Protrepsis, Año 9, Número 17 (noviembre 2019 – abril 2020). www.protrepsis.cucsh.udg.mx
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Hablamos entonces de la paulatina disolución de la condición vital de una sociedad, al
dejar de creerse en ella, ya que: “El esfuerzo del individuo en ser x o en mantenerse
como x es,
ipso facto
, esfuerzo en hacer ser y hacer vivir la institución de su sociedad”
(Castoriadis, 1997: 29). Ésta no es capaz de dar respuesta satisfactoria a las preguntas
de sus sujetos, éstos no encuentran las referencias, las normas, los valores que permitan
un equilibrio vivible, siguiendo a Castoriadis, porque lo proveído niega la singularidad
de aquellos. Nuestras sociedades se cierran a su propia problemática, pues de distintas
maneras, nuevas instituciones no permiten a sus individuos hacer funcionar la sociedad
a la par que se puede seguir siendo uno mismo.
Hoy día realizar la institución parece exigir dejar de ser uno mismo, sea el sujeto una
persona o una comunidad para sujetarse a las directrices de los gobiernos en turno. Por
tanto, nuestra crisis es la de la disfuncionalidad de la institución global de la sociedad
por la despolitización, ejemplo de ello es el funcionamiento del sistema político no como
mediación habilitadora de la resolución sobre el proyecto de sociedad sino una
maquinaria burocrática sostenida por el sistema electoral y el desinvestimiento
ideológico de los partidos políticos. Y para la filosofía se convierte en una dificultad
abordar en toda su crudeza el problema: los sujetos en la actualidad no queremos la
sociedad en que vivimos, pues se instala la imagen de negación de la singularidad:
marginalidad y exclusión, pero ¿qué otra forma de sociedad se quiere? Este no es un
sofisma, basta observar nuestros comportamientos, compromisos y preocupaciones,
tan instrumentales, banales: poder adquisitivo, consumo, ocio, confort.
Al mismo tiempo en el zapatismo se afirma ser parte de
esta sociedad
cuando se asume
la preocupación por el lugar que se habita, en el que nuestras vidas se desenvuelven,
así: “Sabedores de que el pensamiento crítico debe motivar la reflexión y el análisis, y
no la unanimidad ciega…” (SubGaleano, 2015: 15), la reflexividad se vuelve una
exigencia que en el caso zapatista cumple de sobra con otra demanda de la lucidez, la
de la explicitación; su hacer político es una operación sobre sí mismos y la sociedad que
los ha excluido, discurren insistentemente sobre las razones por las cuales hay
necesidad de cambiar la sociedad, ese lugar que se habita. Por tanto, el esfuerzo de
explicar, entender, conocer y transformar la realidad es colectivo y con el método de
reflexionar la propia historia, la genealogía, porque para explicar lo que se ve del mundo
puede hacerse de mejor manera si se explica lo que se ve de sí mismos (SubGaleano,
2015: 14 y 16), por ello el zapatista es un hacer pensante en tanto “existe un efecto real;
efecto real sobre la sociedad que se transforma y sobre el mundo[…] (que) remite al
momento de la
voluntad
o de la
actividad deliberada
” (Castoriadis, 2002: 97).
Esa actividad deliberada tiene un caso ejemplar en la lucha de las mujeres zapatistas,
su alcance son las comunidades, pero también el resto de la sociedad. De su lucha aún
está pendiente reconocer los aportes específicos. Baste por el momento señalar que la
Ley Revolucionaria de las Mujeres, conformada por diez puntos, se ha interiorizado
entre los de las comunidades zapatistas, hasta dar lugar, no sin dificultades, a la