Protrepsis, Año 8, Número 15 (noviembre 2018 - abril 2019). www.protrepsis.cucsh.udg.mx
170
la igualdad. Sin esta igualdad empática por encima de nuestras diferencias, ni el dolor ni la risa
serían contagiosas; yendo, incluso, esta empatía (añadimos nosotros) más allá de lo exclusivamente
humano para acabar impactados moralmente en relación al reino animal, puesto que el Dios Uno
también lo sería, en buena lógica, de todos los animales. Cohen llama la atención respecto de una
“lógica emocional” (no estoy totalmente seguro de la pertinencia de esta expresión; pero me parece
una mina como lo es “inteligencia emocional”), un triángulo cuya base lo forman a) “Dios Uno” y
b) la “empatía”. La base es la “Igualdad”, mientras que, arrancando de ahí el vértice superior,
vendría c) el “amor al prójimo”.
Que cuando Jesús habla del prójimo, éste no puede ser el judío, lo demuestra el eco de la ley
mosaica que se repite en Mc, 12: 33: “es más que todos los holocaustos y sacrificios”, que se repite,
como hemos visto anteriormente, en el Antiguo Testamento. En efecto, si Jesús estuviera
enmendando el mandamiento del amor al prójimo, ¿por qué habría de repetir el versículo anterior?
El segundo texto que Cohen utilizó de laboratorio arqueológico de la verdad está en Lucas 10: 25
y ss. (2004a: 12). Este testimonio de la vida de Jesús narra cómo un “intérprete de la ley” le
preguntó de forma capciosa al Maestro: “¿haciendo qué cosa heredaré la vida eterna?” Jesús le
contestó: “¿Qué está escrito en la ley? ¿Cómo lees?”. Entonces, el especialista le contestó repitiendo
exactamente el primer y segundo mandamiento. A lo que, a su vez, Jesús le dijo que había
respondido bien y que solo faltaba que lo viviera, que lo hiciera. Sin embargo, aquel hombre,
queriendo autojustificarse, le preguntó al Maestro: “¿Y quién es mi prójimo?”. Y ahí cuenta Lucas
la tan famosa como incomprendida (sobre todo en la época del antisemitismo que está viviendo
Cohen en Alemania) parábola del “buen samaritano”. Muy resumidamente es la siguiente historia
creada por Jesús: que un día iba descendiendo un hombre por el camino que iba de Jerusalén a
Jericó, un buen trecho. Este hombre cayó en manos de unos ladrones que casi lo matan. Quedó
tendido al borde del camino. A la hora, más o menos, iba descendiendo por el mismo camino un
“sacerdote”, quien al llegar junto al que estaba “medio muerto” se alejó y “pasó de largo”. Al rato
pasó otro hombre, esta vez un “levita”, que al llegar a la altura del que estaba gimiendo de dolor,
sangrando, “pasó de largo”. “Pero un samaritano, que iba de camino, vino cerca de él, y viéndole,
fue movido a misericordia; y acercándose, vendó sus heridas, echándoles aceite y vino; y poniéndole
en su cabalgadura , lo llevó al mesón, y cuidó de él.” No sabemos cuántos días estuvo el samaritano
en la taberna; el caso es que tenía que volver a su casa, con los suyos. Entonces llamó al “mesonero”
y le dio dos denarios: “Cuídamele, y todo lo que gastes de más, yo te lo pagaré cuando regrese”.
Entonces Jesús miró al creyente judío y le dijo que quién era el prójimo de esos tres hombres. A lo
que éste contestó: “El que usó de misericordia con él” (Lc, 10: 25-37; énfasis añadido).
Pero esta parábola no quiere decir que todos los samaritanos son buenos. Tampoco que un
samaritano es un judío. Creo que no hay que ser un especialista, sino saber algo de historia y saber
cómo leemos lo que leemos. Entre el samaritano y el habitante de Jerusalén no solo había un largo