Protrepsis, Año 9, Número 18 (mayo - octubre 2020). www.protrepsis.cucsh.udg.mx
215
José Luis Rangel
(Xalapa, 1997). Estudió un diplomado en Creación Literaria en la Universidad Veracruzana y
actualmente cursa la Licenciatura en Lengua y Literaturas Hispánicas en la UNAM. Entre 2012
y 2016, publicó en Diario de Xalapa una serie de artículos relacionados con la literatura
contemporánea. Desde 2015, ha participado en coloquios acamicos de distintas universidades
del país. Es miembro permanente de Soga viviente, proyecto de fomento a la lectura en Hueyapan,
Morelos, organizado por el Instituto de Investigaciones Filogicas.
Protrepsis, Año 9, Número 18 (mayo - octubre 2020). www.protrepsis.cucsh.udg.mx
216
Elogio de la inmadurez:
Kandinsky y su Estética de lo inexistente
En “Nuestro breve siglo”, rgen Habermas reflexiona sobre cómo ciertas fechas históricas resultan
s significativas que las fronteras transcurridas cada cien años. Su ensayo plantea un
cuestionamiento en torno al acomodo del tiempo y cómo lo vertiginoso del siglo XX se ha
distinguido en sus expresiones artísticas; remite a otra manera de vivir la cotidianidad, acelerada y
deseosa de cambios. En ese sentido, Habermas considera los movimientos de vanguardia como un
parteaguas que modifipor completo la manera de entender el arte. Uno de sus antecedentes
resulta igual de valioso y atrayente: el camino a lo abstracto, otro sendero desde el cual el hombre
trató de encontrarse ante la incesante crisis.
En 1914 comienza una época vertiginosa y convulsa; no obstante, también un artista radicado en
Alemania inicia una producción potencialmente distinta. En el terreno de la creación, Wassily
Kandinsky, junto con Mondrian y Malévich, da el primer silbatazo de un siglo repleto de
transformaciones. Su obra resuena como una gran sinfonía pictórica, un asombroso universo que
pretende abarcar los senderos más profundos: las emociones desnudas, la sensación más íntima. El
color, del mismo modo que el sonido o la palabra, resultaría una manifestacn sincera de
sensibilidades profundas. La obra de arte lucha contra la vida grisácea; la descubre repleta de color,
como una experiencia insólita.
Toda obra artística resulta un conjunto de exploraciones en busca de la expresión interior: los pasos
de toda una vida. El creador se nutre tanto de su propia experiencia como de la tradición que lo fue
guiando en sus primeros años. La obra de este artista no es la excepción: Kandinsky, antes de ser el
gran innovador del siglo XX, fue un entusiasta que reflexio con el mismo empeño tanto las
problemáticas de la pintura como las de lasica y la poesía. Creía que las artes debían alimentarse
unas a otras, intercambiar recursos con la finalidad de alzar las emociones que todo hombre guarda
en sí mismo, un medio espiritual para reconocerse.
Kandinsky contaba con una gran sensibilidad, la cual le permitió trazar sus emociones de una
manera sumamente poderosa. Desde sus inicios, se observa un estudio apasionado producto de su
experiencia estética. Según su esposa, Nina Kandinsky, a los ocho años ya tocaba piano y
violonchelo; poco después escribiría versos, aprendería a tientas. Lo anterior recuerda al inicio de
Protrepsis, Año 9, Número 18 (mayo - octubre 2020). www.protrepsis.cucsh.udg.mx
217
Modos de ver, escrito por John Berger:La vida llega antes que las palabras. El niño mira y ve antes
de hablar”.
Muchas de las notas de sus primeras impresiones serán el esbozo de un sucinto pero revelador
ensayo: De lo espiritual en el arte. En éste, el artista rastrea sus influencias principales, tanto
literarias como musicales y pictóricas. Su forma de justificar la brevedad del texto remite a su
condición de explorador del mundo: para continuarlo, nos confiesa, “hubieran sido necesarios
muchos s experimentos en el terreno de los sentimientos”. Señala que las revelaciones, tan
azarosas fuera del lado creador, son producto de un alimento espiritual. Al confesar su simpatía por
el arte primitivo, apunta que la tradición dirige el camino del artista; de ahí que los recursos de otro
tiempo sirvan como mecanismo para que cualquiera encuentre sus emociones ocultas.
Bachelard ha sugerido que “en el reino de la imaginacn absoluta se es joven muy tarde”, pues
toda creación se nutre del espíritu de juventud que yace latente en la madurez; en cambio, la
precocidad resulta extraña y contradictoria, algo fuera de lo común. La ansiedad por descubrir el
mundo se ve con malos ojos. Las influencias sirven de condicionamiento. La tradición contrae al
artista, lo encierra en un cajón del que es difícil escapar. En busca de la madurez expresiva, el
aprendiz persigue formas ya trabajadas, recursos pretéritos, afinidades caducas. Y sin embargo,
cada intento conlleva a su vez la posibilidad de encontrar lo novedoso; ale sucede a Kandinsky
después de quince años de práctica, estudio continuo y devoción artística.
¿Qué hubiera sido de aquel hombre sin haberse sorprendido por la música de Wagner y un cuadro
de Monet en 1896? Semejante a una epifanía, Kandinsky relata su encuentro con el arte como
quien despierta tras soñar el paraíso: “De pronto vi por primera vez un cuadro. Comprendí con
toda claridad la fuerza insospechada y hasta entonces escondida de los colores que iba más alde
todos mis sueños. De pronto la pintura era una fuerza maravillosa y magnífica”. Sin duda el
impresionismo le dio una lección personal muy valiosa: cada mirada es única. En un cuadro se
observa cierta experiencia vivida, la postura personal del instante.
Uno de sus primeros cuadros data de 1898; a los treinta y dos años, esboza un atardecer nublado:
desde el puerto se observa el cielo pmbeo y un barco frente a otros cuerpos de madera. La pieza
se titula El puerto de Odessa y pertenece a la Galería Tretiakov. Nunca la he visto salvo en
fotografías. En comparación con obras posteriores, el escenario se muestra radicalmente realista.
Kandinsky, en sus primeros años, no se distingue de cualquier otro pintor del paisaje y muestra
gran ánimo por su propia cotidianidad al trazar los espacios que le han acompañado: Murnau,
rich o la misma Moscú, ciudades varios años después difuminadas por el deseo de incluirse entre
los impresionistas que tiempo atrás le provocaron admiracn.
Protrepsis, Año 9, Número 18 (mayo - octubre 2020). www.protrepsis.cucsh.udg.mx
218
Si desplegásemos el arte de Kandinsky en forma cronológica sería posible observar una cadena de
paisajes desdibujados: del paso realista a aquellas figuras extrañas y multicolores que parecieran
contener un nuevo universo en órbita. En su colección de Improvisaciones yacen implícitos los
primeros relieves que el artista buscó plasmar con la personalidad de sus antecesores. Como escribe
en De lo espiritual en el arte, toda manifestación artística surge de un experimento para sacar a flote
la emoción latente.
Kandinsky da un segundo paso con las Composiciones, título asociable con su formación musical.
En ellas el artista encuentra lo s ambicioso de su producción: despliega una intensidad inusitada
en sus trazos multicolores. Mientras que la primera data de 1911, la última la esboen 1939, a
cinco años de su muerte. Son auténticas muestras de la imposibilidad, trazos dispersos con colores
cercanos a la plenitud de una emoción. Kandinsky consideraba que la pintura era una expresn
secundaria en comparación con la sica; de ahí que sus mayores obras semejaran el entramado
complejo que provoca cualquier sinfonía ante un auditorio. Sus Composiciones resultan la
evidencia de la gran duda que atrapó al artista entre 1910 y 1914: ¿cómo no extraviarse en la
travea de lo abstracto?
La tercera etapa en la consolidación de Kandinsky surge alrededor de 1922, recién nombrado
profesor en Alemania. Allí expone doce grabados diminutos repletos de vivacidad que llenan el
espacio y formulan un nuevo éxito para el artista: el universo cabe hasta en la palma de la mano.
Los Mundos pequeños dan cuenta del carácter portátil de lo abstracto; son destellos entusiastas en
la imaginacn. El despliegue del mundo como posibilidad forma parte de la definición de la obra
de arte: la creación de un microcosmos que, como una emoción en el interior, explota y se
manifiesta a varios tonos. Apoda ocurrir con el Mundo pequeño no. 5: ¿Qué esconde? El arte
no figurativo puede significar cualquier cosa. Kandinsky logra un acto mágico que en sus primeros
años parea tan difuso: pasó del arte como ensayo al arte como mundo, posibilidad total donde el
espectador fácilmente puede perderse y encontrarse.
“La imaginación intenta un futuro”, apunta Bachelard en un ensayo sobre las ensoñaciones: de
dichas experiencias surge una posibilidad expresiva que conecta al ser humano consigo mismo y el
universo. Kandisky apeló al “no-saber”, poner en pausa lo aprendido para mirar directamente hacia
el futuro. Dicha noción implireflexionar sobre el pasado y creer en las intuiciones propias. Como
muchos otros artistas, experimentó una inmadurez paradójica: la condición del joven que mantiene
la mira en el porvenir. De esa iniciativa surge el arte abstracto: engaño, artificio e irrealidad.
La obra que Alexandre Kove califi como una estética de lo inexistente brota después de
muchos años esmerados. Poda resumirse en la frase que elabora Kandinsky al leer una novela de
Protrepsis, Año 9, Número 18 (mayo - octubre 2020). www.protrepsis.cucsh.udg.mx
219
Henryk Sienkiewicz: “el que no trabaja incansablemente y lucha sin cesar contra el naufragio
acaba por hundirse sin remedio”. El caso Kandinsky resulta particularmente adecuado para dichas
palabras: quien a los treinta años abandona sus estudios para dedicarse a la pintura y hasta una
década después comienza a distinguir un estilo personal no es sino alguien todavía sumergido en la
sorpresa de sus primeras vivencias. No se distingue salvo para quien observa la paulatina
desaparición de los trazos, la miopía conducida hacia lo inexistente: se requiere de algo más que
reflexión para desconcertar y conmover al mundo.
Resulta valioso acercarse al periodo de formación para revalorar las expresiones artísticas de
Kandinsky. Elaborar un elogio hacia la inmadurez implica una nueva significación en obras que
parecerían definitivas; forma parte también de un contactos humano y sincero con los cuadros
de toda galería. En su trayecto por el arte, Kandinsky mantiene la entrega y el entusiasmo que
surgen desde que decide pintar paisajes sobre su propia cotidianidad. Tuvo que transcurrir un
proceso de madurez personal para que él mismo reconociera su propio estilo, uno que lo toca de
manera directa.
El proceso de los primeros años implicó un disimulo en las justificaciones del artista: no era del
todo su pulso, la mano se hallaba secuestrada por el pasado. La pintura de Kandinsky implica una
segunda lección: ser atrevido frente al proceso de desconocerse. Es preciso hacer un elogio de estos
días, pues justamente en ellos el creador mantuvo una mirada optimista y franca. A más de setenta
años de su muerte la reflexión sigue en pie. Tanto lo aparente en sueños como en las emociones
latentes son experiencias que sólo logran vivirse a partir de la recepción interior. Cada época deja
los frutos de sus creadores, el espíritu inalcanzable para quienes radicamos en la
contemporaneidad. Y pareciera que esta suite, inspirada también en la música de Mussorgsky,
estuviera por concluir, pues Kandinsky vuelve a su pasado y nosotros a nuestro tiempo. Ambos con
un dico pero sugerente consuelo: lo que no puede vivirse en la vida habrá de habitarse en el arte.