Protrepsis, Año 11, Número 21 (noviembre 2021 - abril 2022). www.protrepsis.cucsh.udg.mx
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ISSN: 2007-9273
Protrepsis, Año 11, Número 21 (noviembre 2021 - abril 2022) 127 - 146
Recibido: 21/09/2021
Revisado: 03/10/2021
Aceptado: 27/10/2021
Resonancias feministas latinoamericanas de Sujetos ex-
céntricos de Teresa de Lauretis
Fabiana Parra 1
1 Universidad Nacional de la Plata
Buenos Aires, Argentina
E-mail: fabianaparra00@gmail.com
https://orcid.org/0000-0001-5106-3675
Resumen: Teresa de Lauretis plantea que para construir un sujeto feminista histórico no homogé-
neo las mujeres deben encontrar el parámetro de su identidad fuera de las dicotomías del discurso
dominante androcéntrico que, si las incluye, es sólo como objetos de sus representaciones. Sin em-
bargo, puesto que el sujeto está constituido por representaciones lingüísticas y culturales, y sus
prácticas se encuentran reguladas por varias tecnologías sociales que prescriben y controlan las sig-
nificaciones sociales; es posible subvertir la lógica androcéntrica y eurocéntrica a través de una po-
sición discursiva excéntrica.
Un lugar privilegiado para promover esta posición subversiva es a través de la crítica a la tecnología
del cine hegemónico, uno de los aparatos sociales a partir de los cuales se construye la subjetividad;
en tanto soporte material y actividad significante. Siguiendo esta dirección, a través de una lectura
crítica del cine, es posible desentrañar la ideología que subyace en la representación hegemónica
sobre las mujeres, reducidas al papel de objeto y ausentes como sujetos históricos y políticos.
Bajo esta hipótesis, este trabajo se propone examinar posiciones discursivas excéntricas que sub-
vierten la lógica dicotómica binaria y jerárquica propia de la Modernidad occidental, que relega a
las mujeres al lugar de alteridad en relación a lo masculino y que las pretende homologar bajo la
representación de una arquetípica Mujer. Lo cual revela, subsidiariamente, la potencia material
que los discursos críticos del cine posicionados desde el margen- tienen para desestabilizar el po-
der hegemónico androcéntrico y euronorcéntrico; a favor de un sujeto múltiple, contradictorio, di-
sidente y otro.
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Palabras clave: Subjetivación, género, ideología, tecnologías sociales.
Abstract: Teresa de Lauretis - proposed that to build a non-homogeneous feminist subject, women
must find the parameter of their identity outside of the dichotomies of the androcentric dominant
discourse which, if it includes them, is only as objects of its representations. However, since the
subject is made up of linguistic and cultural representations, and its practices are regulated by va-
rious social technologies that prescribe and control social meanings; it is possible to subvert the
androcentric and eurocentric logic through an eccentric discursive position.
A privileged place to promote this subversive position is through criticism of the technology of he-
gemonic cinema, one of the social apparatuses from which subjectivity is built; while material sup-
port and significant activity. Following this direction, through a critical reading of cinema, it is pos-
sible to unravel the ideology that underlies the hegemonic representation of women, reduced to
the role of object and absent as historical and political subjects.
Under this hypothesis, this work is proposed to examine eccentric discursive positions that subvert
the binary and hierarchical dichotomous logic of Western Modernity, that relegates women to the
place of otherness in relation to the masculine and that simplifies them in the representation of an
archetypal Woman. This reveals, subsidiarily, the material power that the critical discourses of
cinema - positioned from the margin - have to destabilize the androcentric and euronorcentric he-
gemonic power; in favor of a multiple, contradictory, dissident and other subject.
Keywords: Subjectivation, gender, ideology, social technologies.
Cuando yo uso una palabra Dijo Humpty Dumpty en un tono bastante desdeñoso,
esa palabra significa lo que yo decido que signifique, ni más ni menos.
La cuestión es saber, dijo Alicia, si usted puede hacer que las palabras signifiquen
cosas tan diferentes.
La cuestión es saber dijo Humpty Dumpty, quién es el amo, eso es todo.
Lewis Carrol.
Introducción
De acuerdo con la lectura crítica de Teresa de Lauretis, el sujeto del feminismo “está al mismo
tiempo dentro y fuera de la ideología de nero, y es consciente de estarlo” (de Lauretis, 1989/
1996: 16). Se trata, según la autora, de una complicidad no adhesión plena, sino tensionada- del
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feminismo con la ideología de género, entendida como heterosexismo. Para Lauretis, el uso co-
rriente del término heterosexual para referir a las prácticas sexuales entre sexos opuestos, “tiende a
oscurecer la no naturaleza de la heterosexualidad misma” (de Lauretis, 1989/ 1996: 10) porque
obstaculiza comprender que se trata de una naturaleza socialmente construida, que depende más
bien de la construcción semiótica del género, que de la existencia física biológica de los dos sexos.
Frente a lo cual propone comprender la heterosexualidad como un aparato ideológico de estado
un AIE en el sentido textual que lo plantea Althusser- regulada por la ideología de género
1
.
En el marco de la teoría althusseriana, el proceso mediante el cual los individuos se constituyen en
sujetos, el proceso de subjetivación, es al mismo tiempo un proceso de sujeción a determinados
ámbitos de la vida social de acuerdo con los requerimientos del sistema económico-social. Para tal
proceso de sujeción/subjetivación las evidencias tienen un papel fundamental: son la condición de
posibilidad del sujeto, poniendo de manifiesto la relación necesaria entre el sujeto y la estructura
de la interpelación -garantía que produce el efecto de subjetividad ideológica: el efecto ideológico
fundamental, su evidencia.
Es justamente en Ideología y Aparatos Ideológicos del Estado (1970/ 1988) donde la materialidad
de la ideología aparece ahora dotada de un cierto grado de autonomía y efectividad por el hecho
de que su función está determinada, no por la realidad que ellos representan, sino por la lógica del
sistema del cual son elementos” (Althusser, 1970/ 1988: 109).
Aquí es precisamente donde el concepto de ideología se vuelve fundamental ya que permite pensar
su intervención en la construcción de la función- soporte de las relaciones de producción. Puesto
que la materialidad de la ideología consiste, precisamente, en mixtificar la relación entre los indivi-
duos y sus condiciones reales de existencia a través de las prácticas que prescriben los AIE y que
permiten que el proceso de trabajo se repita una y otra vez.
Entonces bien, luego de este rodeo por la teoría althusseriana, cabe señalar que de acuerdo con la
propuesta formulada por de Lauretis la heterosexualidad normativa es un mecanismo doble de su-
jeción/subjetivación a determinados lugares de la estructura social. Para la filósofa italiana, la cons-
trucción de la representación forma al mismo tiempo la auto-representación a través de los discur-
sos institucionalizados y de las diversas tecnologías sociales, como por ejemplo el cine, que tienen
la posibilidad de control del campo de significaciones sociales y la posibilidad de producir y pro-
mover representaciones de género. En este sentido, de Lauretis argumenta que el género es la re-
presentación de cada individuo en el marco de una relación social particular que preexiste al indi-
viduo y está fundada sobre la oposición conceptual y rígida (estructural) de dos sexos biológicos, lo
1
Sin embargo, se trataba de una tesis que no se hallaba ampliamente aceptada por las feministas como afirma la propia
Teresa de Lauretis.
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que “científicas sociales feministas han llamado sistema sexo/ género” (de Lauretis, 1989/ 1996:
11).
Desde un nuevo marco de análisis, de Lauretis afirma que el sistema sexo/género constituye en
cada cultura un sistema de representación que otorga significados (identidad, prestigio, posición en
el sistema de parentesco, estatus social) a los individuos, correlacionando el sexo con contenidos
culturales de acuerdo con valores y jerarquías. En consecuencia, la construcción del género es tanto
el producto como el proceso de su representación; pero, señala de Lauretis, no sólo en el sentido de
que cada signo, cada palabra, refiere a su referente, sino que el género representa “a una relación
social […] representa a un individuo en una clase” (de Lauretis, 1989/ 1996: 10).
Entonces bien, el sujeto las mujeres que de Lauretis repone para el discurso feminista- refiere a
“seres históricos reales que, a pesar de no poder ser definidos al margen de esas formaciones discur-
sivas, poseen, no obstante, una existencia material evidente” (de Lauretis, 1992: 15- 16). Para la
filósofa italiana, el género como diferencia sexual, no sólo es excluyente al quedar anclado en un
esquema dicotómico binario, sino que además no logra dar cuenta del entramado complejo que
constituye a las subjetividades y sus múltiples experiencias a partir de la imbricación de las distin-
tas instancias y la articulación de los distintos sistemas de poder.
En este sentido, la crítica que formula de Lauretis, se sitúa entrelazada con las críticas realizadas
desde el margen
2
al feminismo hegemónico que universaliza las experiencias de las mujeres al no
comprender al género como parte de un entramado complejo en el que la combinación e intersec-
cionalidad de determinaciones vinculadas a la clase, la elección sexual, la pertenencia geopolítica,
étnica y cultural, son fundamentales para el sujetamiento a determinados lugares de la estructura
social.
A propósito de críticas al concepto de género, es interesante destacar la crítica política realizada
desde perspectivas latinoamericanas y del Sur global porque permite trazar proyecciones y reso-
nancias situadas de las teorizaciones de sujetos excéntricos. De manera que la situacionalidad tiene
un estatuto central en la presente propuesta, ya que busca traducir de manera más genuina las
experiencias vividas por las mujeres del Sur, así como nuestros sentires y pensares. Evitando la
2
bell hooks propone comprender al margen como metáfora espacial de un lugar de subalternidad en relación al centro,
que reivindica esta posición como privilegiada en términos epistémicos para construir conocimientos que integren ex-
periencias y perspectivas que sólo pueden tenerse desde ese locus de enunciación. Y en términos políticos, el margen
puede convertirse en un lugar de resistencia por su carácter práctico, no “meramente conceptual” (hooks, 2004).
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mecanización de problemas y soluciones ajenas a las propias experiencias, tanto de opresión como
de privilegio.
En este marco, la noción de saberes situados de la epistemología feminista -crítica del androcen-
trismo de las ciencias- permite comprender la naturaleza corporizada de todo punto de vista, y com-
prender que es nuestra situacionalidad la que nos posibilita ver de una determinada manera. Se
torna una referencia en este sentido, el aporte de los feminismos decoloniales con su crítica a la
opresión de género racializada, colonial y capitalista, teniendo en cuenta la complejidad específica
de las experiencias en América Latina y el Caribe; vinculada a nuestra situación colonizada (Gar-
gallo, 2004).
Crítica política del género desde los feminismos latinoamericanos
Desde perspectivas feministas latinoamericanas a nivel teórico, la incorporación de la categoría de
género en la academia latinoamericana desembocó en una lectura de la noción como un “sistema
binario, dicotómico y jerárquico” (Gargallo, 2004), produciendo un desgaste del concepto “de la
mano de perspectivas de la academia anglosajona, en relación con las producciones teóricas de los
países del sur” (Ciriza, 2007: 17). En este sentido, si para de Lauretis la situación de las mujeres
puede concebirse como paradójica ya que están ausentes como sujetos teóricos de los discursos
androcéntricos que si las incluyen es sólo como objetos de sus representaciones
3
- y están prisio-
neras en tanto sujetos históricos, de la cultura de los hombres (puesto que, están a la vez dentro y
fuera del género, dentro y fuera de la representación Mujer); en el caso de mujeres y sexodisiden-
cias racializadas, pobres, migrantes, latinas, chicanas, del tercer mundo y del Sur, no existe tal am-
bigüedad, sino que en efecto son borradas, aniquiladas y silenciadas.
Bajo las prácticas de borramiento
4
y aniquilamiento subyace una lógica categorial dicotómica y
jerárquica (Lugones, 2011), propia del paradigma occidental moderno que opone la teoría a la
práctica; la cultura a la naturaleza; el alma al cuerpo y pretende universalizar el conocimiento
bajo criterios fijos y estables. En este sentido, la epistemología feminista crítica del androcentrismo
rompe con esta pretensión universalista de la ciencia tradicional al mostrar que no existe tal neu-
tralidad en el proceso de producción de conocimientos, puesto que toda mirada se encuentra siem-
pre ya parcializada y situada (Haraway, 1993).
3
En el caso de los discursos científicos, hay una ausencia del punto de vista de las mujeres en tanto sujetos de conoci-
miento (Haraway, 1993; Harding, 1996).
4
El concepto borramiento alude a los procesos de negación identitaria y de supresión/ neutralización política de las
disidencias, tal como se ha argumentado en otro artículo siguiendo la nea de filósofas feministas del sur geopolítico
(Parra, 2018).
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Sin embargo, este feminismo blanco hegemónico no queda exento de producir un nuevo borra-
miento al centrarse en el punto de vista de una mujer con privilegios de raza, clase y orientación
sexual (Parra, 2021: 249).
Si bien es innegable el aporte de dicho feminismo occidental moderno a la hora de identificar aque-
llas violencias y discriminaciones que debemos enfrentar las mujeres y propiciar estrategias de lu-
cha para combatirlas, estos análisis resultan insuficientes a la hora de contemplar las singularidades
y heterogeneidades que constituyen al sujeto mujer, los cuales desconocen la existencia de las múl-
tiples opresiones y sus entrecruzamientos. Así, las agendas impulsadas por el feminismo blanco
occidental que se estructuran a partir de reclamos generales de todas las mujeres, invisibilizan y
silencian las realidades de los diversos grupos de mujeres subalternizados, tales como el de las afro-
descendientes, indígenas, travesti, trans, migrantes, pobres, entre otras.
Retomamos en tal dirección, la crítica de los feminismos decoloniales, poscoloniales y anticolonia-
les a las limitaciones de una teoría feminista eurocentrada, cuya ceguera de raza y de clase impide
dimensionar la experiencia de opresión vivida por mujeres racializadas pobres y sexodisidentes. Y
permite identificar la existencia de una razón feminista eurocentrada (Espinosa Miñoso, 2019) y
moderna que se estructura sobre una lógica dicotómica y binaria.
Esta razón feminista eurocentrada coloniza discursivamente (Mohanty, 2008) los feminismos en
nuestra región mediante la imposición de conceptos, teorías y problemas producidos desde una
posición occidental hegemónica; y no sin la complicidad de feministas hegemónicas del sur a causa
de la transversalidad de la colonialidad en el mundo entero; que, ha tenido como efecto, entre otras
cuestiones, que las mujeres del tercer mundo sean representadas como objeto y no como sujetos de
su propia historia y experiencias particulares.
La colonización discursiva puede ser ilustrada con la importación del concepto euronorcéntrico de
género a la academia latinoamericana en la década de los años noventa; el que, por su neutralidad,
reemplaza al de mujer; y se adapta mejor a la pretendida objetividad de las ciencias sociales. El
concepto de género es limitado para dar cuenta de las múltiples opresiones, puesto que se trata de
un concepto neutral, demasiado simplificado que se importa a las academias latinoamericanas
desde el Centro: la academia anglosajona y norteamericana. Sin embargo, es posible repolitizarlo
y recomplejizarlo al escudriñarlo en perspectivas críticas e interseccionales que posibiliten dar
cuenta de otras experiencias vividas (Davis, 1981/ 2004) además de aquellas centradas única-
mente en la opresión de género.
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Las genealogías feministas desde el sur (Ciriza, 2015) constituyen una alternativa ante esta limita-
ción teórica porque permiten reconocer en los orígenes complejos de nuestros feminismos un en-
foque interseccional, con existencia práctica en la ctica de las feministas negras y de color al fe-
minismo blanco eurocentrado mucho antes de su formulación conceptual (Crenshaw, 1991). Y
porque permiten efectuar una ruptura epistemológica con el binarismo moderno que dicotomiza
teoría/práctica -para pasar a reconocer la corporización de todo saber construido a partir de las ex-
periencias-; y romper con la escisión filosófica tradicional cuerpo/pensamiento para mostrar la pro-
funda relación entre ambos, presente en las luchas antirracistas, anticapitalistas, anticolonialistas y
antipatriarcales de nuestros feminismos latinoamericanos y diversos.
Interseccionalidad en América Latina
Ante la fragmentación analítica y frente a los análisis simplistas, aditivos, unidimensionales y cen-
trados en un solo eje de opresión; la perspectiva interseccional -atenta a la articulación entre rela-
ciones de dominación- tiene potencialidad para abordar de manera compleja las múltiples opresio-
nes en el marco de las formaciones sociales, contradictorias y desiguales. Como mencionamos an-
teriormente, adoptar un enfoque interseccional para abordar las múltiples desigualdades permite
poner en cuestión aquellas formulaciones que entienden a las experiencias de un solo grupo de
mujeres (blancas, de clase media, heterosexuales y urbanas) como el de todas las mujeres. Formu-
laciones heredadas a partir de la dominación colonial y de la imposición de un saber occidental
moderno. En este sentido, cabe señalar que “el canon occidental moderno establece parámetros de
inclusión de acuerdo con supuestos cientificistas, eurocéntricos y androcéntricos, que buscan ge-
neralizar el pensamiento y formalizar las experiencias” (Parra, 2021: 252).
Una visión interseccional considera las múltiples formas en las que una determinada problemática
recorre una matriz de opresión y se expresa en conexiones específicas entre violencia, relaciones
de poder intersectadas e iniciativas de resistencia política y solidaridad (Hill Collins, 2000).
Adoptar un posicionamiento interseccional contemplando las múltiples desigualdades que atravie-
san a las sociedades latinoamericanas y caribeñas resulta fundamental para llevar adelante un pen-
samiento crítico que recorra las producciones teóricas desarrolladas en el ámbito académico y las
prácticas políticas impulsadas por los diversos movimientos sociales, sobre todo en el interior de los
feminismos atravesados por una perspectiva occidental y liberal.
A la hora de hablar de los orígenes de esta perspectiva en nuestra región, debemos retrotraernos a
las luchas interseccionales protagonizadas por mujeres afrodescendientes e indígenas desde el
inicio de la conquista. Algunas autoras hablan del surgimiento a partir de la década del sesenta y
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setenta, sin embargo, no deben ignorarse las diversas formas que adquirieron las participaciones
políticas de dichas mujeres previas al periodo señalado (Cfr. Busquier y Parra, 2021: 68).
Durante el régimen colonial se desarrollaron gran cantidad de rebeliones y resistencias impulsadas
por mujeres indígenas que enfrentaron las invasiones europeas o por mujeres negras que se opu-
sieron a la dominación y a la violencia ejercidas por los colonizadores. A su vez, aun cuando existe
un escaso reconocimiento de su participación, algunas mujeres negras formaron parte de los movi-
mientos sufragistas que buscaban el derecho al voto para las mujeres como fue el caso de Elvira
Carrillo Puerto en México.
Resulta relevante mencionar que, por un lado, la función de las mujeres negras esclavizadas du-
rante el periodo de la conquista consistió en “satisfacer el apetito sexual del hombre blanco y así
asegurar la mezcla de sangres para mejorar la raza” (Curiel, 2007: 98) y, al mismo tiempo, dichos
abusos operaron como el punto de partida en donde se asentó la dominación colonial (Carneiro,
2005). Por el otro lado, las consecuencias y los efectos de esa dominación sexual y racial impuesta
sobre las mujeres afrodescendientes esclavizadas que se perciben aún en el presente, son visibili-
zadas gracias a los análisis ofrecidos por las intelectuales negras que forman parte del espacio aca-
démico y por las organizaciones feministas negras. De esta manera, a los estudios feministas que
incorporan la variable de género para entender las relaciones sociales en nuestra región, las femi-
nistas negras sumaron la variable colonial, racial y sexual (Curiel, 2007).
En este sentido, por ejemplo, el feminismo afrobrasileño que tenía como principales exponentes a
Patricia Hill Collins y Angela Davis, intelectuales y activistas feministas negras provenientes de
los EE.UU., quienes problematizaban el cruce entre el racismo, la clase y el sexismo y cómo esto
impactaba en la discriminación y la violencia hacia las mujeres negras. Así, para la segunda mitad
del siglo XX, Brasil contaba con un feminismo afrodescendiente propio, convirtiéndose en uno de
los primeros de la región latinoamericana y caribeña con referentes como Lélia Gonzalez y Sueli
Carneiro. Ambas participaron activamente en el feminismo negro y en el movimiento antirracista
de Brasil a partir de la década del sesenta y setenta y proponían entender al sexismo entrelazado
con el clasismo y el racismo como elemento fundamental para pensar las circunstancias en las que
se encuentran las mujeres negras e indígenas.
Para Carneiro, el género debe ser considerado como una variable teórica más que debe ser pensada
junto con otras formas de opresión. Las sociedades latinoamericanas corresponden a espacios mul-
tirraciales, pluriculturales y racistas, por lo que el género y la raza no pueden ser entendidos de
manera separada. Allí radica su llamado a “ennegrecer el feminismo” (Carneiro, 2005: 22), con-
signa que instala dentro del movimiento de mujeres la importancia que tiene la cuestión racial a la
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hora de pensar las vidas de las mujeres afrolatinoamericanas y afrocaribeñas. La lucha de las mu-
jeres negras debe impulsarse buscando combatir las opresiones de género, de raza y de clase de
manera articulada, tomando los aportes del movimiento feminista y del antirracista.
Estas autoras participan y forman parte de los espacios académicos buscando, por un lado, la incor-
poración de contenidos teóricos vinculados al racismo, al género y a la clase y sus entrecruzamien-
tos y, por el otro, que dichas mujeres habiten estos espacios en tanto protagonistas y partícipes de
esa producción de saberes y no como objetos de estudio como tradicionalmente se las ubicó. Es
decir, la participación de dichas mujeres en el ámbito universitario resulta clave para garantizar la
incorporación de estudios y la producción de saberes que busquen problematizar las intersecciones
producidas entre las diversas relaciones de poder como el género, la raza y la clase. Al mismo
tiempo, esa construcción de conocimientos deberá estar anclada en las prácticas políticas impulsa-
das por los movimientos sociales y, en este caso, por el feminismo negro. Dichos saberes podrán ser
pensados como una herramienta emancipadora con las que se busque combatir los efectos produ-
cidos por la colonialidad del saber (Lander, 2016).
Los feminismos latinoamericanos y caribeños se nutren de epistemologías otras que rompen con
los postulados occidentales hegemónicos: los saberes comunitarios, indígenas, afros, populares ur-
banos, etc. De allí que se propongan: “construir un conocimiento situado desde una epistemología
feminista latinoamericana que parta desde la experiencia de vida de las propias mujeres subalter-
nas latinoamericanas, consideradas las otras del feminismo hegemónico” (Sciortino, 2012: 134).
Los feminismos con raigambres en el sur establecen una ruptura epistemológica con el feminismo
blanco excluyente, produciendo nuevas interpretaciones que analizan la constitución de poder
desde el punto de vista de la subalternidad, “constituyendo una propuesta epistémica que aporta
nuevas categorías de análisis desde la perspectiva decolonial y poscolonial generando un conoci-
miento situado, enraizado profundamente con la realidad latinoamericana” (Parra, 2018: 94). Pre-
cisamente es a partir de su situación de marginalidad que las mujeres del tercer mundo y de las
periferias pueden reconocer que, si bien el feminismo hegemónico enunciado por mujeres blan-
cas, universitarias y de clase media ha logrado espacios de institucionalización y ha logrado impo-
ner debates públicos en torno a la violencia de género, propone la categoría rígida y unívoca de
mujeres. Esa categoría silencia otras voces vinculadas a opresiones de clase, etnia, elección sexual,
grupo geopolítico y cultural, atendiendo sólo a las demandas de mujeres pertenecientes a un sis-
tema binario, blanco y burgués y pretendiendo universalizar su punto de vista.
Ruptura con todo binarismo: posiciones subjetivas excéntricas
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El cine, soporte material y actividad significante, es uno de los aparatos sociales a partir de los cuales
se construye la subjetividad. Es, entonces, a partir de una crítica del cine que se puede desentrañar,
entre otros temas, la ideología que subyace en la representación de las mujeres. En Alicia ya no, de
Lauretis plantea que, en el cine, lo mismo que en las teorías acerca del lenguaje, como en el psicoa-
nálisis, se niega a la mujer su posición de sujetos y creadoras de cultura, relegándolas al papel de
objeto y fundamento de la representación. La subjetividad de las mujeres se define, en realidad, a
partir de los sujetos masculinos. Esto produce que las mujeres se encuentren a mismas en un
vacío de significado, un lugar no representado, no simbolizado, y así robado a la representación
subjetiva (o a la auto-representación)” (de Lauretis, 1992: 19). Y esto es lo que no aparece en nin-
guno de los modelos mencionados anteriormente.
Es a partir de la postulación de sujeto excéntrico, no ya del sujeto-mujer, que Lauretis propone
salir del contrato heterosexual y de la ideología de género. Se hace necesario postular un nuevo tipo
de sujeto que se encuentre fuera del sistema conceptual vigente. Ya no tiene sentido hablar de
sujeto-mujer porque esto implicaría continuar dentro de la vigencia del contrato heterosexual del
cual las lesbianas se encuentran al margen por no ser mujeres ni hombres, por ser algo más, algo
diferente. Ya no tiene sentido seguir indagando acerca del género porque, según de Lauretis, hay
que concebir al sujeto de modo que exceda la categoría de género como modo de quebrar el con-
trato heterosexual. Este sujeto social sería un sujeto excéntrico constituido en un proceso de nueva
comprensión de la historia y de la cultura, se trata de:
[…] una posición que se logra sólo por medio de las prácticas del desplazamiento político y
personal a través de los límites de las identidades sociosexuales y de las comunidades, entre
los cuerpos y los discursos y que yo quiero llamar sujeto excéntrico (de Lauretis, 1993: 106).
Entonces bien, frente al canon y al poder masculino hegemónico que mantiene a la conciencia fe-
minista y a la sexualidad femenina dentro del círculo vicioso de la paradoja de la mujer
5
; la filósofa
feminista propone una posición discursiva excéntrica que revaloriza “los discursos de las minorías
y la afirmación de los saberes subyugados como parte de la crítica al discurso colonial, y de la crítica
feminista a la cultura occidental y al feminismo (blanco) occidental” (de Lauretis, 1993: 106).
En esta dirección, aunque la estructura del sistema sexo/género parece no poder eludirse, de Lau-
retis propone una alternativa que da lugar a la agencia a partir de la posición excéntrica que según
señala la propia filósofa feminista consiste en:
5
La posibilidad de una conciencia de género es derivada, como señala Cháneton de “la antropología marxista, desde
la cual, en tanto posicionamiento, no puede haber retorno a la ‘inocencia de la biología’” (Cháneton, 2007: 81).
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[…] no sólo en el sentido de desviarse de la senda convencional, normativa, sino también ek-
´céntrico en el sentido de que no se centraba en la institución que sostiene y produce la mente
hétero, es decir, la institución de la heterosexualidad (…). Lo que caracteriza al sujeto excén-
trico es un doble desplazamiento: primero, el desplazamiento psíquico de la energía erótica
hacia una figura que excede las categorías de sexo y género, la figura que Wittig llamó “la
lesbiana”. Segundo: el auto-desplazamiento o la desidentificación del sujeto de los supuestos
culturales y las prácticas sociales inherentes a las categorías de género y sexo (de Lauretis,
2015: 4).
En otros términos, de lo que se trata es de producir prácticas y discursos feministas desde los már-
genes, desde los intersticios de las instituciones para dar lugar a las subjetividades dislocadas, disi-
dentes: “fuera del monopolio del poder/saber (hétero) sexual masculino” (de Lauretis, 2015: 4).
Esta posibilidad de resistencia y de desidentificación con el discurso masculino hegemónico está
dada, según de Lauretis, porque la construcción del género es:
[…] también afectada por su deconstrucción; es decir por cualquier discurso, feminista u otro,
que pudiera dejarla de lado como una tergiversación ideológica. Porque el género, como lo
real, es no sólo el efecto de la representación sino también su exceso, lo que permanece fuera
del discurso como trauma potencial que, si no se lo contiene, puede romper o desestabilizar
cualquier representación. (de Lauretis, 2015: 9).
En este marco, de lo que se trata es de reafirmar los discursos de las minorías y de los saberes sub-
yugados como parte de la crítica al discurso colonial, y de la crítica feminista a la cultura occidental
y al feminismo (blanco) occidental con sus cegueras de raza, clase, sexualidad, entre otras instancias
de diferenciación social.
Relecturas latinoamericanas de Sujetos excéntricos
Los feminismos latinoamericanos y caribeños, del sur y decoloniales, realizan un importante tra-
bajo a la hora de identificar y visibilizar los efectos producidos por la conquista y sus persistencias
en el presente, las cuales permean las realidades de los grupos subalternizados (García Gualda,
2015; Millán, 2011). Asimismo, también buscan construir una nueva epistemología crítica que
cuestione aquellas formulaciones que sostienen la existencia de un sujeto mujer monolítico y ho-
mogéneo. Estos feminismos, que se posicionan desde los márgenes, proponen llevar adelante una
teoría producida desde las prácticas y los activismos locales recuperando las experiencias de luchas,
resistencias y saberes ancestrales, junto con una mirada crítica y reflexiva sobre las teorías hereda-
das del norte global. Un ejemplo de ello lo constituyen las investigaciones en torno a las resistencias
de las mujeres mapuches, cuya participación política ha sido y es fundamental para el resurgi-
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miento de las luchas territoriales en la Norpatagonia desde mediados de la década de los años no-
venta del siglo pasado hasta la actualidad (García Gualda, 2021). Así como también, las produc-
ciones centradas en “hacer memoria desde las raíces” (Millán, 2011) a través de la recuperación de
narrativas e historias locales, marginalizadas en la historiografía canónica. Estas contribuciones de
intelectuales y activistas feministas de nuestra región posibilitan identificar y visibilizar los efectos
negativos que la conquista tiene en las condiciones de vida de grupos subalternizados; principal-
mente sobre las “hembras colonizadas” (Parra y García Gualda, 2021).
Una de las dicotomías fundamentales de la colonialidad moderna presentadas por María Lugones:
“la distinción entre lo humano y lo no-humano” (2012: 130) a partir de la cual solo se le atribuye
género a quienes pertenecen al canon de lo humano, es decir, a las subjetividades blancas. Subsi-
diariamente, desde los comienzos de la modernidad colonial, las personas negras e indígenas fueron
consideradas no humanas, por tanto, seres sin género. Posteriormente, se les feminizó y otorgó el
estatuto de alteridad: “en tanto bestias se los trató como totalmente accesibles sexualmente por el
hombre y sexualmente peligrosos para la mujer” (Lugones, 2012: 130).
Lugones (2008) retoma la colonialidad del poder de Quijano (2000), pero advierte que en esta
teoría existe un presupuesto del género como una instancia dada de jerarquización social, que rige
de manera universal, para todas las sociedades. Para esta autora, las diferencias de género son im-
puestas por la colonización y el capitalismo eurocentrado y global que engenerizó al conocimiento
y a las relaciones sociales en un “sistema binario, dicotómico y jerárquico” (Gargallo, 2004). Tanto
como la raza, el género es, en este marco, un constructo colonial. También, Breny Mendoza (2010)
le critica a Quijano (2000) su comprensión totalizante y universalizante de la raza que tiene el
efecto de invisibilizar el carácter histórico y situado del género -instrumento de la colonialidad del
poder- lo que tiene como consecuencia la naturalización de las relaciones de género y de la hetero-
sexualidad; “al mismo tiempo que obstaculiza un análisis interseccional entre raza, género, clase y
sexualidad” (Mendoza, 2010: 24). Entonces bien, en el marco del sistema colonial moderno hege-
mónico -estructurado sobre el dimorfismo sexual, la heterosexualidad entendida como norma y el
patriarcado- las hembras y los machos fueron transformados en mujeres y en varones, y así, equipa-
rados a los varones y mujeres occidentales, blancos, burgueses, europeos y, fundamentalmente, he-
terosexuales. El objetivo principal de este proceso fue generar cuerpos disponibles y funcionales a
los intereses del incipiente modo de producción capitalista. Es por esto que Lugones asevera que:
“[l]as hembras racializadas como seres inferiores pasaron de ser concebidas como animales a ser
concebidas como símiles de mujer en tantas versiones de ‘mujer’ como fueron necesarias para los
procesos del capitalismo eurocentrado global” (2008: 45).
Tal como muestra Lugones (2008) para Oyèrónké Oyěwùmí y Paula Allenni (citadas en Lugones,
2008) en los pueblos indígenas de América del Norte ni en las sociedades yorùbá, antes de ser
colonizadas, existía un principio organizador parecido al de género en Occidente. A partir de estas
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tesis, Lugones (2008) asevera que el principio organizador más importante antes de la Conquista
era la experiencia basada en la edad cronológica y lo biológico anatómico sexual escasa influencia
tenía para la organización social. En este sentido, para Lugones (2008) -al decir de Breny Mendoza-
lo social ordenaba y organizaba lo social; esto la distingue de hipótesis como la de Rita Segato (2011)
para quien existía un patriarcado de baja intensidad que, al imbricarse con el sistema colonial mo-
derno, se tornó más violento. También, debe considerarse la distancia de la mirada proveniente de
los feminismos comunitarios que sostienen la idea de un entronque patriarcal. Julieta Paredes
(2008) y Lorena Cabnal (2010) por ejemplo, sostienen que, en las sociedades originarias, previo al
proceso de conquista y colonización, primaba un ordenamiento patriarcal tradicional que puede
ser rastreado en el pensamiento, cosmología y filosofía de los pueblos andinos. Para las feministas
comunitarias, el ordenamiento patriarcal originario ancestral se fusionó con el patriarcado occiden-
tal dando lugar a la opresión y subalternización de las mujeres indígenas.
Muchas pensadoras y activistas han escrito sobre la conveniencia de abordar -o no- a los pueblos
indígenas desde la perspectiva de género (Gargallo, 2011). En este sentido, importa señalar que la
noción de género es moderna y colonial, es decir, se trata de un concepto teórico gestado por fuera
de la lógica y filosofía indígena: “el concepto de género es patrimonio de las ciencias sociales como
categoría de análisis y su construcción teórica es parte de un proceso social y académico distante de
los Andes” (Paiva, 2007; citada en Bidaseca y Vazquez Laba, 2011: 3). Sin embargo, hay que reco-
nocer que tiene un enorme potencial -político- que favorece el análisis crítico de las relaciones hu-
mano-humano y humano-naturaleza en las sociedades no occidentales. Dicho esto, debe señalarse
que, a manera de juicio, es imposible comparar las relaciones sociales propias del orden comunita-
rio indígena con las relaciones patriarcales impuestas y normalizadas a partir de la colonización.
Imaginario sobre las hembras colonizadas
De acuerdo con nuestra lectura, entonces, la formulación que Lugones (2008) realiza de la expre-
sión hembras colonizadas permite pensar la situación de las mapuce, quienes padecen los efectos
de la dominación racista, sexista y capitalista, y, por ende, de la imbricación entre sexo, género, raza
y clase. En esta línea, Moira Millán (2011) exhibe que la mirada negativa hacia lo indígena se po-
tencia en el caso de las subjetividades feminizadas, quienes desde la invasión colonial son doble-
mente negadas, al intersectarse el racismo y el sexismo que -aún dentro de las comunidades indíge-
nas- reproduce y perpetúa la desigualdad racial y de género. En este sentido, Millán advierte el
ataque sistemático que desde hace 200 años se lleva a cabo contra las zomo y weichafes -guerreras
y lideresas mapuche- percibidas como una amenaza para mantener el dominio masculino, tanto del
blanco conquistador (wigka), como de los varones indígenas, quienes en alianza buscan: “ocultar y
desconocer este hecho contundente ante la mirada del mundo, todo ejemplo de equidad y plenitud
de los hombres y mujeres de una misma sociedad podía desestabilizar al orden capitalista, patriarcal
colonial moderno” (2011: 114). Esto tiene fuertes vínculos con las tesis de Silvia Federici (2010) y
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de Rita Segato (2016) para quienes necesariamente, se debió llevar a cabo una guerra contra las
mujeres bajo la violencia -económica, física, psicológica y simbólica- extrema, para domesticarlas y
sujetarlas a los lugares de la estructura social que son requeridos por el sistema capitalista colonial
moderno. A partir de lo cual se puede afirmar que “el disciplinamiento que intenta encausar a las
mujeres en los roles socialmente establecidos es el mismo que opera detrás de todas las formas de
violencia de género hasta la actualidad” (Parra, 2018: 10).
La hipótesis de que las mujeres pudieron ser domesticadas gracias a un proceso de degradación
social, es afín con el análisis decolonial de Quijano, para quien el discurso que demoniza a los co-
lonizados bajo una supuesta naturaleza bestial y animal es el que permite justificar el trabajo for-
zado que estos debían realizar. Sin embargo, la violencia se radicaliza en el caso de las colonizadas,
quienes al tiempo de que quedan excluidas del canon de lo humano, y del canon del género; se
constituyen en absoluta alteridad, al punto de no poder ser nombradas siquiera como mujeres co-
lonizadas. En efecto, la expresión mujeres colonizadas es, siguiendo, en términos generales a María
Lugones, una contradicción en los términos que se anula a sí misma ya que las hembras indias son
el otro radical del hombre humano, una tautología (Lugones, 2012). Este estatuto implica, asi-
mismo, otra relación de negación: la de ser las otras de las mujeres -blancas, burguesas, heterose-
xuales- una categoría occidental entendida de manera monolítica, binaria y excluyente. Por ello es
que, no ver que el género se produce concomitante con la idea de raza -y presentarlo como un es-
tructurador social universal - invisibiliza y oculta “la forma en que las mujeres del tercer mundo
experimentaron la colonización y continúan sufriendo sus efectos en la postcolonialidad” (Men-
doza, 2010: 23). Se cree que, retroactivamente, una respuesta a esta cuestión se encuentra en otra
pregunta, una que es fundacional de los feminismos negros, y de la perspectiva interseccional, fue
realizada hace más de 150 años por Sojourner Truth: “¿Acaso no soy una mujer?” (Jabardo Ve-
lasco, 2003; bell hooks, 2017). Esta interpelación que Sojourner dirige en 1851 a las mujeres reuni-
das en el Congreso de Mujeres realizado en Akron-Ohio, se anticipa a los debates que en las dos
últimas décadas se realizan en torno a la interseccionalidad (Viveros Vigoya, 2016). Puesto que, al
cuestionar la praxis de las sufragistas centradas en la experiencia de las mujeres blancas, Sojourner
permite visibilizar cómo los distintos sistemas de dominación se imbrican, articulan y determinan
entre sí, produciendo criterios de exclusión y espacios de privilegio (González Ortuño, 2016).
(in) Conclusiones: Desarmar estereotipos de género a través de la crítica del cine
Siguiendo la perspectiva crítica de Teresa de Lauretis, es posible subvertir la norma que su-
jeta/subjetiviza a través de complejos mecanismos de tecnologías sociales como el cine, donde lo
femenino es representado como alteridad y subordinación en relación al Uno-Centro masculino.
Además, las mujeres en tanto objeto de representación, constituyen un dispositivo tendiente al
placer masculino. Lo cual explica el ferviente rechazo que generan las dislocaciones del Centro de
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lo masculino como ha ocurrido con la crítica al canon androcéntrico de la filosofía tradicional. Crí-
tica que se amplía hacia el canon euronorcéntrico, por parte de perspectivas feministas latinoame-
ricanas, decoloniales y del Sur.
Desde la perspectiva filosófica y feminista de este trabajo, es muy potente la propuesta de sujetos
excéntricos que propone Lauretis, no sólo porque permite romper con la comprensión del género
como diferencia sexual, donde subyace una lógica binaria dicotómica y jerárquica, propia de la
modernidad (colonial, capitalista y patriarcal); sino porque disloca completamente la lógica de cen-
tramiento excluyente y, por tanto, posibilita (re) componer la agencia política y epistémica de las
subjetividades colocadas en el lugar de marginalidad y alteridad. Por alteridad se entiende no sólo
a subjetividades feminizadas, sino también a todas aquellas identidades que se encuentran en una
relación de desigualdad con respecto a lo que se representa como lo Uno-Centro, que desde la ins-
tauración del sistema capitalista patriarcal es el hombre blanco propietario heterosexual. Creemos,
en este sentido, que la película Las Hijas del Fuego (2018) de Albertina Carri es una intervención
política que interpela no sólo a subvertir los lugares tradicionales de los objetos de deseo; para visi-
bilizar la politicidad de las subjetividades deseantes otras, lo que reconfigura y habilita una nueva
gramática en torno al deseo, el cuerpo y la micropolítica como campos de batalla.
La politicidad de la película se manifiesta en su toma de posición intransigente respecto de los roles
sociales establecidos, los que son puestos en constante desequilibrio. Esta desestabilización se pro-
duce principalmente con la visibilización de relaciones sexoafectivas desmarcadas de los rótulos
tradicionales y de cuerpos no hegemónicos homoeróticos, potentes para desafiar las configuracio-
nes coloniales, capitalistas y patriarcales.
Como toda producción, acción, intervención que no está realizada en pos del disfrute masculino,
la reacción conservadora no ha tardado en llegar; lo cual justamente se puede leer como un síntoma
de la efectividad de este discurso excéntrico, que incomoda, enoja, molesta e incluso violenta a
quienes pretenden conservar la norma.
Aceptar esta invitación excéntrica a romper con los binarismos, los centramientos excluyentes y
con las dicotomías modernas que nos estandarizan, nos sujetan, y oprimen, es a mi entender, la
mejor respuesta política que podemos dar.
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