Protrepsis, Año 9, Número 18 (mayo – octubre 2020). www.protrepsis.cucsh.udg.mx
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En algún momento de
Cándido,
Voltaire hace naufragar a Pangloss y su discípulo preci-
samente frente a Lisboa, justo cuando ocurre el terremoto. Ahí se refiere a 30,000 muer-
tes. La descripción no es menos intensa: “Torbellinos de llamas y cenizas cubrieron ca-
lles y plazas; las casas se derribaron, removidas en sus cimientos, y bajos sus ruinas
perecieron treinta mil seres humanos de todas edades y condiciones” (Voltaire, 1997:
62).
Pangloss se pregunta sarcásticamente por “la razón suficiente de ese fenómeno”.
Lo que ha sucedido ha tenido que suceder, y en ese sentido, es que ha sido lo mejor, ya
que si en Portugal existe un volcán, entonces ha debido acontecer lo que ha ocurrido. El
conocimiento de las causas de los efectos entra a formar parte de una consolación mo-
ral. Ello ha sido necesario, dentro del mejor de los mundos posibles, en la medida en
que resulta “imposible que las cosas no sean donde son”. Más adelante, dirigiéndose
hacia El Dorado americano, Cándido sostiene que el “mundo nuevo será el mejor de los
mundos posibles”. Cuando los personajes lleguen al utópico lugar, supuestamente ubi-
cado en el Perú, Cándido expresa la idea de que a Pangloss le hubiera sido conveniente
recorrer el mundo para darse cuenta de que el que consideraba el mejor de los mundos
posibles, en realidad, no lo era, por lo que vuelve a reafirmarse la idea ya expresada de
que quizá ese mundo mejor estuviera en el “mundo nuevo” americano. Más adelante,
cuando Cándido vuelva a encontrar vivo a Pangloss –lo había supuesto muerto—le vol-
verá a preguntar si, después de todo lo que le pasó (colgado, disecado, molido a golpes,
llevado a las galeras), aun considera que vive en el mejor de los mundos posibles. Éste
le dirá que, siendo filósofo, no podrá contradecir su “primer sentimiento”, y que no le
conviene desdecirse, por lo que la armonía preestablecida sigue siendo la “cosa más
bella del mundo”, tal y como lo son “lo pleno” y la “materia sutil”.
Voltaire se pregunta qué queda después del terremoto. ¿Puede todavía suponerse que
se trata de un mal menor, parcial, acaecido en el marco de un bien general? Fue como si
las ideas de “providencia, justicia divina, armonía universal, sobre las que descansaba
la serenidad cotidiana, también se resquebrajaran como la tierra que estaba bajo sus
pies”, según acota Villar (1995: 19). Por ello, señala este crítico, “Lisboa se convirtió en
la imagen del Juicio Final, y quizá en el tribunal que, a su vez, enjuiciaba el racionalismo
optimista imperante”. Más aun, en el mismo
Cándido
, tal como lo indica un joven lector
de Voltaire, se habrá de ironizar la idea providencial y supersticiosa sobre los terremo-
tos, de la que participarán tanto la autoridad universitaria como la religiosa, cuando
leemos que la Universidad de Coimbra ha establecido que “quemando un poco de gente
viva a fuego lento, y con gran ceremonia, resultará un infalible secreto para prevenir los
terremotos” (Voltaire, 1995: 2).
En plena época de la Ilustración, tales acciones de una
crueldad desmedida serán alimento común para el anticlerical volteriano. Voltaire le
manda el poema a Rousseau, Diderot y Grimm. Rousseau entendió una evidente incohe-
rencia en Voltaire entre el
Poema sobre la Ley natural
y el dedicado al desastre de Lis-
boa, siendo el primero considerado como un catecismo del deísmo, y un alegato a favor
de la tolerancia y en contra de cualquier tipo de fanatismo. Rousseau se extraña del
pesimismo que encuentra en el segundo, al grado de sumirlo en el desconsuelo y la de-
sesperación. Responde al poema con la célebre
Carta sobre la providencia
(1756), la