Protrepsis, Año 9, Número 17 (noviembre 2019 abril 2020). www.protrepsis.cucsh.udg.mx
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ISSN: 2007-9273
Protrepsis, Año 9, Número 17 (noviembre 2019 abril 2020)115-119
Recensión:
Muerte y Alteridad
Byung-Chul Han
Editorial Herder. Biblioteca de Filosofía (2018)
Luis Gabriel Mateo Mejía
1
;
Silvia Andreli Díaz Navarro
2
1
Instituto Tecnológico Superior P’urhépecha.
Cherán, Michoacán, México.
E-mail: gabrielmateo22@yahoo.com
2
Instituto Tecnológico Superior P’urhépecha.
Cherán, Michoacán, México.
E-mail: andy83diaz@gmail.com
Han Byung-chul, es un filósofo surcoreano, docente de la Universidad de las Artes de Berlín. Su
trabajo ha consistido en una revisión crítica sobre la cultura y el capitalismo a nivel global. Sus
principales obras son: ‘La sociedad del cansancio’, ‘La agonía del eros’, ‘Sobre el poder’, ‘La
sociedad de la transparencia’. En las que considera la condición humana en un análisis filosófico
posterior a las corrientes postmodernistas. Su impacto y conclusiones se presentan como
fundamentales para poder delinear el devenir de un futuro cercano.
Muerte y alteridad, se nos presenta como una obra que contiene una revisión del concepto muerte,
a través de cuatro capítulos: las intrigas de la supervivencia, la revisión de mi propia muerte, el
análisis de la muerte y la infinitud, y la muerte en su relación con la transformación. En su
introducción se hace una clara alusión a la mefora y el mito, a través de una narración que muestra
el amor a la vida que tiene un rey legendario.
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La obra como tal, es un breve tratado que se organiza mediante un viaje introspectivo hacia la
psicología profunda de la vida, pues desde el nacer, se nace para la muerte. No obstante, esta ley
tan natural, en la actualidad, solemos olvidarlo o hacemos hincapié en la obtención de cosas
materiales, relegando a segundo plano la finalidad inminente de la vida. Hoy por hoy, viviendo
nuestras vidas postmodernas, es importante cuestionarnos la forma en que enfrentamos el
significado de este hecho tan definitorio para los seres humanos.
El texto comienza con un análisis del yo, enfatizando la hipertrofia el yo, como aquel elemento
sustancial y circunstancial, que deviene en las intrigas de la conciencia, por sobrevivir. En este
sentido, la supervivencia intriga el alma de los hombres en dos direcciones, a) mediante la ética de
la sobrevivencia y b) mediante la estética de la sobrevivencia.
Finalmente, ambas direcciones conllevan al entendimiento de la muerte, no como el límite de una
experiencia afable, sino como el límite de un cautiverio existencial, que arroja la razón a un camino
de sufrimiento y sin salida. Debido a que la razón es por naturaleza positiva, es renuente a entender
la muerte, que opone toda pasividad al hecho de la misma existencia pensante de los hombres. El
problema es entonces, la falta del entendimiento de la muerte como otra cosa, como un hecho y
parte diferente de la misma existencia, pues está, es otra cosa, es alteridad.
En Kant resuena dicho conflicto de las pasiones, pues nos muestra la razón como el anhelo de la
razón inmortal. La poea, por ejemplo, supera y separa la muerte, desde una economía de la
sobrevivencia, enfocada no en la ganancia económica, sino en la vivencia estética, que supera todo
lo rentable.
La música, al igual que la poesía, produce un cierto asco en el pensamiento kantiano, pues su
estética es algo feo para la economía de la sobrevivencia, debido a que no desarrolla lo trascendente.
La autoerótica, como la autocrítica, la autoeficiencia y la capacidad autoafectiva de la estética de lo
bello y de lo feo, son los elementos que explican el fenómeno de la vida y de la muerte. La muerte
es lo feo, lo asqueroso, como el mito, con el olor hediondo, respectivamente. La muerte es lo
pestilente.
Kant, ejemplifica la economía de la sobrevivencia o supervivencia, que contiene la aceptación de
una vida continua en el tiempo, para que el alma desarrolle la perfección. El olor, igualmente
transmite distancia, desvanecimiento y separación de aquello que ata a la libertad. El hombre, nace
para sufrir por lograr su libertad, finalmente, la muerte lo libera.
A manera de contraste, el autor nos habla de las principales diferencias, por ejemplo, las diferencias
del pensamiento de Emmanuel Lévinas, quien se ocupa de la libertad, para desarrollar la econoa
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de la sobrevivencia. Kant en su caso, pasa al sentimiento de lo sublime y requiere de la moral,
dialécticamente hablando, para explicar la trascendencia del alma. Hay una separacn antagónica
entre vida y la muerte. Para la vida, con su finitud, corta de tajo con el proyecto kantiano, cuya
moral, se consuma y se conquista con el cumplimiento constante del deber, -moral universal y
deontológica-. La muerte es una ley para todos, ya que es conferida con valor intrínseco en la
subjetividad del individuo. La muerte se conjunta y unifica con la búsqueda de la perfeccn, se
aúna a los valores de santidad que implican la fe en la autoafirmacn del yo, en el amor y la
economía de la sobrevivencia.
Para lograr dicha perfección, se precisa hablar de “mi muerte”, que es la muerte del yo. Sin ser un
concepto contradictorio ni siquiera la antítesis del hecho de morir. En este sentido, se explican dos
cosas: a) qes coexistir y b) qué es el final en la muerte. El final en la muerte, no es el fin de la
muerte, pues son cosas distintas, pero se implican en el sujeto. El sujeto puede pensar que al
coexistir en el pensamiento y en la historia con los otros, puede concebir el fin de la muerte. Sin
embargo, el final, es precisamente la propia muerte. En el morir, se termina la vida y el sentido de
la misma.
En un segundo apartado, el autor se enfoca en la muerte, desde la perspectiva del pensamiento de
Martin Heidegger. Éste último, a diferencia de Kant y el enfoque expuesto anteriormente, se toma
la finitud de la existencia, como elemento base para explicar el sentido de la muerte. Es decir, sin
trascendencia para la experiencia propia, solo para las creencias. Como se observa
posteriormente, enfocado en Lévinas, la eternidad, se opone a la finitud y por ende, trasciende la
vida humana.
Pero en Heidegger no es así, debido a que el ser se identifica con el tiempo, el ser humano, al ser
mortal en el tiempo, es finito en su ser. Para el hombre, la muerte acaba con toda posibilidad y
sentido para el ‘ser’, en mismo. Algunas de las categorías con las que Heidegger dialoga con la
muerte, son: Mi ser coexiste con los otros; al morir, mi ser termina, mi coexistencia no. Esta es la
paradoja del ser. Debido a que la huida o elusión, que es la posible salida para terminar con la
totalidad de mí ser, deja una duda sobre el olvido de sí mismo.
No hay pues una existencia autentica y mi muerte, por tanto, no es afable. La autoafeccn, -que
no es un mero finar-, de la muerte, implica coexistir en libertad y yacer en la firmeza o fidelidad de
la felicidad. La muerte es cierta, debo de ser capaz de la muerte. No puedo y no debo resistirla, ya
que el impulso de poseerme y salvarme es un impulso ciego. Por lo tanto, el ‘ser’ es el ser para la
muerte. Fuera de ello, la coexistencia autentica es lo que debo considerar en mi vivir. La muerte es
para el yo y para el nosotros, no es solamente consuelo, sino cercioramiento de mi ser. En ella, hay
luz y resplandor, se acaba así, la hipertrofia del yo.
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En lo que respecta a la muerte y la finitud, el autor menciona que ni Heidegger ni Lévinas
consideraron la muerte como una acción de afabilidad, debido a la negatividad que implica. En el
primero, dicha negatividad de la existencia, conlleva al rechazo de la muerte. En el segundo, la
negatividad mencionada, conlleva a una disolución del ser en el infinito. Por tanto, en ambos, en el
nivel ontológico y óntico de la muerte, se tiene la imposibilidad del otro y, por ende, su alteridad.
Se tiene la imposibilidad de que la alteridad, pueda contactar al ser del hombre.
Por su parte, el ‘eros’, que superaría la muerte, se enfrenta a la soledad que es el ser mismo y el
tiempo. De igual manera, la etica y el amor, se abren a la infinitud, en donde el tiempo, pasa a ser
el otro, perdiéndose el mismo y con ello el ser que muerte. El eros cae en una violencia contra sí
mismo y el otro, en donde no hay salvación, solo fe. Finalmente, el ser es para la muerte y la muerte
es el otro. La muerte de lo otro, lo distante y lo alterno, me lleva a la cercanía de la otra persona,
pero en mi propia responsabilidad y bajo mi propia consideración. Lo que me arroja a una marcada
diferencia entre el cautiverio del ser y la propia serenidad.
En ambas posturas se tiene el cautiverio y el sufrimiento. Se requiere lograr y aceptar la serenidad
y la aceptación al morir. Por mi propia responsabilidad, es imposible saber el destino o el futuro,
pero debo de asumir mi sacrificio, es un acto así de libertad. Al final del viaje, también muero yo
mismo.
Sobre la muerte del otro, solo puedo tener una vecindad, muy aproximada a la infinitud y muy
determinada por la enajenacn de mi propia existencia. En ningún momento podre sentir una
sensacn de paz para mi propia muerte, pues tengo solamente acercamiento a las dos posturas.
Racionalmente hablando, tengo que aceptar el drama y liberarme de ese proceso, con resignada
aceptación, tranquilidad mental y afabilidad en mi personalidad.
Respecto al cautiverio y la serenidad, no hay indicio por parte de Lévinas, que demuestre el paso
del cautiverio de la muerte a su aceptación, tranquila y serena. De hecho, la relación de
responsabilidad moral hacia el otro, es una total configuración de mi personalidad, es una presencia
inefable e inevitable. La pobreza del cautiverio y la falta de serenidad, es una realidad, debido a
que no existe la posibilidad de la indiferencia. En Lévinas, se observa en todo momento un nculo,
con lo alter del otro, en términos de aceptacn y asimilación, para beneficio de la propia libertad
del sujeto.
La muerte es transformación. Dentro de las entrañas del ser, en la profundidad del corazón, el
hombre se observa que vive en un contaste cambio, es decir, una nueva forma de alteridad, más allá
de la conciencia, pero en el cosmos y en la vida misma. Se presenta una pasión por la
transformación. Se hace hincapié en ello, es el momento de abrazar la muerte, es una preparación
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para un valor superior, se dice que es un bien mayor puesto que corta la agonía del sufrimiento. En
cuanto a la desnudez del alma, se sabe sola y se acepta la pasión, se vislumbra la transformación
que como alteridad, es una nueva configuración. Se conquista a, una nueva creación.
Finalmente, en el último capítulo y de manera relevante, se habla de la dialéctica de la herida, pues
para el duelo, es un momento importante que permite aceptar la pérdida del otro, incluyendo la de
uno mismo, en las más profundas entrañas del ser. En este sentido todo silencio es afable, o, mejor
dicho, reinando el silencio, se produce el instante real, a la vez eterno. Es decir, se considera el
misterio a la par de la muerte como un hecho natural.
A manera de conclusión, la desnudez del alma en el momento del desamparo, nos alude claramente
a la no indiferencia. Es decir, llegado el momento de la partida, tanto en quien parte como en quien
aprecia la realidad del fallecimiento, la transparencia y claridad con la que se acepta el hecho,
convienen para sintonizarnos en un mismo sentimiento. Dicho sentimiento aleja el dolor, resalta la
referencialidad de la vida hacia su condición y otorga el valor del ser, como el de un ser para el otro.
Surge así, la presencia de la alegría serena y del silencio afable.
Definitivamente, es una lectura recomendada y un referente obligado para quienes hacen una
pausa en el diario vivir, con la intensión de reflexionar un momento sobre la muerte, como una
reflexión sobre la vida y no sobre los aspectos inertes de la existencia.
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