Protrepsis, Año 9, Número 18 (mayo – octubre 2020). www.protrepsis.cucsh.udg.mx
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Desde la reflexión ética es posible justificar y reconocer la universalidad de las presu-
posiciones intuitivas de la normatividad del lenguaje como condiciones generales esti-
puladas por la ética del discurso como: imparcialidad, reciprocidad, igualdad, respeto y
reconocimiento porque son más comprensivas, sin embargo, el límite y el contenido de
las presuposiciones idealizadas radica en el otro concreto, en la relación dialógica y en
la fuerza del consenso que implica tanto al hablante como al oyente.
La infraestructura cognitivo-lingüística de la sociedad es el medio a través del cual se
efectúa el intercambio entre los procesos de aprendizaje internos de los sujetos y la
manifestación externa de su mundo, que pueden ser realizados por vía de pretensiones
de validez intersubjetivamente reconocidas. Lo importante de la ética comunicativa ha-
bermasiana es que propone un modelo de argumentación moral entre los miembros de
la comunidad moderna cuya universalidad asume a la comunidad moral como coexten-
siva a todos los seres capaces de habla y acción y potencialmente a toda la humanidad,
con lo cual supera las bases ontológicas y teológicas desiguales y parciales, así como los
particularismos de los diferentes tribunales: económicos, políticos, culturales, sociales
e individuales, al reconstruir las estructuras de la realidad racionalmente, de acuerdo
con la competencia lingüística intersubjetiva.
La mediación que la reconstrucción de la racionalidad intersubjetiva implica al ámbito
del individuo por lo que se refiere al reconocimiento del otro, presupone que las buenas
razones que constituyen nuestra conciencia moral a través de la justificación de nues-
tros sentimientos como buenos o malos; es decir, tener buenas razones para actuar se
traduce en poder proporcionar argumentos, hacer transparentes nuestras acciones y
actitudes ante nosotros mismos y ante los demás, ser aceptados por los otros, sentirse
orgullosos de sí mismos; y por lo tanto, también se traduce en sentimientos de certeza
y confianza; es la forma en la cual la razón afecta a la voluntad, cuya contingencia con-
siste en su habilidad para elegir actuar de una u otra forma. Es una forma renovada de
pensar la autonomía a partir de la participación reflexiva y la inclusión del otro y del sí
mismo como ser actuante, pensante y reflexivo, conceptualización que rompe con la
escisión del individuo e integra su voluntad y su libertad a través del momento de la
decisión propia.
Así pues, por ejemplo, en el caso de Habermas, él conoce las dificultades reales políticas,
culturales y sociales a las que se enfrenta su propuesta y por ello dice que la autonomía
puede razonablemente esperarse únicamente dentro de los contextos sociales que de-
ben ser de hecho ellos mismos racionales, en el sentido de que aseguren la acción mo-
tivada por buenas razones y que por lo mismo no necesariamente se contrapongan o
conflictúen con los intereses personales de cada quien. En este sentido, la validez de los
imperativos morales se sujeta a la condición de que se adhieran universalmente a ellos
como base de la práctica general, únicamente cuando se satisface esta condición, ellos
expresan lo que todos podrían querer, sólo entonces son imperativos morales en el in-
terés común y, precisamente porque son igualmente buenos para todos, no imponen