Protrepsis, Año 9, Número 18 (mayo – octubre 2020). www.protrepsis.cucsh.udg.mx
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Saludo la publicación, en una revista científica seria y rigurosa como esta, de un
Dossier
dedicado a la tan invocada como desconocida, y tan emblemática como controversial
figura de Voltaire. Y me congratulo al mismo tiempo de poder tomar parte en ello, diga-
mos que desde esa “buena distancia en la relación” que ponderábamos, no hace mucho
(Nancy & Moreno Romo, 2019: 66, 79 y 93), los autores del libro
Occidentes del Sentido
/ Sentidos de Occidente
; y también, naturalmente, desde mis respectivas limitaciones.
Aunque no lo ignoro del todo, y aunque incluso podría prevalerme de ser yo uno de los
pocos que en nuestro país incluyen o las
Cartas filosóficas
o el
Tratado sobre la toleran-
cia
en sus cursos de Historia de la filosofía moderna —o uno de los pocos, también, que
o lo discuten, o lo toman en cuenta en sus trabajos de investigación—, no soy, ni de lejos,
un experto conocedor de la vastísima obra del capitán, o del abanderado mayor de los
ilustrados franceses. Nada más su correspondencia, en La Pléiade, llena trece volúme-
nes de alrededor de mil cuatrocientas páginas cada uno, en letra pequeña, y el corpus
restante, en la medida en la que esté debidamente ubicado y editado —recuérdese que
muchos de los panfletos de Voltaire fueron publicados, hábil o dolosamente, sin su
firma—, apenas ha de cederles un poco en extensión a esos trece ingentes volúmenes.
Ahora mismo no parece, por cierto, que esté realmente disponible ninguna edición re-
ciente y completa de sus obras. La de Besterman (cuyo plan era de 84 volúmenes, más
los 135 de la correspondencia) no la vende ninguna de las principales librerías en línea,
y La Pléiade, por ejemplo, aparte de los ya citados tomos de la correspondencia, tan sólo
ofrece a la venta otros tres, conteniendo sus
Mélanges
, sus
Romains et contes
y sus
Oue-
vres historiques
. Faltaría, al parecer, lo que desde el punto de vista del siglo XVIII fuera
lo principal, lo que hizo de Voltaire el celebérrimo escritor que fuera en vida, e incluso
desde su juventud: es decir, las tragedias, las epopeyas, las odas...
El siglo XIX, que es el que principalmente nos legó nuestro Voltaire, hasta donde alcanzo
a ver claro, o a orientarme en este asunto (ese mismo siglo racionalista y cientificista
en el que, según Ortega, Taine y Renan se avergonzaban de saberse descendientes de
Voltaire (Ortega, 2004: 452)), lo editó varias veces, y ya en 1828, por ejemplo —y esto
lo constato gracias a un ejemplar de la biblioteca de Harvard, numerizado y distribuido
por Google Books—, los hermanos Baudoin completaban, en París, una segunda edición
de las
Oeuvres complètes d
e Voltaire, con un tomo 75 de nada menos que 715 páginas.
Que se juzgue si los expertos conocedores de tan vastísima obra pueden entonces abun-
dar. Vastísima, y en muchos aspectos, adelantémoslo ya, avejentadísima. Harto paradó-
jicamente avejentada, digamos, para ser la obra del campeón de la novedad, o del último
grito de la moda en materia de política, de irreligión y de anti-metafísica. Y harto ave-
jentada también para ser, en nuestros propios días, la bandera que con frecuencia
vuelve a ser (por más deslavada que esté, o raída).