Protrepsis, Año 9, Número 17 (noviembre 2019 - abril 2020). www.protrepsis.cucsh.udg.mx
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Karen Salgado
(CDMEX 1988), Desde el año y medio de edad llegué a vivir a Tijuana B.C cerca del cerro de El
Florido el cual tiene escrito en grandes piedras blancas “Jesucristo es el señor”. Constantemente
me imaginaba el tremendo esfuerzo que debieron hacer las personas al poner dichas piedras y es
por esto que nace Juliana Alejandra. Anteriormente publiqué un cuento de manera anónima en la
revista Protrepsis de la Universidad de Guadalajara. Desde hace un año comencé a trabajar en una
empresa de impresión en 3D en la ciudad de Guadalajara.
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Juliana Alejandra
Julián Alejandro nunca quiso subir al cerro del Florido, pero su padre, hombre tradicionalmente
católico, alegando mandato divino, lo obligó a llevar en su carretilla 27 piedras pintadas con cal y
formar una cruz para dejar bien claro que Dios le hablaba en sus sueños. Julián Alejandro llevaba
apenas recorrido el pie del cerro cuando escuchó que le chistaban. Giró, pero nadie lo seguía así
que continuó su paso. A los 20 minutos, llegando ya a las faldas del cerro, algo de nuevo llamó su
atención; era el sonido de alguien que silbaba. Julián Alejandro giro tapándose el rostro del sol y a
lo lejos vio la figura de una monja que vestía totalmente de negro -Malditos católicos- se dijo y
sujetando las agarraderas sudadas de su carretilla contin a paso firme. Apenas pasaron unos
cuantos minutos cuando una voz que no parecía salir sino de dentro del él mismo gritó - ¡Julián
Alejandro, espérame, espérame o te pesara! - Estas palabras realmente le pesaron, le pesaron hasta
hacerle sentir enchiloso los callos de las manos y se detuvo. A lo lejos, la figura de la monja de negro,
se acercaba moviendo amistosamente los brazos. Poco a poco la figura se le fue haciendo más nítida,
pero en cierto momento tuvo que quitarse el sudor salado que le opacaba la vista pues no daba
crédito de lo que veía. Era La Muerte. La mismísima catrina de dos metros diez, sujetando en la
mano derecha su hoz de filo platinado.
- Julián Alejandro, mucho gusto. Me presento soy Juliana Alejandra. Se ha dispuesto, desde hace
tiempo, que mi osamenta ostente títulos femeninos, pero ya con eso de los binarios y los no binarios
y esas chingaderas estamos todas muy confundidas… en fin, mucho gusto soy Juliana Alejandra. Ya
llevo dos días siguiéndote para decirte que me enviaron a morir contigo aq en el cerro. Pero ya
ves cómo es esto, una se pone toda vieja y osteoporosa y nomás no nos dan calzado y las piedras ya
me despedazaron las patas. Mírame nomas el calcáneo, parece más bien un escofoides todo chiquito
y despedazado por el pedrerío del cerro. Y yo, toda torpe, me le di un llegue intentando seguirte
Julián Alejandro estaba mudo. Le parecía que todo era un sueño, decidió encenderse un cigarrillo
para ver si le llegaban algunas palabras, pero nada. La muerte seguía explindole de su hueso
quebrado y como lo había seguido para morir juntos en la cima del cerro.
- Mira Julián, nos quedan como cuatro horas y se me afiguró algo muy bonito: que pusieras la cruz
de piedras sobre la ladera y que de ahí nos siguiéramos hasta la cima para morirnos viendo el
horizonte. ¿No te parece algo lindo?
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Julián Alejandro intentó empujarla, pues se sentía abrumado, porque cada que La Muerte moa
las mandíbulas intentando hablar, eran sus propias mandíbulas las que se movían y era su misma
voz la que emanaba. Entre tanto desconcierto no pudo más que tratar de empujarla lejos. Pero fue
en vano, rauda y veloz, Juliana Alejandra se desplazó como flotando un metro hacia la derecha.
- ¡No mames, no mames Julián Alejandro! le gritó histérica si tú me tocas, si tú me tocas ahorita
nos morimos aq en las faldas y yo ya me vi muriendo en la cima. ¡No seas bruto! Nos va a cargar
la chingada por tus pendejadas antes de tiempo. Y tu santo padre va a creer que fue su culpa. ¿No
ves que llevo días haciéndole soñar que subes el cerro? No creas que es cosa sencilla ponerse de
acuerdo con La Muerte de otros y la de tu padre apenas me dio licencia de darle la idea de
mandarnos a este cerro. Pero mírame nomas, el calcáneo todo despedazado, yo así, no voy a poder
seguirte el paso y nos vamos a morir antes de llegar a la cima. ¿No se te antoja que me suba a la
carretilla y así ya no sigo despedazándome? ¡Ándale! No seas malito, ponte en mis zapatos.
Mientras dea todo esto La Muerte ya se estaba subiendo a la carretilla y su túnica negra y sus
huesos se iban embarrando de cal.
- Ándale Juliancito, dale s rápido para alcanzar a llegar a la cima. Y no te me tardes poniendo la
cruz ¿eh?, ¡dale rápido Juliancito! ¡Ándale! ¡ándale! y se movía para atrás y para delante diciendo
¡arre! con toda su osamenta.
La muerte no pa de hablar durante todo el camino y explicaba cómo le había gustado mucho
cuando apenas tenían ocho años y lograron chingarle los canicones al gordo hijo de Don Roberto.
O como cuando juntos hicieron la vuelta al mundo en el yoyo. Julián Alejandro la escuchaba entre
ecos. Nunca pensó que pudiera morirse a los veintidós años. Siempre se había imaginado que se
moria viejo, recostado en la cama, metiéndose entre las sabanas y recibiendo un beso de su amada
Silvia. Pero Silvia apenas había aceptado ir por unos churros al kiosko en la noche y, La Muerte,
atajándolo en el cerro no le había dado tiempo ni de oler sus perfumes ni de saborear sus néctares.
- Pinche Juliana Alejandra se dijo, y se imaginó volteándole la carretilla y dejándole caer encima
todas las piedras a la maldita osteoporosa que llevaba cargando. Pero le dio miedo, le dio miedo
pensar que viviría para siempre. A que, sometido por sus propios valores morales, Julián
Alejandro sigu cargando la carretilla que ahora pesaba hasta el llanto.
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Se dispuso a hacer primero el mandato de su padre. A duras penas alcanzó a llegar a ladera cuando
La Muerte, que se había quedado dormida, le estaba ladeando la carretilla. Y él, ya cansado, sintió
que no iba a poder enderezarla, sintió que se le iba la fuerza de los brazos y empezó a gritarle:
- ¡Juliana! ¡Juliana! ¡Juliana Alejandra despierta! ¡¡DESPIÉRTATE JULIANA ALEJANDRA!!
mientras la carretilla se le iba de lado. Pero La Muerte, que no tiene tímpano no log escucharlo
y la carretilla se le fue de lado. Fue por instinto que Julián Alejandro soltó la carretilla y sujeto a
Juliana Alejandra para salvarla, obteniendo así, por puro pinche efecto de un reflejo rápido su
propia muerte.