Protrepsis, Año 9, Número 17 (noviembre 2019 abril 2020). www.protrepsis.cucsh.udg.mx
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ISSN: 2007-9273
Protrepsis, Año 9, Número 17 (noviembre 2019 abril 2020) 73-87
Recibido: 01/05/2019
Aceptado: 01/04/2020
Ensayo: La utilidad de la carencia. Hacia una
reconsideración del desamor, la procrastinación, el
sinsentido y el ateísmo
Héctor Sevilla Godínez
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Universidad de Guadalajara.
Guadalajara, México.
E-mail: hectorsevilla@hotmail.com
Resumen: El texto ofrece a contracorriente una alternativa para concebir el desamor, la
procrastinación, el sinsentido y el ateísmo como un camino alterno que detona una actitud de
cambio y resignificación potencialmente saludable. Partiendo del paradigma de una vacuidad
benéfica para la vida personal, se aluden los beneficios del vacío afectivo, la ausencia de expansión
de los talentos, el vacío de sentido y el vacío de respuestas sobre lo absoluto. De tal manera, una vez
que se estructuren nuevos significados para la carencia, se la entenderá como pauta necesaria para
la elaboración filosófica de nuevas posibilidades en las relaciones con los demás, en las elecciones
de la vida personal, en la definición de metas o proyectos y en la coronacn de una experiencia
espiritual significativa.
Palabras clave: Vacuidad, ateísmo, espiritualidad, carencia, significación.
Abstract: The text offers an alternative to conceive of disaffection, procrastination,
meaninglessness and atheism as an alternative path that triggers a potentially healthy attitude of
change and resignification. Starting from the paradigm of a beneficial emptiness for the personal
life, the benefits of the affective emptiness, the absence of expansion of talents, the emptiness of
sense and the emptiness of answers about the absolute are alluded to. In such a way, once new
meanings are structured for the lack, it will be understood as a necessary guideline for the
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philosophical elaboration of new possibilities in the relations with others, in the choices of the
personal life, in the definition of goals or projects and in the coronation of a significant spiritual
experience.
Keywords: Vacuity, atheism, spirituality, lack, significance.
Introducción
La carencia o vacío teleológico corresponde al ámbito de lo que comúnmente se denomina
existencial, es decir, se encuentra dentro del ámbito de las valoraciones individuales en torno a la
propia existencia durante el lapso en que se vive. Es evidente que esto se asocia también a lo que
cada persona considera que dota de sentido a su vida; en ese tenor, lo existencial se vincula con lo
teleológico, o lo que se busca o se desea como finalidad, intención o meta última: “ha sido el hombre
quien ha inventado la idea de fin, pues en la realidad no hay finalidad alguna” (Nietzsche, 2004:
63). La conexión entre lo existencial y lo teleológico se desprende que la existencia de cada
individuo está delimitada por aquella misión o finalidad que busque, desee o aspire lograr, alcanzar
o realizar.
Los vacíos de orden teleológico propician vacíos existenciales, bajo la lógica de que no saber hacia
dónde dirigir la vida (o al menos qué desear con ella) supone cierta desorientación que sustrae el
ímpetu requerido para sostenerse en la existencia. Algunos de estos vacíos teleológicos se
relacionan con carencias afectivas (desamor), ausencias de sentido (sinsentido), aprovechamientos
parciales del propio talento (procrastinación) o incompletas e inacabadas experiencias de lo
trascendente (apatía). Cualquiera de las anteriores deviene en conductas incongruentes que
promueven ansiedades que desembocan en conductas posiblemente destructivas. A continuación
se abordan con mayor detalle cada uno de los aspectos establecidos.
Vacío afectivo o desamor
Shakespeare consideraba que la presencia del amor poda provocar que una bestia se convirtiera
en hombre, a la vez que la ausencia de amor inducía a la bestialidad. Otra conclusión dicotómica
aporta Platón cuando refiere que al contacto del amor cualquier hombre se vuelve poeta. Ambas
posturas parecen referir los cambios agradables que brinda la experiencia de sentirse amado y las
inclemencias que la falta de amor puede atraer. En ese sentido, abstenerse de amar, con la intención
de que el amor no se desperdicie, resulta poco afortunado; tal como reconocía Mae West, actriz
estadounidense, ahorrar amor no da intereses”.
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No obstante, existen beneficios implícitos en el vacío afectivo, al menos en lo que respecta a la
promoción de una conciencia mayor en el individuo. Cualquier persona que busque amar o ser
amada ha partido de un vacío afectivo, ya sea la ausencia de demostraciones de amor que ella misma
vive o la carencia de expresiones afectivas que recibe. De tal modo, si se busca dar o se espera
recibir, en ambos puntos se ha comenzado desde una situación de carencia. No cabe aquí la
argumentación de que el que busca dar lo hace en razón de su abundancia y no de su vacío, pues
ninguna abundancia es total y se mantiene la parcialidad de lo que se ha dado o se da. Visto así,
cuando alguien desea dar algo a otro lo hace en función de que aún no ha dado hasta el punto en
que considera que ha sido suficiente, por lo que sigue existiendo una carencia en el ofrecimiento,
aunque esta se derive, precisamente, de la abundancia de recursos personales.
Si un individuo se percata de que desea entregar o mostrar afecto por medio de actos que lo
concreten, no seporque no tenga afecto que dar sino porque existe cierta vacuidad en los medios
expresivos de su amor, cariño o amistad. El vacío de tales canales de expresión, o de muestras
concretas de las mismas, es al que me refiero. Cuando se ha puesto demasiada agua en un gran
contenedor, al punto de que el líquido se derrama al poco tiempo, se entiende que no ha habido
adecuados canales de distribución o que, en el peor de los casos, no hay recipientes en los cuales
verter tal agua. Evidentemente, también existen casos en los que sobran recipientes en los cuales
depositar el agua y lo ausente sea el líquido vital.
En el caso que planteo no se trata de una ausencia de agua, sino de la ausencia de canales de
distribución de la misma. Asimismo, la carencia de expresiones afectivas, recibidas u otorgadas, son
el vacío específico que posibilita un idóneo darse cuenta a partir del cual se modifican las
conductas. El cambio que se defina a partir de ahí podrá ser mayor o menormente oportuno, pero
al menos se hab desligado de la pasividad que supuso la condición de no tener a quién mostrar
afecto. En este caso, el vacío sirve como una especie de alerta que informa de la situación de
carencia. Puede amarse mucho a alguien, pero si tal no se sabe amado, el vacío no está en el amor
que se tenga, sino en la precariedad de las maneras en que ha sido expresado.
Asimismo, existen individuos cuyas vivencias previas son ausentes de demostraciones afectivas, lo
cual obstaculiza el libre fluir de sus propias expresiones. En este caso, el vacío de lo recibido, que
no lo se restringe a la falta de cariño demostrado corporalmente, abarca un sentimiento de
inadecuación, indignidad o parcialidad que disminuye el anhelo de entrega personal.
No sentirse amado podría ser el principio originador de conductas destructivas que incrementan
las posibilidades de no ser amado; a la vez, la misma situación originaria provoca, en el mejor de los
casos, actitudes constructivas que alienten la erradicación de los factores que han obstaculizado
los nculos íntimos. La actitud ante el vacío es lo que permite un cambio en el individuo; sin
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embargo, tal actitud no podría acontecer sin la conciencia del vacío, una conciencia que logra
originarse en función del vacío mismo. La utilidad, en este sentido, consiste en que tras asumir el
vacío se propicia el debilitamiento de las actitudes que deben modificarse. Por el contrario, no
admitir el vacío afectivo conlleva consecuencias tan serias como continuar viviendo en un esquema
y estilo de vida que no ofrece satisfacción ni plenitud. Del mismo modo, negar el vacío incide en la
permanencia de conductas que lo aumentan inútilmente, que promueven la pasividad, acentúan
la quietud, refuerzan la zona de confort y, eventualmente, terminan por dañar a otros.
Un ejemplo de las anteriores repercusiones poda ser el de individuos que lejos de reconocer el
vacío afectivo que los orilla a sus ltiples encuentros sexuales compensadores, perpetúan la
conducta aumentando el radio de sus influencias y la posibilidad de daños innecesarios. El vínculo
profundo con personas desconocidas atrae una afectación no siempre visible o reconocible.
También son complejos los casos de algunas madres de familia que no han sabido contactar sus
propios vacíos afectivos y continúan su permisividad reproductora, suponiendo que la
multiplicidad de sus descendientes callará el grito de su vacío personal. Suponer que un alto
mero de hijos es evidencia de fructificación amorosa es un error irresponsable que afecta la
calidad de vida que puede ofrecerse a toda la familia. Más que aumentar la cantidad de los hijos
que se tienen, la madre poda profundizar en los detonantes de su propio vacío y evitar, con ello,
evadir lo que a ella le sucede mientras se distrae en las necesidades de nuevos nacientes.
No es ocioso referir en este punto la oportunidad de discernir honestamente los motivos que llevan
(u obligan) a muchas personas a traer hijos al mundo. Cuando el anhelo de un nacimiento es tener
a quién amar, partiendo de la irresponsable actitud de no encontrar en los ya existentes un canal
de expresión amorosa, la cuestión se pone en entredicho. Forzar a un recién nacido a que se
constituya en un objeto de amor de alguien cuyas experiencias previas han sido fallidas es
realmente patético. Distinto sería que la maternidad sea producto de la satisfacción amorosa entre
dos personas que buscan fructificar su plenitud en la invención de una familia.
El problema de aumentar sin mesura el número de hijos para llenar los vacíos no se deriva
directamente del vacío específico (innegable en cierto modo), sino de la inadecuada aceptación del
mismo. La evidencia de una óptima conciencia del vacío en una mujer es la actitud de trabajar en
la mejora demisma, antes que continuar reproduciendo ansiosamente sus propios temores e
inconsistencias en aquellos que nacen de ella. Nadie es capaz de salvar a otro si éste no se salva a sí
mismo; el mismo principio aplica en forma de contrariedad para aquellas mujeres y hombres
(parejas como tal) que intentan salvarse y salvar su relación por medio de la procreación.
Casos similares son los que eligen casarse, legal o religiosamente, como consecuencia de la
inadecuada revisión y aceptación de sus propios vacíos. Muchas de estas relaciones están
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condenadas al fracaso desde el momento de su planeación, son una bomba de tiempo que se
enteramente perjudicial para ambas partes. Con esto no se afirma que todo matrimonio es
inoperante y estéril, que sea infecundo y que no se aporte nada de valor en tales uniones, sino que
una de las más insostenibles y frágiles motivaciones para elegir la unión conyugal es la negación del
vacío o del desamor, pero no el vacío o el desamor por sí mismos. Incluso, el matrimonio realizado
con la única finalidad de procrear puede ser criticable. Mainländer, fisofo alemán, aseguró que
la procreación era una especie de delito, puesto que “da la vida a los hijos sin poder darles la certeza
de la dicha” (2013: 36).
Si el vacío se reconociera a tiempo no habría tales compromisos. ¿Qué podría pensarse de quien se
sube a un barco al que se le encuentran serios problemas de flotación? ¿Es inteligente, o al menos
sensato, zarpar sin la precaución de revisar las condiciones de la propia nave? ¿Qué diríamos de
quien argumente que navegará con su pareja por creer en el mar y que ambos saben que las bellas
aguas no les harán daño? Por s lúdico que parezca, similares “argumentaciones” se escuchan de
quienes dicen confiar en el amor ciegamente y que sus relaciones, si bien tienen malos pronósticos,
saldrán airosas y triunfantes. No se trata, obviamente, de confiar en el mar o confiar en el amor,
sino de tener las suficientes consideraciones del medio de transporte, entendiendo que (en el
sentido existencial que se desea referir) el único medio de transporte es lo que somos.
Cuando se afirma la importancia de la consideracn honesta de los propios vacíos y de centrarse
en las carencias expresivas (recibidas u ofrecidas) de cariño o amor, no se afirma que exista otro
responsable de tal situación que la persona en cuestión. Es decir, notar la ausencia de
demostraciones externas de cariño hacia uno mismo no significa que se esté rodeado de orangutanes
incapaces de mostrar afecto y que ellos son los responsables de la propia carencia. Por el contrario,
aunque tampoco se pueda afirmar que todo lo que vivimos pende de nuestras elecciones, la fuente
de las propias insatisfacciones es lo que nosotros mismos hemos sido capaces de dar. Nadie en su
sano juicio desea mostrar cariño a quien no se muestra dispuesto a recibirlo, pocas sean las
personas que encuentran motivaciones para confiar en alguien que se vuelve detestable a su vista
por mediación de sus actitudes. Por tanto, no se puede recibir lo que no se ofrece. Incluso
ofreciéndolo es difícil asegurar que se recibirá. No obstante, el acto de culpar a otros no es útil tras
la conciencia del vacío afectivo (o del desamor). Si lo que se hace es depositar en los demás la
responsabilidad del propio vao no se ha tocado de verdad, al menos no en un punto saludable, el
vacío referido.
Si el vacío se encuentra en alguien, el único a quien realmente interesallenarlo es a él mismo.
Probablemente sea más sencillo sentir afecto por una mariposa antes que por una oruga, pero el
paso de oruga a mariposa lo tiene que realizar la oruga misma, no quien amará a la mariposa.
Tampoco esto último debe entenderse de modo cómodo. Alguien podrá sugerir que se debe amar
a la oruga sin importar si se convierte o no en mariposa, pero aun cuando ése sea el caso: se ama
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a la oruga por su posibilidad de llegar a ser mariposa. Si la oruga es capaz de asumirse como tal y
hace lo que tiene que hacer, prolongará las posibilidades de ser vista completamente como
mariposa. Con esto afirmo que cuando una persona logra (o al menos se esfuerza sin desmotivarse
en el proceso) su condición óptima en la vida, facilita la relación con otros y, evidentemente, las
expresiones fluidas hacia su persona. De tal modo, trabajar en uno mismo es una manera de mostrar
el amor que sentimos por otros, pues con eso facilitamos la posibilidad de que nos muestren afecto.
Ahora bien, no todos los que intentan ser cercanos son potencialmente benéficos, a como tampoco
se tiene la obligación de aceptar cualquier ofrecimiento. No sólo se aprovecha el tiempo cuando se
trabaja en uno mismo, sino también cuando se elige invertirlo en relaciones sanas, productivas y
eficientes, que dirigen a mejoras mutuas e intercambios en los que el equilibro entre dar y recibir
se vuelve constante y armónico. No es posible orientar el tiempo al crecimiento conjunto cuando
sólo una de las dos partes está dispuesta o cuando ninguna lo está; cuando eso sucede, mantener la
unión acrecienta las imposibilidades de despertar y de responsabilizarse cada uno de sí. Nietzsche
consideraba que “hay que morir con orgullo cuando ya no es posible vivir con orgullo(2004: 117).
En ese sentido, incluso las relaciones agradables debieran terminarse cuando no lo son.
Si bien puede coincidirse en parte con la frase de Shakespeare referida al inicio de esta sección,
también puede considerarse que el amor, aun presente, poda provocar que un hombre se
convierta en bestia cuando su necesidad de estar con otro se ha originado por su miedo al vacío y
no por el estado de disposición y alerta que le puede proporcionar haber hecho frente a sus propios
vacíos. Del mismo modo, aunque Platón confiera al amoroso la posibilidad de ser poeta, también
podría volverse profeta cuando entiende que los poemas no son suficientes para el resguardo de un
amor derivado de personas carentes que entre son un pretexto para evadir los vacíos.
Schopenhauer tenía una opinión radical al respecto, pues consideraba que “son bastante
desgraciados los matrimonios por amor, porque aseguran la felicidad de la generación venidera a
expensas de la generación actual” (2011: 78). Por tanto, aunque el ahorro en el amor no genere
intereses, debe saberse que el culmen del amor se propicia cuando se funda en una genuina
confrontación con lo que uno es, lo cual es un motivo para invertir en la conciencia de los propios
vacíos y no intentar ahorrarse la pena de enfrentarlos, menos aun evadiéndolos a través del amor.
Ausencia de aprovechamiento personal o procrastinación
Por el obstinado énfasis que se otorga a la evasión del vacío afectivo, queriendo llenarlo de
cualquier manera sin importar el costo, se descuida una cuestión operativa de importancia
fundamental en la vida del ser humano: aprovechar su propio talento.
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La atadura de los actuales sistemas laborales dificulta contar con espacios de ocio, descanso o
tranquilidad que desemboquen en situaciones creativas por medio de las cuales se expanda la
capacidad o se desarrollen aspiraciones auténticas. Los ingresos de la mayoría de las familias son
precarios o los niveles de vida a los que se quiere acceder no son coincidentes con el poder
económico que se ha obtenido. Esto propicia situaciones adversas en lo que se refiere al uso del
tiempo. Sumado a ello, son comunes algunas situaciones no menos importantes como el impacto
del estrés, la frivolidad de las distracciones, la constancia de las fricciones y la vivencia de distintas
urgencias. Los conflictos laborales, familiares, conyugales, religiosos, civiles y sociales provocan
que muchas personas vivan al límite de su propio soporte, en el extremo de su estabilidad. En tal
entorno se experimentan desconexiones profundas con lo que realmente se desea hacer y, por ende,
no se privilegian espacios o momentos para concretarlo. La consecuencia de estas circunstancias es
lo que denominaremos vacío de expansión o ausencia de aprovechamiento personal, en el sentido
de que no se da un cauce adecuado a las propias capacidades, talento o virtud. Un rmino más
conocido, aunque no explota del todo el concepto, es el de procrastinacn, en este caso, del propio
desarrollo.
Los sistemas centrados en la utilidad menosprecian la importancia de conceder un sitio importante
al desarrollo del individuo. Carecer de la propia consideración hacia mismo promueve en la
persona una sensación caótica que puede terminar en desenfrenos más que en el cauce correcto (o
ideal) de sus energías. La desesperación por encontrar soluciones rápidas condiciona los auténticos
procesos que deben consolidarse para que sucedan los resultados realmente benéficos. Por
ejemplo, cuando un individuo logra afianzarse en una duda, sin dejarla o sin evadirla, puede vaciar
sus ansias hacia la obtención de respuestas rápidas que evitan que plantee de mejor manera la
pregunta que dio inicio a su motivación. La mayoría de las personas ha perdido el placer por
realizar preguntas debido a que han sido saturadas de respuestas poco especializadas o
comprometidas, las cuales, abundando por doquier, distraen de las cuestiones importantes.
Por otro lado, la escasez de oportunidades visibles promueve la competencia sin cuartel entre las
personas; tal como un par de ratas podrían pelearse por un trozo de queso en un laboratorio que
estudia las conductas de los roedores tras privarlos temporalmente de su alimento, los individuos
se enfrascan en agresiones entre , suponiendo que sólo lo que observan es lo que puede obtenerse,
pero sin plantearse la fructificacn que traean las alianzas más que los enfrentamientos, la
solidaridad más que el abuso, o la unión más que el separatismo y el aislamiento. La voracidad
contrae las intenciones de colaboración; las carencias que no promueven la búsqueda alterna de
soluciones, debido a la tempestad y la vogine apabullante, han propiciado un estado de ansiedad
rutinaria.
En un ambiente como el descrito, suelen escasear el aprecio de las cualidades ajenas, el sincero
compañerismo laboral, el aplauso al contrario. No empobrece el regocijo que dirigimos a festejar el
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valor ajeno. La crítica desmesurada y el ánimo centrado en la venganza, la desacreditación o el
menosprecio, son evidencias de poco talento más que de su presencia. Si alguien está interesado en
pasar el tiempo destruyendo la fama de otro es porque no tiene una fama propia que defender.
Todo lo anterior no implica que las personas sean malvadas o que su ánimo destructivo esté
provisto de un espíritu indómito, sino que la ausencia de aprovechamiento de las propias
capacidades fecunda la frustración y de ello nace la sensacn de fracaso tan íntimamente asociada
a la búsqueda de compensaciones. Un gran número de personas talentosas no cuentan con el
espacio adecuado para la explosión de sus capacidades y no encuentran las oportunidades que
anhelan en los sitios cotidianos que frecuentan. Es natural que ese estado de cuestiones arroje una
gran cantidad de energía acumulada que se distorsiona, añeja o pudre al estar tanto tiempo invil.
No debe entenderse con esto que las personas no trabajen o que permanezcan en inactividad, sino
clarificar que la gran mayoría no hace lo que desearía hacer; independientemente de que ejerzan o
no su profesión, muchos permanecen sostenidos por una cuerda esclavizadora conectada a quienes
los emplean. Sin garantías laborales, seguridades minúsculas sobre su propio empleo y condiciones
de diálogo más discursivas que reales, el empleado común sabe que trabaja para el bienestar de otro
y que el paso de los años sólo aumentará de dimensión su propio olvido de sí.
No debería culparse de todo esto a los dueños de los grandes monopolios o a los propietarios de las
grandes empresas transnacionales o nacionales, pues ellos entran al vertiginoso contexto de las
competencias globales. Lo que corresponde es que cada individuo se responsabilice de
concientizarse de su propio vacío expansivo. Si cada persona se permite, al menos por breves
instantes, no evadir la sensacn de que no está aprovechando a plenitud su talento, pod
renovarse y replantear su propia vida al reconsiderar su misión personal, es decir, aquello que desea
lograr con su existencia. El beneficio posible, en este caso, consiste en enfrentar sin miedo la
frustración real de la rutina demoledora que carcome las entrañas del anhelo y de la motivacn.
Por el contrario, la simulación o la negación de este vacío produce miopía hacia las posibilidades
del propio talento, las cuales permanecen ocultas detrás de lo evidente, esperando ser consideradas.
Se han vuelto comunes el temor a dejar un trabajo seguro y el miedo a crear las condiciones óptimas
para una nueva ocupacn; es usual que las personas esperen a que sean otros quienes decidan por
ellas. Aunque cada vez son s los que despiertan de semejante estado, son superados por los que
ingresan año con año a la monotonía laboral, a las apariencias y simulaciones de las acreditaciones
internacionales y al caótico ambiente en el que la meta es generar s ganancia al costo que sea.
Tal es el orden de las cosas y no se avizora un cambio pximo en lo que respecta a la organizacn
de la economía mundial. Es evidente que las atrocidades de los mercados laborales no son ofensivas
para todos, pues muchos han sabido favorecerse del sistema. Siendo así, al menos en el encuentro
con el sollozo dominical (que advierte que algo nos está faltando) cabría evitar que la pereza mental,
la evasn cómoda o las explicaciones triviales sostengan la parsimonia o la quietud que
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obstaculizan la reflexión y entorpecen el planteamiento sereno (pero intenso) sobre lo que se desea
lograr en el resto de días con los que aún cuente la propia vida.
Algunas personas sienten que no están vacías debido a que consideran que tienen su tiempo
ocupado en actividades diarias; no obstante, saturar la agenda con diligencias boyantes (comiendo
aceleradamente en los pocos minutos con los que se cuenta para ello) no equivale a estar
aprovechando la vida ni a estar encauzando adecuadamente el propio talento. No por correr
rápidamente en círculos se llegará más lejos. La distancia de nuestras caminatas no se mide
únicamente en relación con el esfuerzo, sino con la efectividad de nuestros pasos. Del mismo modo,
no por estar siempre cargando los ladrillos significa que han sido acomodados oportunamente en la
construcción de nuestra vida; siempre cabe la posibilidad de que los ladrillos que cargamos estén
siendo sustraídos por otros para sus propias construcciones.
Para varios individuos el único interés en su vida es tener una familia tras casarse, trabajar en un
sitio estable donde no existan muchos problemas y poder convivir los fines de semana con los
amigos, en compañía de una cerveza fría y un televisor que exagere las glorias deportivas de otros.
Esto no es enteramente inefectivo a corto plazo, el problema es cuando el día a día se vuelve
inmodificable con el paso de los años. Cuando las canas se esparcen y las arrugas de nuestra frente
contraen la conciencia, se corre el riesgo de ceder el paso al conformismo de preferir una vida que
se mantiene y no una vida que se disfruta. La existencia es una oportunidad para plasmar lo que se
es. Las condiciones cambian cuando las ideas cambian; lo es posible modificar las ideas cuando
el vacío expansivo es reconocido y produce la necesidad de encaminarnos a nuevos destinos.
Ciertos estudiantes eligen carreras universitarias por moda, por un consejo, o por la idea de que
lograrán tener o acaudalar (según los más soñadores) mucho dinero. Las elecciones profesionales
que no están enraizadas en una convicción vocacional se desvanecen por mismas. Es larga la lista
de los individuos que han terminado sus estudios profesionales y deciden colgar su título (cuando
son capaces de obtenerlo) en la sala de sus padres que, tranquilizados, sienten que han terminado
felizmente sus responsabilidades paternas con la legitimidad de un papel que, consideran, asegura
el futuro de su hijo. Sin embargo, elegir una carrera profesional partiendo únicamente de factores
externos es, evidentemente, un salto al abismo.
Dedicar la vida a algo en lo que no se cree es una ofensa por misma, un obvio desperdicio, un leve
suicidio. Son pocos los que eligen tomándose como centro, considerando sus facultades, cualidades
y deseos más íntimos o auténticos. Tal proeza sucede ocasionalmente porque los programas de
estudio de la mayoa de las instituciones educativas previas a la universidad no centran sus
planeaciones en el conocimiento que los estudiantes pueden desarrollar sobre sí mismos.
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Los intereses que sembramos en nuestra conciencia a lo largo de la vida son modificables. Elegimos
un plan de accn a partir de la motivación hacia un fin en particular, pero mientras no disminuya
nuestra confianza en la duda, en la incertidumbre y en las posibilidades que el vacío puede
ofrecernos, siempre tendremos la oportunidad de modificar. Cuando se haga evidente la sensación
de no estar aprovechando el tiempo, la capacidad, el talento o la propia energía, lo mejor sedar
un cauce oportuno al cuestionamiento y a la nueva significacn.
Podría hablarse en general de tres factores que favorecen el uso del propio talento. El primero, sin
duda, es darse cuenta del mismo, de cuál es el que uno tiene; otro aspecto es el contexto o espacio
específico en el que la persona busca desarrollarse; el tercero es lo que uno hace con el talento que
tiene para lograr el éxito, así como la idea de éxito que se tenga. El paso del talento personal al éxito
está sujeto o permitido por un contexto adecuado donde el talento puede ser utilizado a plenitud.
Sin tal espacio de materializacn de las potencialidades, el talento termina por dispersarse o
utilizarse para causar daños que beneficio. De tal modo, no hay paso al éxito sin la puerta de un
contexto que lo permita o de un estado de cuestiones que lo faciliten; si tal espacio en el momento
actual no ofrece lo que se espera de él, corresponde a la persona que vive la experiencia de vacío
expansivo crear, buscar o posibilitar el contexto idóneo para sí. El primer paso en la búsqueda de
ese espacio facultativo es dejar el anterior. Aquí debevivirse la experiencia de soltar el trapecio,
pero no hay verdadera pirueta acrotica si nuestros dedos están tranquilizados y sostenidos en el
tibio trapecio que los anida cariñosamente.
De acuerdo con Cioran, incluso lo más desagradable puede ser oportunidad para algo benéfico.
Según el rumano, “en el apogeo de la desesperación, lo la pasión por lo absurdo orna aún el caos
con un resplandor demoníaco” (2009: 23). La importancia de permitirse la propia expansión, en la
intención de crear beneficios personales y sociales, no solamente tiene una importancia nominal,
sino que efectivamente encauza o delinea los esfuerzos del individuo por una vida de mejor
calidad. Si bien es cierto que “al final de toda melancolía existe la posibilidad de un consuelo o de
una resignacn(Cioran, 2009: 62), también lo es que sin la adecuada canalización de las propias
capacidades expansivas y de desarrollo, el sentido de la propia vida decrece y la sensación de
desperdicio aumenta de manera proporcional, lo cual nos dirige a una procrastinación infecunda
que es consorte del vacío de sentido.
El aporte del sinsentido
No importa lo mucho que se camine si no se tiene claro hacia dónde dirigirse. Uno de los vacíos
s recurrentemente referido es el del sentido, la ausencia de tal repercute de forma incesante en
la percepción sobre el valor de la propia vida y el motivo que se tiene para vivirla. Resulta complejo
elaborar sentidos permanentes con el influjo de una sociedad de consumo. El principal de los
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problemas es que la misma persona termina observándose también como un producto, como un
artefacto que adquiere mayor o menor valía si otros lo desean adquirir, comprar o consumir.
Acostumbrados a obtener lo que desean y a desecharlo cuando no aporta la misma utilidad, los
ciudadanos contemporáneos tienden a desacreditar aquello que no es óptimo en la apariencia o que
muestra detalles de imperfección ante sus ojos. Desde esa óptica, es difícil que cualquier vida, sus
condiciones, circunstancias o características, sean vistas como deseables. Los matices de
imperfeccn que toda existencia conlleva son agudizados cuando el análisis valorativo es tan
exigente como en los procesos de revisión de calidad del producto a consumir. La inconformidad
que muchas personas manifiestan hacia su propia vida está íntimamente ligada a la categorización
que realizan de la misma en función de un juicio valorativo desproporcionado y distorsionado,
usualmente en desconexión de los intereses realmente personales.
El esfuerzo por obtener cualificación se diluye en la exigencia por la cantidad. Lo mismo sucede
en las relaciones sociales, virtuales o no, en las que aparece como condición insustituible el énfasis
de la magnitud de las amistades en función del número. Distraídos en lo que se nos presenta, la
vida de los otros se vuelve un espectáculo y la nuestra es concebida del mismo modo. Cuando se
busca entretener, o aparentar entretenimiento, la imagen se vuelve elemental, la apariencia crucial,
la textura sustituye a la profundidad y la fantasía a la realidad. La desconexión se consuma y nos
consume, se vuelve difícil cualquier emancipación a la rutina, la imaginación nos abandona. El
hombre y la mujer de la vertiginosa sociedad actual son copartícipes de la progresiva disminución
del sueño moderno, aquel que supoa que algo somos, que algo de nosotros queda, que aún había
formas de ser uno mismo mientras ese deseo exista. Sin embargo, la incongruencia entre el deseo
de encontrar exaltación y las formas en que se nos ha programado para obtenerla es evidente.
Cuando existe renuencia a la búsqueda se vuelven bestsellers los libros de superación que ofrecen
recetas para la felicidad y se olvida o pasa por alto la trivialidad que se esconde detrás de tales
sugerencias, como si hubiese una medida uniforme para lograr la plenitud. No sólo es precario que
alguien ofrezca tales caminos de realizacn, sino que lo poco creíble es que otros vivan en función
de ello. Inmerecidas son las lecturas que tales autores reciben, como nauseabundas las conclusiones
que de ello se derivan. En su vacío de sentido, por el miedo a reconocerlo, se buscan alternativas
que vendan formas aparentemente redituables, gicas e inmediatas, que aporten sosiego,
tranquilidad y paz.
En lo tocante a las religiones, siempre existirán grupos que venderán mundos mejores, dimensiones
centradas en la fantaa, paraísos cuya inexistencia pasa desapercibida. No es complejo persuadir
a los incautos cuando su apatía por reflexionar supera a la duda. Las dimensiones sobrenaturales
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pueden crear regocijo temporal, pero ni la idea de la eternidad nos evacua de un presente en el que
la sensación de vacuidad es tan evidente, tan certera, tan precisa.
Por otro lado, para los que no están interesados en los mundos futuros, usualmente al alcance para
todos los llamados, siempre hay posibilidades alternas. Los enamoramientos fugaces, carentes de
compromiso o de lealtades más allá de lo efímero, son una vivencia común que intenta negar
(llenando infructuosamente) el vacío de sentido. Resulta peligroso desear que una persona sea
quien nos salve, que se vuelva un exclusivo motivo de vida; las lágrimas son el desenlace en el cual
se expulsan las ilusiones frágilmente cimentadas. El vacío es un gran cuchillo con dos opciones
posibles: nos corta si queremos tomarlo para deshacernos de él o nos permite cortar aquellas
conductas que lo mantienen.
No obstante, si no permitimos el sinsentido nos sustraemos una herramienta necesaria. Es el vacío
de sentido lo que nos ayuda a despertar. Si al vao se le deja estar pero no se hace algo por modificar
su origen será como si nos tragáramos el cuchillo, nos dañará de cualquier modo. El vacío está ahí,
en las manos, para que se haga algo con él. Pero si no es utilizado para aumentar la conciencia, para
contrastar las vivencias, dudar de las creencias o despertar a nuevas alternativas, termina
dañando.
Percibir el propio vacío de sentido en nuestro pensamiento, o en distintas manifestaciones
somáticas y emocionales, es una oportunidad para resignificar la propia modalidad de vida. El vacío
está ahí, escondido en lo oscuro del salón de nuestras festividades, renuente a ser visto, pero siempre
presente. Cuando el vacío se muestra es oportuno reconocerlo, dejarlo ser lo que es y, en la medida
en que su efecto provoca movimiento, encauzarlo para incluirlo en lo que somos. Aceptar el vacío
de sentido no significa promoverlo, percibirlo no implica consentirlo y reconocerlo no nos lleva a
protegerlo; por el contrario, si se le percibe, reconoce y acepta, separa iniciar, a partir de él, un
cambio que promueva nuevas posibilidades.
El vacío de sentido es un aliado, tal como la sed que nos indica que requerimos líquido vital para
subsistir, nos refiere la urgencia de estructurar la vida en función de otros patrones y creencias, de
otras maneras y caminos. El vacío de sentido, cuando es asimilado, provoca el rompimiento de la
inercia, de la pasividad, de la negligencia. No se vive el vacío debido a la desarmonía, sino que una
parte de nuestra armonía consiste en vivirlo. La experiencia humana no puede ser un constante
remanso de plenitud incesante, los vacíos humanizan, son parte de lo que somos en el mundo.
Desde el momento en que fue menester materializarnos nos hemos convertido en una vacuidad
corpórea, siempre incompleta, contingente, leve, parcial y limitada. Negar el vacío es una opción
insensata, pues en parte es lo que somos.
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Permanecer centrado en lo que debió ser en el pasado constituye un obstáculo para encaminarse a
la construcción de nuevas alternativas. Desear lo que ya se ha ido, o no podrá ser, es cortar el puente
cuando aún no lo hemos recorrido. Si nos quedamos en el recuerdo y la añoranza, olvidamos la
esperanza; por ello, más que anhelar lo que se ha ido, valdría más la pena orientar la vista a lo que
viene, lo posible, lo que está próximo y es factible. El sinsentido es el punto de partida para la
construcción de sentidos, esa es su utilidad.
Vacío espiritual o apatía hacia la mística
Cuando se habla de lo espiritual nos adentramos al terreno de la fascinación por lo absoluto, lo que
es trascendente a las categorías. Se trata de un terreno demasiado pantanoso, debido en parte a que
no es un terreno. Lo espiritual no siempre tiene que ser asociado a una deidad, también es vinculado
con una especie de orden específico que conecta todo, puede ser la inspiración del artista o la
explicación de muchos misterios que, aún hoy, conllevan cierto enigma. Sin embargo, los ideales
sobre lo místico tendrían que aterrizar en una ascesis particular, en un modo de vida que se
inmiscuya con el compromiso social, con el mundo, con los otros, con la naturaleza. Lo inapropiado
es tratar de evadir el mundo ordinario utilizando el maquillaje de lo espiritual. Cuando no se ha
podido realizar el propio ideal se termina idealizando a la realidad, con todas las consecuencias
perjudiciales que esto conlleva.
Las experiencias espirituales auténticas no son las que provocan que un puñado de individuos se
perciba superior a otro. Cabe cuestionar a los pueblos que se sienten la mejor creación divina, lo
cual los conduce a separarse, segregarse, dividirse y jerarquizarse. No afirmo que la separación sea
siempre innecesaria, en momentos lo es, pero separarse en función de ilusiones sólo perpetúa la
fantasía. No basta con creer en algo para que eso tenga una existencia ontológica. Creer o no creer
de modos específicos repercute en la experiencia psicológica que se tenga del mundo y de uno
mismo. En todo caso, si se cree en Dios (o en cualquier cosa), habrá una repercusión que será
evidente en la medida en que la creencia haya sido mayormente introyectada o asumida.
Ahora bien, es cierto que en los grupos religiosos o entre los creyentes se observa con recelo a los
que son ateos. Pero el ateísmo, entendido como dejar a Dios o estar sin Dios, no necesariamente es
algo que debiera atacarse. Ades de que cada persona tenda que elegir su manera de
posicionarse en el ámbito de la espiritualidad, podríamos incluir en nuestras nociones de ateísmo
la de una actitud que no se aferra a que Dios sea de un modo específico. A, un ateo puede serlo
de un Dios en particular, de una manera en que se concibe a Dios en algunas religiones o de todas
las ideas de Dios. Visto desde ese enfoque, es útil cierto ateísmo cuando esto significa que se ha
dejado de obsesionarse con que Dios sea tal como se nos dijo que debía ser; en ese sentido, se está
sin el Dios que a uno le invitaron (u obligaron) a creer, pudiendo ser que de esta postura surja una
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disposición espiritual realmente auténtica. Pareciera fuera de todagica, pero hay cabida para una
especie de ateísmo espiritual.
Algunas personas agradecen al Omnipotente sus incapacidades, reconociendo que a tras de ellas
han encontrado su trabajo y su sentido. Pero llegar a ese punto seguramente implica adoptar cierto
ateísmo en relación a un tipo de imagen de Dios en particular, a saber: la del que sólo nos da
fortaleza, gracias y poder.
El asunto central en este tópico es afirmar las repercusiones laudables que algunas creencias
cimentadas en la experiencia numinosa pueden aportar a la vida práctica de los individuos. La
delgada nea, usualmente traspasada debido a su difícil distinción, entre la superstición evasiva y
la experiencia numinosa legítima está situada entre el plano de la aceptación y la evasión del vao
o, mejor aún, en el meridiano entre la necesidad miedosa de ocultar el vacío y la valentía producida
por la asunción de tal.
La expectativa de ser elegidos, los ideales arrojados en deidades personales, los deseos por un
mundo futuro que nos salve del actual y la falta de criticidad ante todo eso tienen su desenlace en
una mayor porción de ansiedad. El problema que de esto surge es que si bien esa ansiedad podría
descubrir el vacío imperante en nuestra vivencia espiritual y construir un ateísmo que conduzca a
una espiritualidad madura, dejando a la Deidad ser como Es, lo que sucede es que se niega la
ansiedad y se incide con mayor fuerza en la conducta fanática, en la postura obsesiva, en el fideísmo
excluyente. Cuando la propia existencia no se conecta honestamente con algún tipo de motivo
superior (la naturaleza poda ser un punto de partida) se desemboca en amplias apatías,
aburrimiento y alienación. Cuando se actúa en función de tales experiencias desorientadoras se
pueden realizar actos impulsivos con los que se condiciona el resto de la propia vida y la de otros.
Llegados a este punto, es oportuno preguntar por alguna manera viable de revisar si las propias
creencias son honestas, están cimentadas en algo mayormente sólido o, al menos, comprobar que
no nos dirijan amablemente a un despeñadero. Cierto vacío es necesario para poderse preguntar
con honor si las propias ideas sobre lo numinoso, o las experiencias trascendentales que uno afirma
tener, son honestas y no lo sugestión. No obstante, la verdadera espiritualidad, en este caso
concreto, consiste en descubrir el vacío de las respuestas sobre lo absoluto, de modo que se acepta
que las concepciones sobre la espiritualidad, lo místico y lo superior que han sido recibidas de un
jerarca, der, gurú o libro sagrado, no necesariamente son verdaderas.
Si hasta este punto de nuestra vida estamos en el supuesto de que tenemos una explicacn concisa
para enseñar a otros el camino de la Verdad, mostrar o demostrar lo que se debe hacer para lograr
la Iluminacn o aconsejar a otros sobre la forma de llenar de Luz su propia existencia, entonces
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requerimos un urgente ejercicio que nos ayude a vaciarnos de tan lamentable postura, pues de tanto
creer ver estamos quedándonos ciegos. Es aquí donde el vacío que suele presentarse como un
estado a evitar se convierte ahora en una meta de la cual partir. Vaciarse de los prejuicios sobre
cómo son las cosas y cuestionar las supuestas seguridades sobre cómo deberían ser las personas, es
el primer paso para deshacerse de la altanera actitud desde la cual nos valemos para explicar cómo
es este mundo y los venideros. Ese camino de vaciamiento es posible, pero es a contracorriente.
BIBLIOGRAFÍA:
CIORAN, Emil (2009). En las cimas de la desesperación. Ciudad de México: Tusquets.
MAINLÄNDER, Philipp (2013). Filosofía de la redención. Antología. Sandra Baquedano (trad.)
Santiago: Fondo de Cultura Económica.
NIETZSCHE, Friedrich (2004). Crepúsculo de los ídolos omo se filosofa a martillazos. Ciudad
de xico: Grupo Editorial Tomo.
SCHOPENHAUER, Arthur (2011). El amor, las mujeres y la muerte. Madrid: EDAF.
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