Protrepsis, Año 8, Número 16 (mayo - octubre 2019). www.protrepsis.cucsh.udg.mx
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En la filosofía del lenguaje y en la semiótica, sobre todo en la semántica, tradicionalmente se ha
hablado de una triple significación: la unívoca, la equívoca y la análoga. La unívoca es la
significación clara y distinta, completamente rigurosa y objetiva; por eso, una hermenéutica
univocista sería la de los cientificismos, positivismos, etc. La significación equívoca es la totalmente
disparatada, irreductible y oscura, relativista y subjetiva; por ello, una hermenéutica equivocista es
la de muchos posmodernos, que ya no aspiran a ninguna objetividad ni verdad. A diferencia de
ellas, la significación analógica es en parte unívoca y en parte equívoca, predominando la
equivocidad; sin embargo, alcanza la suficiente reducción de la diferencia como para dar
conocimiento, comprensión, aunque nunca llegará a la univocidad, que es tan sólo un ideal
regulativo para ella, en la lejanía, al límite; por eso una hermenéutica analógica, sin pretender el
rigor objetivista, no renuncia a toda objetividad; tiende a la objetividad, la procura, pero siempre
con la advertencia y la conciencia de que es inalcanzable, de que va a predominar la subjetividad.
Sin embargo, se alcanza la suficiente objetividad, a pesar de todo (Beuchot, 2008: 33 y ss.). Tiene
la apertura que desea Gadamer, pero sin perder la seriedad a la que aspira Ricoeur.
En el ámbito propiamente interpretativo, podríamos decir que una hermenéutica unívoca admite
una sola interpretación de un texto; todas las demás tienen que ser falsas. En el polo opuesto, una
hermenéutica equívoca admite todas o casi todas las interpretaciones de un texto como válidas, lo
cual también es sumamente discutible. En cambio, una hermenéutica analógica admite varias
interpretaciones como válidas, todas tienen su proporción de la verdad (analogía de proporción);
pero no todas ni indiscriminadamente, pues establece una jerarquía entre esas interpretaciones
válidas, de modo que una es más rica que las otras, y las otras, al final, rayan en la falsedad, hasta
que se toca ese fondo y, ya a partir de allí, las interpretaciones restantes son falsas.
Asimismo, la hermenéutica analógica ayuda a compaginar la metáfora y la metonimia. En efecto,
según Jakobson, la analogía es la que conjunta lo metafórico y lo metonímico, pues ambas son
formas suyas, sus dos polos; de manera muy clara, lo es la metáfora (al menos una clase importante
de metáforas) y, de manera no tan clara, pero sustentable, la metonimia, ya que el cambio de
nombres o significantes que en ella se opera tiene que estar basado en alguna semejanza entre los
significados. De esta manera se evita el que sólo se dé una interpretación metonímica, propia de la
ciencia, o una interpretación sólo metafórica, propia de la poesía; y se tendrá una interpretación
que pueda oscilar, como en un gradiente, a veces más hacia la metáfora, a veces más hacia la
metonimia, según lo requiera el texto. No habrá sólo significado literal de los textos, ni sólo
significado alegórico, sino analógico, que participa de los dos anteriores y los hace convivir, con
predominio de uno o de otro según el caso, con arreglo al texto de que se trate (Beuchot, 2001: 77
y ss.).
Dado que la analogía significa proporción o equilibrio, la hermenéutica analógica tiene la
capacidad de equilibrar la interpretación sintagmática y la paradigmática. La sintagmática es lineal