cuerpo es
algo que ningún psicólogo o biólogo negará. De lo cual parece deducirse como un hecho
indiscutible que nosotras -entendiendo por nosotras una unidad formada por cuerpo, cerebro
y espíritu- debemos seguir siendo diferentes de ustedes. Pese a que vemos el mismo mundo,
lo vemos con distintos ojos. La ayuda que podamos prestarles será diferente de la ayuda que
ustedes se prestan a mismos, y quizá el valor de esa ayuda radique en esa diferencia (Woolf,
2018: 176-7).
2
Durante el siglo XVIII, las filósofas feministas ilustradas discutieron profusamente la distancia
entre hombres y mujeres, lo hicieron también en la cercanía de un revuelta bélica: la Revolución
Francesa. De los logros de la Revolución podemos contar a la democratización de los derechos del
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hombre, entre los que resaltan el acceso a la propiedad, a la participación ciudadana en las
decisiones públicas y a la educación. Todos ellos son derechos naturales, inalienables y sagrados,
como reza el inicio de la Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano, de 1789:
Los representantes del pueblo francés, constituidos en Asamblea Nacional, considerando que
la ignorancia, el olvido o el desprecio de los derechos del hombre son las únicas causas de las
desgracias públicas y de la corrupción de los Gobiernos, han resuelto exponer, en una
declaración solemne, los Derechos naturales, inalienables y sagrados del hombre, con el fin
de que esta Declaración, presente de manera constante en todos lo miembros del cuerpo
social, les recuerde sin cesar sus derechos y sus deberes. (Jellinek, 2003: 197)
Esta Declaración es uno de los documentos fundacionales de la sociedad moderna y deja asentado
que los hombres son libres e iguales en derechos por nacimiento. Eso es, la sola existencia de un
hombre debe asegurar su libertad y garantizar una relación justa con el resto de los hombres,
considerados sus iguales. Las distinciones sociales entre ellos se basan en un solo fundamento
válido: la utilidad común. Cada ciudadano ha de tomar un lugar, asumir un rol y aceptar desde ese
espacio su contribución al bien común. Y es justo allí donde se esconde la trampa que condena a la
mitad de la humanidad al exilio de la vida pública, relegándola al espacio doméstico, al mundo de
lo privado
1
.
Las filósofas ilustradas contestaron a los postulados que apoyaban el exilio de las mujeres de la vida
pública, los cuales estaban presentes en diversos documentos y escritos. Tal es el caso de Emilio o
de la educación, tratado filosófico escrito por Jean-Jaques Rousseau en el que delinea los principios
sobre los cuales han de ser formados los hombres libres. El famoso libro quinto, dedicado a la
educación de las mujeres, deja claro que la función de ellas no es el desarrollo del intelecto sino
procurar el bienestar de los ciudadanos
2
. Estas ideas no fueron solo postulados teóricos o
reflexiones filosóficas flotando en la abstracción, están presentes también en documentos políticos.
Cabe recordar que Vindicación de los derechos de la mujer, de Mary Wollstonecraft, es una
propuesta donde dibuja la importancia de los derechos de las mujeres en relacn con la educación
nacional
3
. Advierte los peligros de condenarlas a la ignorancia, educándolas únicamente para el
1
En este respecto, Geneviêve Fraisse lanza una pregunta brutal: “¿Hay un lazo necesario entre la fundación de la
democracia y la exclusión de las mujeres? (Fraisse, 1989/1991:18)
2
“Hacedme caso, madres juiciosas; no hagáis a vuestra hija un hombre de bien, que es desmentir a la naturaleza,
hacedla mujer de bien, y apodréis estar segura de que será útil para nosotros y para misma” (Rousseau, 1762/2002:
337)
3
Vindicación de los derechos de la mujer inicia con la siguiente dedicatoria: “Dedicatoria a M. Talleyrand-Périgord,
anterior obispo de Autun.
SEÑOR,
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agrado. Fueron también las filósofas quienes hicieron notar que la Declaración de los derechos del
hombre y del ciudadano, citada líneas arriba, habla exclusivamente de los varones, excluyendo a la
mitad de la humanidad de los derechos universales. Ante esto, Olympe de Gouges responde con la
Declaración de los derechos de la mujer y la ciudadana.
El manuscrito de la filósofa y dramaturga revela, como quien desnuda una herida, la injusticia que
excluye a la mitad de la humanidad de la Humanidad misma, privándola de sus derechos y
ciudadanía. El enunciado que afirma y declara los derechos de la mujer desprende un tono de
extrañeza. Las obras de los filósofos modernos hablan del hombre, de sus derechos y facultades; las
menciones a las mujeres tienen el tono de la carencia, lo secundario, la falta. El texto de Olympe
de Gouges irrumpe. Y aunque por momentos pareciera que solo se limita a sustituir la palabra
“mujer” en el lugar de la palabra “hombre”, el texto mismo se vuelve intempestivo: coloca a las
mujeres en el centro de los derechos y la ciudadanía. Con esto, hace explotar la vocación
discriminatoria de la democracia moderna. Y lleva las cosas más lejos, el manuscrito se refiere a una
humanidad que es madre, hija, hermana. De Gouges no habla de las madres, hijas y hermanas de
los ciudadanos, como hacen típicamente los textos de los filósofos. La filósofa identifica a las
mujeres como Humanidad. Las (nos) coloca en el centro, en la universalidad y como representantes
de una nación. Vale la pena reproducir el manuscrito para observar la contestación que se entabla
entre las dos Declaraciones y el espíritu que comparte ésta última con Tres guineas.
Las madres, hijas, hermanas, representantes de la nación, piden que se las constituya en
asamblea nacional. Por considerar que la ignorancia, el olvido o el desprecio de los derechos
de la mujer son las únicas causas de los males públicos y de la corrupción de los gobiernos,
han resuelto exponer en una declaración solemne, los derechos naturales, inalienables y
sagrados de la mujer a fin de que esta declaración, constantemente presente para todos los
miembros del cuerpo social, les recuerde sin cesar sus derechos y deberes. (De Gouges,
2011:155)
Es posible delinear un acontecimiento que corre de 1791 a 1938
4
en relación con el tono y la voz
de las mujeres, pensadoras y filósofas, frente a las interpelaciones de leyes, panfletos y textos
filosóficos. Dicho acontecimiento se desenvuelve en forma de diálogo o contestación. En 1938, la
situación de una escritora como Virginia Woolf sigue siendo precaria. Los espacios de la educación
formal y los empleos remunerados están cerrados para ella. A pesar de ello, recibe invitaciones a
Habiendo leído con gran satisfacción un panfleto que ha publicado recientemente, le dedico este volumen para
incitarle a reconsiderar el asunto, y para que evalúe maduramente cuánto he avanzado respecto a los derechos de las
mujeres y la educación nacional; y lo declaro con el firme tono de la humanidad, pues mis argumentos, señor, son
dictados por un espíritu desinteresado: abogo por mi sexo, no pormisma” (Wollstonecraft, 2010: 35)
4
La Declaración de los derechos de la mujer y la ciudadana se publica en 1791, Tres guineas en 1938.
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dictar conferencias y algunas cartas, como aquella que la interroga sobre cómo evitar la guerra. Y
aunque la pregunta se emite en primera persona, how in your opinion are we to prevent war?, la
escritora no contesta con una voz singular. No hay un “yo” que se haga cargo de la interrogación.
Quien responde hace uso de una voz colectiva. Los papeles sobre el escritorio de Virginia Woolf
tejen conexiones con otros documentos, respuestas y contestaciones que forman una genealogía.
En la petición de la segunda carta que solicita donaciones para el college de mujeres, late la querella
entre Mary Wollstonecraft y Rousseau sobre la educación. Tanto la tesorera honoraria como la
filósofa ilustrada sostienen sus acciones y pensamientos sobre la firme convicción de que la
educación de las mujeres tiene un carácter necesario, pues el desarrollo de las facultades humanas
abre la posibilidad de una existencia plena, una vida para sí y no solo para los demás.
El dinero que esta tesorera honoraria logre recolectar contribuirá a una causa que se remonta
también al siglo XIX, a propósito del Proyecto de ley que prohiba aprender a leer a las mujeres,
escrito por el ilustrado republicano y revolucionario Slylvian Meréchal, quien fuera redactor de
obras como Almaneque de la gente honesta (1788), Manifiesto de los iguales, de Babeuf (1796).
Este proyecto de ley es un opúsculo que acompaña al Código civil, publicado en 1802. Es
pertinente aclarar que este manuscrito es en realidad una broma, a diferencia de los citados
anteriormente. Y así fue recibido por la mayoría de los lectores, quienes señalaron el ingenio de una
mente provocadora. Pero si colocamos el manuscrito como parte de un acontecimiento que borda
sobre la expulsión de las mujeres de la vida pública, la broma pierde en gracia y gana en tino: pone
en el centro al derecho de las mujeres a un desarrollo intelectual. Al hacerlo, niega que la diferencia
entre hombres y mujeres sea el razonamiento o el buen juicio, eso que, como enseña Descartes, es
lo mejor repartido. La broma anota que la diferencia entre unas y otros ha de ser impuesta y vigilada
mediante una legislación o política. Geneviève Fraisse estudia a detalle las consideraciones del
Opúsculo y señala:
Pero, en el fondo, ¿por qué impedir leer a las mujeres?, ¿por q sería incluso necesario
prohibirlo? Considerando número 26: <¡Qué contagiosa es la lectura: en cuanto una mujer
abre un libro, ya se cree capaz de escribir otro!>. Es comprensible, la lectura es peligrosa
porque conduce directamente a la escritura. No a la escritura de cartas, no a la
correspondencia femenina privada, ese género que no ofusca ni a los hombres ni a la sociedad,
sino a la escritura de novelas, panfletos, ensayos políticos, en resumen, a todo texto que
transforme a una mujer en autora. (Freisse, 1991:26-7)
El objetivo es evitar el desarrollo del pensamiento sistematizado y autónomo de las mujeres. Una
fuerte tradición ilustrada asiente sobre este punto mediante la argumentación abierta a favor de la
mujer doméstica, cuya educación deberá encaminarse al agrado y la procuración del bienestar del
ciudadano. Tal es el caso de Rousseau, cuyo pensamiento fue seguido por una buena parte del
pensamiento filosófico en torno a la concepción de las mujeres. Alicia Puleo hace notar cómo la
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tercera entrada sobre las mujeres de la Enciclopedia, o Diccionario razonado de las Ciencias, las
artes y los oficios, titulada “Mujer según la Moral”, abandona el tono con rasgos feministas de otras
dos entradas, a saber “Mujer según el Derecho Natural” y “Mujer según la Antropología”. El
artículo dedicado a la moral se repliega al rol de la mujer doméstica, siguiendo los razonamientos
de Emilio o de la educación (Puleo, 2011: 36)
5
. Otra forma en la que el pensamiento de algunos
filósofos asiente sobre la exclusión de las mujeres de la vida pública es mediante el silencio. El tema
de la igualdad de los seres humanos que tiene como centro la distancia entre hombres y mujeres no
constituye un problema filosófico central, ni durante la modernidad ni en la actualidad. Basta leer
las historias de la filosofía para constatar su ausencia; será suficiente revisar los programas
curriculares y formativos de las universidades hoy en día para dar cuenta de su omisión casi
generalizada. En el silencio late cierta indiferencia y esta indiferencia es, en el fondo, una jerarquía
de los derechos humanos.
3
Importa evitar que las mujeres se transformen en autoras, como señala Freisse en el estudio del
Opúsculo. En este sentido vale la pena reparar en lo que significa una autora. La potencia de una
voz propia es siempre una conciencia de que interpela a las demás personas y al mundo. La
escritura de novelas, ensayos políticos y panfletos es, en un sentido profundo, una defensa de la
existencia, la salvaguardia de la vida digna de las mujeres, capaces de protagonizar sus propias
historias y de afirmar sus ideas. Cuando las novelas se concentran en la intimidad y la cotidianidad
de una experiencia de la feminidad, desvelan un pensamiento y una sensibilidad que ponen a las
mujeres como el centro de una representación. Con ello, se colocan como Humanidad, tal como lo
hace Olymple de Gouges en la Declaración de los derechos de la mujer y la ciudadana. Y esa voz
de las autoras modernas se sobrepone a las legislaciones y argumentos de algunos filósofos; al
hacerlo, sabe que ellos no son sus primeros interlocutores. Así, el escrito de una autora como
Olympe de Geouges o Mary Wollstonecraft no se dirige a un lector abstracto, es una red que se
lanza hacia legisladores, filósofos, escritores de opúsculos y panfletos específicos. El desarrollo y
autonomía intelectual de las autoras las arranca de la inmanencia.
Importa señalar, por otro lado, algunos efectos materiales de la negación histórica de autonomía
intelectual de las mujeres, tales como el exilio de la vida pública y la invención moderna del espacio
doméstico como una dimensión ajena a la participación social
6
. Otro de sus efectos es la pobreza.
5
No hay que olvidar, sin embargo, la existencia de otra tradición de pensadores y filósofos, como Condorcet, que
argumentaron a favor de la educación de las mujeres. El texto de Alicia Puleo, La ilustración olvidada. La polémica de
los sexos en el siglo XVIII, realiza un trabajo fundamental para el entendimiento de esa discusión.
6
En este artículo no se analizará la creación moderna del espacio doméstico como un lugar ajeno a la vida pública. Se
menciona para señalar esa otra gran vertiente de discusión y análisis filosófico en torno a la separación moderna entre
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Las dos cartas que reposan sobre el escritorio de Virginia Woolf dan cuenta de ello, así como las
tres guineas. La escritora se debate entre su limitado alcance monetario y la magnitud de las
necesidades. La concreción de la pobreza, expresada en el título del ensayo, revela a la situación de
las mujeres como una limitación
7
. El escritorio de Woolf traza una situación colectiva y compartida
por un nosotras, entendido como unidad formada de cuerpo, cerebro y espíritu, claramente distinto
y distante del conjunto de hombres. Esa colectividad del nosotras que participa de una situación
material, también comparte una voz con la que escribe. Una voz colectiva que dialoga con quien la
interpela y con el mundo inquieto ante la amenaza de guerra.
En el escritorio de Tres guineas, ese espacio literario creado por Virginia Woolf, suena una voz
situada. La situación enmarca los límites impuestos a la autonomía intelectual de las mujeres que,
en ciertos momentos de la historia, han tomado forma de leyes y panfletos; en otros, se expresa
como dificultades para obtener empleos. Pero en ese escritorio también se cifra la potencia de una
voz fraguada desde la diferencia. La primera carta que interroga por los medios para evitar la guerra
lanza una apuesta de comunión. Y la autora se hace responsable de la pregunta al exponer una
situación que abraza a la mitad de la humanidad. Da cuenta de que las mujeres también habitan el
mundo amenazado por la inminencia de una guerra mundial, pero que su participacn en esta,
como en la vida pública en general, es enteramente distinta.
La autora, poseedora de una voz autónoma, responde desde la vivencia colectiva de un nosotras
que constituye una genealogía. La vivencia desplegada en la situación del nosotras agudiza voz y
mirada, observa el mundo desde la diferencia y es allí donde radica el valor de su saber. Al observar
desde la diferencia se distinguen los puntos ciegos de la mirada dominante. Desde esta perspectiva
se observa continuidad entre cada una de las cartas y monedas puestas sobre el escritorio. El dolor
ante las imágenes de la guerra no nubla su vista de cara a las injusticias también de orden mundial
relacionadas con la situación de las mujeres. El atentado contra la humanidad, tan evidente en las
fotografías de la guerra civil española, es el mismo que se manifiesta en forma de discriminación
cotidiana, silenciosa y sin tregua contra los derechos humanos de las mujeres. El orden que desata
la guerra es el mismo que destina a la mitad de la humanidad a la precariedad económica, educativa,
laboral, social, política y jurídica.
lo público y lo privado. Si la lectora o el lector curioso quisiera indagar esta idea, puede encontrar un desarrollo
interesante en el libro Las estructuras elementales de la violencia, de la antropóloga Rita Segato. Allí estudia a las
comunidades no blancas y se concentra en la relación entre hombres y mujeres. Encuentra que en la comunidad no
occidental, el espacio doméstico tiene un rol de decisión e injerencia comunal. Esta concepción del hogar como
dimensión ajena a lo social es un constructo que hunde sus raíces en la modernidad filosófica.
7
Simone de Beauvoir publica siete años después de Tres guineas, El segundo sexo. Allí desarrolla y radicaliza el
concepto existencialista de situación, enfatizando su sentido de limitación.
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4
Cuando las mujeres entran a la esfera de lo público, lo hacen bajo las condiciones de ese mismo
orden. La participación histórica de las mujeres en la guerra ha sido mayoritariamente desde la
subordinación. Ellas no recogen de la misma manera las glorias y honores del triunfo. Las
condecoraciones militares no significan lo mismo en el pecho de un hombre que cuando penden
del torso de una mujer. La historia de las guerras no destina narraciones que aborden sus
contribuciones. El conocimiento de los conflictos bélicos, su memoria y recuperación histórica
tampoco le pertenece a ellas, son relatos fundamentalmente masculinos. Y una vez más, este
carácter de la guerra y su historia cristaliza ante una crónica como la elaborada extraordinariamente
por Svetlana Alexiévich, La guerra no tiene rostro de mujer
8
.
La crónica, además de narrar la experiencia de las mujeres en la guerra, relata la historia de la
escritura del libro: su paso por la censura, incluida la autocensura, la dificultad inicial para ubicar
a las veteranas y su inicial resistencia a hablar, la vergüenza que significa para ellas participar en
un acontecimiento que las masculiniza, el enérgico rechazo de sus compañeros sentimentales para
que se narre otra historia que no sea la del tono heroico. Todas esas vicisitudes hablan de la
dificultad de hilar un conocimiento que se urde desde la vivencia y de cuán extraña resulta la
memoria, la voz y el cuerpo femenino que participa y se ve afectado por la guerra que se avecinaba
mientras Woolf escribía Tres guineas. Las decisiones sobre el destino de toda la humanidad son
tomadas por el conjunto de (algunos) hombres. Por eso, pensamiento, mirada y memoria femenina
aparece como un criterio extraño, al margen. La visión desde la alteridad adquiere un valor de
distincn. La voz desde el sitio incómodo de la marginalidad entona una crítica imposible de emitir
desde el centro. Es preciso acentuar que sin esta perspectiva, la humanidad se pierde del
conocimiento profundo de sí, tal como atestigua la crónica de Alexiévich,
¿Necesito que me narren los movimientos de las unidades y los frentes, las retiradas y
ofensivas, la cantidad de convoyes volados y de incursiones de partisanos, todo ello
descrito en miles de volúmenes? No, busco otra cosa. Lo que estoy recopilando lo definiría
como <el saber del espíritu>. Sigo las pistas de la existencia del alma, hago anotaciones del
alma… El camino del alma para mi es mucho más importante que el suceso como tal, eso
no es tan importante. El <cómo fue> no está en primer lugar, lo que me inquieta y me
espanta es otra cosa: ¿qué le ocurrió allí al ser humano? ¿Qué ha visto y q ha
comprendido? Sobre la vida y la muerte en general. Sobre mismo, al fin y al cabo.
8
El libro La guerra no tiene rostro de mujer reúne relatos de mujeres rusas que combatieron en la Segunda Guerra
Mundial como soldadas, francotiradoras, pilotas, etc. Es una reflexión documentada sobre la manera como ellas
recuerdan una guerra en términos personales, íntimos y silenciados por la historia oficial que resalta la heroicidad de
los combatientes.
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Escribo la historiografía de los sentimientos… La historia del alma…” (Alexiévich,
2020:57)
La indagación realizada por la porción femenina de la humanidad es indispensable para la
comprensión cabal de la condición humana. Y esta comprensión toma forma de diálogo,
contestación y un hacerse cargo de las preguntas, aunque algunas tengan la forma de la
provocación. La respuesta que proporciona Virginia Woolf en relación con la guerra es que la
maquinaria de matar tiene sexo, y es masculino (Sontag, 2018:13). Asimismo, resulta evidente que
el orden que acalla y excluye al conjunto de mujeres se encuentra en todos los ámbitos, sostiene
una mirada objetualizante que se enraíza durante la modernidad. Una mirada que observa a las
mujeres como medios y no fines en mismos, a la naturaleza como una fuente inagotable de
riqueza
9
y que tiene en la guerra una expresión totalizante.
Y este orden masculino se sostiene mediante una tradición que se ancla en el cultivo del
conocimiento. En este sentido, las universidades desempeñan un papel clave. Hacia 1938, las
universidades inglesas contaban con una población femenina minoritaria que no compartía
condiciones de paridad con sus compañeros; los profesores, por ejemplo, eran libres de admitir solo
varones en sus asignaturas. Una vez concluidos los estudios y aún aprobando todos los exámenes,
ellas carecían de derecho al título y, por ende, no podían contender a un trabajo relacionado con su
profesión. Tras ganarse el derecho al título, las universidades redujeron al mínimo las
contrataciones de mujeres (Woolf, 2018: 192-5). Los panfletos que niegan el derecho de educación
a las mujeres o los Opúsculos que les prohíben leer llegan al siglo XX en forma de restricciones en
las universidades y los trabajos. El espíritu negador de la autonomía intelectual de las mujeres toma
diversas formas. Tal es el caso de la mística de la feminidad, explotada en los medios de
comunicación posteriores a la Segunda Guerra Mundial. Al término de esta, las universidades
norteamericanas administran los espacios para priorizar la vida matrimonial y tratan a las mujeres
como esposas, antes que como estudiantes.
A mediados de la década de 1950, el 60% de las mujeres abandonaban los colleges para
casarse o porque temían que un exceso de formación académica pudiera constituir un
obstáculo para casarse. Los colleges construyeron residencias para <estudiantes casados>,
pero quienes las ocupaban casi siempre eran los maridos Se diseñó una nueva titulación para
las esposas, que respondían a las siglas de <Ph. T>, para que apoyaran a sus maridos mientras
estudiaban. (Friedan, 2020:52)
9
En La guerra no tiene rostro de mujer se narra también la destrucción de la naturaleza y la matanza de los animales.
“Caminábamos por los campos. ¡Al carajo la cosecha! Pisábamos el trigo. La cosecha de aquél año fue sin precedente,
los cereales crecían altos. La hierba era verde, el sol lucía, y yacían los muertos, había sangre en todas partes… Hombres
muertos y animales muertos. Los árboles negros…” (Alexiévich, 2020: 182)
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Se retoman las siglas Ph. D., Doctor of Philosophy, para elaborar un juego de palabras con Ph. T.,
Putting Husband Through, que podría traducirse como mandar al marido a la universidad. El lugar
de las mujeres ha quedado asentado desde el nacimiento de la democracia, y es el hogar. Una
domesticidad ajena a la vida pública, tal como estudia el texto de Betty Friedan, La mística de la
feminidad. Hoy, a casi un siglo de la escritura de Tres guineas y a más de 70 años del Ph. T., vemos
una enorme distancia. Encontramos que en México, el 53% de la población universitaria es
conformada por mujeres (ANIUES, 2018-2019). Además, por primera vez en nuestra historia,
tenemos una brecha de género reducida al máximo en la representación política federal.
Observar las brechas de género permite comprender la disparidad. Los indicadores son
herramientas que miden la distancia entre el conjunto de hombres y el conjunto de mujeres en
diferentes esferas del desarrollo humano. No podemos desestimar los avances logrados por la
genealogía de mujeres que ha escrito, dialogado y contestado a los reiterados intentos de
domesticación; reconocer el trabajo de nuestras ancestras es fundamental para continuar en el
camino. Esos avances son visibles en las brechas de género que se cierran en algunos rubros, como
el acceso de las mujeres a la educación universitaria. Sin embargo, este acceso no se ha traducido
en una paridad en temas laborales. De cara al 53% de mujeres universitarias, encontramos que solo
el 39% de las contrataciones de tiempo completo son a profesoras.
10
La investigadora Lourdes
Pacheco (2019) documenta y reflexiona en torno a la segregación vertical que desvelan los
indicadores en torno a los puestos de alta gestión universitaria: los cargos más altos y decisivos para
el rumbo de las instituciones son ocupados por varones. En la actualidad, solo tres universidades
públicas son lideradas por rectoras y apenas han sido siete en total. En relación con el Sistema
Nacional de Investigadores, las mujeres ocupan un 37% en total (CONACYT, 2020) y se
mantiene la segregación vertical
11
.
Tener a la vista la brecha de género en relación con la formación y las contrataciones detona
preguntas a propósito de la aplicación de criterios de participación y concurso, pues el acceso a los
empleos adecuados a las formaciones universitarias aún encuentra dificultades que no están
señaladas en alguna ley pero que se aplican en la práctica. Cabe preguntar si las universidades son
espacios que reproducen la distancia entre el conjunto de hombres y el conjunto de mujeres aún
vigente en la sociedad, si acaso juegan un papel para asegurar la permanencia del estado de cosas.
Más n, es pertinente preguntar si la apertura en los espacios universitarios para las mujeres
10
En la Universidad de Guanajuato, el 51% del personal docente son mujeres y respecto de las contrataciones de
tiempo completo, ellas ocupan el 31%, frente a una mayoría sensible de tiempo parcial. De frente a estos datos,
encontramos que el 50% de su población estudiantil son mujeres y que ellas tienen un participación mayoritaria en
actividades de investigación, tales como el Verano de la Ciencia, en un 60%. (Universidad de Guanajuato, 2020)
11
Hasta 2010, en el Nivel Candidato 40% mujeres, 60% hombres; Nivel I 30% mujeres; Nivel II 27% mujeres, 83%
hombres ; Nivel III 23% mujeres, 87% hombres (Gómez, Aguilera, 2012)
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también acepta una voz desde la diferencia, si acaso encontramos un nosotras que habla, sigue y
continúa genealogías que apuestan por un desarrollo plural del pensamiento, el conocimiento y la
creación.
Vale la pena emitir hoy las mismas preguntas que enunció Virginia Woolf en un contexto de
amenaza de guerra mundial. Aún tenemos que insistir en la importancia de la mirada y el
conocimiento emitido desde la porción femenina de la humanidad, la comprensión cabal de la
condición humana es incompleta sin un diálogo, querella o contestación, sin esa comunión que late
en las discusiones que surgen al disentir frente a planteamientos que niegan los derechos humanos
de las mujeres en la forma de limitaciones a la autonomía intelectual. El mantenimiento de la
diferencia sexual precisa de la complicidad extendida de muchas manos, mentes y sensibilidades,
tal como la filósofa Hannah Arendt (2018) observó en su día a propósito del totalitarismo. Su teoría
de la banalidad del mal da cuenta de cómo las violaciones a los derechos humanos requieren de la
participación obediente y acrítica, pero también da cuenta de que son atentados no solo contra
algún sector o sectores, sino contra toda la humanidad. La atención a los rezagos por género en el
contexto de las universidades y su relación con los problemas sociales como la violencia
generalizada y el desempleo, es una tarea pendiente que convoca a nuestra vocación humanística
y demanda, al menos desde los albores de la Segunda Guerra Mundial, la participación
fundamental del conocimiento producido por mujeres, esa mirada que sigue observando el mundo
desde la diferencia. Alimentar su desarrollo nos hará interrogar el estado de cosas a partir de una
voz colectiva, de un nosotras cuya tradición de diálogo y contestación sigue tejiendo nuestra
genealogía.
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