Protrepsis, Año 10, Número 19 (noviembre 2020 – abril 2021). www.protrepsis.cucsh.udg.mx
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época Rancière ya se había topado con los textos y las enseñanzas de Jacotot
y lo que denuncia en
la operación teórica de Althusser es una justificación de la preeminencia del verdadero saber sobre
el supuesto falso saber que solo tenía como efecto asegurar las posiciones privilegiadas de quienes
poseían el saber más elevado, en este caso, los maestros y los intelectuales representados por el filó-
sofo de los aparatos ideológicos.
Otro de los enunciados en los cuales se hace presente la sospecha de Rancière al respecto de las
apariencias, de las cuales se habla en la teoría marxista y en la teoría del Althusser, es este: “la teoría
de la ideología es una teoría de la ilusión de la conciencia” (Rancière, 1975: 242) y, por ende, es
una “teoría metafísica del sujeto (presente como teoría de la ilusión)” (Rancière, 1975: 243). No
quisiéramos aquí desviarnos hacia el desarrollo detallado de la crítica que Rancière hace al con-
cepto de ideología en Althusser, así que basta decir que uno de los problemas que tiene nuestro
filósofo con aquel concepto es que se basa en una teoría de la ilusión, la cual no puede sostenerse
sin una teoría implícita de la conciencia y del sujeto que la posee. Aquella solapada teoría de la
ilusión sería un guiño que le hizo Althusser a Platón y que de alguna manera reprodujo aquella
distinción del platonismo vulgar entre ilusiones y esencias. Así mismo, en el capítulo escrito en
contra de Marx, en El filósofo y sus pobres (2002), Rancière enuncia entre las cualidades de la crí-
tica el poder de ver lo verdadero por debajo de la apariencia (Rancière, 2013: 90), poder casi mágico
encarnado precisamente por Marx, quien, como dice nuestro filósofo de forma peyorativa, “no es-
cribe libros de filosofía ni libros de historia, de política o de economía política, sino solo libros de
crítica” (Rancière, 1975: 90).
Cuando decimos que Althusser sigue la estela de Platón lo hacemos en tanto “toda la filosofía clá-
sica a partir de Platón parecía desarrollarse en el marco de una dualidad entre las apariencias sen-
sibles y las esencias inteligibles” (Deleuze, 2000: 6). Según Gilles Deleuze, esta dicotomía se man-
tiene en el corazón de la filosofía hasta la aparición de Kant, ya que con él se da una “transformación
esencial” (Deleuze, 2000: 6). Al parecer antes de la llegada del filósofo de Königsberg, cuando en
filosofía se hablaba del fenómeno, esta palabra hacía referencia a apariencia, en oposición a esencia,
palabra que solía significar algo similar a la cosa en sí. En este punto podríamos arriesgar la opinión
Joseph Jacotot es el protagonista principal del libro de Rancière titulado El maestro ignorante (1987) donde se en-
carga de sistematizar sus enseñanzas. Jacotot, quien había descubierto que se podía educar a alguien en un tema en el
cual el maestro mismo fuera ignorante, realizó una interesante crítica a la forma moderna de enseñanza donde pare-
cieran existir dos tipos de inteligencias dispares: la inteligencia del maestro y la inteligencia del alumno, este presu-
puesto se manifiesta en que el niño que va al colegio ya no puede aprender si no es por vía de su maestro, es decir, el
mundo del aprendizaje queda divido en dos mundos, el de los sabios y el de los ignorantes, esto se mantiene incluso
cuando los alumnos crecen y ya no existe excusa para que no puedan aprender por sí mismos a partir de la lectura del
mismo libro de texto que usa el maestro para enseñar. Esta división entre dos tipos de inteligencias sobre la que se
basa la enseñanza moderna es puesta en duda por Jacotot para quien “la misma inteligencia actúa en todas las pro-
ducciones del arte humano”, es decir, solo existe una forma de inteligencia humana que se manifiesta en cada acto
del ser humano y esta existe siempre que un “hombre puede comprender la palabra de otro” (Rancière, 2002: 14).