Protrepsis, Año 9, Número 18 (mayo – octubre 2020). www.protrepsis.cucsh.udg.mx
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el mismo cuestionamiento sobre la aceptación de la existencia de un creedor del mundo,
no obstante que, sea diferente la forma de concebir este creador. Veamos, ahora, cómo
se responde la pregunta sobre la prioridad del alma o el cuerpo.
El camino recorrido para llegar a la formulación de la pregunta es importante para pro-
porcionar relevancia a la respuesta. Por ello, vamos a ocuparnos de dicho camino. El
tema es tratado por Platón en el diálogo
Las leyes
, específicamente, en el libro diez de
este diálogo. Este diálogo está compuesto de doce libros, de manera que, para el libro
diez, ya se han discutido muchísimos temas y ya se han esgrimido muchísimos argu-
mentos. No podemos dedicarnos aquí a exponer todos los temas y argumentos de esta
obra. Sin embargo, la cuestión que nos ocupa requiere que, al menos, señalemos que el
asunto del diálogo es ¿qué son las leyes? y, particularmente, si su origen es divino o
humano. En el libro diez se está discutiendo lo que un legislador debe hacer para san-
cionar los males. Inmediatamente antes de este libro se trató sobre los ultrajes perso-
nales y se ha concluido que todos esos males han dependido, dependen y dependerán
del no respetar la propiedad de los otros.
El libro en cuestión inicia, pues, con los desenfrenos de la juventud: 1) contra las cosas
sagradas, especialmente las públicas; 2) contra los cultos privados o las sepulturas; 3)
contra los padres; 4) contra los magistrados; 5) contra los derechos de los ciudadanos;
6). De esta lista, por supuesto, de acuerdo con el espíritu del pensamiento de Platón, las
injurias contra los dioses son el tema más importante para nuestro asunto. En el diálogo
se cuestiona sobre los motivos por los cuales se puede cometer dichas injurias y se pro-
porciona la siguiente respuesta:
[...] nadie que creyera en los dioses conforme a ley cometió jamás voluntaria-
mente ningún hecho impío ni dejó escapar contra ellos palabra fuera de regla;
si lo hizo, fue por hallarse en una de estas tres situaciones: o no creía, como
acabo de decir, en los dioses; o bien, creyendo en ellos, negaba que se preocu-
pasen de los hombre; o, en tercer lugar, juzgaba que era fácil persuadirlos con
sacrificios o seducirlos con plegarias (Platón, 1960: 885b 146-147).
El problema es, entonces, el creer o no en los dioses y, por tanto, la cuestión es el poder
persuadir a los que no creen en los dioses, primero, que los dioses existen, que, en se-
gundo lugar, los mismos se ocupan de los asuntos humanos; y, en tercer lugar, que no
es posible persuadir o seducir a los dioses con sacrificios y plegarias. Un aspecto de
nuestro interés es que en el diálogo se señala que los no creyentes pueden pedir a los
que sí creen que, antes de amenazar con castigos por sus actos impíos, se los persuada
de la existencia de los dioses. Pero que para persuadirlos ya no se haga como los poetas,
oradores y adivinos, puesto que, hasta ahora, tales discursos no los han persuadido:
Reclamamos, por lo tanto, de unos legisladores que no hacen profesión de du-
reza, sino de benignidad, que usen con nosotros de la
persuasión
; hablando, si