Protrepsis, Año 8, Número 15 (noviembre 2018 - abril 2019). www.protrepsis.cucsh.udg.mx
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Luis Ernesto Valadez
Nacido en 1987 en La Paz, Sudcalifornia, México. Es licenciado en Filosofía, se dedica a la
docencia en el área de humanidades a nivel bachillerato. Traduce y escribe poemas. Actualmente
está terminando CAPUT, su primer libro, e investiga en la danza, el clown y el performance.
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JAQUE
Fue la primera vez que la vi. Estaba sentada entre dos carromatos abandonados de un circo que se
incendiara días antes. No recuerdo qué edad tenía. Ella parecía un poco mayor. Debíamos andar
entre los seis y los ocho. Tampoco recuerdo hacia dónde me dirigía.
Su brazo izquierdo cruzado sobre el vientre. La mano derecha sostiene el mentón. Medita su
próximo movimiento, en el tablero quedan todavía algunas piezas. Frente a ella, una langosta
observa despreocupada desde otro asiento. A un costado de ambos, en atento arbitraje, hay un
enorme buitre albino.
Su mano cruza su cara hasta un mechón que le estorba y lo coloca detrás de su oreja.
Inmediatamente después, se posa insegura sobre un alfil negro, mientras el viento arrastra por todas
partes jirones del mismo color. Toma la pieza y dice 'jaque' con una voz dulcísima. Justo en ese
momento doy un paso adelante. El buitre despierta de su inmovilidad, extiende por completo sus
alas como una temible gárgola que cobrase vida. Las piezas caen al suelo. Estoy tan rígido como
cualquiera de ellas y siento unas ganas súbitas de orinar. La langosta es la única que no parece
inmutarse. Después de unos segundos interminables, ella mueve sin mirar a su contrincante,
clavando sus ojos negros en los míos como alfileres. Al soltar la pieza de entre sus dedos siento como
si una intensa presión en mi cabeza desapareciera. En mi rostro, como una grieta, se abre una
pequeña sonrisa. Ella me sonríe de vuelta, sin parpadear una sola vez. La langosta sigue sin
percatarse de nada. El buitre recoge sus alas con cierta indulgencia. El viento corre, el sol brilla y
un calor me escurre piernas abajo como un alivio. Eso es todo lo que puedo recordar.
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VIGILANCIA
Retira del microondas el tupperware y saca batallosamente una vértebra escurridiza. No repara en
el rastro de grasa que va dejando mientras se acerca a la ventana de la garita. Es un mediodía
infernal de agosto, como ayer, como mañana. El sol sisea de gusto quemándolo todo. Ocurre lento.
A lo lejos una vieja vaca atraviesa el descampado. Es tan escuálida, que pareciera que se hubiese
tragado entera una bicicleta. Avanza unos metros más. En la superficie del mundo una dificultad
punza con insistencia. Él chupa de entre sus muñones el tuétano recalentado. En el último sorbo,
el animal cae sobre su sombra y se hace polvo amarillento. Catorce años después, él todavía se
masturba con una de sus manos fantasma.
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THE UNRESOLVED
Sostiene en su mano un omóplato a escala y el húmero ensamblado a éste. Con la otra escribe
despacio en un cuaderno diminuto. Levanta la cabeza para atender a la pregunta que le hace la
maestra. Nadie escucha de qué se trata, pero el chico responde a quemarropa con la palabra
"batman". Se hace un breve, aunque profundo silencio. Los demás tememos romperlo con nuestra
escandalosa sangre. Ella le responde cordial, pero con un dejo de reproche. Dice algo que al
principio no se entiende muy bien. "...intenta ascondir que no hai nada que dizer, ¿me comprende?".
Unos fingen asintiendo con la cabeza. Los otros escriben. Ella lo mira sin decir nada, examinándolo.
El chico está asustado, pálido, parece que va a vomitar en cualquier momento. La maestra dice algo
que ahora nadie entiende, pero que resulta en cierto modo musical. De pronto, el chico abre la
boca y deja salir una densa nube de murciélagos, que chillan mientras escapan por la única ventana
de la bodega, a unos seis metros del suelo. Frío. Después de eructar un par de veces y sobarse la
barriga, pide disculpas y asegura que está bien, mirándonos con los ojos inyectados. Los demás
aplauden y le ofrecen felicitaciones. Luego anotan en sus cuadernos a toda prisa. Mientras tanto,
yo pienso que Rumanía quizá no sea un país tan triste para visitar en invierno después de todo.
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LADO C
Vemos al público de frente. En la mesa, junto al agua embotellada, hay un enorme pez escarlata
iluminado por una vela. Su escamosa filigrana es como un cofre del tesoro abierto en la oscuridad
del recinto. Los asistentes miran en nuestra dirección y esperan. Por la posición de las ventanas y
lo que a través de ellas se vislumbra, sabemos que estamos en un sótano. El tren afuera no se sabe
si llega o si se marcha. Cerca del techo, un cardumen de peces dorados más pequeños nada
tranquilamente. La irrupción de un orden distinto separa la realidad en dos. Nadie sabe de qué
lado está, solo los peces dorados pasan de un lado al otro. Hay amenazas ahora que hasta hace un
momento no había. ¿Qué hay del hombre asiático en el traje verde al que los grillos rodean como
adorándolo? ¿o del tetrapléjico que silba en la primera fila? Notamos que alguien se acerca porque
el silencio comienza a crecer desde el público hacia nosotros. Cuando está a punto de alcanzar la
mesa, el agudo zumbido de un micrófono invisible lo rebana por la mitad. De entre las mitades se
alza una voz que no proviene de ninguna parte. Nos habla desde dentro, serena, como si supiera la
verdad. Nos resulta muy familiar por alguna extraña razón. Pregunta y pregunta. Nosotros sólo
asentimos o negamos o torcemos la cabeza en respuesta, de modo aparentemente aleatorio. Nadie
dice una sola palabra. Visto desde aquí, el efecto es magnífico, aunque no sabemos con exactitud
dónde es aquí.