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Isabel Ferrer
Nació en Ciudad dexico en 1989. Realisus estudios de licenciatura en filosofía en la UNAM
y estuvo becada para realizar un intercambio acamico en la H-U en Berlín. Es maestra en
filosofía por la LMU en Múnich. En la misma universidad realizó estudios en literatura y griego
antiguo.
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Viaje
Domingo, 22 de diciembre
Mi abuela me dijo que si me arde el pecho al toser es porque traigo algo enterrado en el alma. Traes
cochambre, me dijo, mientras le ayudaba en la cocina oscura a preparar té de limón. Este año no
quiso viajar a la ciudad a pasar las fiestas con nosotros (dice que ya no está para esos trotes), así que
hoy en la mañana ren un auto pequeño y manejé de la ciudad al puerto. Hace tiempo que no
volvía a los vientos fos de este lugar, seque en general le rehuyo a la nostalgia.
Desde ayer tengo ardor en el pecho y hoy además he estado per congestionada. Tanto, que en el
tope de la sierra, cuando se encuentra uno encerrado en la bruma muy espesa, me empezaron a
doler los oídos como nunca antes y a taparse. Separaba las mandíbulas bruscamente para liberar la
presión acumulada en el canal auditivo pero funcionaba poco. Llegué al puerto con dolor de cabeza
y cansada. Cecualquier cosa y ahora toca meterse a la cama en la que dormí todas las navidades
de mi infancia.
Lunes, 23 de diciembre
Me despertaron las marimbas tocando canciones de navidad gringas y me animaron a bajar a
desayunar al café de la Parroquia. Bomba y lechero chico. Tin-tin-tin-tin-tin, golpeo en el vaso de
cristal con la cuchara para que el encargado de los lecheros venga a rellenar la leche del café. No
me encanta la idea de llamar al mesero golpeando sobre el vaso, me parece que no es otra cosa que
una forma de chasquear los dedos sutilmente disfrazada de folklore. Acabando el desayuno voy a
caminar por los callejones del centro, llenos de casas antiguas abandonadas de las que salen ramas
de árboles por las ventanas. En el camino voy preguntando en varios cafés y restaurantes por
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servilletas para sonarme la nariz, porque no encuentro dónde comprar un paquete de Kleenex.
Toso constantemente y duele el pecho como si se quemara por dentro. Arde.
Es cochambre, te digo, y hasta que no te cures el alma, tu cuerpo solito tampoco va a poder sanar.
Me acuerdo de la abuela diciéndome estas palabras a cada momento.
Es verdad que volví a verlo después de mucho tiempo y es verdad que tal vez no dehaberlo
hecho. También es verdad que las segundas veces nunca son como las primeras, especialmente si
la primera fue buena o si ha pasado el tiempo suficiente para idealizarla.
De camino al mercado toso como un perro y escuecen mis bronquios gravemente lastimados. Mi
mano se ha acostumbrado a pasarse entre mis senos mientras camino, como si eso pudiera ayudarme
en algo, o prevenir el próximo espasmo. El intento, a pesar de sus buenas intenciones, resulta
tristemente inútil. Paso por la zona de pollos desplumados, cruzo hacia la zona de puestos de
huipiles y guayaberas, atravieso el área de los zapatos y llego a los puestos de yerberos y de santea.
Caminando por el pasillo, una pila de jabones con empaques sugerentes llaman mi atención. Me
detengo para ver los títulos de las cajitas y leo: “del desespero”, “separa-amantes”, llama-cliente”,
“jala-jala”, amarre total”, “rey Salomón”, “jabón esotérico dólar”, “doblegado a mis pies”, “cordero
manso” y “págame pronto”. Los títulos continúan en el siguiente puesto: “lluvia de dinero”, “furia
de pasiones”, “amarre guajiro”, “miel de amor”, jabón de la santa muerte, para la salud y “yo
puedos que tú (con feromonas)”.
Pienso, después de leer todos estos títulos, que las tragedias enteras de la humanidad están
resumidas en los jabones de estos puestos. Amor, sexo, celos, dinero, y en menor medida, pero
también presente, la salud, orquestada irónicamente por la muerte. Hay algunos que parecen
resolver todo lo malo. El jabón “San Miguel Arcángel”, por ejemplo, se anuncia útil contra el odio,
los chismes, la amargura, la envidia y los asaltos. “Protege a tu familia y a ti mismo de las
maldiciones que nos dicen nuestros enemigos” dice, “corta maldades y envideas (sic)”. No dejo de
toser fuertemente mientras tomo algunos de ellos en mis manos para leer las oraciones de las que
se debe acompañar su uso, impresas a los costados de las cajitas de cada jabón. Muero de la risa
mientras los veo y al abrir la boca para soltar la carcajada, toso inevitablemente. El pecho arde, se
quema, está en llamas: duele. Sí, abuela, pienso, tengo cochambre en el alma, pero ¿cómo lo limpio?
Las señoras que atienden me ven feo porque al agarrar y ver los jabones me río y toso como poseída
y me agarro el pecho con la mano, pero no compro. Sus miradas enojadas empiezan a incomodarme,
así que tomo algunos medio al azar y los pago, para que no crean que no me los estoy tomando en
serio. En realidad necesitaa uno que cure el alma y no un corderito manso (úselo para tener a su
lado siempre a la persona amada, fiel y mansa, como un cordero. Úselo los martes y jueves y
bado).
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Este es exactamente el tipo de cosas que nos gusta hacer a los dos, así que seguramente nos
habamos divertido mucho viéndolos juntos, hasta que alguna estupidez provocara una discusión
innecesaria y yo me terminara yendo dendolo allí solo, y no nos viéramos de nuevo hasta que nos
diera la gana volvernos a hablar.
Después de comprar los jabones, regreso a casa de mi abuela, me preparo un de limón, ella me
unta VapoRub en la espalda a la altura de los pulmones y me dice que me meta a la cama, ya.
Martes, 24 de diciembre
Hoy fuimos yo y la abuela de paseo al malen. El viento frío que sopla del mar me hizo toser
fuertemente y mi mano, aferrada a mi pecho adolorido, acompañó por fin la confesión: tengo un
dolor encajado en el alma, abuela, y no cómo hacer para sacarlo. Su respuesta fue sencilla:
necesitas darle tiempo y se requiere voluntad.
Tiempo y voluntad. Mientras caminábamos me llegaban imágenes de él y yo en la cama juntos
enredados de piernas; de las pausas que hacemos en medio, sentados, mirándonos de cerca,
decidiendo en silencio si va a ser él quien gire sobre la espalda para que yo esté arriba, o si me echo
yo hacia atrás para que él monte. A veces me parece que ese único momento hace que todo lo valga:
como si un instante de luz pudiera cegar un mundo entero en sombra. Pero es una ilusión, y lo sé,
así que dejo ir la imagen para voltear a ver pacientemente el horizonte.
En la noche salimos a buscar un lugar donde cenar. Primero fuimos al zócalo por un esquite y
después hicimos fila en Sanborns. La comida no fue la gran cosa, pero fue muy lindo no pasarla
encerrada en casa con la familia, sino estar rodeadas de otra gente y otras vibras. Me he estado
dando cuenta de que estar así, moviéndome y viendo cosas diferentes me ayuda a despejar la mente
y pensar menos en él, aunque es cierto que con cada puto tosido mi pecho adolorido me lo recuerda.
Es como si realmente fuera su forma diabólica de invocarse a sí mismo en mi cuerpo, para que no
se me olvide, aunque mi abuela me diría que es simplemente mi cuerpo recordándose a sí mismo
que mi alma está lastimada y que tengo que hacer algo para sanarla, así que me reservo la teoría
para mí, y sigo comiendo pastel calladamente.
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Miércoles, 25 de diciembre
Decidí ir a conocer Boca del Río, porque me habían platicado todo lo que ha crecido. Manejé todo
el malen hasta que empecé a ver edificios muy altos a medio construir y supe que había llegado,
así que viré a la derecha para entrar a la ciudad. No hay duda de que el horrendo sueño americano
sigue conquistando los corazones de las clases medias y altas en todo el mundo. El que puede
construye su enclave lleno de edificios horribles y avenidas sin banquetas donde el peatón parece
que está cometiendo un crimen.
Me dirijo al foro Boca porque me mata de curiosidad que hayan construido una sala de conciertos
de esa magnitud para su orquesta. Estaciono, camino hacia el malecón y veo el edificio enorme
pegado al mar. Es una pila de cubos grisáceos que en un primer momento parece haber salido de
otro cuento, como si estuviera allí por accidente. Después camino sobre la escollera y llego hasta la
punta. El viento del mar de nuevo me provoca una tos profunda que me duele y mi mano recuerda,
tal vez itilmente, su posición de consolación en medio de mis senos. Me cubro la cabeza con una
pashmina que me dio mi abuela justo para protegerme de los nortes y la parte que queda suelta se
vuela mientras camino. En la escollera hay varios niños con coches eléctricos made in china que si
siguen chocando de esa forma unos con otros no van a llegar completos ni a reyes. Uno casi me
atropella, pero logro moverme a tiempo. La madre, supongo yo, se disculpa hipócritamente y sigo
mi camino después de mostrar una leve sonrisa indulgente. La punta de la escollera está llena de
cubos de cemento enormes sobre los que se puede ir brincando si uno quiere llegar hasta el borde.
En mi camino encuentro varias parejas acostadas y abrazadas sobre los cubos escuchando el agua
que se entremete por debajo de ellos y choca contra el cemento. Me es inevitable un momento de
debilidad en el que pienso que sería hermoso estar aquí con él. Aunque la abuela me ha dejado
claro que es necesario sacar el cochambre para sacar también la tos, no puedo evitar pensar que
sería muy bello estar acostados juntos sobre un cubo, escuchando los golpes del agua y tomando el
sol con el viento pegándonos frío en las caras. También me gustaría que me explicara por qué este
edificio tiene o no que ver con el paisaje, y en general su opinión de arquitecto con respecto al foro,
como suele ir explicando con otros edificios cuando caminamos de la mano en la ciudad.
Regreso y entro al edificio. Por dentro es sumamente oscuro y el cemento se recarga sobre mismo
de forma en apariencia aleatoria. Ahora entiendo mejor. Estar aquí dentro me remite a los cubos
de la escollera amontonados unos sobre otros, que solo dejan pasar un rayo de sol por uno de sus
huecos para iluminar el agua bajo ellos. Me pregunto si él habría encontrado esto suficientemente
justificado o lo haba juzgado como una interpretacn del espacio excesivamente literal. Cuando
llego al único halo de luz del primer piso, que llega desde el techo, como si fuera la ranura entre dos
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cubos de la escollera, entiendo que nuestro reencuentro me hizo sentir la claustrofobia que produce
la parte oscura del foro, pero ese único rayo me remite a los momentos de estar enredados de piernas
en los que decidimos a quien le toca estar abajo y a quién montar.
Las metáforas fáciles siempre han sido las que más me sirven.
Me pregunto si él también habría relacionado esto con nuestro vínculo y nuestro reencuentro, o no.
Me pregunto si alguna vez consciente o inconscientemente construi alguna casa o algún edificio
basado en nosotros y si seoscuro o luminoso o enclaustrado o abierto. En el segundo piso del
edificio hay una terraza muy amplia que da al mar. No hay nadie porque hoy no hay concierto.
Salgo a la terraza que está sola. Ver el mar me quita la atención de mí misma y de él y de nosotros
y de la claustrofobia y de los halos, y me lleva lejos, a otra parte.
Jueves, 26 de diciembre
Te voy a llevar a comer picadas con salsa para que se te salga todo ese cochambre que tienes allí
adentro, me dijo la abuela hoy, cuando me invitó a desayunar a la Huaca. Entonces me vino una
idea a la cabeza de la que la abuela tal vez no es consciente. No es sólo que tenga que sanar el alma
para que sane también el cuerpo. La enfermedad del cuerpo es la misma que la del alma, lo que
quiere decir que si se empieza a desprender la flema de mis bronquios, será que mi alma también
está soltando su propia flema. Va todo junto, al mismo tiempo.
Llegamos a los callejones preciosos del barrio adornados de papel picado en todas partes, con sus
casas como de juguete hechas de madera y techo de teja. Comimos las picadas en una mesa sobre
la banqueta. Las tres salsas picaban tanto, que la nariz se me hizo agua y dejé tres servilletas llenas
de mocos sobre la mesa.
En la tarde fui yo sola a caminar al malen, lleno de niños estrenando sus regalos. En el borde del
cemento que da al mar, había, como es común, un grupo de tipos en traje de baño que ofrecen
lanzarse al agua por la moneda que uno aviente. Los que no están en el agua buscando la moneda
no paran de temblar mientras se acercan a la gente con su “una monedita, amiga, que nos quieras
aventar”. Uno de ellos no saca una moneda, pero sí una especie de estrella de mar negra que parece
s bien un pulpo miniatura sin ojos que la gente toma y se pone en el antebrazo para que se les
arrastre por la piel y tomarse selfies con él hasta que alguien pide que por favor lo regresen al agua.
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El tipo que lo sase lo pega en el pecho desnudo para quien quiera tomar una última foto y
finalmente lo avienta al mar. Supongo que eso somos nosotros el uno para el otro, después de todo
este tiempo. Un pulpito sin ojos, pegajoso, que da entre cosa, curiosidad y ansia. Queremos verlo
de cerca y tocarlo, pero sabemos que tenemos que aventarlo al mar lo más pronto posible para que
pueda nuevamente respirar.
El sol se va metiendo y yo camino por el malen que empieza a soltar sus vientos de la tarde. Me
cubro la cabeza y sigo caminando. La parte superior del cielo se oscurece y aparecen la luna
menguante y Venus debajo brillante. La parte inferior en cambio es rojiza y los faroles hilerados a
lo largo del malecón ya se encendieron. Cuando regreso a casa noto que mi tos es de nuevo
escandalosa y duele, y pienso más bien que todo esto es solamente físico, porque ni la voluntad ni
el tiempo parecen estar ayudándome en nada.
Viernes, 27 de diciembre
Un amigo me invitó a pasar año nuevo con él y su familia a Puerto Escondido y acep. Ahora
mismo estoy en el camión a la ciudad de Oaxaca. Fui a desayunar por última vez a la Parroquia con
mi abuela. Una vez más tuve que hacer el odioso tin-tin-tin, pero tengo que admitir que sabiendo
que era la última vez, costó menos disfrutarlo. Las marimbas tocaron la canción esa del pobre viejo
y algún dúo de jarana y arpa tocó la Bamba y algún son. En la tarde regresé al foro y caminé de
nuevo por la escollera. Después recorrí lo largo de la playa y esperé al atardecer. Los pelícanos
volando serios y elegantes sobre y el edificio me dieron por un instante la sensación de paz que
había estado buscando. Luego fui a entregar el auto a la agencia y caminé por la ciudad.
La despedida con la abuela fue triste. La abracé fuertemente y nos sostuvimos de las manos
(siempre cálidas sus manos) antes de que yo tosiera tristemente colocando mi mano entre mis senos
para amortiguar la sensacn. No hizo falta decir mucho y sus ojos descoloridos reflejaban
claramente este mensaje: tiempo y voluntad, tiempo y voluntad.
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Sábado, 28 de diciembre
Difícil creer que llegué entera a Puerto Escondido, pero lo hice. El viaje fue s pesado e ilustrador
de lo que pensé. Llegué a la ciudad de Oaxaca a las seis de la mañana. Un taxi me llea una
estación de camionetas que llevan directo a la costa y compré un boleto para viajar tres horas
después. Caminé por la ciudad desierta, habitada por el amanecer únicamente, que iluminaba sus
edificios de forma que parecían ellos también recién despertados. Había un silencio apacible. Las
piñatas en el cielo que decoran la ciudad me parecieron, como todo en este lugar, un toque sutil de
buen gusto. Fui a la iglesia de Santo Domingo, de la que apenas retenía un recuerdo vago y me
recibió con su pared lateral dorada por el sol de la mañana. Escuché cánticos dentro y entré. Había
misa. La iglesia estaba casi vacía y los únicos visitantes eran unas cuantas ancianas y un par de
monjas. Salí por la puerta principal a la plaza, en donde ya se estaban poniendo los primeros
puestos de artesanías para turistas. La ciudad empezó a moverse poco a poco. Caminé hacia el
mercado y encontré muy pocos puestos abiertos. Una mujer que atendía un puesto de ropa me dijo
que fuera al mercado de comida que está unos pasos más adelante. Aquél estaba más vivo. Los
puestos de carnes apenas empezaban a prender las brazas, pero los puestos de tlayudas, atrás, ya
estaban todos abiertos y con gente. Me senté en uno que ofrecía chocolate en agua o leche y un pan
por treinta pesos. Pedí el chocolate en agua, que aquí se bebe en plato hondo, como si fuera sopa, y
no en taza. Si este chocolate no me ayuda a curarme el cuerpo y el alma, no sé qué lo va a hacer,
pensé, mientras remojaba el pan en la bebida caliente. Saliendo del mercado me dieron unas ganas
terribles de cagar y supe inmediatamente que algo andaba mal en mi panza. Entré al primer hostal
que encontré y sin preguntar corrí al baño y cagué más agua que otra cosa, largamente. A estas
alturas, lo que pasa en mi cuerpo, lo tomo todo como un símbolo más de la purga. Esta caca tiene
que ser parte de mi purificación psíquica, no puede haber salido nada más porque sí. No puede ser
solo que pesqué por allí un microorganismo dañino para mi cuerpo que evitó que hiciera una
digestión sana y que mi cuerpo tuvo que desechar en forma de mierda. Tiene que ser algo más,
pensé.
Caminé hacia la estación porque se acercaba la hora de partida. Cuando llegué, los demás pasajeros
estaban guardando sus maletas y cajas en la cajuela de la mini van, algunos ya estaban abordando.
Me tocó un lugar hasta en frente. Tea miedo de tener una diarrea de esas que duran mínimo dos
días, de no haberlo sacado todo en la primera evacuación y de sufrir algún accidente desastroso a
media carretera en la sierra.
Hace años que no hacía este viaje y mis recuerdos no estaban nada errados: es un camino de curvas
fatal. Por suerte, la primera mitad dormí la mayor parte del tiempo. Desperté ya que estábamos
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muy arriba, porque la camioneta paró para que hiciéramos una pausa en un puesto de quesadillas
con olor a este país. Yo no tenía hambre, así que solo admi la vista y respi profundo el aire de la
montaña. Pasaron los veinte minutos de la pausa y justo cuando el chofer estaba llamando a todos
los pasajeros de la camioneta, sentí que un monstruo quería salírseme del cuerpo. Corrí al baño y
el olor allí dentro me ayudó a vomitar inmediatamente. De mi boca salió disparada una fuente de
agua café que salpicó los bordes del escusado y la pared gris de aluminio. La operación se repitió
como tres veces. Agua café a chorros. Esto debe ser parte de la purga, pensé. Tiene que ser que
expulsar estas cosas horribles de mi cuerpo sea una forma de limpiarme algo más profundo. Esto
no puede ser solamente el chocolate que tomé por la mañana. Este mito, pensé, es una clara
representación de lo que somos nosotros: algo que sabe muy bien cuando se toma, pero que después
de someterlo a unas curvas tremendas es imposible no tener que sacar así, de forma violenta para
no enfermarse. En retrospectiva pienso que habría sido bueno devolver toda esa agua repitiendo
algún mantra en la mente, algo así como que nos queremos pero tenemos que dejarnos ir. Porque
yo sé que nos queremos, pero también sé que es hora.
Sua la camioneta y me disculpé con todos por la tardanza. Traté de dormir poniendo un
sombrero sobre mi cara, pero las curvas no me lo permitieron, así que para distraerme saqué de mi
mochila los jabones que había comprado en Veracruz y que decidí regalar a Adrián y su familia.
Primero saqué uno que decía JABÓN ALEMÁN. En la cajita se muestra un dibujo de dos rubios
que se besan. Al costado descubrí la siguiente descripción:
Este poderoso jabón es elaborado en Alemania occidental, donde hay libertad de culto, expresión,
credo y religión. Este jabón se usa comúnmente por el hombre y la mujer de este país. Sus resultados
siempre son un gran éxito para amar y ligar a cualquier hombre o mujer aunque su hombre o mujer
esté con otro. Le ayuda a recuperar a su novio (a), esposo (a) o amante. Con el uso de este jabón la
persona que usted quiere la tendrá a sus pies rendida y bien dominada.
¿De cuándo chingados será esto? pensé, y después pensé que encontré un tesoro de esos que me
hacen amar a mi cultura y decidí separar ese para mí. Saqué otro. Este decía DOBLEGADO A
MIS PIES, con el subtítulo SIEMPRE DOMINADO A MI VOLUNTAD. En la portada hay
una tipa vestida con falda de secretaria y sombrero jalando la corbata de un tipo hincado a sus pies.
Las instrucciones son que hay que repetir una oracn adjunta mientras se frota uno todo el cuerpo
con energía. Este para la novia de Adrián, pensé sonriendo.
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Después de ocho horas de curvas infames, por fin llega la estación. Adrián y su novia, Irma, ya
me estaban esperando. Les dije que tea miedo de tener gastroenteritis aunque en realidad no
tea fiebre. ¡Pobre!, ades traes una tos muy fea, dijo Adrián. Fuimos al per a comprar cosas
para la cena. Adrián me comp un arroz blanco y una bebida anaranjada con electrolitos para
hidratarme. De regreso nos dio tiempo apenas de ver los últimos minutos de la puesta del sol en la
playa. El sol se veía como un disco rojo gigantesco reflejado sobre el mar. La cercanía con el Pacífico
hizo que empezara a sentirme mejor de la panza, de la tos, de todo.
Domingo, 29 de diciembre (al medio día)
Mis miedos sobre una posible infección se cancelaron hoy en la mañana que no tuve s accidentes
de evacuaciones extrañas por ninguna parte del cuerpo. La familia de Adrián, y su novia, son
amabilísimos. Me han tratado como un miembros de la familia. Hoy desayunamos todos juntos
y al medio día nos fuimos Adrián, Irma y yo a la Barra de Colotepec. Allí nos esperaban ya amigos
de ellos en una palapa llena de mesas rodeadas de sillas de plástico blancas, y hamacas. Para llegar
hasta ellos tuvimos que cruzar el río, cuyo caudal es muy bajo pero ancho. Nos quitamos las
sandalias y cruzamos por el agua descalzos admirando la belleza amplia del paisaje. Ya en la palapa
comimos cocteles de caman muy caros (nadie preguntó precios, nos vieron la cara de gringos) y
después yo me separé con una chica del grupo para caminar por la ribera en dirección al mar. En
un momento nos encontramos solas excepto por un par de vacas y perros que vimos sobre la arena
al pasar. Caminamos hasta llegar a un islote lleno de garzas y otras aves que con el menor
movimiento del agua cerca de ellas emprendían vuelos sincronizados en redondo por sobre nosotras
y regresaban sutilmente al lado de su isla. Nosotras mirábamos al cielo extasiadas, señalándolas
mientras girábamos la cabeza y el torso.
Escuchó mi tos y me dijo que ella había estado enferma hacía poco y había tomado antibióticos que
no le habían servido de mucho. Discutimos la naturaleza de la medicina convencional y me acordé
de una doctora que después de ver mis análisis de sangre dijo que todo bien, excepto que parecía
que tea una leve tendencia al hipotiroidismo. Me recetó una pastilla de por vida. Pero, le dije yo,
no tengo hipotiroidismo, ¿o ? No, respondió. ¿Entonces? Tienes tendencia, dijo, aunque no
pareces la típica persona con hipotiroidismo. ¿Y además, no tengo, no? No, no tienes, pero esta
pastilla te va a ayudar. ¿A qué?, ¿a que mi tiroides vuelva a funcionar? Que además no tengo la
condición, ¿no? No, lo que hace la pastilla es reemplazar la función de la tiroides, de forma que esta
deja de funcionar por completo. Es por eso que la tendrías que tomar de por vida. Es como tomar
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pastillas anticonceptivas. Te tomas una al día y ya está. ¿De por vida? Sí. Pero no tengo
hipotiroidismo. No, pero te la recomendaría mucho. Debeas empezar a tomarla lo más pronto
posible. Pero… ettera. Claramente no la tomé, pero no quiero imaginar la cantidad de víctimas
de ese tipo de recomendaciones monstruosas que las aceptan por confiar en la supuesta autoridad
del que las profiere.
Terminamos concluyendo que sí, que el problema de la medicina convencional es que ataca el
síntoma pero casi nunca la raíz, que trata a sus pacientes como máquinas sin sentimientos, y que en
lugar de hacer que las cosas empiecen a funcionar mejor, reemplaza sus funciones con pastillas de
por vida y eso es manifiestamente espeluznante. No todo lo que hace la medicina moderna es así,
me dijo la chica. No, obvio no, todos sabemos que no, le respondí.
En el camino de regreso no pude evitar pensar en mi abuela y en su teoría del cochambre en el
alma, que conecté con la idea de que el chiste es que uno mismo vuelva a funcionar bien, en lugar
de que algo externo amortigüe los males sin curarlos.
Domingo 29 de diciembre (por la tarde)
Regresamos a ver la puesta del sol a punta Zicatela. Está muy cambiado este lugar. Claro que la
última vez que vine fue hace años, así que era de esperarse, pero presenciar este tipo de cambio
siempre es triste. Sobre todo si para uno la versión previa era mejor. Yo me acordaba de esta playa
sola. Como su oleaje y corriente son particularmente violentos, era una esquina solo para surfers y
un par de atrevidos que se metían a que les pegaran las olas hasta sacarlos del mar. Ahora está lleno
de gente rubia y musculosa que habla otros idiomas o español con otro acento. Está llena de
negocios hípsters y camastros. Es horrible esa sensación de haber conocido algo de una forma y
reverlo de otra y tener que aceptar que nunca va a volver a ser como era antes.
No nos despedimos bien, y eso me duele. Eso es lo que más me duele. No fue como antes y sacar el
cochambre del alma cuesta porque tengo que hacerlo sola. Es mi tiempo y es mi voluntad. No es
algo que lograremos hacer juntos. Trato de distraerme de estos pensamientos separándome del
grupo que ya puso sica muy alta en una bocina. Camino hacia el peñasco que separa a esta playa
de la otra para ver el atardecer aparte. Me siento en la mera punta cuando el sol ya está casi ido, y
en el mar se ven solo las siluetas oscuras de los surfers sentados pacientemente en sus tablas
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esperando las últimas olas del atardecer. El mar despide ondas de aire caliente y antes de regresar
con los demás, descubro que me saludan Venus y la luna nuevamente.
Lunes, 30 de diciembre
Volvimos a desayunar todos juntos con la familia de Adrián, y después nosotros tres (Adrián, Irma
y yo) fuimos de nuevo a la playa. Me he acostumbrado a caminar unos pasos atrás de ellos para no
sentir que los molesto cuando quieren ponerse ronticos. Yo me distraigo mirando al mar y
pensando en cualquier cosa, aunque tengo que aceptar que grabé varios videos de con el mar de
fondo, para mandarle alguno y aunque un par de hecho funcionaban, no pude hacerlo. Así que
cuando Adrián y su novia iban a nadar, yo me quedaba cuidando las cosas y viendo en repetición
mis propios videos hasta que aceptaba que era patético y que tenía que poner más atención a lo que
estaba pasando a mi alrededor. Entonces miraba a los perros que pasaban seguidos de sus dueños,
que los llamaban cuando se quedaban buscando cosas en la arena o se acercaban de más a la gente.
Por la noche fuimos a comer tlayudas al pueblo. Luego fuimos a un bar en donde tocaba una banda
de reggae y tomamos un mojito y jugamos jenga. Peninevitablemente en él, porque es arquitecto
y habría entendido mejor que yo cuáles piezas al sacarlas destruirán la construcción. Las piezas
estaban todas rayadas con pluma por visitantes anteriores y cada que alguien sacaba un rectángulo
del edificio sin tirarlo, leíamos lo que estaba escrito en ellos como augurios. Entre otras cosas a mí
me salieron un “sonríe”, y un “estoy aquí, pero ya me ando yendo”. Con mi pulgar sentí las letras
grabadas en la madera y tra de que esta última frase tuviera sentido en mi vida. No es muy difícil
encontrar significados cuando uno los está buscando.
Más noche, de regreso a casa, en la oscuridad, descubrimos una hilera de camastros vacíos. Adrián
e Irma se acostaron juntos en dos camastros pegados y yo me busqué el o a un par de metros de
distancia. En el cielo súper estrellado reconocí a Orn y a los gemelos. Rigel ha perdido gran parte
de su brillo porque está en sus últimos años de vida. Se especula que se ha contraído y pronto
estallará una supernova. Es difícil creer que esa estrella que hace unas semanas era de las más
brillantes, ahora es un puntillo rojo, frágil y parpadeante que pronto (mañana, o en cinco, o en cien
mil años) va a estallar en algo que desde la Tierra se verá del tamaño de la luna, aproximadamente.
También en esto es difícil no querer encontrar significados.
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Martes, 31 de diciembre
Mañana termina mi viaje. Va siendo tiempo de regresar a la ciudad. Ahora mismo estoy esperando
a que el baño se desocupe para bañarme y alistarme para la cena de año nuevo. Al final decidí
meter todos los jabones a una bolsa negra y pasarla para que cada quien vaya sacando el suyo al
azar. Me parece que el ejercicio será divertido.
En la mañana rentamos tablas de surf en una playa aledaña e intentamos surfear olas pequeñas. Yo
lo había intentado un par de veces antes en otras playas, así que cómo pararme pero no puedo
mantenerme mucho tiempo sobre la tabla. Cada vez que caigo pienso que es la mefora perfecta
para mis intentos frustrados de no pensar más en él. En cuanto logro estar sobre la tabla unos
segundos, entiendo por fin, más gráficamente, que esto de superar una tristeza requiere práctica,
también.
Pude, en cambio, haber pensado en las caídas como todos nuestros momentos molestos y haber
relacionado el momento arriba con los segundos de estar enredados de piernas a punto de decidir
quién gira sobre su espalda…pero no. Tiempo y voluntad. Me viene mi abuela a la mente. Salgo
cansada del agua, cargando la tabla con esfuerzo, y pienso que tengo ya pronto que poder pararme
sobre ella más tiempo y cortar. Que aunque duela ya he entendido que esto no es bueno para nadie
y no tiene caso seguir. Que el reencuentro me hizo mal y tengo que prometerme a misma
intentar con más fuerza y no caer en lo mismo, aunque nunca se puede saber de antemano si uno
podrá cumplir sus propias promesas en un futuro, o no.
Regresamos a Zicatela para ver el atardecer. Las olas parecen s violentas que otras tardes. El
disco rojo empieza a meterse despidiendo un cielo prácticamente despejado. Adrián e Irma están
en foto shooting con el atardecer de fondo. Más gente se ha juntado en la playa para presenciar el
último sol del año. Esto en la ciudad no pasa porque no tiene sentido. No vemos nunca realmente
al sol meterse. Pero aquí, el fin de año es este. El último sol. El momento s simbólico de la última
vuelta de la Tierra sobre su propio eje antes de 2020. Las olas golpean la costa y vemos cómo el
puntito desaparece atrás, en el mar, mientras gente pasa cabalgando en dos caballitos a penas
fuertes. El grupo de gente al lado de nosotros aplaude, toma fotos con sus celulares, se abraza y se
desea feliz año aunque todavía falta la noche. Yo casi lloro, pero me cuesta trabajo hacerlo en
blico así que me aguanto. Tampoco sabría bien por qué llorar. Tal vez es porque me contagia la
emoción colectiva o porque estoy sola al lado de una pareja en el paisaje más romántico posible, o
simplemente porque se va el año y eso no bien qué significa pero parece que debería significar
algo. Sobrevivimos. Supongo que al final eso es lo que todos celebramos mientras vemos la intensa
Protrepsis, Año 9, Número 17 (noviembre 2019 - abril 2020). www.protrepsis.cucsh.udg.mx
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luz naranja del ocaso. La marea ha comenzado a subir espumosa y su agua cálida que no llegaba
hasta nosotros, ahora nos llega de vez en cuando a los tobillos. La arena se vuelve ciénaga y mis pies
se hunden inevitablemente en ella. Adrián e Irma vienen y preguntan “¿nos vamos? y yo les digo
que los alcanzo en un momento, que se adelanten. Me quedo allí sola, los otros también se han
marchado. Después de diez minutos, la subida veloz de la marea comienza a darme esa sensación
impetuosa que da el oano a oscuras y decido marcharme. Empiezo a caminar hacia la calle de
espaldas al mar, del que se desprende una oleada de viento caliente. Detrás de , Venus. Sobre él,
la luna. Además del mar tragando cada vez más arena, solo se escucha mi tos (algunos virus son
simple y lamentablemente per resistentes), y apenas ahora recuerdo que antes toser doa,
aunque no recuerdo ya realmente mo ni qué tanto.