Protrepsis, Año 10, Número 20 (mayo - octubre 2021). www.protrepsis.cucsh.udg.mx
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trabajar en una comunidad de indagación que nos ayude a ponerla en perspectiva, que nos ayude
a explorar posibilidades que por nosotros mismos no hemos podido formular, que sea un acompa-
ñamiento para afrontar nuestra existencia precaria e impredecible. Sometiendo nuestras hipótesis
(creencias) a discusión crítica con los demás podemos conocer la validez de lo que sostenemos, por-
que “[...] sólo en el encuentro con lo diferente […] podemos detectar lo limitado, lo parcial” (De la
Garza, 1995: 33) de nuestra interpretación, por lo que la apertura y la pluralidad son elementos
indispensables en el proceso de indagación.
Peirce enfatiza que pensamiento y acción constituyen así un continuo, y que el conocimiento está
estrechamente vinculado a las consecuencias prácticas que de él se derivan, así, por un lado, tene-
mos el proceso de razonamiento y la deliberación que es esencialmente crítica e involucra el uso de
la lógica y de principios que guían el proceso y, por otro lado, la experiencia sensible que se sigue
de este proceso deliberativo, esto es, sus consecuencias específicas.
Como parte del proceso histórico-social y en el contexto de la propuesta pragmática del significado
de Peirce surgen trabajos como los de John Dewey, que vinculan estrechamente a la filosofía con
el proceso educativo.
Por un lado, Dewey asume que si uno de los intereses del hombre es entender qué implicaciones
tienen nuestras ideas sobre la experiencia, debemos observar cómo es que estas ideas funcionan en
los contextos en que se tratan de aplicar, haciendo un ejercicio de pensamiento reflexivo. Para que
exista un proceso de indagación es necesario establecer una situación como problema, estar en una
posición de duda, y por lo mismo, de cierta incomodidad, para ponerse a trabajar en un ejercicio
reflexivo de pensamiento y en una observación cuidadosa de la experiencia con miras a alcanzar
un estado de certeza temporal que oriente nuestros actos, sabiendo de antemano que esta certeza
temporal será el punto de inicio de una nueva indagación cuando la situación se problematice.
Mientras que, por otra parte, replantea el quehacer de la filosofía señalando que su tarea básica y
los problemas que le competen surgen de las crisis y presiones que se originan en la vida cotidiana
de la comunidad misma, por lo que es necesario: tener confianza en que con la filosofía es posible
abordar de manera competente los problemas actuales; que el trabajo filosófico no debe centrarse
en el rigor técnico de las discusiones sacrificando el contenido sustancial de las mismas; que más
que “estudiar” historia de la filosofía, hay que hacer un ejercicio filosófico para tratar de entender
la experiencia humana en su contexto histórico y cultural, y dar dirección a nuestra manera de
actuar para vivir una vida que tenga sentido.
A partir de estas dos consideraciones, Dewey vincula estrechamente filosofía y educación, pues el
único fin de ambas es la reconstrucción continua de la experiencia (Dewey, 1995) para que así, esta