Protrepsis, Año 8, Número 15 (noviembre 2018 - abril 2019). www.protrepsis.cucsh.udg.mx
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dinámico; por ello, las reglas morales no son atemporales y no es correcto entenderlas de manera
unívoca.
Aunque son claras las influencias socrático-platónicas en sus libros sobre ética, Aristóteles no
coincidió con Sócrates en la idea de que la virtud es un saber, ni con Platón en la idea de que el
bien es algo que antecede al individuo. Desde los primeros libros de su juventud, Aristóteles
menciona que “lo más bello, más apreciable y más loable en sí (es preferible)” (Aristóteles, 1994,
III 1, 116b 37). Tenía claro que, aunque se busque el bien, la valoración de tal no es la misma en
todo momento, pero sabía que de cualquier manera tendría que comprenderse que “aquello a lo
que sigue un bien más grande es también más deseable” (Aristóteles, 1994, III 2, 117a 7-8). El
estagirita destaca la importancia del significado de la situación electiva y la decisión voluntaria para
lograr un juicio correcto.
A diferencia de Platón, el filósofo del peripato no se limita a considerar la razón por sí misma como
virtuosa, pues una cosa es conocer el bien y otra actuarlo o realizarlo. Si con Sócrates se había
reconocido que la maldad podría consistir en la ignorancia, con Aristóteles se abre la posibilidad de
una maldad no ignorante: la del que aun conociendo lo que se debe hacer no lo hace. La virtud
depende del acto, el acto se circunscribe a la elección, la elección está sujeta a la volición y ésta de
la deliberación que, a su vez, está supeditada a la percepción cambiante; desde esta perspectiva,
nadie podría ser una buena o mala persona, puesto que los actos guardan dependencia con las
circunstancias que condicionan la percepción de la que surge la voluntad. Asimismo, la
deliberación se sujeta a valoraciones que están asociadas a eventualidades y causalidades
indeterminadas.
Aristóteles no sale reinante de esta aporía. Piensa, sin embargo, que nuestras equivocaciones en la
concepción del bien tienen que ver con que, en efecto, no somos buenos; es decir, si soy bueno
observaré la bondad, sino no. Pero ¿cómo puedo ser bueno y a priori escoger lo bueno? ¿Dónde se
inicia tal círculo? El estagirita intentó responsabilizar al hombre de sus decisiones, quizá perdiendo
de vista que no es suficiente con razonar para llegar a las mismas conclusiones. No basta ser racional
para optar por lo bueno, ni basta creerse bueno para razonar conforme a lo que es bueno para la
mayoría; lo bueno y lo malo no responden a un bien universal y absoluto, por más que se busque
encajonar forzadamente la metafísica como fuente de la que deriva la ética. Es todo lo contrario:
puesto que no hay un Bien absoluto ni Deidad alguna, las nociones sobre lo bueno dependen de
los aprendizajes; por tanto, no son configurados metafísicamente sino culturalmente.
De esta forma, todo responde al caos aparente, a una muy posible causalidad que escapa de nuestra
percepción y comprensión, a las innumerables conexiones que en nuestra vida nos llevan a elegir
(quizá racionalmente, pero no unívocamente) una conducta. Aristóteles no responde a la cuestión