Protrepsis, Año 9, Número 18 (mayo - octubre 2020). www.protrepsis.cucsh.udg.mx
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Modos de ver, escrito por John Berger: “La vida llega antes que las palabras. El niño mira y ve antes
de hablar”.
Muchas de las notas de sus primeras impresiones serán el esbozo de un sucinto pero revelador
ensayo: De lo espiritual en el arte. En éste, el artista rastrea sus influencias principales, tanto
literarias como musicales y pictóricas. Su forma de justificar la brevedad del texto remite a su
condición de explorador del mundo: para continuarlo, nos confiesa, “hubieran sido necesarios
muchos más experimentos en el terreno de los sentimientos”. Señala que las revelaciones, tan
azarosas fuera del lado creador, son producto de un alimento espiritual. Al confesar su simpatía por
el arte primitivo, apunta que la tradición dirige el camino del artista; de ahí que los recursos de otro
tiempo sirvan como mecanismo para que cualquiera encuentre sus emociones ocultas.
Bachelard ha sugerido que “en el reino de la imaginación absoluta se es joven muy tarde”, pues
toda creación se nutre del espíritu de juventud que yace latente en la madurez; en cambio, la
precocidad resulta extraña y contradictoria, algo fuera de lo común. La ansiedad por descubrir el
mundo se ve con malos ojos. Las influencias sirven de condicionamiento. La tradición contrae al
artista, lo encierra en un cajón del que es difícil escapar. En busca de la madurez expresiva, el
aprendiz persigue formas ya trabajadas, recursos pretéritos, afinidades caducas. Y sin embargo,
cada intento conlleva a su vez la posibilidad de encontrar lo novedoso; así le sucede a Kandinsky
después de quince años de práctica, estudio continuo y devoción artística.
¿Qué hubiera sido de aquel hombre sin haberse sorprendido por la música de Wagner y un cuadro
de Monet en 1896? Semejante a una epifanía, Kandinsky relata su encuentro con el arte como
quien despierta tras soñar el paraíso: “De pronto vi por primera vez un cuadro. Comprendí con
toda claridad la fuerza insospechada y hasta entonces escondida de los colores que iba más allá de
todos mis sueños. De pronto la pintura era una fuerza maravillosa y magnífica”. Sin duda el
impresionismo le dio una lección personal muy valiosa: cada mirada es única. En un cuadro se
observa cierta experiencia vivida, la postura personal del instante.
Uno de sus primeros cuadros data de 1898; a los treinta y dos años, esboza un atardecer nublado:
desde el puerto se observa el cielo plúmbeo y un barco frente a otros cuerpos de madera. La pieza
se titula El puerto de Odessa y pertenece a la Galería Tretiakov. Nunca la he visto salvo en
fotografías. En comparación con obras posteriores, el escenario se muestra radicalmente realista.
Kandinsky, en sus primeros años, no se distingue de cualquier otro pintor del paisaje y muestra
gran ánimo por su propia cotidianidad al trazar los espacios que le han acompañado: Murnau,
Zúrich o la misma Moscú, ciudades varios años después difuminadas por el deseo de incluirse entre
los impresionistas que tiempo atrás le provocaron admiración.