Protrepsis, Año 11, Número 21 (noviembre 2021 - abril 2022). www.protrepsis.cucsh.udg.mx
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decir, en carreras tradicionalmente consideradas “femeninas” debido a las competencias que se re-
quieren para su ejercicio. Mientras tanto, en carreras “masculinas” como las así llamadas “ciencias
duras”, o bien, las ingenierías, la computación, la astronomía, la construcción y los deportes, las
mujeres siguen estando infrarrepresentadas con un máximo del 30% de participación.
El problema con este “reparto natural” del conocimiento en áreas sexualmente diferenciadas reside
en que su validez se basa en una serie de prejuicios sexistas como la supuesta naturaleza débil,
pasiva y emocional de las mujeres frente a la naturaleza fuerte, asertiva y racional que caracteriza
a los hombres. Esta situación propicia, por un lado, que la distribución de los espacios disciplinarios,
los fondos financieros, los puestos de poder y de alta responsabilidad se determine y justifique a
partir de una interpretación cultural específica de la diferencia sexual, contribuyendo con ello la
conservación de los territorios, los mandos, las jerarquías y privilegios masculinos al interior de la
institución universitaria (segregación vertical). Por otro lado, los cercos de “masculinidad” y “femi-
nidad” que se originan a partir de supuestas inclinaciones, competencias y preferencias “naturales”
de cada sexo, también contribuyen a la conservación de los estereotipos de género derivados de la
división sexual del trabajo, en la medida en que normalizan y justifican la concentración de muje-
res en áreas de estudio asistenciales, así como su infrarrepresentación en carreras “masculinas” de
gran capital simbólico, asociadas a nociones como el talento, la capacidad intelectual y la actitud
científica (segregación horizontal).
Ahora bien, en el caso concreto de la filosofía, la asociación entre el género y el conocimiento se
torna más bien fluctuante, puesto que se trata de un nicho “masculino” enmarcado dentro de un
área “femenina”, tal y como se considera a las humanidades según el imaginario sociocultural. Esta
discrepancia explicaría por qué, a pesar del equilibrio que existe entre la población masculina y
femenina al inicio de la carrera universitaria, así como el interés (o desinterés) uniforme mostrado
por los temas desarrollados, las cifras descienden drásticamente conforme los y las estudiantes
avanzan en los grados y las jerarquías académicas, como lo veremos a continuación (cfr. Calhoun,
2009: 217).
De acuerdo con el estudio comparativo The Survey of Earned Doctorates llevado a cabo por la Na-
tional Science Foundation, el porcentaje de doctorados en el área de filosofía/ética obtenidos por
mujeres en distintas universidades estadounidenses fue del 22% en la década del ochenta, del 27%
entre los años noventa y los dos mil, y finalmente del 28% entre el 2010 y el 2014 (cfr. Schwitzgebel
y Jennings, 2017: 89). Ya en el último estudio publicado por dicha fundación se observa una trans-
formación positiva en ésta área con un registro del 34.2% de representación femenina en el año
2019, mientras que en el año 2016 se alcanzó el máximo histórico del 34.7% (NSD, 2019: tabla
16). Sin embargo, el promedio general obtenido entre el 2015 y el 2019 apenas toca el 30% estipu-
lado por la UNESCO para carreras “masculinas”, lo cual confirma que la disparidad en esta área