Protrepsis, Año 9, Número 17 (noviembre 2019 – abril 2020). www.protrepsis.cucsh.udg.mx
84
pueden crear regocijo temporal, pero ni la idea de la eternidad nos evacua de un presente en el que
la sensación de vacuidad es tan evidente, tan certera, tan precisa.
Por otro lado, para los que no están interesados en los mundos futuros, usualmente al alcance para
todos los llamados, siempre hay posibilidades alternas. Los enamoramientos fugaces, carentes de
compromiso o de lealtades más allá de lo efímero, son una vivencia común que intenta negar
(llenando infructuosamente) el vacío de sentido. Resulta peligroso desear que una persona sea
quien nos salve, que se vuelva un exclusivo motivo de vida; las lágrimas son el desenlace en el cual
se expulsan las ilusiones frágilmente cimentadas. El vacío es un gran cuchillo con dos opciones
posibles: nos corta si queremos tomarlo para deshacernos de él o nos permite cortar aquellas
conductas que lo mantienen.
No obstante, si no permitimos el sinsentido nos sustraemos una herramienta necesaria. Es el vacío
de sentido lo que nos ayuda a despertar. Si al vacío se le deja estar pero no se hace algo por modificar
su origen será como si nos tragáramos el cuchillo, nos dañará de cualquier modo. El vacío está ahí,
en las manos, para que se haga algo con él. Pero si no es utilizado para aumentar la conciencia, para
contrastar las vivencias, dudar de las creencias o despertar a nuevas alternativas, terminará
dañando.
Percibir el propio vacío de sentido en nuestro pensamiento, o en distintas manifestaciones
somáticas y emocionales, es una oportunidad para resignificar la propia modalidad de vida. El vacío
está ahí, escondido en lo oscuro del salón de nuestras festividades, renuente a ser visto, pero siempre
presente. Cuando el vacío se muestra es oportuno reconocerlo, dejarlo ser lo que es y, en la medida
en que su efecto provoca movimiento, encauzarlo para incluirlo en lo que somos. Aceptar el vacío
de sentido no significa promoverlo, percibirlo no implica consentirlo y reconocerlo no nos lleva a
protegerlo; por el contrario, si se le percibe, reconoce y acepta, será para iniciar, a partir de él, un
cambio que promueva nuevas posibilidades.
El vacío de sentido es un aliado, tal como la sed que nos indica que requerimos líquido vital para
subsistir, nos refiere la urgencia de estructurar la vida en función de otros patrones y creencias, de
otras maneras y caminos. El vacío de sentido, cuando es asimilado, provoca el rompimiento de la
inercia, de la pasividad, de la negligencia. No se vive el vacío debido a la desarmonía, sino que una
parte de nuestra armonía consiste en vivirlo. La experiencia humana no puede ser un constante
remanso de plenitud incesante, los vacíos humanizan, son parte de lo que somos en el mundo.
Desde el momento en que fue menester materializarnos nos hemos convertido en una vacuidad
corpórea, siempre incompleta, contingente, leve, parcial y limitada. Negar el vacío es una opción
insensata, pues en parte es lo que somos.