Protrepsis, Año 8, Número 15 (noviembre 2018 - abril 2019). www.protrepsis.cucsh.udg.mx
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Por su parte, las ciencias puras de las Matemáticas -incluyendo La Lógica formal como “principios
de razonamiento válidos”-, son convenciones idealizadas por medio de la capacidad de abstracción,
donde números, figuras geométricas, así como valores y conceptos, buscan patrones de
comportamiento subjetivos. De esta forma, no son un fin en sí mismo, sino herramientas al servicio
de la actividad práctica de los seres humanos. Por el contrario, la abstracción del pensamiento
aplicado a la realidad, sea de un objeto material orgánico o inorgánico, puede acceder a comprender
que nada es igual a sí mismo, es decir, permanente y sin cambio, aunque no lo perciban los sentidos,
como exponen Heráclito, Hegel y Marx. Solo es posible considerar las cosas de manera fija y
estática, si permanecen artificialmente en el pensamiento abstracto y no sean capaces de
concretarse en la práctica de lo existente, como plantean Parménides, Platón, Leibniz o Kant.
Como toda ciencia se caracteriza por su objeto, método y finalidad, el dominio de las concepciones
idealistas, fijas, estáticas y mecánicas, hacen de la filosofía un enfoque de la mente y la razón al
margen de los procesos reales de la existencia material y social. Tampoco el movimiento
mecanicista de Aristóteles, Newton o Darwin conecta totalmente con la realidad, pues su método
y conclusiones empíricas choca con la validez dialéctica de sus innovaciones, comprendiendo
mejor las consecuencias de sus logros que las causas de sus descubrimientos. Por el contrario, el
pensamiento más certero y desarrollado en la conexión de la capacidad de abstracción con la
realidad material, lo esboza Heráclito en la percepción, lo sistematiza Hegel en la teoría, y lo aplica
Marx a la sociedad.
Nada es igual a sí mismo nunca, ni siquiera en un “momento dado”, pues mientras siempre hay
cambio perpetuo en el espacio, nunca hay paralización del tiempo. Todo lo que perciben los
sentidos humanos son aproximaciones limitadas de la apariencia de las cosas, que siempre se
encuentra en diferentes “momentos” de procesos ininterrumpidos. El pensamiento abstracto
utilizado en el análisis de causas, con el estudio concreto de los efectos, es lo que permite una
aproximación a la comprensión de la realidad, como un devenir permanente transformado por
cambios cualitativos y cuantitativos que anulan lo precedente, entendiendo por ello un proceso
objetivo, no una consideración subjetiva, antes de la intervención consciente de los seres humanos
para transformarla. Todas las ciencias físicas y humanas tienen como fundamento la búsqueda de
causas para comprender sus efectos, por lo tanto, confirman de manera explícita -se reconozca o
no- que todo lo susceptible de análisis forma parte de un proceso, cuya apariencia empírica y
estática es solo un “momento de transición” captado parcialmente por los sentidos.
Por lo tanto, el pensamiento abstracto de las ideas innatas de las religiones y sus dogmas de verdades
eternas a cargo de mitos y dioses, o de la filosofía idealista, racionalista y metafísica de Platón,
Descartes o Kant por medio de la ética y la moral, son postulados subjetivos de la mente que de
manera atemporal tratan de hacer del mundo un lugar estable, fijo y seguro con valores universales,