Protrepsis, Año 9, Número 17 (noviembre 2019 – abril 2020). www.protrepsis.cucsh.udg.mx
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de la sobrevivencia. Kant en su caso, pasa al sentimiento de lo sublime y requiere de la moral,
dialécticamente hablando, para explicar la trascendencia del alma. Hay una separación antagónica
entre vida y la muerte. Para la vida, con su finitud, corta de tajo con el proyecto kantiano, cuya
moral, se consuma y se conquista con el cumplimiento constante del deber, -moral universal y
deontológica-. La muerte es una ley para todos, ya que es conferida con valor intrínseco en la
subjetividad del individuo. La muerte se conjunta y unifica con la búsqueda de la perfección, se
aúna a los valores de santidad que implican la fe en la autoafirmación del yo, en el amor y la
economía de la sobrevivencia.
Para lograr dicha perfección, se precisa hablar de “mi muerte”, que es la muerte del yo. Sin ser un
concepto contradictorio ni siquiera la antítesis del hecho de morir. En este sentido, se explican dos
cosas: a) qué es coexistir y b) qué es el final en la muerte. El final en la muerte, no es el fin de la
muerte, pues son cosas distintas, pero se implican en el sujeto. El sujeto puede pensar que al
coexistir en el pensamiento y en la historia con los otros, puede concebir el fin de la muerte. Sin
embargo, el final, es precisamente la propia muerte. En el morir, se termina la vida y el sentido de
la misma.
En un segundo apartado, el autor se enfoca en la muerte, desde la perspectiva del pensamiento de
Martin Heidegger. Éste último, a diferencia de Kant y el enfoque expuesto anteriormente, se toma
la finitud de la existencia, como elemento base para explicar el sentido de la muerte. Es decir, sin
trascendencia para la experiencia propia, solo para las creencias. Como se observará
posteriormente, enfocado en Lévinas, la eternidad, se opone a la finitud y por ende, trasciende la
vida humana.
Pero en Heidegger no es así, debido a que el ser se identifica con el tiempo, el ser humano, al ser
mortal en el tiempo, es finito en su ser. Para el hombre, la muerte acaba con toda posibilidad y
sentido para el ‘ser’, en sí mismo. Algunas de las categorías con las que Heidegger dialoga con la
muerte, son: Mi ser coexiste con los otros; al morir, mi ser termina, mi coexistencia no. Esta es la
paradoja del ser. Debido a que la huida o elusión, que es la posible salida para terminar con la
totalidad de mí ser, deja una duda sobre el olvido de sí mismo.
No hay pues una existencia autentica y mi muerte, por tanto, no es afable. La autoafección, -que
no es un mero finar-, de la muerte, implica coexistir en libertad y yacer en la firmeza o fidelidad de
la felicidad. La muerte es cierta, debo de ser capaz de la muerte. No puedo y no debo resistirla, ya
que el impulso de poseerme y salvarme es un impulso ciego. Por lo tanto, el ‘ser’ es el ser para la
muerte. Fuera de ello, la coexistencia autentica es lo que debo considerar en mi vivir. La muerte es
para el yo y para el nosotros, no es solamente consuelo, sino cercioramiento de mi ser. En ella, hay
luz y resplandor, se acaba así, la hipertrofia del yo.