Protrepsis, Año 8, Número 15 (noviembre 2018 - abril 2019). www.protrepsis.cucsh.udg.mx
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ISSN: 2007-9273
Protrepsis, Año 8, Número 15 (noviembre 2018 - abril 2019) 107-124
Recibido: 15/10/2018
Revisado: 25/10/2018
Aceptado: 03/11/2018
Cualificación y sometimiento ideológico para el cambio
social.
Omer Buatu Batubenge
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Universidad de Colima.
Colima. México.
E-mail: omerbuat@yahoo.com
Resumen: Con motivo del bicentenario del nacimiento de Karl Marx, el presente trabajo
medita la importancia de la ideología para el cambio social en sociedades donde
experimentamos los desafíos de la discriminación, de la aniquilación de las libertades
civiles, de la violencia, así como de la construcción de sistemas políticos comprometidos
con la convivencia pacífica. Partimos de la idea de que la ideología, ya sea como falsa
conciencia o cosmovisión, es una brújula orientadora y constitutiva del cambio social.
Realiza esta función transformando las personas de comunidades diferentes en sujetos
hacedores de su propia historia. Tal conversión opera en un proceso dialéctico de
formación en el que una persona se vuelve consciente de sus cualidades y habilidades
para actuar y escribir su historia; al mismo tiempo, ya devenido consciente y reflexivo,
por lo tanto, sujeto, éste actúa obedeciendo a la institución que lo reconoció como
agente y en función de los objetivos que yacen en la nueva visión del mundo. Tal es el
sentido del título Cualificación y sometimiento ideológico para el cambio social.
Palabras clave: ideología, cualificación, sometimiento, sujeto, cambio social.
Abstract: On the bicentenary of the birth of Karl Marx, the present work reflects on the
importance of ideology for social change in societies where we experience the
challenges of discrimination, the annihilation of civil liberties, violence, as well as the
construction of political systems committed to peaceful coexistence. We start from the
idea that ideology, whether as false consciousness or worldview, is a compass that
guides and constitutes social change. He performs this function while transforming
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people from different communities into subjects who make their own history. This
conversion is operating in a dialectical process of formation in which a person becomes
conscious of his qualities and abilities to act and write his history. At the same time,
already become conscious and reflective, therefore, subject, he acts obeying the
institution that recognized him as an agent and in terms of the objectives that lie in the
new vision of the world. That is the meaning of the title qualification and ideological
submission for social change.
Keywords: ideology, qualification, submission, subject, social change.
Introducción:
El 5 de mayo de 2018, gran parte del mundo celebró el bicentenario del nacimiento de
un espíritu excepcionalmente influyente en la historia del pensamiento
contemporáneo. La evidencia de ello son numerosos congresos y encuentros tanto
nacionales como internacionales organizados en los diferentes continentes. A título de
ejemplo para el mundo hispanohablante, podemos citar en Venezuela el “Congreso
Internacional Marx en el siglo XXI. Desafíos para la transformación del mundo actual y
la Revolución Bolivariana”, celebrado los días jueves 3 y viernes 4 de mayo de 2018
(Prensa MPPC, 2018); en España, del 2 al 6 de octubre de 2018 la Universidad
Complutense de Madrid conmemoró el nacimiento de Marx con el Congreso
Internacional
Pensar con Marx hoy
, según los carteles de la Facultad de ciencias
políticas y Sociología; en México en la UNAM, la facultad de economía y la de ciencias
políticas y sociales organizaron jornadas de reflexión los días 4 y 5 de mayo con temas
tales como
El bicentenario del nacimiento de Karl Marx: discutiendo el marxismo desde
la teoría crítica
,
Pensar con Marx: la clase obrera y el capitalismo actual
. (Mateos-Vega,
2018: 3). Estos eventos organizados a través del planeta demuestran que el nacimiento
de Karl Marx, es un acontecimiento de reflexión y de meditación sobre la manera cómo
hoy en día asumimos su legado filosófico, económico, sociológico, político o cultural
para entender nuestras relaciones sociales y resolver los desafíos que, en ellas, se
presentan.
En efecto, quien habla de Marx piensa directamente en la crítica al capitalismo, en la
dialéctica de las clases y el análisis de las relaciones de dominación que las sustentan,
en los partidos políticos de corte social o comunista y sus ideologías, en la pobreza de
los obreros, etc. Es casi imposible sintetizar a Karl Marx, ya que su obra no sólo nos
interpela en cada relación y actividad que emprendemos en nuestra vida, sino sobre
todo porque su dimensión convivencial la ubica en una intersección entre la teoría y la
práctica. Es en esta unión donde aparecen sus fortalezas y debilidades. Pienso en la
energía con la cual analiza las relaciones de dominación partiendo de las necesidades
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reales de los seres humanos, de sus actividades y limitaciones a fin de denunciar lo que
él llama “…la trabazón existente entre la organización social y la política y la
producción.” (Marx, 1974:25). Pienso igualmente en el hecho de haberse encerrado en
las relaciones de producción, cuando su análisis tiene un alcance mayor que abarca
todos los ámbitos de las relaciones humanas. A mi parecer, es la finalidad convivencial,
esto es, pacífica la que llama mucho más mi atención, ya que su análisis de la sociedad
capitalista no es sólo desinteresado, sino que es una denuncia con miras a la
construcción de un cambio verdadero en nuestra sociedad, a fin de que el fruto de las
actividades humanas beneficie a todos y no sólo a unos cuantos.
En este sentido, percibo la dimensión filosófica de la obra de Marx como un
cuestionamiento a la vocación desinteresada de la filosofía y una invitación a la
construcción de sociedades armónicas donde los beneficios de las actividades sean para
todos. El mismo desafío ha sido recuperado por Alain Touraine, quien se pregunta sobre
la probabilidad de vivir juntos con nuestras diferencias (Touraine, 2008). Este desafío
implica la necesidad de contar con actores sociales comprometidos con la convivencia
pacífica, y conscientes del peligro que presenta hoy en día un capitalismo feroz, sin
piedad ni solidaridad, cuya ley descansa en la competencia suicida. En consideración de
lo anterior, me pregunto: ¿Cómo podemos hoy constituirnos en los actores sociales
susceptibles de producir el cambio anhelado por Karl Marx? Dado que tal cambio debe
realizar las necesidades y aspiraciones de la sociedad, es indispensable analizar la
función de la ideología en la formación de los sujetos sociales, así como de las
sociedades a las cuales éstos pertenecen.
Postulo que todos los estilos de vida son inducidos, incluso cuando parecen ser
individuales. En relación con lo anterior, la ideología es una brújula orientadora de un
cambio social que puede aliarse con las creencias, sufrimientos y aspiraciones de un
pueblo. Cumple efectivamente su función cuando se encarna en sujetos hacedores de
su propia historia y de la de sus comunidades. Este proceso de identificación de la
ideología con las personas para constituirlos en actores sociales recibirá el nombre de
dialéctica de la persona y del sujeto. Se estructura en torno a valores y principios que
una comunidad o parte de ella quiere alcanzar y permite el tejido de un conjunto de
interrelaciones que podemos considerar como formas de convivencia o de subjetividad.
Ello implica que las variadas formas de convivencia dependen de los valores y objetivos
por alcanzar en una sociedad y de la efectiva implicación de los agentes sociales. Su
sentido direccional y la conducta social dependen, por lo tanto, de la ideología
profesada y de la capacidad de los actores para imprimir una verdadera dinámica en el
cambio deseado como respuesta a las necesidades y aspiraciones sociales.
1. Constitución del sujeto hacedor de la historia.
La convivencia humana se estructura en torno a ciertos principios o valores
considerados como elevados para la comunidad, y es definida por el conjunto de las
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interacciones para alcanzar dichos valores. Ello implica que una forma de convivencia
se aprecia en función del valor que se persigue y de la capacidad de los involucrados en
ella para generar el equilibrio deseado. Así, la solidaridad, la justicia, la paz o el cuidado
del entorno pueden considerarse como formas de convivencia en una comunidad si es
posible evaluar la acción de los miembros de la comunidad en pro de esos principios.
De la misma manera, las formas degeneradas de convivencia como el individualismo, la
arbitrariedad, la violencia o la contaminación están determinadas por una dinámica de
desequilibrio que sólo busca beneficiar a un pequeño grupo de los miembros de una
comunidad.
La idea de la convivencia, extraída del principio pacífico de Aristóteles en su “Ética a
Nicómaco” estipula que todos hemos nacido para convivir, esto es para procurarse
complementariedad y alcanzar objetivos comunes que contribuyan a la realización
individual. En efecto, Aristóteles afirma: “Absurdo sería hacer del hombre dichoso un
solitario, porque nadie escogería poseer a solas todos los bienes, puesto que el hombre
es un ser político y nacido para convivir.” (Aristóteles, 2000: 126). Pese a que las
ciencias sociales y políticas han conservado la primera parte de esta cita que
corresponde al aspecto conflictivo de la sociedad y que fundamenta la administración
de las comunidades, la idea de la convivencia resalta el hecho de que el objetivo de toda
administración política es la paz, y no los conflictos. Éstos deben percibirse como la falta
de unidad y de cohesión, las cuales son los principios evaluables de una convivencia
armónica. (Buatu, 2015: 41-60).
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En efecto, es en el intercambio de experiencias personales vividas, esto es, en la puesta
en común de vivencias, que la comunidad aparece. Es sólo después de esta
conformación de la comunidad y ante la probabilidad de la oposición entre las
diferentes vivencias que se hace necesaria su gestión a fin de mantener el equilibrio en
las relaciones. Para que este último objetivo, el de mantener el equilibrio social o la
convivencia pacífica, sea alcanzado es necesario que todos los miembros de la
comunidad se conviertan en agentes de su propia historia. Esta exigencia implica cierta
transformación de una persona como individuo de una comunidad en un sujeto hacedor
o actor. Este proceso de transformación de los miembros está en la base del cambio
social y se realiza de manera dialéctica, es decir, con la articulación de al menos dos
fuerzas no siempre armónicas: la cualificación y sometimiento de la persona como
sujeto.
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Siendo la paz el objetivo principal de los estudios sobre los conflictos, mi perspectiva de estudio ha sido
y es reflexionar sobre las condiciones de construcción de la unidad en las comunidades y no sobre la
disminución de los conflictos. Esta última perspectiva tiene el riesgo de teorizar sobre lo opuesto al
objetivo perseguido, esto es, el riesgo de dejar lo que constituye la razón de ser de toda filosofía de la
convivencia, la paz, para estudiar su contrario. Por eso considero la Teoría integradora de paz como una
herramienta importante para entender esas condiciones para la construcción de la unidad y convivencia
pacífica.
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Mi concepto del cambio social está influido esencialmente por la perspectiva de estudio
de Guy Rocher cuando afirma: Le changement, c’est aussi une idéologie, une
perception du monde, une certaine conviction.” [El cambio es también una ideología,
una percepción del mundo, una cierta convicción] (Rocher, 1973: 178). En efecto, el
cambio social no es un fenómeno que se produce delante de nosotros sin nosotros; su
realización depende de nuestras creencias, de nuestra voluntad e incluso de nuestra
aceptación de que existe un cambio. Por eso, su dimensión objetiva debe completarse
por otra dimensión subjetiva, la cual hace que el cambio social se encuentra primero en
los sujetos sociales antes de objetivarse en los hechos de los que sufrimos en la
sociedad. Según esta concepción, es el ser humano quien, con una mirada móvil sobre
las cosas, las mete en movimiento y actúa para que se muevan. Por eso, aserta Guy
Rocher : “Et c’est parce qu’il porte sur le monde un regard mobile qu’il imprime aux
choses une impulsion, une action. » [Es porque el ser humano percibe el mundo de
manera móvil, que llega a imprimir en ellas una impulsión, una acción] (Rocher, 1973:
178).
Por lo tanto, la actitud del ser humano ante el mundo es la que define al cambio social.
Esa actitud es el dinamismo que puede observarse en esta definición de Juan Francisco
Gómez: “las transformaciones de las condiciones de vida de los grupos humanos, de su
estructura y de su sistema de valores.” (Gómez, 2012). En esta afirmación, la idea de
transformación implica que es un proceso dinámico determinado por factores objetivos
y subjetivos, construidos por un grupo de seres humanos con la intención de influir de
manera consciente en algún aspecto importante de este grupo, llevándolo hacia una
dirección y a un ritmo determinado.
Con base en lo anterior, la participación del ser humano es fundamental para que se
lleve a cabo y visibiliza un cambio social. Ello implica que todos los involucrados en el
cambio conozcan las metas planteadas y su rol para una dinámica fructífera. Este
conocimiento depende de la formación que tengan las personas con respecto a los
anhelos y necesidades de la sociedad, así como a las estrategias de lucha para conseguir
el cambio deseado. Por lo tanto, la cohesión de los miembros de la sociedad, su
conciencia de las aspiraciones y miedos de la sociedad, así como el conocimiento de las
metas y estrategias de cambio hace necesario un instrumento capaz de conjuntar,
reforzar y orientar las energías hacia un mismo objetivo.
Este instrumento es, sin lugar a duda, la ideología. En efecto, la ideología constituye y
modela las formas de vida, y se presenta a nosotros como un discurso orientador hacia
esas formas de convivencia. Al respecto, Göran Therborn menciona: “La función de la
ideología en la vida humana consiste básicamente en la constitución y modelación de la
forma en que los seres humanos viven sus vidas como actores conscientes y reflexivos
en un mundo estructurado y significativo.” (Therborn, 1987: 13). Esta afirmación
demuestra que la manera según la cual vivimos está determinada o atravesada por
ideologías, las cuales imprimen su dinámica en nuestras experiencias y nos orientan en
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función de la visión del mundo que promueven. En el mismo sentido, Ferruccio Rossi-
Landi confirma que todos los estilos de vida pueden modificarse y son susceptibles de
ser inducidos, esto es, orientados. Por eso, declara lo siguiente: …a la luz ya sea del
materialismo histórico o de la semiótica, los estilos de vida son socialmente inducidos
y como tales muy condicionados y delimitados …” (Rossi-Landi, 1980: 33).
A la luz de estos dos politólogos marxistas, hay un consenso en que la manera según la
cual vivimos no depende completamente de nosotros, está inducida y moldeada en gran
parte. Por lo tanto, los cambios sociales están igualmente inducidos y moldeados por
sujetos capacitados y comprometidos con ellos. Uno de los instrumentos que habilita
para ello es la educación, en la medida en que permite introducir nuevas pautas de
comportamientos en la sociedad, mantener las existentes o extinguir otras. Es por eso
por lo que todas las sociedades introducen en sus sistemas educativos los
conocimientos, habilidades y actitudes que, para ellos, son necesarios para alcanzar los
objetivos bien definidos. Con la educación, se forman los ciudadanos en función de las
necesidades y las aspiraciones de la población o de las autoridades gubernamentales.
Por lo tanto, los sistemas educativos de los países son, en realidad, instrumentos
ideológicos, los cuales orientan la población y modifican su cosmovisión. No cabe duda,
por ejemplo, que los intentos actuales de diferentes gobiernos de América Latina para
sacar la filosofía y la sociología de los planes de estudios obedecen a una determinada
concepción del mundo en la cual estas áreas están vistas como un obstáculo a la
realización de metas importantes. La Reforma Integral de Educación Media Superior de
2008 en México es un ejemplo patente.
Como lo señala Ferruccio Rossi Landi, es Karl Marx quien nos abrió los ojos ante la
importancia de este instrumento usada para mantener las relaciones de dominación en
una sociedad capitalista. Lo que cabría anotar aq es que incluso bajo el concepto
marxista de falsa conciencia o bajo el concepto general de una cosmovisión, toda
ideología tiene como objetivo modificar los estilos de vida, operar cambios y orientar a
la gente hacia nuevos horizontes o justificar el statu quo. Por eso, podemos considerar
que la ideología es una brújula orientadora de un cambio social y lo es mejor cuando
sepa aliarse con las creencias, sufrimientos y aspiraciones de un pueblo. Su función es
entonces comparable a la de una identidad dejando clara la diferencia de que la
ideología debe aprenderse de manera consciente con miras a acciones objetivas y
evaluables, mientras que nuestra identidad la hemos adquirido de manera
convencional. Lo que implica que el paso de la identidad a la ideología es lo mismo que
el tránsito de la persona a sujeto agente social; en otras palabras, es el paso de la
inconsciencia a la conciencia de los roles que deben desempeñar los agentes sociales.
Esta distinción no pone en cuestión la acepción de la ideología como engaño o como
manipulación de las masas; pone en relieve el hecho de que la acción de manipular o
engañar logrará eficazmente su cometido sólo si los actores sociales están conscientes
de todas las estrategias necesarias para llevar a cabo sus decisiones.
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El término ideología tiene un sinfín de significados que hacen que su uso deba
manejarse con mucha prudencia. Por ello, inspirado por la función inductora y
moldeadora de la ideología, y para evitar confusiones y fijar los espíritus, Rossi Landi le
ha atribuido dos significados esenciales: la ideología es un falso pensamiento así tal
como lo concibió Karl Marx y también puede ser una visión del mundo. (Rossi-Landi,
1980: 29-34). El simple hecho de darse cuenta de que en casi todas las revoluciones el
gran perdedor ha sido el pueblo movilizado por sus sufrimientos, es la prueba del
primer significado. Al respecto de este significado, Marx considera a los pensadores
como grandes creadores de ilusiones: “…Los ideólogos conceptivos activos de dicha
clase [clase dominante], que hacen del crear la ilusión de esta clase acerca de sí misma
su rama de alimentación fundamental.” (Marx, 1974: 51). Sin embargo, al llegar al
poder, los antiguos luchadores implementan estructuras e instituciones que traducen
su sistema de valores, sus ideas y creencias, en suma, que traducen su manera de ver al
mundo y de orientarse en él; lo anterior hace plausible el segundo significado. A
menudo, esta visión particular es generalizada para hacerla pasar como la visión de
todo el pueblo. Por eso Marx, fiel a su concepción de ideología como falso pensamiento
advierte:
En efecto, cada nueva clase que pasa a ocupar el puesto de la que dominó antes
de ella se ve obligada , para poder sacar adelante los fines que persigue, a
presentar su propio interés como el interés común de todos los miembros de la
sociedad… (Marx, 1974: 52).
Por lo cual la ideología no puede ser simplemente un engaño a la población; debe
transcender este aspecto para impactar de algún modo en la sociedad, desvelando así
la cosmovisión que yace detrás de todas las luchas para el cambio. Debe haber una
diferencia significativa entre la situación o visión actual y los cambios que se quieren
implantar para poder hacerlos visibles a los ojos de los miembros de la comunidad por
su movilización. Así, por ejemplo, cuando observamos el capitalismo y el comunismo, la
diferencia está bien clara. Por un lado, tenemos la primacía del individuo y la aceptación
de la propiedad privada, mientras que por el otro están la preponderancia de la
comunidad y el control colectivo o estatal de los medios productivos. Por un lado, se
promueve la libertad de empresa como el motor de la economía y del progreso social,
mientras que por el otro se enfatiza la planificación y organización colectiva para ese
mismo progreso.
En la formación ideológica, el reto consiste en hacer claros, visibles a la gente
movilizada los principios en torno a los cuales se estructura el cambio. En otro sentido,
la gente debe ser consciente de los valores que se persiguen y actuar en función de ellos.
El logro de la movilización y la orientación hacia nuevos objetivos dependen
fuertemente de esta conciencia de los principios básicos que definen la visión del futuro.
Es por eso por lo que, el paso de la persona al sujeto corresponde al paso de la
inconsciencia a la conciencia de los roles que los involucrados tienen que desempeñar
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en la sociedad. Al respecto, el reto descansa en saber cómo se puede concebir una visión
del mundo y orientar a la gente hacia una dirección determinada por esa visión del
mundo.
2. Brújulas sociales: de la identidad a la ideología.
Buscamos responder en este apartado a la siguiente pregunta: ¿Cómo se llega a
concebir e implementar tal o cual visión en la sociedad? Aquí es el momento en que la
ideología juega un papel muy importante, parecido al de la identidad. Heinz Dieterich
estipula que la identidad tiene dos funciones contradictorias y complementarias. La
identidad tiene a la vez una función conservadora y adaptadora. Ayuda a cualquier
sistema a sobrevivir en un medio determinado y a adaptarse a los recurrentes cambios
de los que sufre el medio. Bajo este esquema, Dieterich considera que la identidad es
una brújula orientadora de un sistema sin la cual no sólo el sistema pierde el rumbo,
sino que sobre todo no sobrevive. Por eso, advierte Dieterich que la identidad no es lo
propio del ser humano, sino de todo ser vivo; en otras palabras, la identidad es una
constante biológica.
Sin ambages ni rodeos, Dieterich menciona: “El rango de aplicabilidad del concepto
identidad no se limita al ámbito del ser humano, sino que parece ser una constante en
los sistemas biológicos en general.” (Dietrich, 2000: 129). Y para explicar su propósito,
usa el ejemplo de los virus en el cuerpo humano y refuerza su idea argumentando que
cuando el sistema de defensa antiviral del ser humano detecta la presencia de un
enemigo, por su capacidad de distinguir entre células propias y aquellas controladas
por un virus, desarrolla estrategias para eliminar al enemigo.
Sin embargo, éste desarrolla, de su parte, otras estrategias o contraestrategias de
supervivencia frente al sistema que lo combate. De este modo, el virus logra vivir en
medio aparentemente hostil para su vida. De allí, Dieterich concluye que la identidad es
un requisito de los sistemas biológicos, sin el cual no pueden vivir. Tiene una
importancia vital en la preservación y el desarrollo de un sistema como la nación. La
única diferencia entre los sistemas biológicos y sociales es el grado de complejidad de
la identidad alcanzada; tal complejidad supera el lenguaje binario o discriminatorio de
positivo-negativo, propio-extraño, blancos-indígenas; convivencia democrática y
justicia social contra sistema depredador y de dominación.
Se puede objetar que la identidad del ser humano no es de carácter biológico, porque
se trata de un equilibrio entre los factores inconscientes inscritos en la biología humana
determinados por las pulsiones internas y otros inconscientes como resultado de un
mal rechazo de los deseos perjudiciales para nosotros, así como los factores de la
educación, la cual depende del contacto con los educadores, amigos, parientes e
instituciones sociales. En breve, la identidad influye sobre nuestra supervivencia
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conservando ciertas características estables y adaptando o incorporando otras
características en función del cambio que se produce en el entorno. Lo que hace
realmente la diferencia entre el papel que juega la identidad y la ideología en nuestra
vida es el carácter consciente de la formación ideológica.
Una visión del mundo, para ser considerada como ideología en el sentido político, es
decir para la gestión de la comunidad y de las relaciones interpersonales, debe
adquirirse de manera consciente de modo que pueda cumplir eficazmente el rol
correspondiente a la posición que en dicha visión del mundo es asignada a un individuo.
Por esta adquisición consciente, ese individuo se transforma de ser una persona
reconocida en una comunidad en un sujeto, actor y agente de su historia en el
cumplimiento de su rol. En efecto, una visión del mundo necesita de actores, de factores
y de condiciones para su realización. El dicho
Las ideas son las que conducen el mundo
tiene su sentido sólo si esas ideas se encarnan en sujetos, quienes las pondrán en
práctica. La primera tarea consiste en encontrar a los actores conscientes de la misión
a realizar. Pese a que tanto la identidad como la ideología deben aprenderse y
compartirse durante un cierto tiempo más menos largo, la ideología se destaca por el
hecho de que debe convertir los individuos de la identidad, de cualquier identidad que
sea, en sujetos hacedores de su historia. Esta transformación de los individuos en
sujetos se hace en un doble y simultáneo proceso de cualificación y sometimiento.
Por razones teóricas, voy a separar los dos subprocesos y partiré del significado de
sujeto extraído del trabajo de Göran Therborn por su simplicidad y profundidad.
Simplicidad porque Therborn considera el concepto sujeto desde el punto de vista
gramatical a partir de dos categorías: por un lado, considera sujeto como adjetivo con
el sentido de supeditado, subyugado, atado o enganchado; por el otro lado, el sujeto es
la persona gramatical que realiza la acción del verbo. En un segundo movimiento,
recoge en Louis Althusser la idea del sujeto como una instancia superior, como el caso
de Dios en la religión judeo-cristiana. Luego, da profundidad al concepto al combinar
las tres acepciones y definir al sujeto como un actor social que se comprende como
sometido a una instancia superior (Therborn, 1987: 14). Como actor, se reconocen en
él cualidades y capacidades para ejercer de manera consciente tareas que dan
significado al mundo en el que vive. Por eso la subjetividad se define como la manera
de vivir y practicar la individualidad para dar sentido a mi contexto. Hay diversas
formas de subjetividad, las cuales pueden entrar en conflictos en ciertas condiciones, es
decir, pueden oponerse o interrelacionarse. Así la subjetividad de un patrón se opone a
la de un obrero. También se pueden deshacer o reconstruir. Lo anterior implica que son
efímeras y, por lo tanto, pueden orientarse, guiarse o inducirse.
Este carácter vulnerable se opone a la perpetuidad de la identidad o al menos a su
estabilidad, características bien delatadas en los trabajos de Gilberto Giménez. Para este
autor, los rasgos identitarios deben ser estables y valorados por un grupo o una
persona. Por eso define a la identidad en los siguientes términos: “[…] un proceso
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subjetivo por el que los sujetos definen su diferencia de otros sujetos mediante la auto-
asignación de un repertorio de atributos culturales frecuentemente valorizados y
relativamente estables en el tiempo”. (Giménez, 2007: 6). Heinz Dietrich acepta esta
caracterización de la identidad, ya que en su concepción la identidad es una constante
orientadora en la vida, sin la cual es imposible encontrar el rumbo. En el mismo sentido
apunta la reflexión de la profesora Johanna Broda para quién nuestra identidad está
compuesta de un núcleo duro cuyos componentes se han formado durante siglos de
vida cultural. Sin embargo, en Broda, encontramos una posibilidad de cambiar los
compuestos del núcleo duro sin necesidad de un proceso violento o revolucionario tal
como el de la colonización de América Latina y de África, determinado por la
destrucción de una identidad y su remplazo por otra visión del mundo. Al respecto,
Johanna Broda menciona:
El núcleo duro se constituye por la decantación abstracta de un pensamiento
concreto cotidiano, práctico y social que se forma a lo largo del siglo. […] Los
elementos del núcleo se han acendrado en la congruencia. Puede pensarse que
algunos de ellos, tocados por procesos históricos profundos, lleguen a su fin y
son sustituidos por nuevos componentes del núcleo; pero los componentes
sustituidos deben ajustarse y ajustar a los otros elementos para mantener la
lógica del conjunto en una recomposición sistemática. (Broda, 2001: 60).
El enfoque histórico de Broda como una apreciación de la identidad desde la
contingencia y vulnerabilidad de sus elementos constitutivos permite pensar que la
estabilidad no es incompatible con la posibilidad de cambio en las pautas de conductas
que definen a un grupo social o una persona. Por lo tanto, una identidad o una
cosmovisión puede estar estable y a la vez ir sufriendo algunos cambios en sus
elementos esenciales a través de la historia. Lo anterior implica que el ser humano, e
incluso su comunidad, puede apreciarse, bajo un enfoque histórico como un
permanente desarrollo en función de las circunstancias y de la temporalidad que nos
toca convivir. No es entonces casual que Mario Magallón Anaya afirma: “Sabido es,
desde la época moderna, que el hombre es historia, es temporalidad, es
circunstancialidad; porque en ella se muestra su continuo hacerse y desarrollarse; es el
ente que se “es”, por haber sido de algún modo esto o aquello.” (Magallón, 1991: 131).
En consecuencia, la cosmovisión al igual que la identidad no es un resultado definitivo
al que habría que llegar, ya que las circunstancias temporales y espaciales influyen en
las relaciones humanas, y permiten la construcción, modificación o destrucción de las
formas de convivencias que parecían manifestar su solidez en la vida social.
En suma, si nos ubicamos desde el punto de vista de la historia, podemos apreciar la
contingencia de las cosmovisiones y de las identidades como una riqueza en la medida
en que posibilita la modificación o mantención, tras una evaluación previa, de viejas
formas de subjetividad o la incorporación de las nuevas. En otras palabras, la
vulnerabilidad de las formas de subjetividad es una característica esencial para creer
que pueden moldearse e inducirse según la visión de los actores sociales. Esa es la tarea
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de la ideología que es transversal a las identidades originarias y consiste en interpelar
a los seres humanos en y con su consciencia y su capacidad de acción, para dar dirección
y sentido a las formas de subjetividad. Es en este sentido que, junto con la identidad, la
ideología puede considerarse como una brújula que orienta a las personas. Esta
interpelación ideológica se lleva a cabo en una dinámica dialéctica de cualificación y
sometimiento.
3. Proceso de cualificación y sometimiento.
Marx creía que la ideología era una falsa conciencia y que servía sólo para mantener las
relaciones de dominación. En efecto, para él, la ideología es todo conocimiento que
tiende a ocultar una realidad con la otra, la de las relaciones económicas existentes
entre burgueses y trabajadores. Ponía en este rubro todas las ciencias del espíritu tales
como la filosofía, el derecho, la economía, la antropología, la sociología, etc., e incluso
las creencias culturales y religiosas. Para él, los pensamientos y las representaciones
que se derivan de esas ciencias son una emanación directa de su [de los hombres reales
y actuantes] comportamiento material.” (Marx, 1974: 25). He allí la idea de que la
ideología es
el reflejo
de los comportamientos de las relaciones económicas existentes.
Con base en esta consideración, Marx considerará que la actividad de los economistas
consiste en establecer la universalidad y eternidad de las condiciones de producción
con miras a demostrar la inamovilidad, naturalidad y armonía de las condiciones
económicas existentes. Así, ocultan la particularidad histórica de cada forma de
producción a fin de presentar las leyes actuales que rigen las relaciones burguesas
como armónicas e inamovibles.
Concretamente Marx delata en estos términos las intenciones y el andamiaje
ideológicos de los economistas:
presentar a la producción, a diferencia de la distribución, etc., como regida
por leyes eternas de la naturaleza, independientes de la historia, ocasión ésta
que sirve para introducir subrepticiamente las relaciones burguesas como leyes
naturales inmutables de la sociedad in abstract. Ésta es la finalidad más o menos
consciente de todo el procedimiento. (Marx, 1997: 37).
La ideología en Marx sirve así para ocultar las relaciones reales de producción,
determinadas por la dominación de los trabajadores por los burgueses. Frente a la
explotación de los trabajadores y a la expropiación del fruto de su trabajo, Marx ve en
todas las leyes sobre las cuales se fundamentan las relaciones de producción una
organización maligna destinada a falsificar la realidad.
Sin embargo, cuando uno lee a los grandes estudiosos de Marx tales como Louis
Althusser o Göran Therborn, se da cuenta de que, si bien esta función para mantener o
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justificar un orden político dominante sigue presente en la ideología, ésta juega un
papel mucho más importante que va más allá del falso conocimiento. El apartado
anterior demostró con claridad que la ideología es una brújula orientadora sin la cual
la comunidad no tiene rumbo y cuya eficacia depende de la conciencia y de la
responsabilidad de los sujetos para realizar y escribir su propia historia. Por lo tanto, la
esencia política de la ideología se manifiesta cuando un individuo como persona puede
convertirse en un sujeto comprometido con su rol. Por eso, es indispensable explicar el
modo cómo se opera tal transformación en la ideología con miras a modelar y orientar
las formas de subjetividad o formas de convivencia hacia un rumbo deseado. Se trata
de entender el proceso de cualificación y sometimiento como estrategia de formación
de los sujetos sociales en el cumplimiento de su misión de conservación o de adaptación
del sistema sociopolítico. El análisis seguirá esencialmente la obra de G. Therborn en su
Poder de la ideología, ideología del poder
. Los dos subprocesos son simultáneos, su
separación en esta explicación es puramente teórica.
En primer lugar, para modelar las formas de subjetividad o de convivencia y
darles orientación, la ideología hace que los sujetos
se reconozcan
con el Sujeto Central,
el cual puede ser un partido político, una religión o una clase social. Este proceso de
identificación se realiza con el
reconocimiento por parte del Sujeto central de
cualidades en los individuos y se garantiza que así es
. Al indicar las cualidades al
individuo, la formación ideológica se encarga de que éste, por un proceso de toma de
conciencia, asuma su capacidad o competencia.
Esta apreciación habilita al individuo a
actuar
ya no como persona, sino como sujeto, es decir, de manera consciente y reflexiva.
Se puede comparar el proceso de identificación-cualificación al otorgamiento de un
diploma a un egresado de quien se espera que actúe como poseedor de ese diploma. De
manera general, el diploma supone que el ahora sujeto tiene conocimientos, habilidades
e ideales o valores para la acción y sobre los cuales fundamentar su acción. Por
supuesto, cumplir estas competencias es otra cosa que habría que evaluar; pero no
cumplir implica no haber pasado por este proceso en el cual una persona es reconocible
como sujeto.
Sin embargo, el hecho de ser competente no otorga ningún derecho de actuar de
cualquier manera; tampoco el sujeto cualificado e identificado actuará según su propia
voluntad. Es necesario una operación de reducción de las acciones que es capaz de
emprender a sólo acciones necesarias para realizar las aspiraciones del Sujeto central.
Por eso, en un segundo momento ideológico de formación, el sujeto es solicitado a
actuar para realizar la voluntad del Sujeto central, quien debe vigilar de que las acciones
de aquel concuerden con la identidad de ese conjunto principal. Aquí es cuando entra
en el juego el polo dialéctico del sometimiento.
Por sometimiento Therbrorn alude a una cierta modelación de las capacidades de las
personas y a una cierta imposición de una disciplina de modo que estas personas sean
capaces de realizar determinados papeles. (Therborn, 1987: 15). Por eso, la
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interpelación del individuo por parte del Sujeto Central, consiste en otorgar un papel,
es decir, un comportamiento que se esperará de la persona que ocupa una posición
social determinada. De la misma manera que de un docente se espera un
comportamiento diferente de un médico, la interpelación ideológica atribuye papeles
que permiten identificar no sólo los sujetos en acción, sino también la fuerza a la cual
están sometidos para actuar de una determinada manera. Por eso, el sujeto como
hacedor y creador de la historia es a la vez una persona sometida, subyugada a una
fuerza o un orden determinado. No actúa en toda libertad, ya que depende del orden
central.
En el mismo sentido, en su crítica a la economía política, Marx rechaza la idea tanto de
una producción en general como la de una producción general. Luego, desde un enfoque
histórico, considera que la producción no es sólo particular, sino que es un organismo
social cuya acción refiere siempre a una totalidad. Así lo afirma: “Por el contrario, [la
producción] es siempre un organismo social determinado, un sujeto social que actúa en
una totalidad más o menos grande, más o menos reducida, de ramas de producción.”
(Marx, 1997: 36). Como se puede observar en esta afirmación, un determinado modo
de producción lo es siempre en función de una totalidad; de la misma manera un sujeto
social, es decir, un hacedor y creador de la historia, lo es también en función de una
totalidad. Así, las acciones particulares en apariencia cobran su sentido real cuando las
relacionamos con el sujeto central o la totalidad como quién impone la disciplina e fija
los papeles que el sujeto puede desempeñar.
En consecuencia, para Therborn, “La formación de los seres humanos por parte de
cualquier ideología, sea ésta conservadora o revolucionaria, represiva o emancipadora,
y se ajuste a los criterios que se ajuste, comprende un proceso simultáneo de
sometimiento y de cualificación.” (Therborn, 1987: 14). Lo anterior significa que toda
formación ideológica habilita a una persona o un individuo a tener ciertas
competencias, las cuales se aplicarán bajo el control de la institución ideológica que las
promueve o las avala. Concretamente, la formación ideológica consiste en tomar
conciencia y hacer reflexionar a las personas para que entiendan su papel dentro de la
comunidad política. Si la gente no es consciente de su papel ni de su capacidad política,
es imposible que actúe para el cumplimiento de los propósitos de dicha institución, los
cuales deben contemplar las aspiraciones y necesidades de la población.
El trabajo de Therborn que estamos siguiendo configura esta labor de formación
ideológica en tres etapas simultáneas. La primera es la del reconocimiento de las
cualidades; la segunda consiste en tomar consciencia de lo que existe, de lo bueno y lo
posible, así como de sus contrarios como lo faltante, lo malo y lo imposible. La tercera
etapa consiste en relacionar las personas con la realidad, lo deseable y los motivos para
apreciarlos de una u otra manera. Lo real, lo bueno y lo posible como objeto de la
formación ideológica se definen de la siguiente manera:
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1. Lo que existe [o no existe] y que sirve para
adquirir la identidad de grupo, esto
es, el ser sujeto y conocer la realidad
. En esta etapa se debe responder a
preguntas como: ¿quiénes somos?, ¿Qué es el mundo?, ¿Cómo son la naturaleza,
la sociedad, los seres humanos y no humanos?
2. Lo que es bueno [y sus contrarios]: éste es el nivel donde se resaltan los deseos,
las aspiraciones y los sufrimientos u oportunidades sociales para ser
estructurados y normados. La falta de educación implica por ejemplo a las
escuelas y normas correspondientes; las deficiencias agrícolas implican a las
estructuras y leyes correspondientes con vistas a intervenir.
3. Lo que es posible e imposible: se trata aquí no sólo de indicar sino sobre todo de
justificar claramente a los sujetos las posibilidades reales o no del cambio.
(Therborn, 1987: 13-17).
Lo anterior implica que el sujeto debe conocer lo que existe, determinar si es bueno o
no y convencerse de que hay alguna posibilidad de cambiarlo realmente. Si los sujetos
son engañados, al ver la realidad de manera diferente a la que presenta la ideología, su
respuesta será contraria al cambio deseado, al menos que este engaño sea una
estrategia de dominación. De todos modos, el descubrimiento del engaño lleva los
sujetos a la resistencia o a la revuelta. Por el otro lado, al estar consciente de la realidad
y de la posibilidad o no de moldearla, hay gran probabilidad de que los sujetos no
abandonarán la institución ideológica y lucharán con ella hasta conseguir el cambio,
inducirlo y lograr las estructuras y normas deseadas.
Todas las revoluciones han engañado al pueblo, al sujeto supremo, cuyas necesidades
sustentaron la posibilidad de cambio, las manifestaciones. La rusa no fue una excepción
porque tanto Lenin como los otros jefes ideológicos volvieron, a su manera, a avasallar
al pueblo y a pisotear sus libertades. Aplicaron estrategias cuyo objetivo era volver a
dominar al pueblo. Así es cómo se sembró y se alimentó el miedo, la ignorancia, la
adaptación, la inevitabilidad u otra estrategia para acallar al pueblo. En los países
colonizados de África, Asia y América Latina, hemos asistido a la conversión de las
nuevas autoridades en nuevos colonizadores de sus pueblos. Estos habían sufrido y
habían aspirado a un verdadero cambio sociopolítico, y sin embargo, éste nunca llegó.
No es aquí el momento ni espacio para describir la confiscación de las libertades civiles
y la reducción de los seres humanos al nivel infrahumano en estos países por sus
propias autoridades con coartadas de democracia que no tienen nada que ver con las
reglas de vida en común. Cabe señalar, a tulo de ejemplo, una de las obras maestras de
Franz Fanón, “Piel negra, máscaras blancas” (Peau noire, masques blancs).
Habiendo combatido la opresión de los negros, la subjetividad de la nueva autoridad de
la independencia consistió, no en actuar para liberar el pueblo y devolverle su dignidad,
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sino en apropiarse los símbolos ideológicos del colonizador blanco. El engaño fue tal
que después de las independencias, los países referidos siguen en la opresión por sus
propias autoridades y cada día, se alejan de las aspiraciones y de la satisfacción de sus
necesidades básicas.
Sí, el engaño es una forma de ideología que entra en el concepto de falso conocimiento,
el cual siempre ha funcionado para mantener el pueblo en la ignorancia y en la
dominación. La reflexión que extraemos del descubrimiento de Marx del engaño busca
reforzar las dinámicas de verdaderos cambios sociales y los procesos de liberación. Por
lo tanto, en la formación de los sujetos sociales, no enfatizamos una acepción
determinada de la ideología; tampoco buscamos a determinar lo que es ideología y lo
que no es. Lo más importante descansa en que la dialéctica de la cualificación-
sometimiento de los sujetos opera desde cualquier ideología, prestando mucha
atención a la función ideológica y las metas por alcanzar. En efecto, el engaño funciona
porque logra realmente convertir los individuos en sujetos hacedores de sus relaciones
de dominación; la liberación se logra sólo si una conversión correspondiente de las
personas es lograda; de la misma manera podemos hablar de una cosmovisión
determinada de un pueblo.
Por consiguiente, la dialéctica de la cualificación-sometimiento enfoca a la ideología
como un instrumento orientador de todos los grupos sociales. Por eso, los poderes
dominadores se pueden referir a ella para mantener el
statu quo
, igualmente lo harán
todos los pueblos deseosos de liberación de algún poder depredador y humillante. Sin
embargo, desde estas tierras latinoamericanas, lo que da sentido a su uso como
estrategia política de cambio es la existencia de numerosos grupos minoritarios y
pueblos que se sienten todavía bajo el yugo de cualquier poder dominador. Pienso en
los pueblos africanos, asiáticos y latinoamericanos, especialmente en los indígenas de
diferentes países y los afrodescendientes, cuyos derechos están constantemente
pisoteados sobre sus propias tierras, para que un día encuentren en la ideología la
fuerza necesaria de convertirse en sujetos hacedores de su propia historia.
4. Conclusión.
A modo de conclusión, con ocasión del bicentenario del nacimiento de este espíritu
inconmensurable que es Karl Marx, quise reflexionar sobre la importancia y el impacto
de la ideología en nuestras maneras de relacionarnos unos con otros y de gestionar
nuestras comunidades. Resulta de esta reflexión que, nuestros estilos de vida, nuestras
formas de convivencia no dependen completamente de nosotros ni de nuestra cultura.
Están atravesadas por ideologías que influyen en nuestras decisiones. Eso significa que
no nos orientamos en la vida con decisiones completamente propias del todo ni
completamente pertenecientes a nuestra cultura, ya que la identidad personal y
cultural está atravesada por ideologías que configuran nuestras formas de subjetividad
o de ver al mundo.
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Por eso, como sujetos, nuestra conducta es en gran medida una respuesta a los
estímulos de las ideologías, las cuales identifican y definen el sentido de nuestro estar
en el mundo. Por eso, las ideologías no son simplemente engañosas como lo decía Marx,
ni simplemente el reflejo de las relaciones económicas de dominación. Marx tiene razón
en parte cuando menciona: “Las ideas de la clase dominante son las ideas dominantes
de cada época; […] Las ideas dominantes no son otra cosa que la expresión ideal de las
relaciones materiales dominantes, las mismas relaciones materiales concebidas como
ideas…” (Marx, 1974: 50). Con todo, al agregar que los individuos de la clase dominante
tienen conciencia de que es su posición dominante la que confiere a sus ideas el papel
dominante, quiere mostrar que la actuación de estos individuos dominantes está de
acuerdo con su percepción de las relaciones realmente existentes. Por eso, esta
conciencia, les da fortaleza para actuar de manera a conservar su posición social.
Por lo tanto, que sea bajo la forma de una conciencia falsa o la de una cosmovisión en
general, las ideologías descargan energía, dinamizan grupos, los motivan y orientan
hacia la consecución de metas grupales importantes. El conocimiento de esta función
movilizadora y cohesiva fue posible gracias al análisis de Marx sobre el aspecto
engañoso como justificador del orden dominante. El lenguaje y la actuación de las
instituciones dirigentes deben evaluarse con detenimiento, porque en ellos se
encuentran definidos el sentido de las interrelaciones, así como el rumbo hacia dónde
dirigirse la comunidad.
Pese a lo anterior, la eficacia de una ideología depende fuertemente de la capacidad de
las personas de convertirse en sujetos hacedores de su historia. No importando si se
trata de una falsa conciencia o de una visión del mundo, toda ideología debe encarnarse
en agentes sociales para traducirse en realidad. Ello implica una formación susceptible
de cualificar a las personas y de someterlas para hacer de ellos verdaderos sujetos,
entendidos como los que a la vez actúan y están sometidos. Sin embargo, se trata de un
sometimiento a los objetivos de la comunidad y al rumbo que ésta estipule en función
de sus aspiraciones y necesidades. La formación ideológica debe hacer de las personas
conscientes de su posición y del rol que tienen que desempeñar con toda
responsabilidad. Por eso, es diferente de la formación cultural que define nuestra
identidad, la cual adquirimos sin buscarla, esto es, por convención. En la formación
ideológica se promueve la conciencia, la reflexión y el compromiso con las metas y los
papeles que definen la posición ocupada.
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