Protrepsis, Año 11, Número 21 (noviembre 2021 - abril 2022). www.protrepsis.cucsh.udg.mx
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ISSN: 2007-9273
Protrepsis, Año 11, Número 21 (noviembre 2021 - abril 2022) 87 - 110
Recibido: 21/09/2021
Revisado: 25/09/2021
Aceptado: 15/10/2021
Las filósofas en la Universidad: algunas cifras, hipótesis y
resoluciones
Vanessa Huerta Donado 1
1 Universidad de Wuppertal
Wuppertal, Alemania
E-mail: vanessahd7@gmail.com
Resumen: El objetivo general de esta investigación consiste en exponer algunas razones por las
que, pese a la introducción de políticas de equidad que aseguren la convivencia ecuánime entre los
integrantes de la universidad, seguimos estando lejos de alcanzar la igualdad de condiciones, sobre
todo en ámbitos que se han constituido históricamente como territorios de masculinidad, tal y como
sucede con la filosofía. Para ello tomaremos como punto de partida algunos estudios estadísticos
que rastrean la prevalencia, el desempeño y las preferencias de las mujeres que se dedican a la
filosofía en distintos grados académicos. En un segundo momento nos detenemos en tres hipótesis
que, a partir de las cifras expuestas, buscan explicar las posibles causas que operan de manera in-
consciente y condicionan la percepción de los estudiantes al momento de elegir una carrera y
desenvolverse en ella plenamente. Por último, exponemos algunas alternativas para tratar los pro-
blemas derivados de la hipermasculinización del discurso filosófico, desarrolladas todas ellas en el
seno de la filosofía feminista en sus distintas vertientes. A partir de estos tres niveles de análisis
queremos mostrar que dicha hipermasculinización no es solo un asunto de representatividad, sino
que se encuentra impregnada en el origen, la forma, la función y las pretensiones de la filosofía
teorética, así como de la cultura científica universitaria en general.
Palabras clave: Sexismo, segregación, estereotipo, prejuicio.
Abstract: The general aim of this research is to explain some of the reasons why, despite the intro-
duction of equity policies that guarantee equal coexistence among members of the university, we
are still far from achieving equality of conditions, especially in areas that have historically been
constituted as territories of masculinity, as is the case with philosophy. To this purpose, we take as
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a starting point some statistical studies that track the prevalence, performance and preferences of
women who dedicate themselves to philosophy in different academic degrees. Secondly, we focus
on three hypotheses that explain the possible causes that operate unconsciously and determine the
perception of young women when they choose a career and perform optimally in it. Finally, we
present some alternatives for dealing with the problems derived from the hyper-masculinisation of
philosophical discourse, all of them developed within feminist philosophy in its different facets.
From these three levels of analysis we want to show that such hypermasculinisation is not only a
matter of representativeness, but that it permeates the origin, form, function and pretensions of
theoretical philosophy, as well as of university scientific culture in general.
Keywords: Sexism, segregation, stereotype, prejudice.
Introducción
Sin lugar a dudas, la comunidad académica de profesores y estudiantes que se forma al interior de
la universidad son uno de los pilares más importantes para el quehacer filosófico, pues gracias a la
convivencia diaria, al trabajo en conjunto y a las amistades trabadas es posible romper las formas
sedimentadas del pensamiento, que hasta nosotros llegan conservadas y embalsamadas en formato
de libro. Sin embargo, ser parte de esta institución o querer integrarse en sus filas también significa
entrar en un sistema de jerarquizaciones basado en factores de subordinación como la edad, el gé-
nero y la trayectoria académica, lo cual propicia que las filósofas profesionales y en formación que-
den expuestas a prácticas de segregación y subordinación con s frecuencia que sus colegas varo-
nes.
Aunque las situaciones de desigualdad que se originan a partir de la conjugación este tipo de fac-
tores también están presentes en otros ámbitos de estudio, en el caso de la filosofía parecen estar
especialmente asumidas y naturalizadas debido a los sesgos sexistas y clasistas implicados en la na-
rración casi mítica sobre su origen y su instauración académica en la antigua Grecia. Recordemos
que algunas de las condiciones fácticas y materiales para dedicarse al estudio de esta disciplina en
el contexto griego eran: ser varón y no mujer, tener el estatus de ciudadano, dominar el idioma
oficial y estar en posesión de cierta riqueza como garantía para el ejercicio de la libertad y el ocio.
En este sentido puede decirse que la fundación de la Academia platónica también significó el esta-
blecimiento de un adentro y un afuera para el ejercicio de esta disciplina: adentro, una congrega-
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ción de hombres de linaje distinguido adentrándose en búsqueda de la verdad; afuera, a otras for-
mas no reconocidas de acceder a ella encarnadas en figuras como el poeta, el sofista, la hetaira o el
oráculo
1
.
Durante la época medieval, las universidades se convirtieron en el lugar de arraigo para el cultivo
de diversas disciplinas incluyendo la filosofía. Sin embargo, también estos recintos nacieron y se
mantuvieron por siglos como cotos de masculinidad, debido a la exclusión sistemática de las muje-
res por razones de tipo biológico, religioso y cultural. De acuerdo con las investigaciones desarro-
lladas en el texto Intrusas en la universidad (Buquet, et al., 2013), entre las razones más recurrentes
para su exclusión se encontraban: la autoridad aristotélica en torno a la concepción de la naturaleza
del sexo femenino como algo deficiente e incompleto; el sesgo eclesiástico de las primeras univer-
sidades y, en el caso de las universidades latinoamericanas, la organización política y social derivada
de los procesos de colonización.
Lo que queremos resaltar al mencionar estos datos históricos de manera breve es el hecho indiscu-
tible de que la filosofía surgió como un asunto propio del sexo masculino y se conservó como tal
hasta hace apenas algunas décadas, lo cual nos coloca a las filósofas en una situación de desventaja
numérica, simbólica y discursiva frente a quienes por siglos han tenido el privilegio de nombrar,
categorizar y explicar el mundo.
2
En lo que respecta a la desventaja numérica existen múltiples
estudios empíricos llevados a cabo por universidades de Estados Unidos (PGR, NSF, APA, DWP),
Brasil (Araújo, 2019), Australia (Goddard, 2008a; 2008b), Canadá (CPA, 2020), España (Torres,
2020) y Reino Unido (Beebee y Saul, 2021) en los cuales se muestran tendencias similares en
cuanto a la brecha representacional que afecta a las mujeres dedicadas a la filosofía. Tomando
como sustento fáctico los resultados obtenidos, también se han desarrollado algunas hipótesis que
buscan explicar de manera más teórica las causas estructurales que conducen a la disparidad nu-
mérica entre hombres y mujeres en el ámbito filosófico. Por último, también existen críticas que
actúan más bien desde “arriba” al trastocar la idea vigente de filosofía mediante el cuestionamiento
1
En lo que respecta al papel que las mujeres jugaron en la Academia, se tiene referencia de dos alumnas admitidas en
ella: Axiotea de Fliunte y Lastenia de Mantinea. De acuerdo con la cronología expuesta en el texto Historia de las
mujeres filósofas (1690/2009), una especie de enciclopedia que data del siglo XVII, estas mujeres extranjeras vivieron
alrededor del siglo IV y frecuentaron la Academia de Platón incluso después de la muerte de éste (Ménage,
1690/2009: 77). Sin embargo, su presencia era motivo de tratos desiguales, pues ellas tenían que pagar una cuota para
poder asistir a las lecciones (en general gratuitas), además de vestirse como varones para evitar se confundidas con
hetairas, es decir, con cortesanas o damas de compañía educadas en cierta medida.
2
Con respecto a estas afirmaciones cabe señalar que de ninguna manera se pasa por alto el hecho de que, indepen-
dientemente de la época histórica y las corrientes de pensamiento, siempre ha habido mujeres dedicadas a la filosofía.
La ausencia de nombres femeninos a lo largo de la historia se debe, más bien, a que sus contribuciones no fueron reco-
nocidas como parte del canon que impera en esta disciplina.
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de uno de los pilares fundamentales del filosofar, si no es que el más fundamental, a saber: la noción
de logos entendida como razón y como lenguaje.
Para contribuir a la discusión sobre la situación de las mujeres en un ámbito hipermasculinizado
como lo es la filosofía académica, a continuación nos concentraremos precisamente en la exposición
de los tres niveles mencionados, pues como veremos, la pregunta por la situación de las mujeres en
la filosofía es una cuestión que atraviesa y en este sentido también unifica ámbitos de análisis
que generalmente se desarrollan de manera separada, tales como: el ámbito concreto de los datos
demográficos, a la generalidad hipotética de las causas estructurales planteadas y el sesgo pura-
mente especulativo-epistemológico presente en la crítica a la idea de filosofía en cuanto tal.
Así pues, en primer lugar y a manera de diagnóstico nos detendremos en el punto de vista repre-
sentativo-numérico, tomando como punto de partida los proyectos estadísticos llevados a cabo por
organizaciones como el Philosophical Gourmet Report (PGR), la National Science Foundation
(NSF), la American Philosophical Association (APA) y Data on Women in Philosophy (DWP).
3
En un segundo momento, y a manera de puente que une entre el nivel concreto y el nivel más
abstracto, expondremos tres hipótesis en torno a los estereotipos, los requerimientos y los cometidos
de la filosofía académica, mediante los cuales se explican las posibles causas de la tensión que existe
entre el género y el conocimiento en el ámbito filosófico.
4
Por último, y en correspondencia con los
tres puntos tratados en el segundo apartado, se abren tres vías resolutivas para desarticulación del
engranaje de la empresa académica, que por muchos años se ha organizado alrededor de una idea
determinada de “ser humano promedio”, es decir, del hombre, blanco, adulto, heterosexual, de
clase media etc.
Algunas cifras
Según datos recientes de la UNESCO (2021: 21), en los países pertenecientes a la OCDE las mu-
jeres han ganado presencia dentro del recinto universitario hasta ocupar el 55% de la matrícula.
Sin embargo, también se observa que su participación e integración se concentra en carreras como
el arte, la literatura, la psicología, la educación, la comunicación y las actividades asistenciales, es
3
Dado que los estudios mencionados líneas arriba muestran tendencias similares y en ninguno de ellos la presencia de
las mujeres alcanza cifras equitativas o se acerca siquiera a algo así, tomaremos como punto de partida los análisis
llevados a cabo por las universidades estadounidenses debido a su amplitud, a la regularidad con la que son llevados a
cabo, así como a su antigüedad, pues esto último nos permite observar el desenvolvimiento temporal que ha tenido la
problemática aquí tratada.
4
Esto es así porque a través de dichas hitesis se busca aclarar, por un lado, las causas estructurales de la baja repre-
sentación de las mujeres en el ámbito filosófico, pero, por otro lado, a través de ellas también se abre la posibilidad de
crítica a la razón y al lenguaje.
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decir, en carreras tradicionalmente consideradas “femeninas” debido a las competencias que se re-
quieren para su ejercicio. Mientras tanto, en carreras “masculinas” como las así llamadas ciencias
duras”, o bien, las ingenierías, la computación, la astronomía, la construcción y los deportes, las
mujeres siguen estando infrarrepresentadas con un máximo del 30% de participación.
El problema con este “reparto natural” del conocimiento en áreas sexualmente diferenciadas reside
en que su validez se basa en una serie de prejuicios sexistas como la supuesta naturaleza débil,
pasiva y emocional de las mujeres frente a la naturaleza fuerte, asertiva y racional que caracteriza
a los hombres. Esta situación propicia, por un lado, que la distribución de los espacios disciplinarios,
los fondos financieros, los puestos de poder y de alta responsabilidad se determine y justifique a
partir de una interpretación cultural específica de la diferencia sexual, contribuyendo con ello la
conservación de los territorios, los mandos, las jerarquías y privilegios masculinos al interior de la
institución universitaria (segregación vertical). Por otro lado, los cercos de masculinidad” y “femi-
nidad” que se originan a partir de supuestas inclinaciones, competencias y preferencias “naturales”
de cada sexo, también contribuyen a la conservación de los estereotipos de género derivados de la
división sexual del trabajo, en la medida en que normalizan y justifican la concentración de muje-
res en áreas de estudio asistenciales, así como su infrarrepresentación en carreras “masculinas” de
gran capital simbólico, asociadas a nociones como el talento, la capacidad intelectual y la actitud
científica (segregación horizontal).
Ahora bien, en el caso concreto de la filosofía, la asociación entre el género y el conocimiento se
torna más bien fluctuante, puesto que se trata de un nicho “masculino” enmarcado dentro de un
área femenina”, tal y como se considera a las humanidades según el imaginario sociocultural. Esta
discrepancia explicaría por qué, a pesar del equilibrio que existe entre la población masculina y
femenina al inicio de la carrera universitaria, así como el interés (o desinterés) uniforme mostrado
por los temas desarrollados, las cifras descienden drásticamente conforme los y las estudiantes
avanzan en los grados y las jerarquías académicas, como lo veremos a continuación (cfr. Calhoun,
2009: 217).
De acuerdo con el estudio comparativo The Survey of Earned Doctorates llevado a cabo por la Na-
tional Science Foundation, el porcentaje de doctorados en el área de filosofía/ética obtenidos por
mujeres en distintas universidades estadounidenses fue del 22% en la década del ochenta, del 27%
entre los os noventa y los dos mil, y finalmente del 28% entre el 2010 y el 2014 (cfr. Schwitzgebel
y Jennings, 2017: 89). Ya en el último estudio publicado por dicha fundación se observa una trans-
formación positiva en ésta área con un registro del 34.2% de representación femenina en el año
2019, mientras que en el año 2016 se alcanzó el máximo histórico del 34.7% (NSD, 2019: tabla
16). Sin embargo, el promedio general obtenido entre el 2015 y el 2019 apenas toca el 30% estipu-
lado por la UNESCO para carreras “masculinas”, lo cual confirma que la disparidad en esta área
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de estudios sigue siendo grande, y que la integración de las mujeres ha sido lenta y ha tenido un
desarrollo lineal
5
.
Si consideramos que el grado de Doctora en Filosofía es el requisito fundamental para integrarse al
mundo laboral como docente/investigador, no sorprende que la brecha de género se extienda aún
más en este ámbito. De acuerdo con los datos recopilados en el marco del proyecto Data on Women
in Philosophy entre el 2004 y el 2015 las mujeres ocupaban tan solo un 19.7% de las plazas titulares
de filosofía, aunque estaban “mejor representadas” en puestos subordinados como docentes asocia-
das y auxiliares, con el 30% y el 39.7% respectivamente (Hassoun y Conklin, 2015). En otro estudio
elaborado por Julie Van Camp (2018), las estadísticas obtenidas muestran que entre el 2017 y
2018 la representación profesional femenina dentro de las 50 mejores universidades estadouni-
denses esto último según el Philosophical Gourmet Report (Brogaard y Leiter, 2014/2015) al-
canzaban una media del 24.7%; mientras que en el año 2019 se muestra un avance del 28% según
los datos recopilados por Greg Peterson y Zayna Hustoft en el marco de Harvard Dataverse (2021).
Finalmente tenemos el ámbito editorial; lugar donde la brecha de género alcanza sus máximos ín-
dices pese al lento pero evidente progreso de la representación femenina en programas de docto-
rado y plazas titulares. Según los datos almacenados en la plataforma Jstor que Jevin D. Weist (et
al., 2013) se dieron a la tarea de analizar, entre 1665 y 2011 un total del 12.04% de la literatura
científica-filosófica fue escrita por mujeres. Solo las matemáticas estaban por debajo de esta penosa
cifra con el 10.64%, lo cual convierte a la filosofía en la segunda peor disciplina para las mujeres
en materia de publicación y citación dentro del periodo de tiempo contemplado.
En el 2017 y el 2018 se publicaron nuevos análisis basados en los reportes de Brian Leiter (2015a,
2015b, 2015c), sin embargo, las conclusiones no fueron alentadoras. Por un lado, en el artículo
New data on the representation of women in philosophy journals [Nuevos datos sobre la represen-
tación de las mujeres en las revistas de filosofía] los autores llaman la atención sobre la discrepancia
que existe entre la docencia y la autoría, pues el porcentaje de mujeres que ocupan una cátedra de
tiempo completo (19.7%) no coincide con el porcentaje de autoras publicadas en revistas de renom-
bre, el cual oscila entre el 14% y el 16% (Wilhelm, Conklin y Hassoun, 2018: 1441-1447). Asi-
mismo, el estudio revela que las ramas “duras” de la filosofía como la filosofía analítica, la filosofía
de la mente, del lenguaje, la epistemología, la metafísica, la ontología y la lógica tienen un margen
de representación femenina menor, que va del 6% al 12%; mientras que áreas relacionadas con la
axiología, la moral, la ética o la estética oscilan entre el 19% y el 23% (Wilhelm, Conklin y Hassoun,
2018: 1445).
5
El promedio general de los últimos años considerados es del 29.86 %. Las cifras de años contemplados son: 2019:
34.2 %, 2018: 28.2 %, 2017: 27.2 %, 2016: 34.7 %, 2015, 25.7% y 2014: 29.2
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Basándose en los mismos datos proporcionados por los Leiters Reports, así como en la revisión ex-
haustiva de otros estudios que abarcan décadas anteriores, en el artículo Women in philosophy tam-
bién se hace hincapié en la participación significativamente mayor de autoras, profesoras y docto-
randas en el campo de ética, lo cual comprueba la hipótesis inicial de los autores, según la cual, en
este ámbito existe menos disparidad por razones de género (Schwitzgebel y Jennings, 2017: 93-
96)
6
. No obstante, esta misma información vista por el revés es un indicador de que la división y
organización del conocimiento filosófico también se lleva a cabo de manera dicotómica a partir de
cierta afinidad simbólica con lo masculino y lo femenino, de modo que la elección de esta o aquella
sub-área de especialización podría estar influenciada por los mismos factores de segregación hori-
zontal que regulan la vida universitaria en general.
Como podemos observar, la infrarrepresentación femenina está presente en todos los grados de la
filosofía académica, pero llega a su punto máximo en el ámbito de la escritura y la publicación de
textos. Este hecho llama la atención, sobre todo si consideramos que contar con obra publicada es
un requisito importante para acceder a los puestos de trabajo, permanecer en ellos y ser ascendido
o ascendida. Pero, ¿será que las mujeres no publican porque sus textos no pasan los filtros impues-
tos en revistas arbitradas, aun cuando ya han dado muestra de sus aptitudes para la escritura me-
diante la redacción de una tesis doctoral? ¿O en realidad, muy pocas mujeres presentan sus textos
de manera pública para someterlos a revisión, crítica y discusión? ¿O más bien será que las mujeres
simplemente no escriben filosofía?
En los trabajos citados se proponen varias estrategias para despejar este tipo de cuestiones. Como
ejemplo de ello tenemos la exigencia de que las revistas arbitradas y no arbitradas incluyan en sus
registros los porcentajes exactos de los textos que han sido aceptados y rechazados, divididas a su
vez por orden de género. También se ha puesto sobre la mesa la necesidad de realizar estudios de
carácter biográfico-testimonial entre la población docente femenina para que ellas mismas expli-
quen las razones de su particular desenvolvimiento académico.
7
Por último, cabe mencionar plan-
teamientos de carácter más bien especulativo que toman como punto de partida la crítica al len-
guaje académico, pues en lo fundamental, consideran que las modalidades de escritura permitidas
en dicho ámbito son el resultado de un proceso de normalización y homogenización del discurso
filosófico, que a su vez se deriva de una determinada interpretación “masculinizante” del lenguaje
6
En el artículo citado se toma la ética en su sentido s amplio, de modo que bajo esta área están comprendidas la
filosofía social y política.
7
A este respecto un título indispensable es Singing in the Fire. Stories of Women in Philosophy (Alcoff, 2003), una
compilación indispensable que apela al vínculo que existe entre el cuerpo textual y el cuerpo vivido a través del peso
del testimonio. También pueden consultarse las múltiples entradas publicadas en el blog What it it like to be a woman
in philosophy, así como la compilación de videos llevada a cabo con el mismo motivo, pero en territorio mexicano: ¿Qué
se siente ser filósofa? (Bustos, 2019).
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como instrumento de dominio, el cual precisa de la exclusión de lo diferente y lo múltiple para
funcionar como tal.
8
Si dudas, aún queda mucho trabajo pendiente para llegar a un diagnóstico completo que nos per-
mita señalar de manera cuantificable la brecha de género que existe en las diversas áreas y grados
del ámbito filosófico académico, así como para delinear de mejor manera las consecuencias que ello
acarrea. Esta necesidad se hace todavía más patente en el contexto latinoamericano, pues tan solo
contamos con algunos estudios detallados que se enfocan exclusivamente en la situación de las mu-
jeres filósofas. Entre los informes más completos se encuentra el trabajo de Carolina Araújo (2019)
titulado Quatorze anos de desigualdade: mulheres na carreira acadêmica de Filosofia no Brasil entre
2004 e 2017. De acuerdo con los datos analizados por la autora, en territorio brasileño las mujeres
representan en promedio el 36.44% de los estudiantes de grado, el 30.6% de los estudiantes de
maestría y el 26.98% de doctorado. Mientras tanto, tan solo el 20.14% de los profesores de posgrado
son mujeres, lo cual indica que los hombres tienen 2.3 veces más oportunidades de desarrollo en el
ámbito filosófico (Araujo, 2019: 30).
En el caso de Colombia las cifras también coinciden con las tendencias presentes en otros países
pertenecientes a la OCDE (UNESCO, 2021), así como con los números reportadas por las uni-
versidades estadounidenses, tal y como señala Ignacio Ávila en el artículo Mujeres y Filosofía
(2020). De acuerdo con los datos ofrecidos por el Observatorio laboral para la educación del Minis-
terio de Educación Nacional, durante el periodo que comprende del año 2010 al 2016, solo el 31%
de los alumnos graduados de la maestría en filosofía fueron mujeres, mientras que esta cifra se re-
duce al 24% en el caso del doctorado. Otro indicador de la situación en la que se encuentran las
filósofas colombianas es el hecho de que solo un el 17% de los integrantes de la Sociedad Colom-
biana de Filosofía son mujeres, mientras que el porcentaje de profesoras de planta oscila alrededor
del 25% (Ávila, 2020: 11).
En Argentina la situación parece ser más equitativa en cuanto a la participación de mujeres en el
sistema universitario, con un registro del 71.3 % de alumnas de pregrado y posgrado en el área de
Humanidades, incluyendo la filosofía; así como de un promedio del 49.9% de mujeres en cargos
docentes, según los datos recabados por el Departamento de Información Universitaria (DIU,
2020) entre el 2018 y el 2019. Sin embargo, aún no es de mi conocimiento ningún estudio que se
enfoque en el caso concreto de la filosofía; un estudio totalmente necesario si se toma en cuenta el
8
En esta dirección podemos mencionar el modelo de la voz diferente desarrollado por Carol Gilligan (1982); la crítica
a relación que existe entre la exigencia de expresarse con propiedad y la lógica capitalista de la apropiación y expropia-
ción expuesta por Hélène Cixous (1995); acomo el llamado de y a la ciencia ficción como género filosófico alternativo
que permite pensar el futuro más allá de lo humano, ejecutado performativamente por Donna Haraway (1995).
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riesgo que existe al englobar y promediar las cifras provenientes todas las disciplinas que com-
prende el área de Humanidades, considerada generalmente como “femenina”.
En lo que respecta a la situación de las filósofas dentro de la academia mexicana, contamos con el
estudio provisional que Georgina Bustos Arellano realizó entre el 2018 y 2019 titulado ¿Qué se
siente ser filósofa? El modelo de la “Tormenta Perfecta” en la academia mexicana (2020). Decimos
provisional debido a la falta de datos estadísticos y demográficos que nos proporcionen indicadores
globales en torno a las proporciones de género que existen en el ámbito filosófico mexicano. Tal y
como narra la autora, de las 24 solicitudes que ella misma envió a los Departamentos de Filosofía
de distintas universidades públicas con la finalidad de acceder a esta información, solo 3 fueron
respondidas de manera plena. A pesar de ello, Bustos Arellano elaboró sus propios porcentajes, los
cuales son consecuentes con las tendencias reportadas líneas arriba, pues arrojan un promedio del
30% del alumnado conformado por mujeres, frente a un 34% del profesorado (Bustos, 2020:
10min40s).
9
Ahora bien, aunque para poder señalar y estudiar este tipo de situaciones problemáticas es necesa-
ria su cuantificación, como bien señala Bustos Arellano; también es cierto que disparidad numérica
entre hombres y mujeres en el ámbito filosófico no es sólo un problema estadístico, sino que tam-
bién se refleja en la convivencia entre alumnos y profesores, en su desenvolvimiento académico y
profesional, e incluso en la idea misma que tenemos del filósofo y del filosofar. En el siguiente apar-
tado queremos concentrarnos precisamente en la exposición de tres hipótesis germinadas en el con-
texto anglosajón, por medio de las cuales se buscan explicar las causas estructurales de la baja re-
presentación de mujeres en el mundo editorial y académico, su concentración en áreas como la
ética o la estética, así como su contratación en puestos subordinados con escasas posibilidades de
ascenso.
9
Afortunadamente, en los últimos tres años han surgido varios espacios para la discusión y divulgación de estas y otras
problemáticas tales como la Red Mexicana de Mujeres Filósofas, la SWIP-Analytic México y el Coloquio de Mujeres
Filósofas MX. Asimismo, y como resultado de los esfuerzos realizados por Bustos Arellano en conjunto con Joycelin
Martinez, en el año en curso se publicará un libro que recoge la respuesta de 12 filósofas de distintas formaciones y
orientaciones intelectuales ante la pregunta ¿Quiénes son las filósofas que nos formaron? Agradezco a la maestra Bustos
Arellano por la valiosa información proporcionada en los emails intercambiados.
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Tres hipótesis
La amenaza del estereotipo
En primer lugar, tenemos la amenaza del estereotipo propuesta por la investigación psicológica para
denominar ciertos mecanismos que actúan de manera disuasoria ante un ideal que no se cumple,
provocando que las personas rindan menos o se sientan incapaces de realizar las tareas correspon-
dientes, especialmente en contextos donde se encuentran infrarrepresentadas (Thompson, et al.,
2016: 3; Saul, 2013: 43). En filosofía dicho estereotipo comienza con la asociación entre el género
masculino y el pensamiento filosófico, lo cual da como resultado una imagen sexuada de esta disci-
plina que, por si fuera poco, se reitera una y otra vez en las aulas de clase, en los libros de historia o
incluso en expresiones artísticas como El pensador de Rodin, La escuela de Atenas de Rafael o el
Estudioso en Meditación de Rembrandt.
El problema con este tipo de representaciones estriba en que, al determinar y transmitir el género
de la reflexión filosófica de manera inadvertida, ponen en conflicto la relación mujer-filosofía tanto
a nivel psicológico-cognitivo como a nivel discursivo (Calhoun, 2015; Dotson, 2011). En lo que
respecta al primer nivel, Sally Haslanger señala en el punzante pero lúcido artículo titulado Cam-
biando la ideología y la cultura de la filosofía [Changing the Ideology and Culture of Philosophy]
(2008: 20) que las mujeres tienen más dificultades para tomarse en serio como filósofas precisa-
mente porque no se identifican con el esquema dominante, pero buscan asemejarse a él con la fi-
nalidad de mostrarse ante sus compañeros como mentalmente competentes, al mismo tiempo que
se alejan del esquema culturalmente atribuido a la “mujer” (cfr. Maass y Cadinu, 2003: 244)
10
. En
otras palabras, mientras que los alumnos y académicos performan su respectivo rol de género sin
mayor fricción, las alumnas y académicas tienden a llevar a cabo un doble movimiento de desiden-
tificación (con el propio género) y mimetización (con el género masculino), lo cual genera una pre-
sión adicional para desempeñarse de la mejor manera posible, afectando su su rendimiento acadé-
mico y dificultando su integración.
El desequilibrio de género en contextos como el académico también afectan el discurso filosófico
en la medida en que se han generalizado e interiorizado algunos comportamientos típicamente
masculinos”, tales como la competitividad, la manera sentenciosa de hablar, la agresividad en las
10
A propósito de la discusión sobre los estereotipos” Sally Haslanger reactiva el concepto de “esquema” para deno-
minar los prototipos y construcciones mentales que tenemos sobre ciertos individuos o grupo de personas, y que deter-
minan nuestro comportamiento hacia ellos. De acuerdo con su tesis expuesta en el artículo citado, el esquema filósofo”
entra en conflicto con el esquema “mujer”, lo cual propicia que ellas tiendan a ser ignoradas o excluidas, tratadas como
miembros masculinos, o bien, como individuos excepcionales; pero nunca como pares.
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discusiones filosóficas, el gusto por el debate y la tendencia a sostener opiniones fuertes (Thom-
pson, et al., 2016: 12). En el ya clásico ensayo de Janice Moulton titulado A Paradigm of Philoso-
phy: The Adversary Method [Un paradigma de la filosofía: el método del adversario] (1996) se hace
hincapié precisamente en el tono beligerante que caracteriza a la discusión filosófica contemporá-
nea. De acuerdo con la autora, ello se debe a que el método actual de objetividad” filosófica por
excelencia consiste en someter las ideas, tesis o posturas a una oposición extrema, puesto que es
más probable que los planteamientos que sobreviven a la confrontación y crítica sean correctos a
que no lo sean. A diferencia de otros métodos como el socrático, que mediante la ironía “sacude a
la gente en cuanto a sus convicciones más preciadas, para que puedan comenzar las investigaciones
filosóficas con una mente más abierta” (Moulton, 1996: 156), este todo pone en marcha com-
portamientos que “propiamente masculinos”, pues se basa en “demostrar que la que la otra parte
está equivocada, desafiándola en cualquier punto posible, sin importar si la otra persona está de
acuerdo” (Moulton, 1996: 156).
Ahora bien, al catalogar este tipo de todos, formas de hablar y comportamientos como “mascu-
linos”, Moulton insinúa que las mujeres no puedan adoptarlos y manejarlos con soltura por el he-
cho de haber sido socializadas para evitar la confrontación. El problema reside, más bien, en que
este tipo de sesgos son vistos como “típicos” y “naturales” en los hombres, mientras que en el caso
de las mujeres se considera algo antinatural y desagradable (Moulton, 1996: 150). Por esta razón,
las mujeres que planteen preguntas y afirmaciones directas, que actúen de manera asertiva y agre-
siva durante las discusiones filosóficas, o que crean tener siempre la razón, “no obtendrán los bene-
ficios de este comportamiento en la misma medida que los hombres […]” (Thompson, et al.,
2016:14).
Genialidad y brillantez
En segundo lugar, tenemos la hipótesis de la creencia en las capacidades específicas requeridas se-
gún el campo de estudios, mediante la cual se busca esclarecer la correlación inversa que existe
entre la creencia en la brillantez para ejercer algunas profesiones y el número de mujeres que se
desenvuelven en ellas. De acuerdo con la primera premisa de dicha hipótesis, el desempeño exitoso
en determinadas carreras requiere de cierto tipo de habilidades o talentos intelectuales que no pue-
den ser adquiridos por medio de la dedicación y el esfuerzo, es decir, requieren de altas dosis de
genialidad y brillantez innatas, generalmente asociadas con creatividad, el ingenio, la destreza, la
sagacidad e incluso al sentido del humor. No obstante, la segunda premisa sostiene que el esquema
o estereotipo “mujer” ha sido construido histórica y culturalmente como desprovisto de todas estas
aptitudes, lo cual provoca que las mujeres enfrenten más dificultades para integrarse en profesio-
nes en las que predomina la creencia en la inteligencia excepcional e innata de sus integrantes.
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Para corroborar la hipótesis anterior, en el año 2015 se llevó a cabo la primera fase de un estudio
empírico titulado Expectations of brilliance underlie gender distributions across academic discipli-
nes [Expectativas de brillantez que subyacen a la distribución de género en disciplinas académicas]
(Leslie, et. al., 2015].
11
De acuerdo con los resultados presentados, la asociación entre el talento y
el éxito resultó ser más fuerte en disciplinas como la matemática, la física, la creación musical y la
ingeniería; mientras que carreras consideradas femeninas como educación y psicología ocupan los
últimos lugares del ranking. Sorpresivamente, el puesto número uno en dicho estudio lo ocupa, sí,
la filosofía, con una diferencia considerable con respecto a las matemáticas, que ocupan el segundo
lugar. Si bien los resultados obtenidos no son concluyentes ni definitivos, pues se basan en encues-
tas masivas realizadas al personal académico de distintas universidades estadounidenses, lo cierto
es que permiten explicar de manera parcial algunos aspectos dominantes dentro del ámbito filosó-
fico, tales como la cultura del esfuerzo individual y el culto a la figura del genio/pensador incom-
prendido (Leslie, et. al., 2015: 264)
12
.
Racionalidad y neutralidad
Por último y estrechamente ligada con la amenaza del estereotipo y la creencia en capacidades es-
pecíficas tenemos la hipótesis de la autopercepción de la filosofía como una disciplina que se define
a misma como extremadamente racional, crítica y lógica. De acuerdo con la filósofa feminista
afroamericana Kristie Dotson (2011) la configuración de dicha autoimagen se relaciona con la ne-
cesidad intrínseca de constituirse como un pensamiento crítico regulado por criterios de cientifici-
dad, tales como un todo determinado, el uso técnico del lenguaje y por la integración parámetros
de objetividad provenientes de la ciencia. El problema con esta forma de hacer filosofía reside en
que es excluyente, pues limita su vocación “crítica” y “racional” a una determinada interpretación
de lo crítico y lo racional que surge con la filosofía cartesiana, se arraiga histórica y culturalmente
en el contexto de la ilustración y supone la idea del lenguaje como simple medio de comunicación
(Dotson, 2011: 407).
11
En un segundo estudio en torno al desarrollo de estereotipos en la niñez, Leslie, Cimpian y Bian reúnen pruebas de
que “a los 6 años, las niñas ya eran menos propensas que los niños a asociar ser ‘muy, muy inteligente’ con su propio
género, y eran más propensas a evitar actividades que se describían como destinadas a personas que eran ‘muy, muy
inteligentes’ (cfr. Bian, Leslie y Cimpian, 2017).
12
En la primera parte del estudio los autores aclaran qtipo de preguntas y oraciones fueron planteadas a académicos
de 30 disciplinas para evaluar su creencia en las habilidades específicas según el campo de estudios. Al revisar este
apartado puede observarse que el estudio se basa en respuestas subjetivas, pues dichas preguntas apelan a la autoper-
cepción y a la capacidad de autoevaluación de los entrevistados. Como ejemplo de ello tomamos la siguiente afirma-
ción: “Ser un académico destacado en [disciplina] requiere una aptitud especial que no se puede enseñar [Being a top
scholar of [discipline] requires a special aptitude that just can’t be taught”] (Leslie et. al., 2015: 262).
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Ahora bien, al constituirse como ciencia objetiva, crítica, rigurosa, etc., la filosofía académica tam-
bién tiende a neutralizar los elementos expresivos sostienen la existencia fáctica de sus reflexiones.
A diferencia de neros literarios afines como la narrativa y la poesía, la filosofía no se preocupa
tanto por la forma que da a sus conceptos y definiciones como por el contenido presentado, pues
para “escribir bien” en este ámbito primero hay que “pensar bien” lo que se quiere comunicar.
Como sabemos, esta jerarquía de la sustancia pensante sobre la materia tiene su origen en la inter-
pretación moderna del lenguaje, según la cual, el verdadero reto intelectual reside en desarrollar
adecuadamente la fase inventiva del pensamiento (inventio), mientras que para plasmar lo pensado
de manera precisa basta con apegarse a la claridad y distinción filosóficas (elocutio) (cfr. Leclerc,
1753/2014; Ortega y Gasset, 1957: 280 ss.). De ahí que todo discurso que se plantee de manera
más emotiva, obscura, situada, dialógica, y por lo tanto, femenina, difícilmente será reconocido y
publicado como “investigación” por las instancias correspondientes.
Así pues, para entrar en el reino de “lo que tiene sentido” y “hacerse oír” dentro de él, también hay
que someter el uso del lenguaje a una estricta gramaticalidad y consistencia lógicas, de manera que
la función comunicativa del lenguaje pueda ser ejecutada sin mayor impedimento. Para la filósofa
feminista Hélène Cixous (1995) esto implica que hay que renunciar a la riqueza expresiva de una
lengua en favor de su uso neutral y unívoco a través de parámetros como “lo sobrio”, “lo elegante”,
lo “formal”, “lo correcto, “lo propio”, etc.; o bien, mediante estrategias lógicas y retóricas de “do-
minio intelectualcomo la definición, la argumentación, la justificación, la defensa de tesis y la
demostración (cfr. Gruber, 1996: 39 ss.).
Por último y estrechamente relacionada con la neutralización estilística de la filosofía académica,
tenemos la supresión del sujeto que se encuentra detrás del texto y de la escritura, pues los rasgos
subjetivos y biográficos de quién “hace” o “se dedica” a generar este tipo de conocimiento resultan
irrelevantes en el proceso. De hecho, la entrada a la filosofía académica exige un ejercicio de subli-
mación de la identidad, una especie de epoché que facilite la separación entre la vida y la obra, y
que promueva el hábito de “hablar y escribir desde ninguna parte” (Armato, 2013: 588). Sin em-
bargo, y retomando el argumento de Dotson, esta forma de conducirse por la filosofía borrando la
propia identidad, la sensualidad de la expresión y el estilo personal, también refuerza los sesgos
misóginos, racistas y etnocéntricos presentes en la filosofía desde sus orígenes, pues al volverse
ciega en cuanto al género, la raza o la procedencia de quienes se dedican a su estudio, se recrea la
atmosfera propicia para el cultivo de una identidad masculina, blanca y heterosexual en lugar de
problematizarla
13
.
13
A este respecto se podría argumentar que la filosofía no es propensa a caer o cultivar este tipo de sesgos y prejuicios
debido a su naturaleza crítica y objetiva. Sin embargo, de acuerdo con los estudios citados por Jennifer Saul, se ha
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Resoluciones
Como podemos observar, las consecuencias de la desigualdad académica se reflejan de manera in-
mediata en la falta de representación que las mujeres tienen en el espacio físico, simbólico y dis-
cursivo de la filosofía (y esto también vale para las personas racializadas y las disidencias). Este es
precisamente el estado de cosas al que se enfrentan aquellos que se interesan por los estudios filo-
sóficos, y que tendrán que aprender a sortear si es que quieren hacer carrera académica.
14
Al escri-
bir este texto, yo misma me he reconocido en cada una de las situaciones descritas por las filósofas
feministas, quienes mediante el peso de crítica aunado al valor del testimonio en primera persona,
desafían el tono científico y neutral que la jerga académica ha adquirido en las últimas décadas (cfr.
Huerta, 2021a: 133).
Afortunadamente el panorama ha evolucionado de manera positiva a nivel estadístico por lo menos
en los últimos cinco años, pues tal y como puede inferirse a partir de las cifras presentadas en el
primer apartado, existe un crecimiento que oscila entre el 4% y el 5% en el caso de las doctorandas;
entre el 5% y 8% en el caso de las académicas de tiempo completo, y entre un 2% y un 4 % en el
ámbito de las publicaciones. Sin embargo, los avances demográficos son condiciones necesarias,
pero no suficientes para producir un cambio fundamental en la percepción de los estudiantes de
filosofía. Para evitar ser vistas como intrusas que se aprovechan de las cuotas de género; para pre-
venir que se nos incluya tan solo de manera estadística, sin un reconocimiento explícito como suje-
tos de conocimiento y, sobre todo, para impedir el riesgo de que la filosofía sea percibida como un
discurso que no es producido por mujeres, pero que ellas pueden repetir, citar o emular, también
es de suma importancia implementar estrategias de equidad enfocadas en contrarrestar los efectos
producidos por los prejuicios, esquemas de género y sesgos masculinizantes arraigados en esta dis-
ciplina. Como ejemplo de ello se mencionó la asociación directa entre hombre/filósofo y la conse-
cuente tensión entre mujer/filosofía; la cultura científica del esfuerzo individual que domina en
esta disciplina; la sublimación de la identidad en correspondencia con la neutralización del dis-
curso escrito, así como la actitud de combate en el discurso oral; la predilección por un modo espe-
cífico y excluyente de hacer filosofía (moderno-europeo), y estrechamente relacionado con esto, la
crítica a la racionalidad como piedra angular del pensamiento filosófico.
En busca de resoluciones para este tipo de efectos que perjudican el desenvolvimiento académico
y social de las mujeres en contextos de desigualdad, hay que comenzar por disolver la asociación
demostrado que las personas que se profesionalizan en carreras con altas dosis de objetividad, sobreestiman sistemáti-
camente su propia capacidad de ser objetivas (Saul, 2013: 43).
14
De hecho, es preciso hacer otro estudio en el que se especifiquen los problemas de género a los que se enfrentan las
estudiantes de filosofía por un lado, y las profesoras por otro. A este respecto puede consultarse: Paxton, Figdor, Tibe-
rius, 2012; y Conklin, Artamonova, Hassoun, 2019-2020, respectivamente.
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que suele hacerse entre el pensamiento filosófico y el género masculino mediante políticas que im-
pulsen la visibilización de mujeres en los programas de estudio, tanto a nivel de contenido teórico
como desde el punto de vista de la praxis docente. Lo primero puede llevare a cabo a través de la
inclusión de filosofas relegadas por la tradición en los programas de estudio; mientras que lo se-
gundo se da mediante la visibilización de los múltiples perfiles femeninos que laboran en el ámbito
filosófico, así como de sus intereses filosóficos y de sus proyectos de investigación emprendidos.
15
En lo que concierne a la cultura científica del esfuerzo individual, es necesario poner en tela de
juicio el ideal de autonomía entendido como autosuficiencia, a partir del cual se piensa al sujeto de
conocimiento de manera monádica y no relacional, cuyos logros son producto de la genialidad in-
dividual y no de la vida comunitaria y la interacción intersubjetiva (cfr. Etxeberria, 2018: 341). En
este nivel entra en juego la crítica a la figura del autor como autoridad absoluta de un texto, que a
su vez se inscribe en discurso filosófico mediante la instauración de significados atribuidos a un
nombre propio. En esta línea trabaja no solo el psicoanálisis y el posestructuralismo, sino también
la literatura escrita mujeres como Siri Husvedt, quien en su obra titulada Un mundo deslumbrante
(2014), problematiza la idea de autoría mediante elementos como la pseudonimia, el plagio y la
reivindicación del papel de la musa.
En tercer lugar, tenemos resoluciones propias del ámbito lingüístico que atañe a las formas expre-
sivas del discurso filosófico, entre las cuales se encuentran el proyecto de una escritura femenina,
propuesta por las filósofas, escritoras y psicoanalistas francófonas Helen Cixous (1995) y Luce Iri-
garay (1985). En lo fundamental, la búsqueda de una escritura propiamente femenina consiste en
la búsqueda de una voz, una identidad y un estilo propios que le abran puerta a otras formas y otros
métodos legítimos de filosofar fuera de la claridad y distinción filosóficas. Aunque ciertamente, la
idea de una escritura femenina ha pasado por severas revisiones y críticas por parte del feminismo
contemporáneo, debido a que toma como punto de partida el psicoanálisis lacaniano, reafirma la
diferencia sexual y reproduce los estereotipos de género; es importante rescatar la tarea pendiente
que la idea que dicha escritura pone de manifiesto, a saber: la tarea de reescribir la propia historia
a través de prácticas discursivas que transgredan las barreras impuestas entre lo filosófico, lo litera-
rio, lo autobiográfico y lo circunstancial, lo cual revelaría la porosidad aún inexplorada de los géne-
ros discursivos.
15
En esta línea tomamos por ejemplo el proyecto emprendido por Diana Aurenque titulado Cartografía de Mujeres
Filósofas en Chile (2020, 2021, 2022). Dicho proyecto consta de una serie de entrevistas en formato de video mediante
los cuales se busca visibilizar la trayectoria, el trabajo y las áreas de interés de las filosofas inscritas en distintas univer-
sidades chilenas. Con motivo del Día mundial de la filosofía, en el año 2019 también se llevó a cabo este tipo de entre-
vistas en territorio mexicano (Bustos, 2019), al difundir en redes sociales una veintena de perfiles académicos de mu-
jeres dedicadas a la filosofía en México. El mismo ejercicio se repitió en marzo de 2021 por Red Mexicana de Mujeres
Filósofas, (ReMMuF, 2021).
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En cuarto lugar, es necesaria una crítica epistemológica que libere a la filosofía de la limitada tarea
de ser una crítica ilustrada, a partir de la cual se define aquello que se admite o no se admite como
filosofía. Dicha crítica ha sido desarrollada en cuatro direcciones: por un lado puede llevarse a cabo
como una revisión del concepto moderno de ciencia y sus implicaciones, tal y como lo lleva a cabo
Dotson (2011) al destacar los compromisos etnocéntricos de dicho concepto; Sandra Harding
(1996) al proponer una noción débil de objetividad científica; Donna Haraway (1995) mediante
el planteamiento de los conocimientos situados y María Lugones (1987) con su teoría del yo diver-
sificado desde el punto de vista fenomenológico.
Por último, tenemos la crítica al concepto de razón, tradicionalmente asociado, cultivado y atri-
buido al género masculino. En sus escritos sobre filosofía, psicología y sociología de los sexos Georg
Simmel (1985) fue el primero en llamar la atención sobre la “masculinización” de esta capacidad
humana, que en principio debería ser neutral puesto que se trata de la diferencia específica que
define al ser humano. Por su parte, Victor Siedler (1994) señala que dicha masculinización surg
y proliferó en el contexto de la ilustración como consecuencia de una economía dualista y polari-
zante que permite leer dicotomías tales como lo racional/emocional, lo objetivo/subjetivo o
mente/cuerpo en términos de lo masculino/femenino. Asimismo, en su ya clásico estudio titulado
The man of reason, Genevieve Lloyd (1984/1993) lleva a cabo una revisión exhaustiva de los ses-
gos masculinos presentes en el discurso racional de filosofías como las de Platón, Descartes o Sartre;
mientras que Beverly Clark (1999) nos presenta la contraparte de este discreto vínculo al comentar
una serie de de expresiones y postulados misóginos integrados orgánicamente en el cuerpo argu-
mentativo de distintas obras filosóficas.
Reflexión final
Como podemos observar a partir de las cifras expuestas en el primer capítulo del presente texto,
seguimos estando lejos de alcanzar la igualdad de condiciones, sobre todo en ámbitos que se han
constituido históricamente como territorios de masculinidad, tal y como sucede con la filosofía. Sin
embargo, antes de responsabilizar directamente a las mujeres por su escasa participación apelando
a su falta interés, motivación, o incluso a la auto subestimación de las propias capacidades, es pre-
ciso tomar en cuenta los costes que traen consigo la amenaza del estereotipo, la creencia en la bri-
llantez innata, o la autopercepción de la filosofía como una disciplina extremadamente racional.
Ello se debe a que, de manera consciente o inadvertida, este tipo de prejuicios condicionan a las
estudiantes al momento desenvolverse en el ámbito filosófico, dificultando su ascenso a grados aca-
démicos superiores y a posiciones de poder como las plazas académicas.
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En el presente artículo se buscó ahondar precisamente en este tipo de prejuicios a los que se en-
frentan las filósofas en el ámbito académico desde un punto de vista estadístico, hipotético y reso-
lutivo. Ciertamente, el panorama no resulta alentador tras hacer esta revisión, puesto que la mas-
culinización del ámbito filosófico no es solo un asunto de representación numérica, es decir, no solo
concierne al dominio que los estudiantes y profesores de filosofía tienen en las discusiones habladas
y escritas por el simple hecho de que ellos son mayoría dentro de la academia. De acuerdo con lo
desarrollado en las dos últimas partes del segundo apartado, dicha masculinización se encuentra
enquistada en el origen, la forma y las pretensiones científicas de la filosofía teorética, de modo que
puede resultar difícil de identificar y de extirpar.
No obstante, gracias al feminismo contemporáneo en sus distintas vertientes, también contamos
con numerosas herramientas para hacer de la situación de las mujeres en la academia un objeto de
crítica y reflexión, lo cual a su vez nos permite reorganizar y proyectar posibilidades futuras del
filosofar fuera de la tensión género/conocimiento. Las y los pensadores mencionados en el presente
escrito representan tan solo algunos de los esfuerzos más sobresalientes de las últimas décadas por
visibilizar las diversas formas que el sexismo ha tomado dentro de la academia a lo largo de los
siglos; aunque a decir verdad, este ámbito es tan solo un eslabón dentro de la inmensa cadena de
discriminación y segregación sistemáticas; naturalizadas y normalizadas bajo gruesas capas de se-
dimentación histórica
16
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En este sentido, y desde una perspectiva histórica más amplia puede decirse que las causas estructurales puestas en
evidencia por las hitesis desarrolladas en el segundo apartado son en realidad son consecuencia de los múltiples
dispositivos de exclusión y segregación de las mujeres puestos en marcha durante siglos. Como ejemplo de ello tenemos
la relegación de la mujer al ámbito “doméstico-privado”, la reducción de su esencia a su “materialidad corporal” o su
papel secundario en el orden ontológico, siendo ellas la negación de lo masculino-universal (cfr. Huerta, 2021b). De
acuerdo con la línea abierta por filósofos contemporáneos como Gilles Deleuze y Jaques Derrida, la existencia y vigen-
cia de dichos dispositivos obedece, en última instancia, a una manera de pensar metafísica que se caracteriza, entre
otras cosas, por ser dicotómica, es decir por regirse y promover la yuxtaposición entre lo masculino y lo femenino, el
lenguaje y el cuerpo o la cultura y la naturaleza. Por ello, además de los esfuerzos por visibilizar y diagnosticar la situa-
ción en la que se encuentran las mujeres filósofas, también es necesario llevar la crítica feminista hasta sus últimas
consecuencias epistemológicas, es decir, es necesario llevar a cabo una revisión radical del tipo de conocimiento que se
toma por filosófico y las razones para mantenerlo como tal.
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