Protrepsis, Año 8, Número 16 (mayo - octubre 2019). www.protrepsis.cucsh.udg.mx
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sociedad en su conjunto. Y pensaba en el nombre del cuarto nudo, en el acto de nombrar, en la
implicación material, en cómo seguir anudando, etc. ¿Es necesario acaso?, ¿o la cosa se sostiene así,
ritualmente, y nada más? También pensé que escribir en serio sería desaparecer en acto. El nudo
real se verifica por el corte: “violencia divina”, escribía Benjamin (2007: 131). Quizás algo de eso
no ha cesado de escribirse, sintomáticamente. Devenir puro e insensato médium de los
desaparecidos de la historia, por el lado de aquello que no la tiene ni nunca la ha tenido: lo no-sido,
lo inexistente, lo real. Tocar lo real, escribir lo real, devenir real en acto, no debe ser fácilmente
soportable por nadie. A lo mejor es una de las formas de la muerte, pensaba, esa palabra que designa
muchas cosas que ignoramos, en el límite de la imaginación. A lo mejor es un nombre del deseo,
purificado, lo cual es siempre un peligro. No lo sabemos. Cuestiones ontológicas que encarnan, así,
en su historicidad fáctica concreta.
Por eso, siempre he sostenido que lo real no se verifica solo por el corte; también hay cicatriz, que
recuerda lo anterior y re-anuda la cosa. La escritura que sigue el deseo es una de las formas de esa
cicatriz. Por tanto no es bella. O no lo es al menos bajo el patrón de belleza actual. Tampoco es
sublime. Quizás tenga algo de anacrónica, o signe otra temporalidad. De a poco, voy entendiendo
la lógica retroactiva que permite cernir el deseo en cuestión, en ese sentido escritural o cicatricial,
no tan puro. Deseo de filosofía, escribí en otra parte. Pero antes fue la tesis doctoral, el proceso
institucional y su defensa. Luego le siguieron otras, innumerables defensas en otros terrenos,
ataques y entrenamientos coyunturales que resignificaron los anteriores. La precipitación material
del nombre de lo que hacía (Nodaléctica) y, finalmente, las tomas de posición y las definiciones
más ajustadas al caso. Ahora puedo decir que arribo a una definición clara y consecuente de mi
práctica, la filosofía, que me resulta bastante adecuada a lo real del objeto:
el vacío atravesado en el
anudamiento de las condiciones materiales. Además, esa definición se sitúa de manera decidida
entre las prácticas sostenidas por mis maestros, sin identificarme plenamente con ellos y sin
alejarme tampoco apresuradamente de ellos. La distancia justa. Tomando el tiempo necesario para
la elaboración del modo singular. Acá me encuentro escribiendo, y sí, ¿qué importa quién habla?,
mientras tome posición y se haga cargo de responder por lo real en juego, donde le toque en suerte.
En este punto redoblaría mi apuesta, ante la objeción habitual de que la filosofía no define objetos de estudio, como
otras ciencias sociales o humanas, lo cual lejos de ser una carencia banal, muestra su verdadera potencia. La filosofía
no es una disciplina, ni una profesión, ni un oficio; la filosofía es una práctica accesible a cualquiera que se cuestione
el sentido común y la espontánea necesidad de que todo tenga un sentido determinado. La filosofía, como decía
Althusser, no tiene objeto. Pero habría que decir con Lacan que, existencialmente, no es sin objeto; como la angustia.
Es decir, no tiene el objeto banal, a la mano, construido o sensible que todos se imaginan, sino ese vacío irreductible e
insoportable que no obstante, bien circunscrito, nos permite apropiarnos del plus de goce que normalmente va a las
cuentas del capitalista. Ese “no sin”indica el paradójico objeto causa de deseo que nos constituye ontológicamente. No
vamos a librarnos de la estupidez del goce capitalista si no asumimos esa verdad y esa práctica materialista de la
filosofía. Por más crítica o conocimiento útil que se postule, para justificar la existencia de las ciencias sociales, se
seguirá reproduciendo el orden existente mientras no se asuma en verdad el deseo irreductible que habita cada práctica
teórica.