Protrepsis, Año 11, Número 21 (noviembre 2021 - abril 2022). www.protrepsis.cucsh.udg.mx
80
1976b: 40). La familiaridad con dichas imágenes está acompañada por la exigencia de su acepta-
ción. Así, se le enseña a valorizarse según el estándar de la feminidad, por medio de su alienación
en la imagen de la muñeca en tanto que reviste los significados de belleza: “[...] aprende que para
gustar hay que ser «bonita como una estampa»; trata de parecerse a un cromo, se disfraza, se mira
en el espejo, se compara con las princesas y las hadas de los cuentos” (Beauvoir, 2005: 383; cfr.
Beauvoir, 1976b: 27). También, hay un trabajo llevado a cabo por las mujeres que introducen a las
niñas a las expectativas de la feminidad. Beauvoir señala que las niñas se ven inmersas en un en-
torno femenino, y que el aprendizaje de virtudes y actividades, así como la compañía, están orien-
tadas a la interiorización de la feminidad hegemónica: “[...] se le alecciona para que se convierta,
como sus mayores, en una esclava y un ídolo” (Beauvoir, 2005: 386; cfr. Beauvoir, 1976b: 31). En
consonancia con esto, la internalización de representaciones de feminidad está ligada, a su vez, con
la esfera estética del amor a las imágenes: tanto hombres como mujeres aprenden a amar al mito de
lo femenino, así como a despreciar a las mujeres que se apartan, conscientemente o no, de las re-
presentaciones normativas.
A partir de este aprendizaje constante, las niñas y adolescentes en formación se ven desde la mirada
masculina, se perciben a sí mismas como Otras. Esto conlleva que su conciencia de sí esté escindida
y alienada: “le parece que se desdobla; en lugar de coincidir exactamente consigo misma, se pone a
existir en el exterior” (Beauvoir, 2005: 442-443; cfr. Beauvoir, 1976b: 100). Esto es afín a su ser
para los otros y a la ejecución de los roles que se esperan de ella como mujer, en detrimento de su
trascendencia. Además, que el destino de las mujeres femeninas sea la esclavitud o la veneración,
les impide activamente la reflexión sobre su propia opresión. Pues, o bien se encuentran al servicio
de otros, sin ocuparse de sí mismas, o bien se empeñan en adecuarse a las imágenes de feminidad
hegemónica. Hay una imposibilidad material de cuestionar los roles de género, al mismo tiempo
que hay un adoctrinamiento ideológico que crea en ellas el rechazo a los movimientos feministas.
Esto impide que las mujeres se reivindiquen colectivamente como mismas, como sujetos, a pesar
de desenvolverse en ambientes femeninos. En otras palabras, la formación como Otra induce la
alienación individual y colectiva en las mujeres.
Comprendemos entonces que el mito tiene una función política: obstaculiza la creación de otras
imágenes e imposibilita al grupo la tarea de autoconciencia, la adopción de una mismidad, de un
“nosotras” que no esté enraizado en el mito de lo femenino. Por eso, Beauvoir refiere que las muje-
res no se viven como un grupo unido por una historia común de subordinación. Esta ausencia de
percepción de sí como grupo social y politizado tiene que ver con la identificación con la visión
dominante, la mirada masculina que las reviste con la feminidad hegemónica: “Las mujeres [...] no
dicen «nosotras»; los hombres dicen «las mujeres» y ellas retoman estas palabras para autodesig-
narse, pero no se afirman realmente como Sujetos” (Beauvoir, 2005: 53; cfr. Beauvoir, 1976a: 21).
La identificación del grupo de las mujeres como Otro, no solo provoca el sentido individual de